La humanidad siempre ha creído que su mayor amenaza vendría de la guerra, la enfermedad o la escasez. Nunca imaginaron que el verdadero peligro se gestaba en un reino que pocos pueden ver: el Mundo Astral. Un plano donde los sueños y la conciencia convergen, donde los pensamientos tienen peso y las emociones dan forma a la realidad misma. Para la mayoría, es un espacio inaccesible, un misterio olvidado por la civilización moderna. Pero para unos pocos, es un campo de batalla.
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El mundo Astral pt. 4
Al descender, lo primero que llamó su atención no fue la casa, aunque la estructura imponía respeto con su fachada antigua y cargada de una atmósfera pesada, casi opresiva. Fue el chico que estaba parado frente a ella, como una figura solitaria en medio del caos.
No lo habían notado al principio, no porque estuviera escondido o careciera de presencia, sino porque la energía de la casa era tan densa y perturbadora que opacaba incluso a alguien como él. Sin embargo, ahora que lo miraban de cerca, era imposible ignorarlo. Su porte era firme, su silueta resaltaba bajo la tenue luz que emanaba del cielo astral, y la intensidad de su presencia era casi tangible.
Leon ya estaba junto a él, habiéndolo alcanzado antes que las chicas.
—Así que, ¿esta es la casa de la que hablaban? —preguntó Leon mientras se acercaba por detrás con pasos medidos. Sus ojos recorrían la estructura, atentos a cualquier movimiento extraño.
El chico, sin voltear del todo, respondió con un tono sereno, pero cargado de una autoridad natural:
—Ya he estabilizado la anomalía y me encargué de los entes. —Hizo una pausa, como si midiera sus palabras antes de continuar—. Pero la cantidad de energía negativa aquí reunida es impresionante, ¿no lo crees?
Leon cruzó los brazos, observando la casa con una expresión neutral, aunque sus ojos traicionaban cierta cautela.
—¿Estás diciendo que no hay más peligro? —preguntó, su voz teñida de incredulidad.
Antes de que el chico pudiera responder, Meave intervino, su voz resonando con un tono burlón:
—¡Hey! Tú aceptaste el trabajo, ¿no te estarás acobardando… o sí? —La pelirroja gritó desde atrás, su sonrisa amplia y desafiante mientras cruzaba los brazos.
El chico finalmente giró la cabeza hacia ella, sus ojos brillando con un leve destello verde, como si analizara cada fibra de su ser. Una media sonrisa se formó en su rostro.
—Cobardía no tiene nada que ver con esto. Si me preocupan estas cosas, es porque sé lo que pueden desencadenar. —Sus palabras eran calmadas, pero llevaban un peso que Meave no podía ignorar.
Pax, mientras tanto, se mantenía en silencio, observando con curiosidad y una pizca de nerviosismo. Había algo en la interacción entre todos que le hacía sentir como si estuviera en medio de un juego en el que aún no entendía las reglas.
—¿Quién es él? —susurró Pax a Meave.
La pelirroja le lanzó una mirada divertida antes de responder:
—Ése es Ariel. Y créeme, hay mucho más en él de lo que parece.
Leon dio un paso al frente, rompiendo la tensión.
—Bien, si ya está bajo control, sólo queda asegurarnos de que no haya grietas o residuos que puedan abrir otra perturbación. —Miró al chico con una leve sonrisa torcida—. ¿O prefieres que lo haga yo?
La chica disfrutaba visiblemente la incomodidad del chico, sus labios curvados en una sonrisa maliciosa. Leon, de pie junto a él, también sonreía, aunque su expresión era más serena, casi alentadora. Colocó una mano en la espalda del chico, dándole un leve empujón.
—Vamos, Ariel. Ya estamos aquí. Ve a despertar a la más lúcida. —Su tono era calmado, pero firme—. Nosotros te cubrimos la espalda.
Ariel respiró profundamente, tratando de calmar la oleada de dudas que lo invadía. Pero la necesidad de cumplir con su tarea era más fuerte que su vacilación. Sin decir una palabra, se adentró en la penumbra de la casa.
Pax lo observó desaparecer entre las sombras, su corazón latiendo más rápido de lo habitual. Había algo extraño en el ambiente, algo que no podía definir. Su mirada se dirigió a Leon, que permanecía inmutable, su atención fija en una ventana del edificio.
—Mira allí —señaló Leon, sus ojos afilados como si pudiera atravesar las paredes con la mirada.
Pax siguió la dirección de su dedo. A través del cristal, vio a Ariel inclinado sobre una mujer dormida. La penumbra del cuarto apenas dejaba entrever sus movimientos. Su mano se posó con suavidad sobre la frente de la mujer. Entonces, en un parpadeo, algo cambió.
Un destello leve iluminó la habitación, y de repente, estaban de vuelta al lado de ellos. Los ojos de la mujer se abrieron de golpe. Su respiración era irregular, como si acabara de salir de un sueño profundo y turbulento. Ariel retrocedió un paso, su rostro mostrando una mezcla de cautela y curiosidad.
—Hola... —empezó Ariel, su voz serena pero algo tensa—. Soy Ariel, y somos los que...
Leon no le dejó terminar. Dio un paso al frente, con una rapidez que sorprendió incluso a Pax.
—Espera. —Su voz era grave, cargada de alarma—. Algo está mal.
La confundida chica miro a Leon un momento, poco después volteo a ver hacia su casa y pareció asustarse, ya que sus hombros se tensaron y dio unos pasos hacia atrás tratando de cubrirse con Leon y Ariel.
—a-ahí están de vuelta... —dijo la chica tímidamente.
—¿Que pasá, Leon? —Preguntó la chica pelirroja al ver a Leon con el ceño fruncido.
Pax había dejado de prestar atención a Ariel y ahora estaba con la mirada fija al frente y no lo había visto antes, pero ahora, con una atención casi dolorosa, distinguía múltiples figuras. No eran personas pero unas tenían rostros grotescos, otras eran simplemente formas amorfas que se retorcían y se contorsionaban, pero con ojos que se iluminaban como brasas en la oscuridad, siluetas oscuras, entes que parecían surgir de las sombras. Uno, corpulento y casi amorfo, se movía con lentitud; otro, esbelto y alargado, se deslizaba con una gracia inquietante. Y había más, muchos más, asomándose desde las esquinas, desde los árboles, desde cualquier recoveco. Eran como sombras hechas realidad, sus formas fluctuantes y amorfas.
Ariel, junto a ella, parecía a punto de desmoronarse. El sudor resbalaba por su frente, manchando su camisa, y sus ojos reflejaban un miedo atávico. Pax, sin embargo, sentía una extraña atracción. Era como si esas sombras la llamaran, la invitaran a adentrarse en un mundo desconocido. Se acercó un paso, luego otro, embelesada por la danza macabra de aquellas criaturas.