SÉPTIMO libro de la serie ENTREGANDO MI CORAZON.
Soy hija de unos padres que viven de las apariencias y el egoísmo. Lo único bueno en mi vida es mi hermanita y lo único que busco es extender mis alas recortadas y volar. Conocí al primer amor de mi vida y a los pocos días lloro su partida. No creí que el mundo daría vueltas y me daría una enorme sorpresa. Ahora tendré un hijo y gané un enemigo tan caliente que me enloquece. No sé si lo quiero ahorcar o besar... o ambos.
Soy un cínico, ocultando todo mi tembloroso ser detrás de un muro de prejuicios y unas espinas de desconfianza. Eso es lo primero que aprendí en un mundo donde nadie da la cara por los más indefensos. Hasta que tuve una pequeña familia y una vez más la vida se encargó de arrebatármelos uno por uno. Ahora solo me queda mi ahijado y pelearé por él. No importa lo bella, exquisita y perfecta que sea mi oponente, no perderé mi corazón... o ¿ya lo perdí?
La historia de Lucy y Andy.
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JOSH (CAP. 04)
Estoy hospitalizado. Para los médicos y enfermeras, debe ser cotidiano ver a un paciente llegar el día de su cumpleaños. Tengo 28 años, recién cumplidos. Cuando despierto es de madrugada. El cuarto tiene una luz ligera y sé que no estoy solo. Escucho su suave respiración y giro mi cabeza hacia Claire. Ella es la única constante en mi vida y puedo ver sus mejillas con marcas de lágrimas. No hay recuerdo de mi niñez sin ella en el panorama, ya que paraba en mi casa. Regreso la mirada al techo y pienso que debería irme. Debo darle la oportunidad de hacer una vida normal, que pueda conseguir alguien con quien pase sus días feliz. Si yo me quedo, ella nunca me dejará. Es una extraordinaria persona. Es mi mejor amiga.
Mi otro mejor amigo es Andy. El es el otro chico del vecindario, un niño huerfano en un hogar sustituto que no hacía bien su labor; entonces pasaba todos los día en mi casa. Desde los 12 años, dejamos de ser un par de amigos, para ser un trío de amigos, ya que Andy llegó a nuestras vidas.
Todo marchaba como se suponía. Los tres nos fuimos a Harvard. Andy y yo estudiamos derecho; Claire, turismo.
Nos graduamos a los 24 años y golpeó la primera tragedia de mi vida. Mis padres fallecieron en camino a nuestra graduación. Sentí que se me iba la vida y Claire fue mi ancla. Ella no me dejó solo. Nos amábamos, pero no estábamos enamorados. Ambos lo sabíamos, pero dejamos continuar nuestra relación. Andy se llenó de casos en el bufete de abogados y nos dejó intentar ser una pareja.
Cuando todo estaba siguiendo su curso, la vida me lanzó una segunda tragedia. A los 25 años descubrí que tenía parálisis bulbar progresiva, una enfermedad degenerativa de los músculos. Que inicia con las faciales y luego afecta todo el organismo. Por lo general se detecta entre la niñez y la adolescencia, pero fui una sorpresa para los médicos. Lo peor es que solo hay una esperanza de vida de 3 años luego de su detección.
Una vez más, Claire estuvo ahí. Le dije que debía hacer su vida y me dijo que no me dejaría pasar solo por esto. Me ayudó a ser el chico vibrante y lleno de vida que siempre fui. No me dejé amedrentar. No cuando dejé de pronunciar algunas palabras. No cuando empecé a babear. No cuando empecé con los movimientos involuntarios. Ya pasaron 3 años. Cuando no pude soplar y apagar la única vela que tenía en mi torta y empecé con las convulsiones, lo supe. Moriré y si ya de por si mi cuidado era extenuante, no quería cargar a Claire con más.
Después de mi 28vo cumpleaños, pasé 3 meses hospitalizado. Cuando me dejaron lo más estable que se podía, osea respirar por mi cuenta, me dieron el alta. Antes de salir del hospital, tomé las manos de Claire, las llevé a mis labios y le di un patético intento de beso. La solté y empecé a gesticular. Ambos aprendimos lenguaje de señas, cuando empecé a fallar diciendo palabras sencillas.