María, una joven viuda de 28 años, cuya belleza física le ha traído más desgracias que alegrías. Contexto: María proviene de una familia humilde, pero siempre fue considerada la chica más hermosa de su pueblo. Cuando era adolescente, se casó con Rodrigo, un hombre adinerado mucho mayor que ella, quien la sacó de la pobreza pero a cambio la sometía a constantes abusos físicos y psicológicos. Trama: Tras la muerte de Rodrigo, María se encuentra sola, sin recursos y con un hijo pequeño llamado Zabdiel a su cargo. Se ve obligada a vivir en una precaria vivienda hecha de hojas de zinc, luchando día a día por sobrevivir en medio de la pobreza. María intenta reconstruir su vida y encontrar un futuro mejor para ella y Zabdiel, pero los fantasmas de su turbulento matrimonio la persiguen. Su belleza, en vez de ser una bendición, se ha convertido en una maldición que le ha traído más problemas que soluciones. A lo largo de la trama, María debe enfrentar el rechazo y los prejuicios de una sociedad que la juzga por su pasado. Paralelamente, lucha por sanar sus traumas y aprender a valorarse a sí misma, mientras busca la manera de brindarle a su hijo la vida que merece. Desenlace: Tras un doloroso proceso de autodescubrimiento y superación, María logra encontrar la fuerza y la determinación para salir adelante. Finalmente, consigue mejorar sus condiciones de vida y construir un futuro más estable y feliz para ella y Zabdiel, demostrando que la verdadera belleza reside en el espíritu y no en la apariencia física.
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Trabajando Por Un Futuro Mejor
El hombre asintió y le indicó que lo siguiera. La condujo a través del elegante restaurante, hasta llegar a la cocina, donde un grupo de cocineros y ayudantes se movían con agilidad, preparando los diversos platos.
—Aquí está tu nueva empleada, Javier —anunció el hombre, dirigiéndose a uno de los chefs.
Un hombre robusto, de expresión severa, se acercó a ellos.
—Así que tú eres la nueva mesera, ¿eh? —dijo, escrutándola con la mirada—. Espero que estés lista para trabajar duro, porque aquí no hay lugar para flojos.
María asintió con determinación, sin dejarse intimidar por el tono brusco del chef.
—Lo estoy, señor. Daré lo mejor de mí.
Javier esbozó una sonrisa de medio lado, pareciendo satisfecho con su respuesta.
—Bien, entonces te pondré a prueba esta noche. Más te vale no decepcionar —advirtió, antes de volver a sumergirse en sus labores.
El hombre del traje se dirigió a María una vez más.
—Recuerda, empieza mañana a las siete de la mañana. Asegúrate de estar puntual y presentable. —Le dedicó una mirada significativa—. Y procura mantener tu belleza a raya, aquí no queremos distracciones.
María sintió cómo un leve rubor cubría sus mejillas, pero asintió con firmeza.
—Así lo haré, señor. Muchas gracias por darme esta oportunidad.
El hombre se limitó a asentir y se retiró, dejándola a solas en la bulliciosa cocina. María observó el ir y venir de los cocineros, sintiendo una mezcla de nerviosismo y emoción. Esta era su oportunidad de mejorar la vida de Zabdiel y ella misma.
Esa noche, María se presentó puntualmente en el restaurante, lista para enfrentar su primera jornada de trabajo. Javier, el chef, la recibió con una mirada severa y le asignó una sección del salón para que atendiera a los clientes.
Al principio, María se sintió abrumada por la velocidad y exigencia del servicio. Los clientes solicitaban sus órdenes con premura, y ella corría de un lado a otro, tratando de mantener el ritmo. Más de una vez tropezó con las mesas o derramó alguna bebida, provocando las burlas y quejas de los comensales.
Pero María se negaba a rendirse. Cada vez que sentía que iba a perder el control, pensaba en Zabdiel y en la promesa que se había hecho de darle una vida mejor. Con renovada determinación, se esforzaba por mejorar, prestando atención a cada detalle y aprendiendo rápidamente de sus errores.
Poco a poco, fue ganando confianza y destreza en su labor. Los clientes, que al principio la miraban con desdén, comenzaron a reparar en su amabilidad y eficiencia. Incluso algunos empezaron a dejarle generosas propinas.
Al finalizar su turno, María se sintió exhausta, pero satisfecha. Javier se acercó a ella con una expresión indescifrable en el rostro.
—Nada mal para tu primer día, chica —dijo, cruzándose de brazos—. Parece que tienes madera de mesera.
María no pudo evitar sonreír, aliviada de haber superado esa primera prueba.
—Gracias, señor. Daré lo mejor de mí para mejorar cada día.
Javier asintió con aprobación y se alejó, dejándola sola. María se quitó el delantal y contó cuidadosamente el dinero de las propinas. Sonrió al ver que había logrado reunir una cantidad considerable.
Emocionada, se apresuró a regresar a la choza de zinc. Al llegar, encontró a Zabdiel terminando sus tareas escolares, bajo la atenta mirada de doña Clementina.
—¡Mami, regresaste! —exclamó el niño, corriendo a abrazarla.
—Hola, mi amor —dijo María, abrazándolo con fuerza—. ¿Cómo te fue hoy en la escuela?
—Bien, mami. Doña Clementina me ayudó con mis deberes —respondió Zabdiel, sonriendo ampliamente.
La mujer mayor se acercó a ellos, observándolos con ternura.
—Me alegra que hayas vuelto, hija. ¿Cómo te fue en tu primer día de trabajo?
—¡Muy bien, doña Clementina! —exclamó María, emocionada—. Logré ganar un buen dinero en propinas.
Abrió su bolso y le mostró el fajo de billetes a la anciana, quien la miró con orgullo.
—¡Eso es maravilloso, mi niña! Sabía que lo lograrías. —Le apretó cariñosamente el brazo—. Ahora ve y descansa un poco. Zabdiel y yo prepararemos algo de cena.
María asintió, agradecida por la amabilidad de su vecina. Llevó a Zabdiel a la humilde cama y se recostó a su lado, disfrutando de la paz que reinaba en su hogar.
Mientras observaba el sueño tranquilo de su hijo, María se permitió soñar con un futuro mejor. Ahora que tenía un trabajo, podría ahorrar poco a poco y, quizás, algún día podrían mudarse a una casa más digna.
Sonrió con determinación. No importaba cuánto esfuerzo le costara, haría lo que fuera necesario para darle a Zabdiel la vida que se merecía. Esa belleza que tanto le había traído problemas en el pasado, ahora sería la llave que le abriría las puertas a un mejor porvenir.
Los días siguientes, María se entregó por completo a su trabajo en el restaurante. Aprendía rápidamente, memorizando los platos y las preferencias de los clientes. Javier, el severo chef, no tardó en notar su dedicación y esfuerzo, y poco a poco fue suavizando su trato hacia ella.
Los clientes, que al principio la habían recibido con desdén, comenzaron a apreciar su amabilidad y eficiencia. Pronto, María se convirtió en una de las meseras más solicitadas del local.
Con cada propina que recibía, su corazón se llenaba de esperanza. Sabía que, poco a poco, estaba construyendo un futuro mejor para ella y Zabdiel. Cada noche, al llegar a la choza, se sentaba junto a su hijo y le contaba emocionada sobre su trabajo, prometiéndole que pronto tendrían una casa más bonita.
Zabdiel la escuchaba con atención, sin comprender del todo la magnitud del sacrificio que su madre estaba haciendo. Pero la alegría y determinación que reflejaba el rostro de María eran suficientes para llenarlo de ilusión.
Una tarde, mientras María atendía a una mesa, un hombre bien vestido la observó con detenimiento. Ella notó su mirada penetrante y se sintió incómoda, pero procuró mantener su profesionalismo.