Tres años después de la tercera guerra heroica, el mundo ha cambiado demasiado, pero a pesar del cambio, dos personas crearon algo que va a ocasionar la mayor batalla de la historia. Los chicos cambiaron físicamente y mental mente, ahora ellos van a enfrentar una pelea seria.
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Aburrida
Tres semanas después del accidente de Camila.
En la ciudad de Caquetá, Figueroa se encontraba sola, sentada en una cafetería, disfrutando de un café mientras leía un libro. Aunque la tranquilidad de los últimos días le resultaba agradable, también sentía un profundo aburrimiento. Desde el incidente con Camila, nada interesante había sucedido, y aunque valoraba la paz, deseaba encontrar algo nuevo que hacer. Tal vez estudiar algo, conseguir un trabajo o incluso entrenar sus habilidades. Cualquier cosa que le permitiera entretenerse y mantenerse ocupada.
A pesar de disfrutar la calma, no podía evitar sentirse frustrada con su rendimiento. En el grupo, ella era la tercera más rápida, pero antes ocupaba el segundo lugar. Junior siempre había sido el más veloz, pero con el despertar del poder de Camila, ella había sido desplazada al tercer puesto. Aquello la inquietaba.
Decidida a probarse a sí misma, Figueroa salió de la cafetería y comenzó a correr. En pocos minutos, había llegado a Bucaramanga. Se detuvo y analizó su velocidad. Aunque seguía siendo rápida, no había mejorado lo suficiente. Sabía que, según las reglas del mundo heroico, cada persona tenía un límite con sus poderes, pero en el caso de Junior y Camila le demostraba que era posible romper esas barreras.
Figueroa recordó un afiche que había tomado semanas atrás. Sacó el papel de su bolsillo y lo leyó detenidamente:
“Tema de Viajes en el Tiempo”
“¡Ven y únete a nuestro grupo de investigación! Aprende sobre el funcionamiento del tiempo, sus misterios y las posibles consecuencias de los viajes temporales. ¡Clases de ciencias después de la batalla contra los villanos!”
“¡Anímate y ven!”
Figueroa frunció el ceño. Le parecía extraño que unas clases de ciencias estuvieran relacionadas con los viajes en el tiempo. Sin embargo, la idea le pareció intrigante, así que decidió asistir.
Al día siguiente.
Figueroa llegó al lugar donde se impartirán las clases, en Bogotá. Para su sorpresa, solo había seis personas en la entrada. Algo no cuadraba. A pesar de la extrañeza, entró en el auditorio y tomó asiento. Frente a ella, un profesor organizaba unos documentos. Era un hombre de gafas, cabello crespo negro, ojos cafés y una estatura promedio.
El profesor ajustó su postura y miró a los asistentes antes de hablar:
—Buenos días a todos. Hoy hablaremos sobre los viajes en el tiempo. Este concepto se define como la capacidad de trasladarse a través del tiempo, ya sea hacia el pasado o el futuro. A lo largo de la historia, científicos han intentado hacerlo realidad. Desde principios del siglo XX, muchos han trabajado en máquinas del tiempo, pero todos fracasaron, y algunos incluso murieron en sus intentos.
El profesor hizo una pausa y miró a los estudiantes.
—Durante décadas, la humanidad se rindió ante la imposibilidad de viajar en el tiempo… pero yo no. Lo intenté y fracasé muchas veces. Estuve a punto de abandonar hasta que apareció Saavedra con sus cuatro poderes. Fue entonces cuando comprendí que en este mundo todo es posible.
El murmullo de los asistentes aumentó. Figueroa cruzó los brazos, interesada en la dirección que estaba tomando la conversación.
—Así que continué investigando. Luego de muchos estudios y experimentos, llegué a una hipótesis sorprendente: los únicos que pueden viajar en el tiempo por sí mismos… son los velocistas.
Un silencio se apoderó del auditorio. Figueroa abrió los ojos con sorpresa. ¿Podía ser posible?
El profesor sonrió.
—Y ahora, voy a demostrarlo.
Sin embargo, cuando el profesor terminó de hablar, se dio cuenta de que solo Figueroa seguía en el auditorio. Su expresión se tornó triste.
—Siempre es lo mismo—murmuró mientras recogía sus cosas y se marchaba.
Figueroa también salió del auditorio, perdida en sus pensamientos. Las palabras del profesor resonaban en su mente. Viajar en el tiempo sonaba peligroso, pero al mismo tiempo intrigante. Tal vez valdría la pena intentarlo, aunque solo fuera para matar el tiempo. Y si lo lograba, quizá podría usarlo para algo bueno.
Horas después.
Figueroa regresó a Neiva y se dirigió a un campo donde, años atrás, había realizado su prueba para pasar a noveno en la academia técnica. Se situó en el centro, cerró los ojos y respiró hondo, tratando de relajarse. Se concentró en su velocidad y comenzó a correr con todas sus fuerzas. Sin embargo, tras un breve instante, se dio cuenta de que solo había dado una vuelta al planeta. Nada más había ocurrido.
Frustrada, se detuvo un momento para analizar la situación. Tal vez no había corrido lo suficientemente rápido. Decidida, volvió a intentarlo, esta vez aumentando su velocidad al máximo. Pero el resultado fue el mismo: otra vuelta al planeta sin cambios aparentes.
Figueroa se arrodilló en el suelo, respirando con dificultad. Estaba agotada, pero no quería rendirse. Si Junior y Camila habían conseguido superar sus límites, ¿por qué ella no podía hacerlo? Esta vez, decidió concentrarse en su interior, en todos los momentos que la habían llevado hasta ese punto. Recordó sus años de entrenamiento, sus logros y fracasos, e incluso la envidia que sentía por el crecimiento de Junior y Camila. Puso su mente en blanco, exhaló profundamente y comenzó a brillar. Sintió su cuerpo más ligero, pero también un leve temblor en sus extremidades. Sabía que estaba cerca.
Al mismo tiempo, Nicole pasaba por el lugar y vio a Figueroa brillando con intensidad. Preocupada, se acercó con cautela.
—Hola. No sabía que estabas aquí. Se me hizo raro verte tan concentrada. ¿Te parece si vamos a mi finca a tomarnos un café y, tal vez, darnos un chapuzón en la piscina?—preguntó con una sonrisa.
Pero Figueroa no respondió. Ni siquiera pareció escucharla. Nicole frunció el ceño y, con curiosidad, le puso una mano en el hombro. Sin embargo, Figueroa tampoco reaccionó. De repente, sin previo aviso, comenzó a correr.
Nicole, sin tiempo de reaccionar, fue arrastrada con ella. Sintió cómo su cuerpo se elevaba y se impulsaba a una velocidad sobrehumana. Gritó, aterrada, mientras veía el paisaje a su alrededor volverse un borrón de luces y sombras. Figueroa, por su parte, estaba completamente absorta en su intento de romper los límites de su poder.
Dio la vuelta al planeta cinco veces. Luego diez. Luego cincuenta. En apenas un minuto, ya había recorrido cien vueltas al mundo. La velocidad seguía aumentando, y Nicole, temblando de miedo, notó que su propio cuerpo también comenzaba a brillar. Lágrimas rodaban por su rostro mientras intentaba procesar lo que estaba ocurriendo.
De repente, todo se volvió blanco. Figueroa y Nicole sintieron como si flotaran en un vacío infinito. A su alrededor, destellos de recuerdos y momentos pasaban a una velocidad inimaginable. Nicole, aún asustada, no podía dejar de observarlos. Era como ver su vida y la de sus amigos en una película acelerada. Entonces, una luz cegadora las envolvió.
Un fuerte impacto las lanzó contra el suelo. Rodaron por varios metros antes de detenerse. Nicole fue la primera en incorporarse, todavía aturdida. Miró a su alrededor y notó algo extraño. No estaban en el mismo lugar. Aunque reconocía Neiva, algo era diferente. La arquitectura, la ropa de las personas y, lo más llamativo de todo, la abundancia de individuos usando poderes abiertamente.
Figueroa, aún en el suelo, levantó la cabeza y esbozó una sonrisa.
—¡Funcionó!—exclamó con emoción.
Nicole se giró bruscamente.
—¿Qué cosa?
Figueroa la miró con entusiasmo.
—Viajamos en el tiempo.
Nicole abrió los ojos con sorpresa.
—¿Qué? ¿Viajamos en el tiempo?
—¡Sí! Pero no sé en qué época estamos.
Nicole miró a su alrededor, analizando los detalles del entorno.
—Bueno, seguimos en Neiva, pero la pregunta es…
—Cuándo estamos—completó Figueroa.
Miraron a su alrededor una vez más. Personas con habilidades sobrehumanas realizaban actividades cotidianas sin ocultar sus poderes. La escena les resultaba familiar, pero al mismo tiempo extraña.
—Veo que todos usan poderes con normalidad—dijo Figueroa, emocionada.—Eso significa que estamos después de la Caída de la Luz. El momento en que los poderes se hicieron parte de la humanidad.
—Eso es bueno, supongo—murmuró Nicole.—Pero hay que averiguar en qué año exacto estamos.
—Habrá que preguntar.
Ambas se miraron, sintiendo la adrenalina del momento. Habían logrado lo imposible. Ahora, debían descubrir cuándo y cómo regresar.
Ellas avanzaron y vieron un periódico en un puesto callejero. La fecha en la cabecera las dejó boquiabiertas:
1 de enero de 1960.
Nicole y Figueroa intercambiaron miradas llenas de asombro.
—¡Estamos en los sesenta!—exclamó Nicole.
—Una buena época—contestó Figueroa con una media sonrisa.
—Hay que tener cuidado—advirtió Nicole.
Sacó su celular y lo revisó, pero la pantalla solo mostraba la falta de señal.
—No tengo señal—dijo, frunciendo el ceño.
—Es obvio. Nuestro operador de internet ni siquiera se ha creado—señaló Figueroa con ironía.
Mientras caminaban por la ciudad, notaron las diferencias con su época. La arquitectura, los automóviles, incluso el aire tenían un aroma distinto. Sin embargo, también reconocieron lugares que apenas habían cambiado con el tiempo. Algo que les llamó la atención fue la moda: la ropa de los sesenta les parecía vibrante y no tan llamativo, pero en contraste, sus atuendos modernos destacaban demasiado. Sin pensarlo mucho, decidieron cambiarse.
—Hay que ser cuidadosas. Estamos en el pasado—recordó Figueroa.
—Podríamos evitar tragedias—sugirió Nicole. —Como la muerte de nuestros maestros. ¡Incluso podríamos cambiar muchas cosas!
Figueroa negó con firmeza.
—No. Podría generar un hueco argumental en la historia como la conocemos. El tiempo se debe respetar.
—Pero, ¿cómo sabemos qué afecta y qué no?
—No toquemos nada. Solo esperemos a que me recupere para regresar a nuestro tiempo—sentenció Figueroa.
A medida que avanzaban, atrajeron varias miradas. Los silbidos y piropos no tardaron en llegar. Ambas llevaban faldas cortas y blusas ombligueras, lo que en aquella época resultaba demasiado atrevido. Unas señoras las miraron con desaprobación.
—Esas señoras nos ven mal—murmuró Nicole.
—No olvides que, para esta época, las jóvenes no pueden vestirse como nosotras—explicó Figueroa.
Los comentarios no paraban, hasta que un grupo de hombres se acercó.
—Buenas, ¿cuánto cobran?—preguntó uno con descaro.
Nicole, indignada, estuvo a punto de responder con un puñetazo, pero Figueroa la sujetó y se la llevó de inmediato, regañándola en el proceso.
—¡Cálmate! No puedo llevarnos al futuro todavía. A mí también me indigna, pero no podemos hacer nada.
Antes de que pudieran continuar la discusión, una explosión sacudió la calle. Ambas se giraron de inmediato y corrieron hacia el origen del estruendo. Un coche estaba destruido, y en medio de la escena, un héroe luchaba contra un villano.
Las chicas decidieron mantenerse al margen y se alejaron del lugar. Sin embargo, un niño estaba a punto de ser aplastado por escombros. Sin pensarlo, corrieron y lo salvaron.
Se refugiaron en un callejón, jadeando.
—¡Esto es malo! Nos metimos con el tiempo—dijo Figueroa con preocupación.
—Fue pura inercia de héroe. No creo que sea grave—replicó Nicole.
Respiraron hondo para calmarse, pero un ruido extraño las alertó. Al asomarse, vieron un portal en forma de prisma abriéndose. Cuatro figuras emergieron de él, vestidas con armaduras y cascos numerados. Cada uno empuñaba un sable de luz verde. Sus posturas eran de combate.
Las chicas se pusieron en guardia.
—Bueno… Esto se pone interesante—murmuró Figueroa con una sonrisa desafiante.