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Hija De La Luna

Hija De La Luna

Status: Terminada
Genre:Romance / Yuri / Época / Completas
Popularitas:1.4k
Nilai: 5
nombre de autor: Kitty_flower

En un mundo donde las apariencias lo son todo, Adeline O'Conel, una joven albina de mirada lunar, destaca como una joya rara entre la nobleza. Huérfana de madre desde su nacimiento, fue criada por un padre bondadoso que le enseñó a ver el mundo con ternura y dignidad. Al cumplir quince años, Adeline es presentada en sociedad como una joven casadera, y pronto, su belleza singular capta la atención de la corte entera.

La reina, fascinada por su porte elegante, la declara el diamante de la época. Caballeros, duques y herederos desfilan ante ella, buscando su mano. Pero el corazón de Adeline no se agita por ellos, sino por alguien inesperado: la primera princesa del reino, una joven de 17 años con una mirada firme y un alma libre.

En una época que no perdona lo diferente, Adeline y la princesa se verán envueltas en un torbellino de emociones, secretos y miradas furtivas. ¿Podrá el amor florecer bajo la luz de una luna que, como ellas, se esconde para brillar en libertad?

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Cana y reclamos

El desayuno en el salón de los nobles transcurría con la habitual cortesía fingida: cuchillos relucientes, sonrisas blancas, conversaciones suaves como seda… y veneno detrás de cada palabra. Adeline, sentada entre dos jóvenes baronesas, intentaba concentrarse en su té de jazmín, cuando notó algo extraño: las miradas. Esa forma de mirar que no se hace de frente, sino de reojo. Esa manera de hablar en susurros que se calla justo cuando una entra al salón.

La marquesa Clarisse, una joven de lengua afilada y vestido impecable, no tardó en acercarse. Llevaba consigo una expresión inocente que no engañaba a nadie.

—Señorita O’Conel —dijo con voz untuosa—. Espero que haya descansado bien… después de una noche tan intensa.

Adeline frunció el ceño.

—¿Disculpe?

Clarisse se inclinó ligeramente, como para contarle un secreto.

—Dicen que usted y el joven Elliot compartieron más que una simple caminata por el castillo anoche. Que… se quedaron juntos hasta muy entrada la madrugada. Qué romántico. —Sonrió como si acabara de alabarla, pero sus ojos eran cuchillas.

Adeline dejó su taza en el platillo con firmeza.

—Pues “dicen” muchas cosas en esta corte, marquesa. Tal vez debería preocuparse por su propio nombre, y no por el mío.

Se levantó con elegancia, y salió del salón dejando atrás un murmullo generalizado. Las nobles cuchicheaban ya sin cuidado, como aves alborotadas. Y aunque Adeline sabía que eran solo palabras, cada paso se le hacía más pesado. No por vergüenza… sino por rabia.

Horas después, en la torre sur...

Juliette esperaba en el mismo banco de piedra, con los brazos cruzados y el ceño fruncido. Cuando Adeline llegó, notó enseguida que algo no andaba bien.

—¿Ya lo sabes? —preguntó, sin rodeos.

La princesa giró el rostro hacia ella.

—¿Lo del rumor? Claro que lo sé. Corre más rápido que el viento. —Pausó—. ¿Es cierto?

Adeline dio un paso hacia ella, ofendida.

—¿Tú también lo crees?

—No sé qué creer —murmuró Juliette, bajando la mirada—. Anoche casi… —se interrumpió, luego suspiró—. No importa. Solo dime que no es cierto.

—No lo es —dijo Adeline con voz firme—. Elliot fue amable conmigo, eso es todo. Y si las personas quieren convertir la amabilidad en escándalo, es su problema. No el mío. Y no debería ser el tuyo.

Juliette alzó la vista. Sus ojos reflejaban algo más que simple duda: era celos, heridos y ocultos.

—No es tan sencillo —dijo en voz baja—. Si el rumor sigue creciendo… mi madre podría pensar que tú y yo… que mi interés en ti no es del todo diplomático. Y ya tienes a la corte entera murmurando tu nombre.

—¿Y tú qué quieres que haga? ¿Que me disculpe por algo que no hice?

—No —respondió Juliette—. Solo quiero que me digas que lo que pasó entre nosotras no fue imaginación mía. Que ese momento… existió.

Adeline la miró, y con una ternura que desarmaba, asintió.

—Existió. Cada segundo.

Juliette suspiró. La rabia se transformó en alivio, aunque breve.

—Entonces quédate conmigo un rato —dijo—. Al menos aquí no hay rumores.

Ambas se sentaron juntas, y aunque las palabras ya no eran necesarias, el silencio entre ellas se volvió cómplice.

No fue solo Adeline quien sufrió el peso de las palabras malintencionadas. Al caer la tarde, el joven Elliot notó que los saludos eran más fríos, los apretones de manos más breves, y las sonrisas de los padres nobles más forzadas que de costumbre.

Al entrar al salón de esgrima, uno de los capitanes lo recibió con una sonrisa torcida.

—Vaya, Elliot… ¿planeas cortejar a todas las damas extranjeras, o solo a las más inalcanzables?

—¿Qué quieres decir con eso? —preguntó él, ya sabiendo la respuesta.

—Todos saben que pasaste la noche con la señorita O’Conel. —Le dio una palmada en el hombro—. Aunque debo decir, no pensé que tuvieras tanta iniciativa.

Elliot se apartó.

—Eso no es cierto. No pasó nada.

—Claro, claro —respondió el capitán, sin creerle—. Pero ¿sabes? En este castillo, la verdad importa menos que lo que parece.

Y eso era lo más cierto.

Los rumores se deslizaban por los muros como sombras, alcanzando cada rincón del castillo. Algunos jóvenes comenzaron a evitar a Elliot, como si se hubiese vuelto una figura indeseable, demasiado atrevido para las damas nobles y demasiado imprudente para los ojos vigilantes de la reina. Las madres empezaron a susurrar cuando él se acercaba, y las doncellas, antes encantadas con sus ojos verdes, ahora lo miraban con prudencia.

Más tarde, en los pasillos del ala norte, Elliot alcanzó a Adeline mientras ella paseaba sola, escapando de las miradas.

—Adeline —llamó él, con voz cansada.

Ella se detuvo y lo observó con compasión.

—También lo estás sintiendo, ¿verdad?

—Sí. Me han hecho parecer un libertino —dijo, dolido—. Y eso solo porque te acompañé en una caminata.

Adeline asintió, luego lo miró con una sonrisa triste.

—En este lugar, hasta respirar se convierte en espectáculo.

—Lamento que estés pagando el precio por algo tan… inocente.

—No tienes por qué disculparte, Elliot. Fuiste amable. Eso basta.

Él vaciló un momento.

—¿Puedo preguntarte algo?

—Claro.

—¿Ese rumor… afecta algo con la princesa?

La pregunta flotó en el aire como una hoja cayendo. Adeline bajó la mirada, dudando en responder.

—No lo sé. Pero me duele que pueda llegar a hacerlo.

Elliot asintió. Había algo en su rostro que no era celos, sino comprensión.

—Ella tiene suerte. Aunque el mundo esté mirando, tú no finges ser otra cosa.

—Gracias —susurró Adeline.

Ambos siguieron caminando juntos, en silencio. Tal vez el rumor era una amenaza para su reputación. Pero también estaba dejando en evidencia quiénes eran de verdad… y a quiénes realmente les importaba.

Las voces en el castillo no habían hecho más que crecer. El rumor sobre Adeline y Elliot ya no era un simple murmullo entre doncellas o un comentario burlón en las salas de armas. Ahora, llegaba a oídos más peligrosos. Oídos que podían cambiar destinos.

Y Juliette lo sabía.

Sentada con la espalda recta, vestida con un elegante corsé de brocado oscuro y una falda amplia de tonos amatista, la princesa observaba a su madre en el salón solar. La reina hojeaba lentamente un libro de poesía mientras una criada le servía un té perfumado.

—Madre —dijo Juliette, rompiendo el silencio.

La reina alzó una ceja.

—Dime, hija.

—Quería hablar sobre la señorita O’Conel.

La reina cerró el libro con suavidad.

—¿Ah, sí? ¿Qué sucede con ella?

—He escuchado los rumores —respondió Juliette con calma medida—. Y vengo a decirte que no son ciertos. Ayer por la noche me crucé con ella… estaba sola, en los pasillos que dan al ala este. Admiraba la luna por la ventana, en completo silencio.

La reina entrecerró los ojos, observando atentamente a su hija.

—¿Estás segura de lo que dices?

—Absolutamente —dijo Juliette sin dudar—. Me pareció injusto que se manche el nombre de una joven como ella por habladurías sin fundamento. Pensé que debía saberlo.

La reina guardó silencio unos instantes, como si saboreara sus propias ideas.

—Me alegra ver que tienes buen juicio, Juliette. Y también me alegra saber que eres observadora. Los rumores son peligrosos… sobre todo para una joven tan admirada como Adeline.

—¿Harás algo al respecto? —preguntó Juliette, conteniendo el ansia en la voz.

—Hablaré con los organizadores del próximo evento y con algunos miembros influyentes de la corte. Un cambio de atención siempre ayuda a borrar las sombras —dijo la reina, levantándose—. Además… una aparición pública bien manejada puede reparar más que mil desmentidas.

Juliette se inclinó ligeramente.

—Gracias, madre.

La reina la miró con una sonrisa apenas perceptible.

—Cuidar la reputación de alguien con tanto fervor… ¿es solo por justicia, o hay algo más?

Juliette mantuvo el rostro sereno.

—La justicia también puede ser cuestión de afecto.

La reina soltó una breve risa elegante.

—Eres más parecida a mí de lo que crees.

Y sin decir más, se retiró.

Aquella noche, Adeline fue citada discretamente a una sala pequeña cerca de la biblioteca real. Allí, la esperaba Juliette, ya sin el vestido de gala, sino en una bata de lino bordada, el cabello trenzado y su perfume de lavanda envolviéndolo todo.

—¿Fuiste tú, verdad? —dijo Adeline apenas cerró la puerta.

Juliette no negó nada. Solo asintió.

—La reina ya no cree en el rumor. Y pronto, nadie más lo hará tampoco.

Adeline suspiró, con el alma aliviada.

—Gracias… No sé cómo devolverte eso.

—No hace falta —respondió Juliette con una sonrisa—. Solo prométeme que no dejarás de admirar la luna… aunque yo no esté contigo.

Adeline la miró, el corazón golpeando fuerte otra vez.

—Lo prometo.

La mañana siguiente llegó cargada de silencios tensos. Adeline despertó al sonido de pasos apresurados y conversaciones contenidas en el pasillo. No era raro que los rumores del castillo despertaran antes que el sol. Pero lo que no esperaba era encontrarse con una carta cuidadosamente doblada sobre su tocador, con el sello de su padre.

La abrió con manos temblorosas.

\*"Querida hija,

Me han llegado a oídos ciertos rumores sobre tu honor, y aunque confío en tu integridad, el mundo no siempre es tan justo como lo somos nosotros.

Por ese motivo, y con la intervención respetuosa de la reina, he aceptado que conozcas a un joven de linaje distinguido, el duque Jonas del Corazón de Jesús. Su familia es honorable, su educación ejemplar, y su carácter amable. Esta noche, cenarás con él a la luz de las velas, en el ala norte del castillo.

Confío en tu juicio.

Con amor,

Padre."\*

Adeline cerró la carta con un suspiro, sintiendo un peso caerle sobre los hombros. La reina la había defendido, sí, pero eso no era suficiente para calmar la inquietud de un padre preocupado. Y aunque su corazón latía por Juliette, no podía ignorar aquella cita impuesta.

Esa noche, su doncella la ayudó a vestirse con un vestido de tul verde pálido con bordados dorados y un delicado moño rosado a la cintura, combinando elegancia con dulzura. Su cabello, cuidadosamente trenzado y recogido con horquillas de perlas, le daba un aire de nobleza que ocultaba el torbellino en su interior.

La sala del ala norte era una joya escondida. Las paredes estaban decoradas con tapices antiguos, y en el centro, una mesa para dos resplandecía bajo el suave titilar de los candelabros. Cuando Adeline entró, Jonas ya la esperaba.

Era un joven de unos veinte años, de complexión esbelta, rostro afilado y ojos castaños que brillaban con inteligencia. Su cabello, cuidadosamente peinado hacia atrás, tenía reflejos cobrizos bajo la luz cálida de las velas.

—Señorita O’Conel —dijo él, poniéndose de pie y haciendo una reverencia—, es un honor finalmente conocerla.

—El honor es mío, duque Jonas —respondió ella, inclinando la cabeza con gracia.

Ambos se sentaron, y los sirvientes sirvieron una cena delicada: sopa de almendras, pastel de codorniz y frutas confitadas.

—He escuchado que tiene gustos literarios muy particulares —comentó él con una sonrisa mientras sostenía su copa de vino.

—Sí —dijo Adeline, tomando un sorbo—. Me gusta escribir, más que leer, incluso. Me gustaría vivir de ello algún día.

—Una escritora —dijo él con sincera admiración—. Es raro ver que una dama tenga aspiraciones tan... personales. Me parece admirable.

Adeline lo observó, con algo de sorpresa.

—¿De verdad?

—Por supuesto. Creo que el mundo necesita más mujeres que sepan lo que quieren y lo persigan con firmeza. Mi madre fue una de ellas. De hecho, fue ella quien me enseñó a leer poesía antes de saber siquiera montar a caballo.

La conversación fluyó con suavidad. Jonas era cálido, educado, y aunque no despertaba en ella mariposas como lo hacía Juliette, Adeline no pudo evitar relajarse a su lado.

—¿Y tú qué esperas del futuro? —le preguntó ella, apartando un mechón suelto de su rostro.

—Paz —respondió sin dudar—. Una vida sencilla, aunque rodeada de responsabilidad. Un hogar donde cada noche pueda volver y encontrar a alguien con quien compartir las historias del día.

Adeline sonrió. No era la respuesta que habría imaginado de un duque.

—Me alegra conocer a alguien que no pretende parecer más fuerte siendo cruel —dijo ella, sin pensar.

Él rió suavemente.

—He aprendido que la verdadera fuerza está en la ternura.

Cuando la cena concluyó, Jonas se puso de pie y la ayudó a levantarse con un gesto impecable.

—Gracias por esta velada, señorita Adeline.

—Gracias a usted, duque Jonas.

Y mientras regresaba a su habitación, Adeline se sintió confundida. Jonas era encantador, respetuoso… y aun así, no podía borrar la imagen de Juliette de su mente. El comentario sobre el rojo, su mirada intensa, el casi beso.

Una parte de ella deseaba volver a encontrarse con la princesa bajo la luna. La otra… temía lo que su corazón ya comenzaba a comprender.

La luna estaba alta, deslizándose entre nubes pálidas como un suspiro. El castillo entero dormía, salvo por un alma que aún aguardaba despierta en el mismo rincón secreto donde los encuentros florecían bajo el manto nocturno.

Juliette, envuelta en un vestido de satén lila y con un abrigo sobre los hombros, se encontraba sentada en el borde de la ventana redonda. Sus dedos tamborileaban con nerviosismo sobre la piedra fría, mientras sus ojos, tan vivos como la aurora, saltaban entre las sombras del pasillo.

La noche pasaba. El silencio pesaba. Y Adeline no llegaba.

Juliette esperó hasta que el reloj dio las dos campanadas. Su corazón, primero ilusionado, luego inquieto, se fue rompiendo lentamente con cada minuto que transcurría sin explicación.

Cuando finalmente abandonó su escondite, lo hizo con la cabeza en alto, pero con el alma en el suelo.

\*\*

A la mañana siguiente, Adeline caminaba por los pasillos con cierta ligereza. La cita con el duque Jonas la había dejado pensativa, pero no incómoda. Él era amable, pero su mente no dejaba de regresar al rostro de Juliette. A su risa aguda, a sus gestos elegantes y a ese modo particular que tenía de mirarla, como si pudiera verla más allá de las apariencias.

Entró en la biblioteca con un libro entre los brazos, y fue allí donde la encontró.

Juliette estaba de pie frente a una estantería, fingiendo buscar un tomo, aunque sus manos temblaban apenas. Al escuchar los pasos de Adeline, se giró.

Sus ojos estaban rojos.

—Juliette... —empezó Adeline, sorprendida al verla allí tan temprano.

Pero la princesa la interrumpió.

—¿Te divertiste anoche? —preguntó, con un tono neutro que apenas ocultaba el temblor de su voz.

Adeline parpadeó, confundida.

—¿Perdón?

—Tu cita con el duque Jonas. —Juliette bajó la mirada por un segundo y luego la levantó, clavándola en la suya—. Toda la corte habla de ello. De lo encantadora que te veías, de cómo brillabas bajo la luz de las velas. Incluso dijeron que tu vestido parecía hecho para él.

Adeline tragó saliva.

—No fue algo que planeara, mi padre lo organizó. Me dejó una carta. Fue solo una cena.

—¿Y eso te impidió venir? —soltó Juliette, esta vez dejando caer la máscara—. Estuve allí. Te esperé en la ventana redonda. Hasta las dos de la mañana.

Adeline dio un paso al frente, con culpa en los ojos.

—Juliette, lo siento, de verdad. Pensé en ti todo el tiempo. No sabía cómo decir que no.

—Pero tampoco pensaste en decirme que no vendrías —dijo la princesa, con una sonrisa triste que rompía el alma—. Me quedé como una tonta esperando... creí que tal vez habías cambiado de idea, que tenías miedo o... no sé. Pero no, simplemente estabas cenando con otro.

Adeline intentó tocarle la mano, pero Juliette la retiró con suavidad.

—No es por celos —continuó la princesa—. No puedo reclamarte nada. Eres libre, y no hemos hecho promesas. Pero duele, ¿sabes? Duele haber estado tan segura de ti, y darme cuenta de que tú no pensaste en mí lo suficiente como para avisarme.

—Eso no es cierto —dijo Adeline con fuerza—. Pensé en ti. Te lo juro. Cada vez que él hablaba, mi mente volvía a ti. Cuando me preguntó por mi flor favorita, dije “violetas” por ti. Y cuando me ayudó a levantarme al final de la cena, deseé que fueras tú. Pero no supe cómo escapar. No quise decepcionar a mi padre. Ni a la reina. Me sentí atrapada.

Juliette bajó la vista, sus labios temblaban.

—No necesito promesas, Adeline... pero sí honestidad. Lo único que me queda en este lugar lleno de máscaras.

La sala estaba quieta, solo el sonido leve de los libros siendo acariciados por el viento que entraba por la ventana.

—¿Puedo hacer algo para remediarlo? —preguntó Adeline, con los ojos humedecidos.

Juliette asintió, aunque con lentitud.

—Solo... no me dejes en la oscuridad. No me obligues a enterarme por los demás.

—No lo haré. Nunca más —prometió Adeline.

La princesa la miró con una ternura quebrada, como quien aún no sabe si confiar, pero quiere hacerlo con todo el corazón.

—Esta noche... no te pido que vengas. Pero si lo haces, te esperaré solo hasta la primera campanada de la medianoche. Si no llegas, entenderé.

Y sin añadir más, Juliette giró sobre sus talones, dejando a Adeline sola en la biblioteca, con la certeza amarga de que sus decisiones podían herir más de lo que imaginaba.

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Ana Luz Guerrero
hermosa historia, hasta se erizo la piel, felicidades escritora, la reencarnación existe, bendiciones infinitas 🙏
Reyna Torres
Fascinante historia, te envuelve, te atrapa.....la amé de principio a fin

Gracias por compartir tú maravilloso don
Reyna Torres
Ésta es una de las mejores historias qué he leído, mis respetos escritora, es cautivadora
Kitty_flower: muchas gracias por su apoyo♡♡
total 1 replies
namjoon_skyi
Me engancha, sigue escrib.
Kitty_flower: gracias, eso haré
total 1 replies
eli♤♡♡
La idea es fascinante
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