Sr. Y Sra. Claus

Nikolas

La Reina de las Nieves, con su mirada sabia y serena, sabía que Aila sería feliz con su vestido de novia. No se trataba solo de un vestido cualquiera, sino de una creación única, nacida de la magia más pura. Ese vestido no solo la haría lucir radiante, sino que sería indestructible, inalterable, una verdadera obra de arte que ningún poder podría dañar, ni siquiera intentarlo. Ya podía imaginar cómo ese vestido, una vez cumplido su propósito en la ceremonia, tendría un lugar especial. Haría construir una habitación dedicada exclusivamente a él, como un museo lleno de recuerdos. Planeaba incluso encargar un cuadro o una fotografía de Aila luciéndolo ese día, y ese retrato ocuparía un lugar destacado en la Habitación de los Recuerdos, un espacio lleno de momentos inolvidables que marcarían su historia.

En cuanto a mi traje, sabía que no sería tan elaborado. La Reina lo haría después, basándose en una de mis prendas favoritas, algo más sencillo, que no necesitara de tanta magia ni dedicación. Yo mismo podía ocuparme de algunos detalles, y aunque no me preocupaba demasiado mi atuendo, había algo que sí empezaba a inquietarme: la cantidad de personas que habían aceptado asistir a la boda. Incluso aquellos que nunca creí que vendrían, habían confirmado con entusiasmo su asistencia.

—Señor, las hadas de tierra están felices de asistir —anunció Finn, mi asistente, mientras extendía una carta delicadamente decorada, con el sello de la Reina de las Hadas de Tierra.

Tomé la carta y sonreí con una mezcla de asombro y nerviosismo. Era un verdadero acontecimiento que Nikolas Claus finalmente se casara, y más aún, con una humana. Parecía que la noticia había sido como un terremoto en nuestro mundo, rompiendo tradiciones y expectativas de un modo que jamás imaginé.

—Está bien, Finn. Ve anotando quiénes han confirmado para llevar la cuenta de los invitados. —Hice una pausa, reflexionando en voz alta—. Estoy empezando a dudar si deberíamos hacer la cena primero. Creo que sería mejor organizar algo diferente, como un festival, y ofrecer pasabocas en lugar de una cena formal.

—¿Pasabocas? —Finn me miró con curiosidad, levantando una ceja, aunque su sonrisa traicionaba la diversión que sentía al escuchar esa palabra salir de mi boca. Sabía que eso era algo que probablemente Aila diría, no yo.

—Sí, es algo que sirve para calmar el hambre sin llenarte del todo. Pequeñas porciones, algo ligero.

—Ah, entiendo. Me gusta la idea. ¿El festival será solo con los elfos?

—No, Finn. Quiero invitar a todos los que puedan venir. Quiero que este sea un verdadero encuentro entre todos los mundos. La gastronomía de cada reino, los colores, las costumbres... sería una oportunidad única para que todos se mezclen y se sientan bienvenidos.

Finn asintió con entusiasmo mientras tomaba notas en la pequeña tableta que llevaba consigo. Su rostro reflejaba una mezcla de emoción y orgullo. Sabía que él, como los demás elfos, estaría feliz de recibir a tantos invitados y de ser parte de algo tan especial.

A medida que Finn se alejaba para avisar a los demás elfos, me quedé solo por un momento, mirando a mi alrededor. El viento traía consigo el susurro de la nieve y los aromas familiares de nuestro hogar. Mi mente viajaba al día de la boda, al festival, al momento en que Aila caminaría hacia mí, vestida de magia, luz y amor. No importaba cuántos nervios sintiera ahora; sabía que todo valdría la pena. Estábamos a punto de reunir no solo a dos corazones, sino a dos mundos. Y eso era algo que ni siquiera yo, con toda mi experiencia y magia, había imaginado lograr. 

Mientras Finn desaparecía entre las puertas de la mansión, sentí cómo el peso de los preparativos comenzaba a asentarse en mis hombros, pero no de manera opresiva. Era un peso que me recordaba la importancia de lo que estaba por suceder. Este no era solo un matrimonio cualquiera, no era simplemente una unión entre dos personas. Aila y yo estábamos desafiando las barreras del tiempo, las tradiciones y los prejuicios. Por primera vez, alguien como yo, nacido del frío y la magia de las tierras eternas, uniría su vida con alguien de sangre humana, cálida y efímera, pero con una fuerza en su interior que rivalizaba con la mía.

El festival se había convertido en mi nueva obsesión. Quería que fuese algo más que una celebración, algo más que un evento social. Imaginaba puestos de comida de todos los rincones del mundo, con delicias que mezclaran sabores conocidos y desconocidos, para que los invitados pudieran descubrir, explorar y disfrutar. Quería que las luces de los faroles mágicos colgaran como estrellas sobre nuestras cabezas, que las melodías de los músicos flotaran en el aire como un suave encanto, y que cada rincón del lugar contara una historia de unión y esperanza.

Estaba tan perdido en mis pensamientos que no noté que uno de los elfos más jóvenes había entrado a la sala. Con su pequeña estatura y orejas puntiagudas, parecía tímido al acercarse, sosteniendo un rollo de pergamino que temblaba en sus manos.

—¿Señor Claus? —dijo con una voz titubeante.

—¿Sí? —pregunté, regresando al presente.

—Los duendes también ha enviado su confirmación. Dice que traerá un obsequio especial para la pareja.

Tomé el pergamino de sus manos, desenrollándolo lentamente. Las palabras escritas en tinta plateada relucían bajo la luz, y no pude evitar sonreír. Sabía que la Reina de las Hadas de Nieve tenía un don para sorprender a todos con sus regalos. Fuera lo que fuera, seguramente sería algo significativo, algo que Aila y yo atesoraríamos para siempre.

—Gracias. Puedes retirarte.

El joven elfo asintió rápidamente y salió, dejando la puerta entreabierta. Aproveché para salir yo también. Necesitaba aire, necesitaba sentir el frío acariciar mi piel y despejar mi mente. Afuera, la nieve caía suavemente, cubriendo todo con una manta de tranquilidad. Respiré profundamente, sintiendo cómo el aire helado llenaba mis pulmones.

Desde la distancia, podía escuchar las risas de los elfos trabajando, los martilleos de los carpinteros que construían las estructuras para el festival, y las conversaciones entusiastas de las hadas que discutían sobre cómo decorar. Todo parecía tan vivo, tan lleno de energía.

No pude evitar pensar en Aila, en cómo estaría ahora, probablemente probándose el vestido que la Reina de las Nieves estaba confeccionando para ella. Sabía que estaría hermosa, pero más allá de eso, sabía que estaría radiante, porque ese vestido no era solo una prenda. Era un símbolo de nuestra unión, de la magia que nos envolvía y del futuro que estábamos a punto de construir juntos.

Un suave crujido en la nieve me sacó de mis pensamientos. Giré y vi a Finn regresando, esta vez con un brillo en los ojos que delataba alguna noticia importante.

—¿Qué ocurre, Finn? —pregunté, mientras él se acercaba apresuradamente.

—Señor, los dragones de las Montañas Oscuras también han confirmado su asistencia.

Lo miré fijamente, sorprendido. Los dragones rara vez se mezclaban con otros, y mucho menos asistían a eventos como este. Pero sabía que su presencia no era solo un honor, sino un mensaje. Este matrimonio no solo estaba uniendo a Aila y a mí; estaba rompiendo las fronteras entre mundos, entre criaturas, entre realidades.

—Perfecto —dije finalmente, aunque aún procesaba la magnitud de todo. Este no era un simple festival ni una boda más. Era el comienzo de algo mucho más grande.

Mientras Finn anotaba la noticia, volví mi mirada al cielo. La nieve seguía cayendo, ligera y suave, como una bendición silenciosa. Y supe, en lo más profundo de mi ser, que estábamos a punto de escribir una historia que sería contada por generaciones. Una historia de amor, magia y esperanza. Una historia que lo cambiaría todo.

También me preguntaba como iban a actuar los padres de Aila con todos esos seres nuevos, y el día que ellos llegarían, llego más rápido de lo esperado.