Julieta, una diseñadora gráfica que vive al ritmo del caos y la creatividad, jamás imaginó que una noche de tequila en Malasaña terminaría con un anillo en su dedo y un marido en su cama. Mucho menos que ese marido sería Marco, un prestigioso abogado cuya vida está regida por el orden, las agendas y el minimalismo extremo.
La solución más sensata sería anular el matrimonio y fingir que nunca sucedió. Pero cuando las circunstancias los obligan a mantener las apariencias, Julieta se muda al inmaculado apartamento de Marco en el elegante barrio de Salamanca. Lo que comienza como una farsa temporal se convierte en un experimento de convivencia donde el orden y el caos luchan por la supremacía.
Como si vivir juntos no fuera suficiente desafío, deberán esquivar a Cristina, la ex perfecta de Marco que se niega a aceptar su pérdida; a Raúl, el ex de Julieta que reaparece con aires de reconquista; y a Marta, la vecina entrometida que parece tener un doctorado en chismología.
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Encuentro Casual
Julieta salió del edificio con el bolso en una mano, bien sujeto como si dentro llevara el Santo Grial, y el móvil en la otra, con la pantalla iluminada por un meme de gatos que Sofía acababa de enviarle. El meme, claramente diseñado para cambiar vidas, mostraba a un gato con cara de indignación extrema por no recibir su dosis diaria de atún. Julieta no pudo evitar reírse por lo bajo, mientras pensaba en qué respuesta sarcástica mandarle a su amiga.
Sin embargo, justo cuando estaba a punto de teclear su genialidad, una voz familiar la sacó de su burbuja.
—¡Julieta!
El sonido, con ese tono tan característico entre amable y sospechoso, le provocó un microsegundo de parálisis. Levantó la vista y ahí estaba Raúl, surgiendo entre la multitud como un mago que hubiera perfeccionado el truco de aparecer justo donde no lo esperabas.
—¡Qué casualidad verte aquí! —continuó él, con una sonrisa que parecía directamente sacada de un comercial de dentífrico.
Julieta entrecerró los ojos, intentando no soltar una carcajada. “¿Casualidad? Claro, porque seguro que andaba paseando por aquí como si fuera un turista perdido,” pensó. Y para rematar, añadió mentalmente: “Si esto es casualidad, entonces yo soy la reina de Inglaterra, con corona y todo”.
A pesar de su escepticismo, decidió mantener la compostura. Esbozó una sonrisa que ni se acercaba a la calidez de la de Raúl, pero al menos le daba puntos por esfuerzo.
—Raúl, qué sorpresa —dijo con una amabilidad medida, como si realmente no estuviera a punto de poner los ojos en blanco.
Mientras tanto, su cerebro trabajaba a toda máquina. "¿Qué querrá este ahora? ¿Habrá visto mis stories de ayer? ¿O simplemente está aquí para venderme una suscripción a algo?" Se detuvo justo a tiempo para no perder el hilo de la conversación, pero esa sonrisa suya ya era digna de una escena de sitcom.
Raúl, por su parte, se acomodó el cuello de la chaqueta como si estuviera listo para presentar un PowerPoint sobre "casualidades" y dijo:
—No quería molestarte, pero ya que estamos aquí…
Julieta sabía que ese “ya que estamos aquí” era la frase favorita de Raúl para meterse en situaciones de las que no era fácil salir. Guardó el móvil en el bolso y lo miró con paciencia, como quien observa a un gato callejero decidir si va a subirse al coche o no.
—Claro, Raúl —respondió, alzando las cejas y esbozando una sonrisa—. Ya que estamos aquí.
—¿Tienes unos minutos? —preguntó con una amabilidad tan sospechosa que Julieta sintió ganas de buscar una cámara oculta—. Tengo una propuesta que creo que te interesará.
Julieta lo miró como quien evalúa si vale la pena el esfuerzo de jugar el juego. Al final, la curiosidad pudo más que su instinto de supervivencia.
—De acuerdo, pero solo unos minutos —respondió, ya mentalizándose para lo que viniera.
Raúl señaló un café cercano con un entusiasmo tan exagerado que Julieta pensó que en cualquier momento sacaría un folleto turístico del bolsillo.
—¡Este es perfecto! —declaró con una sonrisa que solo podía describirse como un cruce entre "cómplice" y "misterioso", aunque para Julieta simplemente gritaba: "Aquí traigo a todas mis víctimas".
Julieta lo siguió, más por curiosidad que por convicción, y al entrar al café fue recibida por una mezcla de aromas que casi la hizo retroceder. El café recién molido era encantador, pero el tufo de las galletas quemadas que llevaban una eternidad en la bandeja le recordaba a la cocina de su tía abuela después de Navidad.
Raúl, en cambio, parecía estar en su hábitat natural. Con la precisión de un francotirador, eligió una mesa junto a la ventana. La misma mesa, Julieta notó con ironía, donde las parejas solían sentarse para sus "charlas importantes" que terminaban en lágrimas o reconciliaciones apasionadas.
—Aquí estaremos cómodos —anunció Raúl, acomodándose en la silla como si estuviera evaluando la mejor postura para impresionar.
Julieta se dejó caer frente a él con un suspiro, estudiándolo con la misma cautela que un abogado estudiaría una cláusula sospechosa en un contrato. No podía evitar pensar en lo surrealista de la situación, especialmente cuando el camarero apareció con una expresión de "mi alma no está aquí".
—Un té verde, por favor —dijo Julieta con un tono que intentaba transmitir serenidad. Sabía que necesitaría toda la paz interna posible para lo que estaba por venir.
—Café con leche para mí —añadió Raúl, pronunciando las palabras con una intensidad que casi hacía parecer que estaba pidiendo un cóctel exótico.
Mientras el camarero se alejaba, Julieta se permitió un momento para analizar la escena. Raúl estaba sentado frente a ella, con esa mezcla de seguridad desbordante y encanto cuestionable que una vez había caído bajo su hechizo... hace años.
La imagen de Raúl frente a ella hizo que, sin querer, recordara aquella noche loca antes de casarse con Marco. En aquel entonces, Marco le había confesado entre risas que le preocupaba no ser tan divertido como el resto de sus amigos. Ella había soltado una carcajada estruendosa.
—Marco, por favor. Divertido no creo que sea tu fuerte, pero eso es parte de tu encanto. ¡Mírame a mí, que salí con Raúl, el showman ambulante!
Y entonces, en esa noche lo había recordado. A Raúl.
Era una escena imposible de borrar: Raúl, durante una cita, en pleno restaurante, intentando abrir una botella de vino como un "caballero experto" y, al fallar, utilizar el zapato para sacarla, provocando que el corcho terminara volando y golpeara a un mesero. El caos que siguió fue digno de una comedia de enredos: copas derramadas, disculpas torpes y Raúl declarando con orgullo que "todo estaba bajo control".
Esa noche antes de casarse con Marco, Julieta se había reído tanto que las lágrimas habían corrido por sus mejillas.
—No te preocupes, Marco —le había dicho mientras le acariciaba la mano—. Con que no intentes abrir una botella con el zapato, ya eres un ganador.
De vuelta al presente
Julieta tuvo que morderse el interior de la mejilla para no soltar una carcajada mientras miraba a Raúl ahora, sentado frente a ella con esa misma seguridad desbordante. Lo cierto es que, aunque ahora encontraba todo aquello absurdo, había algo en Raúl que seguía divirtiéndola. Claro, a una distancia segura, porque ahora estaba casada.
—Bueno, Julieta —comenzó él con un tono solemne, cruzando las manos sobre la mesa—, hay algo que quiero proponerte...
Julieta arqueó una ceja y tomó un sorbo de su té. “Ay, Raúl,” pensó, “deberías haber pedido algo más fuerte que café, porque esto promete”.
Mientras escuchaba a Raúl, Julieta notó un destello familiar en la acera. Marta, la vecina del edificio, estaba paseando a su chihuahua, un perro que, al igual que su dueña, tenía un don para husmear donde no lo llamaban. Marta se detuvo justo frente a la ventana, fingiendo que ajustaba la correa mientras sus ojos se clavaban en ellos con la intensidad de un detective privado.
Julieta disimuló y se rió con un suspiro. “Genial. Esto va a estar en el boletín de chismes del edificio antes de la cena.”
Raúl, ajeno (o no tanto) al escrutinio de Marta, comenzó a hablar con ese tono melodioso que usaba cuando estaba vendiendo algo.
—Verás, Julieta, estaba pensando en cómo podríamos colaborar en este proyecto... —comenzó, dibujando un mapa verbal lleno de entusiasmo y vaguedades.
Julieta lo escuchaba con una mezcla de interés profesional y resignación personal. Su móvil vibró sobre la mesa, y cuando lo revisó, vio un mensaje de Sofía: "Cuidado, Marta los está viendo. Ya sabes cómo es."
Julieta apretó los labios, tratando de no reírse. Marta probablemente ya estaba redactando un comunicado oficial sobre su supuesta cita romántica con Raúl.
—¿Algo importante? —preguntó Raúl, con una mirada que mezclaba curiosidad y fingida preocupación.
—Nada urgente —respondió Julieta, deslizando el móvil de nuevo al bolso.
El tiempo pasó rápido entre palabras medidas y gestos cuidadosamente orquestados por Raúl. Julieta mantenía su expresión neutral, aunque por dentro estaba segura de que el hombre tenía algún motivo ulterior, probablemente relacionado con ese aire de "inocencia culpable" que siempre lo acompañaba.
Finalmente, Julieta miró su reloj, lo que en lenguaje universal significa: “Es hora de irme”.
—Ha sido interesante, Raúl, pero debo seguir con mi día, mi esposo en cualquier momento me llamará para ir a almorzar.
—Por supuesto, no quiero robarte más tiempo. Gracias por escucharme.
Julieta se levantó, recogió su bolso y salió del café, sintiendo los ojos de Raúl en su espalda. Al llegar a su coche, soltó un suspiro y negó con la cabeza. Entre Marta y Raúl, sentía que estaba protagonizando una comedia de enredos.
Dentro del café, Raúl seguía sentado junto a la ventana, observándola mientras se alejaba. Su sonrisa era tranquila, pero sus pensamientos estaban trabajando horas extras. Cada pieza estaba en su lugar. Ahora solo quedaba ver cuánto tardaría Marta en lanzar su versión de los hechos.