Serena estaba temblando en el altar, avergonzada y agobiada por las miradas y los susurros ¿que era aquella situación en la que la novia llegaba antes que él novio? Acaso se había arrepentido, no lo más probable era que estuviera borracho encamado con alguna de sus amantes, pensó Serena, porque sabía bien sobre la vida que llevaba su prometido. Pero entonces las puertas de la iglesia se abrieron con gran alboroto, los ojos de Serena dorados como rayos de luz cálida, se abrieron y temblaron al ver aquella escena. Quién entraba, no era su promedio, era su cuñado, alguien que no veía hacía muchos años, pero con tan solo verlo, Serena sabía que algo no estaba bien. Él, con una presencia arrolladora y dominante se paro frente a ella, empapado en sangre, extendió su mano y sonrió de manera casi retorcida. Que inicie la ceremonia. Anuncio, dejando a todos los presentes perplejos especialmente a Serena.
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Capitulo 11
Serena estaba bordando un pañuelo. Hacía poco que había comenzado con esas clases, y para sorpresa de su maestra, avanzaba con gran destreza. Sus manos delicadas se movían con cuidado sobre la tela blanca, dejando florecer hilos de colores que formaban un pequeño diseño. De pronto, con una chispa de entusiasmo en los ojos, decidió agregar en una de las esquinas la inicial de Rhaziel.
Sonrió satisfecha al dar la última puntada. El pañuelo lucía sencillo, pero el detalle lo volvía especial. Mientras lo doblaba entre sus manos, pensó con cierta timidez.
—¿Le gustará?
El corazón le latía con ansias, imaginando la expresión de él al recibirlo. Regresó apresurada de la clase, incapaz de contener el deseo de verlo aquella misma tarde y entregárselo. Sin embargo, las horas comenzaron a transcurrir, primero lentas, luego pesadas, hasta que la noche terminó por cubrirlo todo... y Rhaziel nunca apareció.
La preocupación se apoderó de ella. Hacía tiempo que no sucedía algo así. Con paso sigiloso, casi conteniendo la respiración, Serena se dirigió hasta la cabaña de Rhaziel. Golpeó suavemente la puerta, pero no obtuvo respuesta. Al empujarla, la madera crujió y el interior se reveló vacío.
Entró con cautela y se sentó a esperarlo. La soledad de aquella habitación la envolvía, y con cada instante que pasaba la inquietud crecía. ¿Habría cruzado los límites de la mansión? ¿Tal vez había ido al pueblo? ¿O, en el peor de los casos, Roger lo había arrastrado para someterlo a alguna de sus brutales violencias? La sola idea la hizo estremecer.
Serena pasó la noche allí, aguardando en vano. El amanecer la encontró acurrucada en la silla, con el pañuelo apretado entre las manos y la mente llena de preguntas que no tenían respuesta.
—¿Dónde estás, Rhaziel...? ¿Estás bien? —susurró, con la voz rota.
Los días se convirtieron en una semana, y él jamás regresó. Incapaz de soportar la incertidumbre, Serena terminó preguntando a los empleados del condado si sabían algo de su paradero. Pero las miradas de ellos reflejaban un desconcierto absoluto.
—¿De quién está hablando, señorita? —respondían siempre, como si nunca hubiesen oído su nombre.
Era lo mismo de siempre: los sirvientes actuaban como si Rhaziel no existiera. Solo lo reconocían cuando la Condesa ordenaba que lo buscaran, y fuera de eso, lo ignoraban por completo. Serena sabía que acudir directamente a la Condesa en busca de respuestas sería un error. No solo perdería el tiempo, también se expondría a represalias. Además, ella no podía presentarse ante Julia por voluntad propia; era Julia quien decidía cuándo llamarla, y hacía mucho que no lo hacía.
Aun así, Serena investigó todo lo que estuvo a su alcance. Pasaron semanas, luego meses, y al final su búsqueda parecía perderse en un laberinto sin salida. Exhausta, con la esperanza debilitándose, un día se detuvo.
Ese mismo día, fue hasta el árbol donde siempre solían sentarse juntos. El pañuelo, intacto, estaba entre sus manos, lo sostuvo con fuerza.
—¿De verdad vas a desaparecer así...? —murmuró, la voz quebrada.
El cielo, cargado de nubes oscuras, respondió con un aguacero. Las gotas comenzaron a deslizarse por su rostro, mezclándose con las lágrimas que llevaba tiempo conteniendo. Serena cerró los ojos, dejándose arrastrar por esa lluvia que parecía compartir su dolor.
Ese día comprendió que tal vez nunca volvería a ver a Rhaziel. Sin embargo, en lo más profundo de su corazón, había una chispa que se negaba a apagarse. La esperanza, frágil, pero obstinada, permanecería en ella por siempre.
Aquí tienes el fragmento reescrito y corregido, con la estructura más propia de una novela, diálogos fluidos y una narración más cohesionada:
—Mira a ese —comentó uno de los hombres que observaban desde la sombra de una carpa—. Apenas es un crío y blande la espada como un loco… ¿quién es?
—Ah, ese chico… —respondió otro, entornando los ojos—. Llegó hace unos meses. Lo reconozco por su tono de piel, tan peculiar. Es de la casa Volrhat… su nombre es Rhaziel, creo.
En ese momento, Rhaziel se detuvo y pasó el dorso de la mano por su frente para secar el sudor que le ardía en los ojos. Sus manos temblaban de cansancio, llenas de ampollas abiertas que se mezclaban con la sangre reseca. No había hecho otra cosa desde su llegada que entrenar día y noche, una y otra vez, hasta que sus músculos dolían como fuego. Mientras tomaba ese respiro, la conversación de aquellos hombres continuó.
—Mmm… si es de la casa Volrhat, entonces es una de esas familias que compraron su título nobiliario —murmuró.
—Así es.
El primero arqueó una ceja, intrigado.
—Es curioso… este joven no se parece en nada a ese otro.
—¿A quién te refieres?
—Antes de venir aquí, solía frecuentar ciertos lugares para… divertirme —dijo con una sonrisa torcida—. Allí era bien conocido un joven con unos ojos morados idénticos a los de este crío. Roger Volrhat… Sí, ese era su nombre. Se decía que pasaba más tiempo en burdeles y tabernas que en su propia casa. Al parecer prefirió enviar a su hermanito en su lugar antes que arriesgarse él mismo.
El otro rió, un sonido áspero y seco.
—¿Qué te causa tanta gracia?
—¿De verdad crees que son hermanos? —replicó con burla, inclinándose hacia él—. Míralo bien… Es evidente. Ese chico no es más que un bastardo. Por eso lo arrojaron aquí, como carne de cañón.
Rhaziel había escuchado cada palabra. Lentamente, giró la cabeza hacia ellos. Sus ojos violetas se clavaron en los hombres con tal intensidad que ambos se removieron incómodos. Había en esa mirada algo frío, cortante, que les revolvió el estómago.
—¿Qué le pasa? —susurró uno, tratando de restar importancia a la incomodidad que lo asaltaba, aunque en el fondo sentía un leve temblor de miedo.
—No importa. Vámonos de aquí —dijo el otro con desdén, apartando la vista.
Cuando se alejaron, Rhaziel volvió a alzar la espada. El hierro pesaba como plomo en sus manos, pero en su interior ardía algo más fuerte que el cansancio. Una imagen cruzó su mente: unos ojos dorados, brillantes como rayos de sol; una cabellera plateada que resplandecía como la luz de la luna; y una sonrisa tan cálida que podía iluminar hasta la más oscura de las noches.
—Serena… —murmuró apenas audible.
Inspiró hondo y levantó de nuevo la espada. El cansancio seguía allí, el dolor laceraba sus manos, pero nada de eso importaba. Blandió el acero con renovada fuerza, cada movimiento impregnado de una determinación feroz. Ahora que recordaba dónde estaba y por qué, sabía que no había marcha atrás. Aunque las probabilidades estuvieran en su contra, estaba dispuesto a luchar, a resistir y a sobrevivir.
Solo de esa manera podría volver a ver aquella sonrisa.
que pasará 🤔 todavía falta mucho por qué regrese su salvador.
y este loco pervertido autoritario y con una madre loca y permisiva. no podra salvarse de lo que quiera hacer este loco.😭😭😭😭😭😭😭😭
Todos sus planes acaban de esfumarse como un débil suspiro.
Espero que Roger no logre hacerle nada antes de la ceremonia de bodas (la cual, según la sinopsis, es interrumpida por un guerrero de ojos violeta).