MI DESTINO ERES TU

CAPÍTULO 17

Aurora no podía dejar de pensar en el hombre que le brindó ayuda en la carretera. Había algo en su forma de mirar y en la tranquilidad con que la atendió que la impactaba profundamente. Sin embargo, no era el momento de enfocarse en desconocidos. Tenía tareas que completar y una campaña que necesitaba presentar pronto. Decidió grabar al aire libre para dar un toque más auténtico al nuevo producto.

No obstante, el destino le jugó una mala pasada con un neumático pinchado justo cuando volvía a la ciudad. Por suerte, ese hombre apareció y le prestó asistencia.  Mientras conducía hacia su trabajo, sintiendo tensión en el abdomen y los pies hinchados, se daba cuenta de que se estaba exigiendo demasiado. Al enterarse de lo sucedido, su padre la reprendió con dureza.

—¿Qué haces conduciendo sola?! ¡Estás en el final de tu embarazo, Aurora!

—Papá, estoy bien. Solo fue un neumático. No quería incomodar a nadie.

—No es una incomodidad, es sentido común. Debes cuidar de tu bebé. ¡Y de ti misma!

Aurora bajó la vista, sintiéndose como una niña otra vez. No dijo nada. Estaba agotada… tanto física como emocionalmente. Y Arturo seguía presente como una sombra persistente.

Desde que se enteró de su embarazo, no perdía oportunidad de aparecer con excusas tontas: un informe que entregar, una llamada que hacer, o una bolsa de galletas "para calmar antojos".  Aurora intentaba evitarlo lo más que podía. No podía soportar su hipocresía. Su nueva pareja, Cristal, tampoco estaba contenta. Últimamente, Arturo se ocupaba más de su embarazo que de ella. Había retrasado la boda —según decía, para no "estresarse"—, pero Cristal sabía que era por Aurora.

En silencio, comenzó a planear algo. Varios días después, Aurora estaba revisando documentos en su oficina cuando sintió un dolor agudo en el abdomen que la hizo soltar el bolígrafo. Luego sintió otro.

Y otro más. El trabajo de parto había comenzado.

Siguiendo lo que le enseñaron en las clases prenatales, controló su respiración, se levantó y tomó su bolso. Llamó a su jefe.

—Voy al hospital… el trabajo de parto ha comenzado.

Al ver que ella salía con expresión angustiada y las manos en el abdomen, él insistió en llevarla.

—No estás en condiciones de tomar un taxi, Aurora. Vamos.

Durante el viaje, Aurora llamó a su padre. Clemente salió rápidamente. No encontró a su chofer, así que decidió usar el auto de su hija. Al salir del edificio, se topó con Arturo.

—¿Está todo bien, señor Clemente?

—¡Aurora está a punto de dar a luz! Voy al hospital, pero no tengo chofer.

—Déjeme llevarlo. Prometí estar presente cuando naciera mi hija.

Clemente, aunque con dudas, aceptó.

—Vamos, pero rápido. No quiero perderme este momento.

En el hospital, Aurora fue admitida de inmediato. Tenía miedo, pero a la vez, se sentía emocionada. Finalmente, conocería a su bebé.  Su madre llegó una hora después, sorprendida de no ver a Clemente allí.

—¿Dónde está tu padre? —preguntó con preocupación.

—Salió hace un rato. Me dijeron que ya estaba en camino al hospital.

Adela intentó contactarlo, pero no contestaba. Pensó que podía estar atrapado en el tráfico y no le dio mucha importancia. Horas más tarde, el llanto de una niña rompió el silencio de la habitación. Dos kilos ochocientos gramos de puro amor. Piel clara, cabello oscuro, ojos color miel… una versión pequeña de Aurora.

—Es preciosa… —susurró Adela, llorando al ver a su nieta—. Lo lograste, mi niña. Fuiste muy valiente. . .

Aurora, cansada, apenas sonrió. Por un instante, el mundo era perfecto.

Sin embargo, la desgracia no tardó en llegar.

Adela observaba a su hija dormir, con el bebé a su lado. Era una imagen de tranquilidad. Pero su corazón estaba lleno de preocupación. Clemente aún no llegaba. No respondía a las llamadas. En ese momento, un oficial de policía se acercó a la habitación.

—¿La señora Adela de Madrigal?

—Sí. . .  ¿qué ha pasado?

—Lamento decirle que su esposo tuvo un accidente automovilístico esta tarde. Murió en el lugar.

—¿Qué? No, no, no. . .  debe haber un error. . . mi Clemente. . .  no puede estar muerto.

—Lo siento, señora. Confirmamos su identidad. Y...  había otra persona en el coche.

—¿Otra?

—Arturo Domínguez. Falleció horas después aquí, en este mismo hospital.

Adela sintió como si su alma se separara de su cuerpo.

—¿Cómo terminaron juntos? Mi esposo salió solo. . .

—Eso no lo sabemos con claridad. Solamente que el auto falló en los frenos. Ya hemos comenzado una investigación.

La mujer asintió, en silencio, destrozada, sin lágrimas.

Horas después, identificó el cuerpo de su esposo. No había error. Era él. Intentó ver el cuerpo de Arturo, pero el oficial le dijo que su "prometida" ya lo había llevado a una funeraria para ser cremado.

—¿Prometida? —preguntó con sorpresa—

—Eso dijo cuando llego por el cuerpo.

Adela sintió un escalofrío. Había algo raro en todo esto. Pero no hizo más preguntas. Su prioridad era Aurora. . .  y la niña.

Guardó el secreto, al menos por ahora. No podía destrozarle el corazón a su hija en ese momento. Pero en su interior lo sabía: el destino había cambiado. Y nada sería igual de nuevo.