Mi nombre es Carolina estoy casada con Miguel mi primer amor a primera vista.
pero todo cambia en nuestras vida cuando descubro que me es infiel.
decido divorciarme y dedicarme más tiempo y explorar mi cuerpo ya que mis amigas me hablan de un orgasmo el cual desconozco y es así como comienza mi historia.
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Capitulo 6
(El reloj marcaba las 6:00 a.m. Carolina se levantó como de costumbre, desperezándose con un suspiro. Miró hacia el otro lado de la cama y vio a Miguel profundamente dormido. Decidió no despertarlo. Caminó hacia la cocina, enfocada en su rutina.)
(Carolina abrió el refrigerador, sacó algunos huevos y jamón, y encendió la estufa. Mientras cocinaba, su mente seguía ocupada con los recuerdos de la noche anterior. Intentó distraerse, pero el nudo en su pecho persistía.)
(De pronto, unos pasos resonaron detrás de ella. Era Miguel, despeinado y aún con la camisa del pijama mal abotonada.)
—Buenos días, amor. —La voz de Miguel era suave, casi conciliadora.
(Carolina, sin mirarlo, continuó batiendo los huevos.)
—Buenos días.
—¿Dormiste bien? —Miguel se acercó al mostrador, apoyándose casualmente.
—Lo suficiente —respondió ella, sin detenerse ni un instante.
(Miguel frunció el ceño al notar la frialdad en su tono. Tomó una taza y se sirvió café).
—¿Te pasa algo? —preguntó, tratando de captar su mirada.
—No, nada. —Carolina volteó para llevar la sartén con los huevos al plato. Luego puso los alimentos en la mesa y comenzó a llamar a su hija —¡Andrea! Baja ya, se hace tarde para el colegio.
(Miguel la observó en silencio. Estaba acostumbrado a que Carolina le sirviera el desayuno con una sonrisa, pero esta vez no hubo ni un vistazo en su dirección. Él carraspeó).
—¿No piensas sentarte a desayunar conmigo?
(Carolina finalmente lo miró, pero su expresión era neutral).
—No tengo hambre.
(En ese momento, Andrea bajó corriendo las escaleras con su mochila en la espalda.)
—¡Mamá, ya estoy lista! —dijo con entusiasmo.
(Carolina le sonrió a su hija, algo que no había hecho con Miguel en toda la mañana.)
—Come rápido, que se hace tarde.
(Mientras Andrea desayunaba, Miguel intentó nuevamente entablar conversación.)
—Carolina, si tienes algo que decirme, hazlo.
—No tengo nada que decir, Miguel. —Su tono era firme, pero sereno.
(Miguel se quedó en silencio, con la taza de café en las manos. Sabía que algo estaba mal, pero no quería insistir. Carolina tomó las llaves del auto y miró a Andrea).
—Vamos, hija.
—¡Adiós, papá! —Andrea saludó con energía mientras salían por la puerta.
(Miguel suspiró y dejó la taza en el fregadero. Miró hacia la entrada, como si esperara que Carolina regresara. Pero sabía que no sería tan fácil recuperar lo que estaba perdiendo).
Decidió irse a vestir y pensando en la actitud de Carolina salió directo a la oficina.
Miguel entró a su oficina, todavía con la mente revuelta después de la noche anterior. Apenas tuvo tiempo de dejar su portafolio sobre el escritorio cuando su amigo y colega, Ricardo, apareció por la puerta.
—¡Hey, Miguel! —lo saludó con una sonrisa burlona—. Estabas perdido todo el día de ayer. ¿Dónde te metiste? ¿O mejor dicho, con quién estabas?
Miguel fingió desinterés mientras revisaba unos documentos en su escritorio.
—No digas tonterías, Ricardo. Estuve ocupado con clientes.
Ricardo cruzó los brazos y apoyó un hombro en el marco de la puerta.
—¿Ocupado con clientes o con alguien en particular? Vamos, somos amigos, puedes confiar en mí.
Miguel lo miró con el ceño fruncido, pero su tono fue más ligero de lo que sugería su expresión.
—¿Qué te hace pensar que hay algo más?
Ricardo se encogió de hombros y esbozó una sonrisa cómplice.
—Solo digo que, últimamente, te noto más… distraído. Como si tuvieras algo o alguien rondándote la cabeza.
Miguel suspiró y tomó asiento.
—No estoy para bromas, Ricardo. Si no tienes nada importante que decirme, mejor vuelve a tu despacho.
Ricardo rió suavemente.
—De acuerdo, de acuerdo. Pero no puedes esconderte para siempre, amigo. Si necesitas hablar, sabes dónde encontrarme.
Sin esperar respuesta, Ricardo salió de la oficina, dejando a Miguel solo con sus pensamientos. Miguel se recostó en su silla, mirando fijamente a la puerta por la que su amigo acababa de salir.
"Maldita sea, Ricardo tiene razón…" pensó. "Emely está complicando todo, pero no puedo alejarme de ella. Y luego está Carolina… ¿Qué estoy haciendo con mi vida?"
Carolina estacionó el auto frente al colegio y volteó hacia Andrea, quien revisaba rápidamente su mochila.
—¿Llevas todo, hija? —preguntó con ternura.
—Sí, mamá —respondió Andrea, cerrando la mochila y mirándola con una sonrisa—. ¿Puedo quedarme después de clases para ensayar con mis amigas?
—Claro, pero llámame cuando termines. Estaré en la tienda.
Andrea se inclinó para darle un beso en la mejilla.
—Gracias, mamá. Que tengas un buen día en el trabajo.
Carolina la observó bajar del auto y caminar hacia la entrada del colegio. Esperó hasta que desapareció entre los demás estudiantes antes de arrancar nuevamente. El trayecto hacia la tienda fue breve, pero su mente no dejaba de dar vueltas a lo sucedido la noche anterior con Miguel.
"¿Qué pasó con nosotros? Antes no podía esperar a llegar a casa para verme, "pero ahora parece que siempre está cansado o distante…", pensó mientras estacionaba frente al trabajo.
Al entrar a la tienda, sus compañeras ya estaban en movimiento. Mariana, siempre la más habladora, fue la primera en notar su llegada.
—¡Carolina! Justo a tiempo. Tenemos un par de clientes que parecen estar buscando algo especial.
—Buenos días, Patricia —respondió Carolina, dejando su bolso detrás del mostrador—. ¿Qué buscan?
—Ropa interior para aniversario, creo. Ya sabes, el clásico: algo sexy para sorprender.
Carolina forzó una sonrisa mientras se colocaba su uniforme.
—Perfecto. Vamos a ayudarlas.
A medida que avanzaba la mañana, Carolina trató de concentrarse en las clientas y en mantener la energía de la tienda, pero en el fondo, sentía una mezcla de frustración y tristeza. La conversación con Andrea por la mañana había sido un momento de paz, pero todo lo demás la hacía sentir que su vida estaba en pausa.
Al salir de su oficina tras atender unos inventarios, Patricia se le acercó con una sonrisa traviesa.
—Carolina, ¿todo bien? Estás más callada que de costumbre.
—Sí, solo… cosas en casa. Ya sabes cómo es.
Patricia asintió con comprensión, pero no dejó pasar la oportunidad de bromear.
—Bueno, si las cosas en casa están aburridas, tal vez deberías inspirarte aquí. Mira toda esta lencería. Seguro que con algo de esto puedes encender una chispa.
Carolina soltó una risa, aunque un poco forzada.
—Tú siempre tan oportuna, Patricia.