aveces el amor no es lo uno espera
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Epílogo – Carta a mi yo del pasado
Querida Luna:
Sí, a vos. A la que llora en silencio mientras todos duermen. A la que se mira al espejo sin reconocerse. A la que se pregunta, una y otra vez, cómo fue que terminó tan rota, tan sola, tan lejos de sí misma.
A la que cree que no hay salida. Que no hay mañana. Que no hay fuerza en su cuerpo para resistir otro insulto, otro golpe, otra traición.
Quiero hablarte desde un lugar al que todavía no llegaste, pero al que sí vas a llegar. Y no porque alguien venga a salvarte, sino porque un día… vas a decidir salvarte vos misma.
Vas a sentir miedo. Mucho. Vas a temblar al cruzar esa puerta. Vas a pensar en todo lo que dejás atrás, en todos los que te dijeron “yo te avisé”. Vas a creer que estás sola. Pero no lo vas a estar.
Tu hermana va a ser tu escudo. Un nuevo pueblo, tu refugio. Y dentro tuyo, aunque no lo sepas, hay una voz pequeña, débil, pero firme. Esa voz no va a dejarte rendirte.
Vas a volver a reír. Aunque al principio sea bajito, casi sin sonido.
Vas a volver a confiar. Aunque creas que eso ya no es posible.
Vas a mirar a los ojos de un hombre bueno, uno de verdad, y no vas a tener que pedirle que no te grite, ni que no te mienta, ni que te cuide. Él ya lo va a estar haciendo, sin promesas vacías, sin exigencias. Solo porque eso es lo que hace el amor cuando es sano.
Vas a construir con tus propias manos una casa. Pero más importante aún: vas a construirte a vos misma, ladrillo por ladrillo, día tras día. Con caídas, claro. Con días en los que vas a sentir que retrocediste. Pero también con momentos en los que vas a mirarte al espejo y por fin, por fin, vas a reconocerte.
Y te vas a gustar.
Te vas a amar.
Vas a ser madre. Sí, vos. La que creyó que no era digna de dar amor porque nunca supo recibirlo. Vas a tener una hija fuerte, con ojos que todo lo ven. Y un hijo inquieto, lleno de luz, que te va a llamar “mamá” con esa mezcla de asombro y ternura que desarma cualquier sombra.
Vas a escribir. Vas a hablar. Vas a ayudar a otras. Porque tu historia, aunque dolió, no fue en vano.
Vas a volver a caminar por las calles sin mirar por encima del hombro. Vas a colgar cortinas blancas en las ventanas sin miedo a que las arranquen. Vas a dejar la puerta abierta, porque ya no tendrás que protegerte de monstruos.
Y un día… como hoy, te vas a sentar con una taza de té, en el porche de esa casa con la galería que soñaste, y vas a escribirte esta carta. No para cerrar la herida, porque las heridas profundas no se cierran del todo. Pero sí para honrarla. Para mirarla sin vergüenza.
Para agradecerle a la Luna del pasado por no haberse soltado.
Gracias por haber aguantado.
Gracias por no haberte rendido.
Gracias por seguir caminando incluso cuando todo dentro tuyo gritaba que te quedaras.
Te abrazo, con todo lo que soy ahora.
Con amor,
Luna
**
Ese atardecer, Luna terminó de escribir la carta y la guardó en una caja de madera junto a otros recuerdos: un listón de su vestido de bodas, la primera flor que Alma plantó, una piedrita que Faro le había regalado diciendo que era “mágica”. Era su caja de vida. De lo vivido, lo superado, lo ganado.
Tomás apareció en la puerta, con las manos sucias de tierra y una sonrisa cansada.
—Los chicos están en el árbol —le dijo—. Alma está leyendo. Faro, tratando de enseñarle al gato a hacer equilibrio.
—¿Y vos? —preguntó Luna, levantándose.
—Yo vine a buscarte. Me faltás.
Luna caminó con él hasta el árbol grande, donde sus hijos crecían entre juegos y ramas. Se sentaron en el pasto. El cielo se pintaba de dorado, y el canto de los pájaros parecía una canción escrita solo para ellos.
Luna observó a Alma, que leía en voz alta, y a Faro, que reía por cualquier cosa. Sintió el cuerpo de Tomás junto al suyo, cálido y seguro. Respiró hondo.
Ya no había dolor que la detuviera.
**
A vos, que llegaste hasta acá:
Gracias.
Gracias por caminar con Luna en cada paso de este viaje. Por quedarte, incluso cuando las páginas dolían. Por creer que la vida, con todo lo que tiene, sigue valiendo la pena.
Ojalá esta historia haya encendido una chispa. Ojalá te recuerde que nadie merece vivir con miedo. Que hay salidas. Que hay otras formas de amar. Que sanar es posible. Que florecer no es un milagro: es una decisión diaria.
Si alguna vez te sentiste como Luna, que este final te abrace.
Y si conocés a alguien que lo necesita, que esta historia sea el puente para que pueda cruzar hacia una vida más libre, más luminosa, más suya.
Gracias, de todo corazón.
Nos vemos en la próxima historia.
— La autora🫶