Melanie Harper quiere disfrutar de unas merecidas vacaciones antes de enfrentar su dura realidad y tomar una decisión que afectará, sin duda, el resto de su vida, sin embargo, no contaba con que Conor Sullivan apareciera en su vida, y la hiciera vivir todas las aventuras que alguna vez soñó con experimentar.
Conor Sullivan guarda un secreto, es el Capo de la mafia Irlandesa, pero no dejará que Mel se aleje de él por su trabajo, antes peleará con la misma muerte de ser necesario.
Porque si encuentras a la persona que te hace feliz tienes el derecho a hacer lo que sea para conservarla a tu lado, incluso si aquello implica que sangres.
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Tormenta
Melanie
–No creo que sea necesario –empiezo a decir, pero me callo cuando me vuelve a tomar desde la cintura como si no pesara más que una mochila liviana–. Puedo caminar –agrego cuando no me deja en el suelo.
–La idea es que no lo hagas –es todo lo que dice mientras me lleva de vuelta al auto maldito.
–Odio este lugar –me quejo, cruzándome de brazos cuando me deja en el asiento trasero.
Sonríe y golpea mi barbilla con su enorme dedo índice. Todo en este hombre es enorme.
No vayas por ahí, me digo y lucho contra un sonrojo cuando mi mente de alcantarilla piensa en las dimensiones de otras partes de su cuerpo.
–¿Qué estás pensando? –pregunta divertido.
–No quieres saberlo –digo y siento como la sangre fluye a gran velocidad hacia mis mejillas.
–Algo me dice que quiero saberlo.
–No confíes siempre en tus instintos –mascullo–. A mí me han fallado en múltiples ocasiones.
–Creo que ahora no lo harán. Dime qué te hizo sonrojarte de esa manera.
–Tengo calor –digo.
Sonríe. –Debe haber unos dos grados en este momento.
–Dos grados me parece suficiente para acalorarme.
–Si no me dices lo que estás pensando mi mente conjeturará algo mucho peor de lo que en realidad es.
Golpeo la cima de su cabeza. –Te dejaré creer lo que quieras, fortachón –digo rápidamente–. Ahora quisiera dormir.
Niega con la cabeza antes de alejarse del auto y dejarme completamente sola.
Suspiro aliviada.
Debo dejar de ponerme en vergüenza delante de los demás. Sobre todo, si la persona se ve como él lo hace.
Me inclino un poco para mirarlo a través de la ventana. Vuelvo a sentir calor en mis mejillas cuando se inclina para recoger ramas del suelo y su camisa se levanta, dejándome ver unos fuertes músculos en su espalda baja.
Todo en él es duro y grande.
No. No vayas por ahí, Mel.
Frustrada me dejo caer contra la tapicería sucia del auto.
Lenny no se ve así. Creo que nadie se ve así. Quizá un jugador de basquetbol o un luchador profesional, pero no la gente normal.
Bueno, imagino que es normal sentir frustración sexual. Después de todo con Lenny… Maldición, ni siquiera puedo recordar cuando fue la última vez que tuvimos sexo.
Soy tan deprimente.
Un hombre que añora a su prometida busca espacios para estar con ella. No se conformaría con excusas baratas. Pelearía contra el mundo por estar con la mujer que ama.
Pero imagino que nunca me amó.
¿Y yo? ¿Lo amé alguna vez?
Quizá al principio de nuestra relación cuando no podíamos quitarnos las manos de encima. Antes de que su papá lo corrompiera en esa marioneta que no tiene opinión propia. Quizá lo amé cuando éramos estudiantes y nos colábamos en la biblioteca para enrollarnos.
Quizá en ese tiempo fui feliz.
Al menos es lo que me trato de repetir para entender por qué alargué una relación que hace años no me hacía feliz.
Y ahora espera que me case con él, y que acepte que me engañará cada vez que mire hacia otro lado.
–¿Por qué, Lenny? –pregunto a la nada–. ¿Por qué lastimarme de esta manera?
Cierro los ojos y me obligo a dormir y a dejar de torturarme. Será una larga noche.
*****
Despierto cuando siento algo extraño en mi frente.
–¿Qué mierda? –pregunto y me giro tan rápido que caigo en el pequeño espacio entre los asientos delanteros y traseros del auto maldito.
Me quejo cuando mi pie duele como si le hubiese pasado una aplanadora encima.
Vuelvo a sentir esa extraña sensación que me despertó, y cuando entiendo lo que es, comienzo a reír.
¿Es una maldita broma?
La gota de agua de lluvia sigue cayendo sobre mi cabeza y en varias partes del auto.
¿Qué auto tiene goteras? Sé la respuesta; el auto maldito.
Lucho para ponerme de pie y muerdo mi puño cuando el dolor en mi pie empeora.
Quizá la argolla de Lenny mantenía la mala suerte a raya, y ahora no tengo protección contra las calamidades.
–Mierda –me quejo cuando caigo fuera del auto sobre mi trasero, con mi pie mirándome desde la inseguridad del auto.
El agua cae con fuerza y todo el lugar parece un barrial.
–Se suponía que serías la tierra donde cumpliría mis sueños –me quejo mirando el cielo oscuro.
Saco mi pie lastimado del auto y consigo ponerme de pie. Trato de luchar contra la oscuridad que cubre todo como un manto. La única luz proviene de una fogata moribunda a unos cinco metros del auto.
¿Dónde se metió el Adonis? Típico de un hombre, desaparecer cuando más lo necesitas.
Voy saltando con mi pie sano hasta llegar cerca de la fogata y es cuando lo veo.
Conor está durmiendo bajo un fuerte que se construyó con hojas y ramas. Se ve muy pacifico durmiendo, impávido a la tormenta que cae a su alrededor.
Salto hacia él y pego un grito cuando me apunta con el arma, todavía sin despertar bien.
–Pero que reflejos –digo levantando mis manos.
Pasa la palma de su mano por su rostro y luego sus ojos se enfocan en los míos.
–Mierda. Lo siento, Mel –dice guardando su Glock. Se levanta y me ayuda a entrar en su fuerte–. ¿Por qué no me llamaste?
–Grité cuando me caí, pero creo que la tormenta amortiguó mi sufrimiento.
–¿Qué pasó con el auto?
–¡Tiene goteras! –exclamo indignada mientras me siento a su lado–. Y ahora tendré que pasar la noche con un extraño armado. ¿Eres un asesino o un violador?
–Violador no –responde divertido.
–Qué suerte la mía –digo con sarcasmo.
–¿Quién es Lenny? –pregunta con curiosidad.
–¿Cómo…?
–Antes de que comenzara a llover dijiste su nombre en sueños. Te oías molesta.
–Por supuesto que sí –digo y hago un dibujo en la tierra con mi dedo–. Es una larga historia.
–Tenemos tiempo –dice ofreciéndome un poco de café que vacía a una taza blanca desde el termo.
Lo recibo. –Es mi prometido –digo.
El gigante toma mi mano izquierda. –No veo una argolla en tu dedo.
–Sí, bueno, la empeñé a tu amigo, el pervertido.
Ríe. –No creo que vuelvas a ver esa argolla.
–Me dijo que me esperaría treinta días.
–Sí, Tonny no es conocido por decir la verdad. Ya debe haberla vendido o cambiado por más de sus películas favoritas.
Arrugo mi ceño. –Lenny me matará.
–Dudo que le importe, estará feliz con verte llegar sana y salva.
Me río sin humor. –Lenny no es así.
–¿No se preocupa por su prometida?
Muerdo mi labio, indecisa de compartir mucha información. Después de todo, Lenny es hijo de Miller, algunas personas lo conocen.
–No quise decir eso.
–¿Qué quisiste decir entonces?
–¿No te queda más de ese fabuloso sándwich? –pregunto para cambiar de tema.
–Lo siento, te lo comiste todo, pero tengo chocolate.
–¿Chocolate? –pregunto ilusionada–. Pensé que a los hombres no le gustaban los alimentos dulces.
Sus ojos se encienden por unos segundos. –Los hombres amamos las cosas dulces –murmura con voz ronca–. Además, todo el mundo ama el chocolate –agrega entregándome una barra de chocolate suizo–. Ahora, dime qué quisiste decir.
–¿Seguimos con lo mismo? –pregunto con el chocolate todavía en mi boca.
–Llámame curioso –dice apoyando la espalda en el tronco y estirando sus musculosos brazos detrás de su cabeza.
¿Qué se sentirá ser abrazada por un hombre así? ¿Ser la receptora de toda su atención, aunque sola sea por una noche?
Incluso su cuello es firme y duro.
–Tierra llamando a Mel.
–Lo siento, mi mente estaba en otro mundo.
–Ya, puedo imaginar en qué parte del mundo precisamente –devuelve divertido–. ¿Qué pasa con nuestro amigo Lenny?, ¿y por qué no te ves tan emocionada cuando hablas del hombre con el que te casarás?
Rasco el barro seco de mis pantalones con la uña de mi dedo índice.
–No sé si deba casarme con él –reconozco por primera vez en voz alta.
–Creo que, si no estás segura, ya tienes tu respuesta.
–No es tan fácil.
–Tampoco es tan difícil –replica.
–¿Estás casado? –pregunto por cortesía, porque por supuesto que un hombre como él debe estar atrapado.
–Dios, no –responde–. Y no tengo intención de hacerlo en el futuro próximo.
Sonrío sin mirarlo. No es que tenga una oportunidad con un hombre como él, pero saber que no tiene a nadie, curiosamente, me hace sonreír.
–Vamos, dime, ¿qué pasa con nuestro amigo Lenny?
Volteo para verlo y muerdo mi mejilla. –Prométeme que no te reirás y que no sacarás conclusiones precipitadas.
Coloca una enorme mano sobre su pecho. –Lo juro por mi madre.
Miro el suelo, tomo una pequeña rama y la uso para hacer círculos sobre la tierra.
–Lo encontré teniendo un trio con su socia y uno de sus mejores amigos –digo rápidamente sin mirarlo. No me atrevería–. Y sé lo que estás pensando. Todos los hombres deben pensar lo mismo. Su prometida no lo satisface, debe ser muy mala en la cama. Pero no lo soy, soy muy buena –me defiendo–. Doy las mejores…–me callo cuando me doy cuenta de que estoy dando demasiada información–. Es verdad que últimamente no nos veíamos mucho, pero he tenido mucho trabajo. Por fin tengo mi propio programa de entrevistas y…–me detengo cuando Conor toma mi mano entre las suyas.
Miro nuestras manos unidas, y quedo sorprendida por lo pequeña que se ve la mía entre las suyas.
–No es tu culpa, Mel –declara. Toma mi barbilla entre sus dedos y me obliga a mirarlo–. No lo es.
–No me conoces y no conoces a Lenny.
–Y no quiero conocerlo –masculla–. Es un cobarde que te traicionó y que además tuvo la osadía de culparte.
–Pero, quizá no hice lo suficiente, quizá no lo amé lo suficiente –susurro siendo completamente sincera.
No sé qué me pasa, pero aquí, con él, me siento segura de expresar lo que de verdad siento.
Quizá es la magia de estar bajo la tormenta en la tierra prometida, o quizá es por compartir el mismo aire en un espacio tan pequeño, pero acogedor.
–No hice lo suficiente –digo con vergüenza–. Me preocupé de mi carrera e inventé cientos de excusas para no viajar a verlo. Odio Los Ángeles –agrego arrugando la nariz–. Ese calor pegajoso y toda esa gente vistiendo marcas… No soy yo ahí. No soy yo con él. Soy una chica que disfruta las tormentas y el clima frío. Nací en Iowa, el clima es húmedo y fresco, y amo estar en el suelo sin preocuparme si estoy ensuciando unos pantalones de una marca italiana, que ni siquiera puedo pronunciar. Me gusta pasar tiempo con los animales en la granja de mis papás. Me gusta ensuciarme y ver el tiempo pasar desde el columpio bajo mi árbol favorito. Me gusta…
Conor coge mi barbilla. Enrojezco cuando me doy cuenta, que probablemente está desesperado por detener mi balbuceo sin sentido.
–Lo siento, no quise…–me callo cuando captura mis labios con los suyos.