Una historia de amor paranormal entre dos licántropos, cuyo vínculo despierta al encontrase en el camino. el llamado de sus destinados es inevitable.
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Bajo la Lluvia
—Ella ha vuelto con su madre hace apenas dos semanas —informó Kael, el beta, sin levantar la mirada del dossier que sostenía entre las manos—. Vivieron lejos del territorio, cruzando el límite sur, cerca de las montañas. Bajo perfil. Cero contacto con otros clanes.
Eirik permanecía de pie, cruzado de brazos junto a la ventana de su despacho. La lluvia golpeaba con insistencia los cristales, como un tambor lejano.
—¿Y el padre?
—Desaparecido desde hace más de diez años. No hay registros oficiales, pero según un par de informes viejos… se sacrificó para protegerlas. Nunca se encontró el cuerpo.
Eirik no respondió de inmediato. La mandíbula tensa, la mirada fija en un punto invisible entre los árboles del bosque.
—¿Alguien más sabe que están aquí?
—No todavía. Pero… hay algo más.
Kael dudó, cosa poco común en él.
—¿Qué?
—No pude confirmar nada, pero escuché a un viejo rastreador mencionar que la chica, Aelis… podría tener una marca. Una señal de herencia mágica.
Eirik giró lentamente hacia él.
—¿Estás diciendo que tiene un poder?
—No lo sé con certeza, pero si lo tiene y no está despierto aún, alguien podría estar esperándolo.
Un largo silencio se instaló entre ellos. Eirik se acercó al perchero, tomó su abrigo oscuro y lo colocó sobre los hombros.
—Voy a verla —dijo simplemente.
—¿Necesitás que te acompañe?
—No. Esto… tengo que hacerlo yo.
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La lluvia era más intensa cuando Eirik llegó a la parada. No sabía si era coincidencia o destino, pero allí estaba ella. Mojada, temblando, con el ceño fruncido como si el mundo entero le debiera una explicación.
—¿Siempre olvidás el paraguas, o solo cuando llueve?
Aelis se volvió con lentitud. Al principio pareció molesta, pero sus ojos vacilaron apenas al reconocerlo.
—¿Me estás siguiendo?
—No —respondió él, con la voz grave y tranquila—. Solo pasaba.
Ella entrecerró los ojos, escéptica.
—¿Y justo pasabas por aquí… con un paraguas?
—Digamos que tengo buen instinto.
Le ofreció el paraguas con un gesto de cabeza. Aelis dudó, pero el frío en sus hombros pudo más. Dio un paso hacia él, y de inmediato, el espacio entre los dos se volvió incómodamente estrecho.
—¿Disfrutás esto? —preguntó ella, con una mezcla de curiosidad y fastidio.
—¿El qué?
—Hacerme sentir fuera de lugar.
Eirik sonrió apenas.
—No. Pero es interesante que digas eso… cuando sos vos la que hace que todo alrededor parezca fuera de lugar.
Ella parpadeó. Había algo en su tono que no era burla. Era verdad. Cruda. Y por eso la desarmaba.
Entonces sucedió: una descarga sutil, como electricidad estática, recorrió sus brazos cuando sus hombros se rozaron. Ambos se tensaron. No fue casual. No fue imaginación.
Aelis lo miró con los ojos muy abiertos.
—¿Sentiste eso?
Eirik la observó, serio.
—Sí. Y no fue la lluvia.
Por un segundo, el silencio pareció vibrar.
Ella tragó saliva, con el corazón desbocado por razones que no comprendía del todo.
—¿Quién eres en realidad?
—Alguien que va a protegerte —dijo, sin dudar.
El bus llegó. Aelis subió sin mirar atrás, pero en el reflejo de la ventana, vio que Eirik seguía allí. Bajo la lluvia. Mirándola como si ya la hubiera elegido.
Y por primera vez, no supo si debía tener miedo… o dejarse caer.