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Un Hogar En El Apocalipsis

Un Hogar En El Apocalipsis

Status: En proceso
Genre:Sci-Fi / Apocalipsis / Zombis
Popularitas:1.1k
Nilai: 5
nombre de autor: Cami

El mundo cayó en cuestión de días.
Un virus desconocido convirtió las calles en cementerios abiertos y a los vivos en cazadores de su propia especie.

Valery, una adolescente de dieciséis años, vive ahora huyendo junto a su hermano pequeño Luka y su padre, un médico que lo ha perdido todo salvo la esperanza. En un mundo donde los muertos caminan y los vivos se vuelven aún más peligrosos, los tres deberán aprender a sobrevivir entre el miedo, la pérdida y la desconfianza.

Mientras el pasado se desmorona a su alrededor, Valery descubrirá que la supervivencia no siempre significa seguir con vida: a veces significa tomar decisiones imposibles, y seguir adelante pese al dolor.
Su meta ya no es escapar.
Su meta es encontrar un lugar donde puedan dejar de correr.
Un lugar que puedan llamar hogar.

NovelToon tiene autorización de Cami para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

4

El amanecer se filtraba entre las copas de los árboles, tiñendo el claro de un gris frío y melancólico. El silencio era un manto pesado, roto solo por el sonido rítmico de la pala. Valery, agotada, solo podía dar gracias a una cosa: que su hermano Luka tuviera un sueño tan increíblemente pesado. Gracias a eso, el niño no había visto ni oído nada de la horrible madrugada.

Valery, sin decir palabra, le había entregado a su padre la pala de jardinero que había rescatado del maletero del jeep. No hubo necesidad de hablar; ambos sabían lo que se debía hacer.

Mientras el padre cavaba con la rigidez de un autómata, sus ojos vacíos y clavados en la tierra, Valery se sentó en un tronco caído, con Luka durmiendo acurrucado en su pecho. Su mente, negándose a procesar el dolor de la pérdida, se había refugiado en la lógica fría. Se obligó a analizar la situación como un estricto problema de logística y supervivencia.

Abrió su mochila y la del padre, extendiendo los suministros sobre una manta. Cada objeto era examinado con una intensidad clínica.

* Comida: Tres latas de atún, cinco barras de cereal, una bolsa de galletas saladas. Máximo para dos días.

* Agua: Una botella grande y dos pequeñas. Debían encontrar una fuente hoy.

* Médico: Un botiquín completo (gasas, antisépticos, analgésicos). Una bendición, un recordatorio de su antigua vida.

* Armamento: El palo afilado que había usado para detener a su madre, el cuchillo multiusos del padre y una linterna pesada. No era suficiente para el camino que les esperaba.

La casa del lago, el único objetivo, estaba a cientos de kilómetros. No sobrevivirían a pie con esa escasez y el ritmo limitado de un niño.

Luka despertó. Se acurrucó más, sus ojos azules fijos en el rostro de su hermana. Luego miró a su padre, cuya espalda estaba hacia ellos, absorto en su tarea silenciosa.

—Papi, ¿dónde está mamá? —preguntó somnoliento.

El hombre se quedó congelado por completo. Su cuerpo se puso rígido, su rostro se contrajo. El nudo en la garganta era tan grande que no podía articular una sola palabra, paralizado por el dolor y la culpa.

Valery, observando la parálisis de su padre, actuó de inmediato. Se levantó y tomó a Luka en sus brazos.

—Ven aquí, Luky —dijo con una dulzura forzada, sosteniéndolo con la fuerza que solo da la desesperación—. Mamá... mamá ya no va a regresar. Ella quiso que viviéramos, Luky. No es porque no quisiera estar con nosotros, sino porque quizo que tú y yo estemos a salvo.

Luka la miró, sin entender del todo, pero sí captando la tristeza en los ojos de su hermana. Había entendido, a su manera infantil, que la vida ahora dependía de la quietud.

—Luky —susurró Valery, con voz tensa—. Vas a tener que ser el niño más silencioso del mundo. Si gritas o te alejas, el juego se acaba. ¿Entiendes?

Luka asintió solemnemente, apretando su dinosaurio verde. Valery le devolvió un beso en la frente, la promesa implícita de que no lo abandonaría.

El padre regresó del bosque. Sus manos estaban cubiertas de tierra húmeda y sus ojos se veían aún más hundidos. Había enterrado a su esposa en un lugar que nunca podrían visitar. El dolor lo había petrificado.

—Tenemos que movernos y necesitamos un vehículo —dijo Valery, su voz firme, dejando de lado el respeto adolescente. Era la comandante ahora—. La carretera. Debemos volver al lugar del accidente.

El padre se estremeció. —No, Valery. Es demasiado peligroso. Lo más seguro es que esos... esos monstruos sigan ahí.

—No. Cuando hay un accidente y hay silencio, los zombis pasan de largo. Además, los helicópteros no atacarán el campo tan rápido. Es nuestra única opción de conseguir el auto de alguien o al menos el combustible.

El padre titubeó, pero al ver la convicción helada en los ojos de su hija, asintió. Se puso de pie, tomando el cuchillo multiusos.

—Yo iré. Te quedarás con Luka y la mochila principal.

—No, papá. Yo estoy pensando con claridad —lo interrumpió Valery, sin cruzar miradas—. Tú debes cubrir a Luka. Si algo pasa, tú eres el que lo saca de aquí. Yo solo iré por lo esencial.

El padre, el brillante neurocirujano que solía mandar en los quirófanos, aceptó la orden con una humillación silenciosa. Se hizo a un lado y escondió a Luka detrás de un arbusto espeso.

El camino de vuelta a la carretera fue un calvario de silencio y miedo. Al llegar, el jeep destrozado seguía inclinado en la cuneta. La calle estaba vacía, solo el viento siseaba.

El primer objetivo de Valery era el hombre que había atacado el jeep. Lo encontró a pocos metros, víctima de la estampida o de algún zombi posterior. Yacía inmóvil. Valery se arrodilló, su rostro pálido pero firme. El miedo se mezcló con el asco, pero su mente se enfocó en el objetivo: saqueo de emergencia.

Le quitó la billetera (inútil), un reloj (roto) y, finalmente, un objeto preciado: una llave inglesa de metal, pesada y con buen agarre. Un arma improvisada. Su corazón latía con furia, no por el peligro, sino por la profanación que representaba su acto. Había matado para proteger, y ahora robaba para vivir. El límite se hacía más borroso a cada segundo.

—¡Valery, mira! —susurró su padre, señalando al camión de reparto.

El camión abandonado tenía las puertas traseras abiertas, revelando un tesoro inesperado. No eran solo cajas, sino suministros de supervivencia: latas de combustible de emergencia y cajas de raciones de comida militar selladas. El pánico del conductor había sido su salvación.

Valery corrió. En el compartimento interior del camión, encontró algo más: un mapa de carreteras enrollado y, debajo del asiento, una palanca de metal que parecía sacada de una ferretería. La llave inglesa y la palanca, pensó, eran ahora extensiones de sus brazos.

Cuando regresó, su padre ya había vaciado varios galones de gasolina del depósito del camión en botellas de agua.

—Necesitamos un coche —dijo su padre, la determinación volviendo a sus ojos al ver los suministros.

Valery no respondió con palabras. Señaló hacia una pequeña SUV abandonada a veinte metros. Era más pequeña que su jeep, pero parecía intacta.

—Yo tengo las llaves de nuestro jeep. Si no funcionan, usa la palanca —ordenó su padre.

Valery corrió hacia el SUV. La puerta estaba abierta. Se deslizó en el asiento del conductor, temblando. Introdujo la llave de su padre. Giró.

El motor tosió. Tosi-ó. Y luego, con un rugido bendito, arrancó.

La Nueva Regla

Valery regresó a buscar a Luka y a su padre, con el SUV en marcha. Cargaron los suministros vitales: la comida enlatada, el combustible, el mapa y las armas improvisadas. El padre se sentó al volante; Valery tomó el asiento del copiloto, con Luka dormido en el asiento trasero.

Mientras se alejaban, Valery sacó el mapa. Marcó una X sobre la ciudad que acababan de dejar atrás: Zona de Exclusión. Luego, marcó un punto intermedio, una pequeña ciudad rural que en su mente representaba un riesgo aceptable: menos población, más posibilidades de encontrar refugio antes de la noche.

—Papá, vamos a ir por la autopista 34 hasta que crucemos el río. Luego tomaremos una carretera secundaria que pasa por un Pueblo. Necesitamos dormir en un lugar con paredes, no en un bosque.

El padre asintió, concentrado en la conducción.

—¿Y qué pasa si hay gente? —preguntó, con voz quebrada.

Valery apretó la llave inglesa que sostenía en su regazo. Su rostro se endureció.

—Actuaremos como si fueran zombis. Si alguien intenta acercarse al coche, si nos piden ayuda de forma agresiva, o si nos mienten, nos vamos. Solo nos detendremos en lugares que podamos ver a la distancia. El verdadero peligro no es lo que el virus crea, sino lo que revela en los vivos. Eso lo aprendimos con las luces de la ciudad y lo que le pasó a mamá.

Valery había comprendido algo más profundo que la mera supervivencia física. Su madre había muerto por el virus, pero también había muerto por la confianza rota del mundo.

Miró a Luka, que dormía inocentemente con el dinosaurio en sus brazos.

—A partir de ahora, solo confiaremos en lo que tenemos a la vista —concluyó Valery, volviendo a su tono de mando—. Y no nos detendremos hasta llegar al lago.

El padre aceleró. El pequeño SUV se abrió paso por la carretera, llevando consigo el dolor de la pérdida, la carga de la culpa y la única certeza de que, para Valery y Luka, el mundo se había reducido a una única y brutal regla: avanzar y no mirar atrás.

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