En un mundo donde las brujas fueron las guardianas de la magia, la codicia humana y la ambición demoníaca quebraron el equilibrio ancestral. Veydrath yace bajo ruinas disfrazadas de imperios, y el legado de la Suprema Aetherion se desvanece con el paso de los siglos. De ese silencio surge Synera, el Oráculo, una creación condenada a vagar entre la obediencia y el vacío, arrastrando en su interior un eco de la voluntad de su creadora. Sin alma y sin destino propio, despierta en un mundo que ya no la recuerda, atada a una promesa imposible: encontrar al Caos. Ese Caos tiene un nombre: Kenja, un joven envuelto en misterio, inocente e impredecible, llamado a ser salvación o condena. Juntos deberán enfrentar demonios, imperios corrompidos y verdades olvidadas, mientras descubren que el poder más temible no es la magia ni la guerra, sino lo que late en sus propios corazones.
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CAPÍTULO XXIII: El Infierno oculto
Nos adentrábamos en el bosque que rodeaba la ciudad, guiados por una única certeza: la entrada a los túneles debía estar allí, oculta entre raíces y memorias olvidadas. Pero tras más de una hora de búsqueda, todo indicaba que el bosque jugaba con nosotros.
—Synera… —la voz de Kenja rompió el silencio con una nota de duda—. ¿No te parece raro? Llevamos caminando en círculos desde hace rato, y no hay ni una pista de la entrada.
Me detuve, escaneando el entorno con la mirada. La niebla entre los árboles parecía más espesa que antes, como si nos observara.
—Sí… lo noto. El ambiente se siente… manipulado. Como si algo nos alejara del lugar a propósito —respondí, frunciendo el ceño—. Este bosque no es normal.
—¡Y mis pies tampoco! —protestó Kenja con tono dramático—. Se sienten como dos piedras. ¿Podemos parar un segundo? Me estoy volviendo parte del ecosistema.
No pude evitar soltar un suspiro acompañado de una leve sonrisa ante su teatralidad.
—Está bien… —respondí, cediendo—. Solo un momento.
Mientras él se dejaba caer sobre una roca cubierta de musgo, cerré los ojos y me concentré. El viento susurraba entre las hojas, pero debajo de esos sonidos naturales… había algo más. Una vibración leve, rítmica, como un pulso arcano enterrado en la tierra.
Un estremecimiento me atravesó, y sin darme cuenta mi mente regresó a otro tiempo. Un recuerdo se abrió paso, tan vívido que parecía desplegarse frente a mí como un espejo roto en medio de la bruma.
Recordé las palabras de Aetherion, suaves como un susurro y firmes como un juramento:
“Mi querido Oráculo… uno de los fundamentos más vitales de la magia no es la destrucción ni la creación, sino la percepción. Existen lugares protegidos por hechizos antiguos, barreras tan bien tejidas que ni los más poderosos sabios podrían verlas… a menos que miren con los ojos del maná.”
Su silueta aparecía desdibujada dentro de una cámara de espejos mágicos, rodeada por constelaciones flotantes que latían como estrellas vivas.
“Estas barreras generan bucles en el entorno: caminos que se repiten, sombras que no se mueven… señales sutiles. Si no puedes avanzar, es porque el lugar ha decidido ocultarse. Para romper ese velo, debes visualizar. No basta con sentir… debes ver más allá. La visualización es el núcleo de toda magia verdadera.”
Cada palabra resonaba en mí como un eco grabado en los huesos, indeleble, imposible de olvidar:
“Expande tu maná… y deja que tu visión rompa la ilusión.”
El recuerdo se desvaneció como un suspiro, y volví a sentir la humedad fría del suelo bajo mis pies, anclándome de nuevo en el presente.
Kenja me miraba desde su roca improvisada, los ojos llenos de preguntas.
—¿Qué pasa? —preguntó Kenja, arqueando una ceja con su tono burlón habitual—. ¿Se te ocurrió una idea brillante… o vas a hacer que todo el bosque reviente en mil pedazos?
Me incliné hacia adelante, todavía concentrada en la sensación que me envolvía.
—No es eso —respondí con calma—. Hay un hechizo aquí… un encantamiento de ilusión que nos mantiene atrapados en un bucle espacial. Es antiguo, refinado… casi sagrado. —Respiré hondo, acariciando con mis palabras la tensión del aire—. La entrada debe de estar muy cerca, dentro del mismo terreno que pisamos, pero el entorno entero está tejido con magia para impedir que alguien la perciba.
—¿Entonces… es como una ilusión mágica? —preguntó Kenja, inclinándose hacia mí con curiosidad.
Asentí lentamente.
—Exacto. Y para romperla, solo existe una forma: verla con la mente. Visualizar el flujo del maná, reconocer la distorsión del campo arcano… es como leer un libro invisible con los ojos del alma.
Kenja parpadeó un par de veces, incrédulo.
—Vale… eso suena a mitad entre fantástico y suicida —dijo Kenja.
—Ambas cosas —respondí con una breve sonrisa, cerrando los ojos de nuevo—. Y ahora, silencio… no hagas ruido.
Me concentré, dejando que mi respiración se apagara hasta volverse apenas un suspiro. Entonces, como un destello contenido, dejé brotar mi aura y expandí mi maná solo por una fracción de segundo. Más tiempo habría sido un riesgo: los demonios ocultos en la villa lo habrían sentido de inmediato… y no podíamos darnos ese lujo.
Entonces ocurrió.
Lo vi.
Una pulsación sutil en el aire, como una onda sobre el agua. La ilusión se resquebrajó momentáneamente, y detrás del velo, apareció una entrada: una cueva escondida bajo una capa de hechizos sagrados. Pergaminos sellados colgaban del arco de piedra, escritos en un lenguaje olvidado que vibraba con energía viva.
—Ahí… —señalé—. Es en esa dirección. Una cueva protegida por una barrera mágica. Los pergaminos de sellado están camuflados, pero ahora los veo. El hechizo se desplaza con el entorno, como si respirara. Solo alguien que haya sido entrenado en la visualización podría haberlo detectado.
Kenja se levantó de golpe, sacudiéndose la ropa.
—Genial… —dijo Kenja, rascándose la nuca con gesto nervioso—. Solo espero que no explote cuando entremos. Y, eh… ¿no habrá más trampas mágicas escondidas por ahí, verdad?
—Es probable que sí —le respondí, comenzando a caminar hacia la entrada revelada—. Pero al menos ya no estamos perdidos.
La niebla comenzó a disiparse mientras nos acercábamos.
El bosque, por primera vez, parecía observarnos en silencio.
Y la entrada… nos esperaba.
Llegamos justo frente a la entrada de los túneles. La barrera mágica danzaba en el aire como un velo líquido, transparente pero palpitante, vibrando con una energía antigua. No era agresiva… pero tampoco inofensiva. Sabíamos que intentar destruirla sería el fin para los refugiados que se encontraban dentro.
Kenja se acercó cauteloso, con las manos entrelazadas detrás de la espalda, examinando la barrera como si pudiera desactivarla con solo mirarla.
—Hmm… se ve inestable. Tal vez si lanzo una piedr—
Antes de que terminara, le di una suave patada por detrás.
—¡¿Pero ¡¡¿qué diablos te pasa, Synera?! —gritó Kenja desde el otro lado, completamente ileso, pero visiblemente indignado—. ¡¿Por qué me empujaste?!
Caminé tranquilamente hacia él, sin responder de inmediato, mientras mis tacones resonaban sobre la roca húmeda con un eco elegante.
—Solo quería ver si la barrera era peligrosa —dije, encogiéndome de hombros con aire arrogante—. Si explotabas, me ahorrabas el experimento. Y si no… bueno, aquí estás. Vivo.
Kenja abrió la boca como un pez fuera del agua, los ojos desorbitados.
—¡¿Esa era tu brillante idea?! ¿¡Usarme de conejillo de indias para probar si la barrera mataba o no?! ¡Pude haber muerto! ¡Electrocutado, partido en dos, reducido a cenizas! ¡Eres cruel! ¡Malvada! ¡Bruja descarada! —dijo Kenja, casi echando humo por las orejas.
Pasé a su lado con toda la calma y la dignidad del mundo, sacudiendo mi vestido y acomodando mi cabello como si nada hubiera pasado.
—Ay, ya… no exageres —dije con tono engreído—. A lo mucho te habrías electrocutado un poquito. Es solo magia pura, refrescante, como un baño de energía. Además… vaya decepción de barrera, esperaba mucho más de ella.
—¡¿Refrescante?! ¡Una descarga eléctrica me hubiera dejado con el cabello en llamas y la piel herida! —chilló dramáticamente, llevándose las manos al pecho como si hubiera sobrevivido a una guerra.
—Qué llorón eres... Ashh —resoplé—. Sigamos adelante.
Nos internamos. La atmósfera cambió al instante. El aire estaba frío, denso, como si el túnel respirara desde lo más profundo de sus entrañas. La oscuridad era casi líquida, envolvente, como si intentara tragarse la luz misma.
—Este lugar está muy oscuro… me da miedo. Y no veo nada —susurró Kenja, pegándose detrás de mí como una sombra temblorosa.
Rodé los ojos y extendí la mano con desdén.
—¿En serio todo lo debo hacer yo? —chasqueé los dedos, y una esfera de luz cálida apareció sobre nosotros, flotando suavemente, iluminando el túnel como si contuviéramos un pequeño sol atrapado en una burbuja de magia.
El brillo acarició las paredes húmedas, revelando símbolos antiguos tallados en la piedra, casi imperceptibles. Había un murmullo… un eco que no venía de nosotros.
Kenja alzó la vista, deslumbrado.
—Woooow… ¡eso fue asombroso! ¡Iluminaste todo! ¡En serio necesito aprender a hacer eso! —exclamó, dando vueltas como un niño en una feria.
Me crucé de brazos, dejando que la luz realzara mi perfil con toda la intención del mundo.
—No es gran cosa… para alguien como yo. Además, tú no eres bruja… ni hechicero… ni siquiera medianamente útil —dije, con una sonrisa burlona.
—¡Oye! ¡Eso sí fue ofensivo! —reclamó Kenja, indignado.
—¿Y? —repliqué con frialdad, girando apenas la mirada hacia él—. Estoy perdiendo la paciencia, Kenja. Avanza… o juro que te convierto en lámpara.
Él murmuró por lo bajo, enfurruñado, casi mordiéndose las palabras:
—Bruja amargada… —dijo Kenja, frunciendo el ceño como un niño regañado.
Me giré lentamente y le lancé una mirada afilada, tan helada que el aire a nuestro alrededor bajó dos grados.
Kenja palideció y sonrió con nerviosismo.
—¡Dije… amada! —exclamó Kenja, gesticulando como si estuviera defendiendo su vida—. Bruja amada… por todos. Muy querida. ¡Sí! ¡Eso mismo!
—Ajá… —dije sin dejar de fulminarlo con la mirada.
Y así, seguimos caminando por los túneles, rodeados de oscuridad, antiguas runas y un silencio que no era silencio… sino algo que susurraba desde las profundidades.
Tal vez… solo se trataba de los refugiados.
Tras un buen rato caminando entre los túneles, finalmente llegamos al final del camino: un callejón sin salida. Sobre nosotros, una abertura oculta dejaba filtrar la luz exterior, también protegida por una barrer mágica. Desde allí se divisaban fragmentos del cielo nocturno. Era la salida... y también la conexión secreta con el parque central de la villa.
—Hmm… qué extraño —murmuré, deteniéndome bajo la abertura—.
Escucho susurros… pero no hemos visto ni a uno solo de los humanos que deberían estar refugiados aquí abajo. Esto termina aquí… aunque tal vez detrás de esta pared haya una cámara oculta. No importa. Estarán bien. Al menos por ahora.
Kenja asintió y abrió la boca para hablar.
—De acuerdo, continuemos con el pl—
No lo dejé terminar. Di un salto ágil y usé su rostro como impulso, apoyando mi pie con elegancia para salir del túnel por el pozo de acceso, dejando a Kenja abajo, indignado y con tierra en la boca.
—¡¿QUÉ TE PASA?! —refunfuñó desde abajo, casi saltando de frustración—. ¡Creo que disfrutas torturarme de alguna manera! ¿No podías simplemente pedir ayuda? ¡Estoy aquí para impulsarte, no para que me trepes como una cabra montañosa!
Desde arriba, acomodé mi cabello con calma y lo miré sin un ápice de culpa.
—Lo resolví rápido. No te quejes —dije, sacudiéndome con indiferencia—.
Kenja se impulsó de un salto, y contra toda expectativa, aterrizó a mi lado con la gracia de un acróbata.
—De verdad que eres... —comenzó a decir con el ceño fruncido.
Le tapé la boca con una mano antes de que pudiera terminar. Lo miré seria, sin rastro de humor, y le hice una señal con el dedo índice: silencio.
—No hables —le susurré con voz baja y afilada—. La capa que llevas te hace invisible y oculta tu presencia mágica, pero pueden oírte. Camina en silencio. Pégate a mí y no hagas ninguna estupidez.
Kenja tragó saliva y asintió en silencio, por una vez sin quejarse.
Estábamos dentro.
La villa ya no era la misma. Frente a nosotros se extendía un escenario devastado. Edificios reducidos a esqueletos humeantes, casas calcinadas, columnas de humo negro dibujando cicatrices en el cielo. El aire era pesado, con olor a carne quemada y magia demoniaca. Cadáveres esparcidos como hojas secas, sin distinción de edad o clase. Y entre las ruinas... criaturas.
Demonios menores. Deformes, viscosos, con garras afiladas y ojos que destilaban locura. Se movían entre los escombros como perros carroñeros, olfateando, cazando… esperando.
—Bienvenido al nuevo rostro de la villa —dije en voz baja, sin mirar a Kenja—. Si antes era un problema... ahora es un infierno.
Y lo peor de todo… esto apenas era el comienzo.
El aire olía a cenizas y magia oscura, y el silencio era tan pesado que parecía vivo. Los demonios merodeaban entre las ruinas, pero no podían percibirnos. Avanzábamos invisibles, sintiendo su presencia latente, conscientes de que cada paso nos acercaba a un peligro mucho mayor.
Kenja se pegó a mi lado, conteniendo el miedo, y por un instante, solo éramos dos figuras avanzando hacia lo desconocido. La villa estaba viva… y en su corazón, lo que nos esperaba sería peor de lo que cualquiera podría imaginar.