Elizabeth Handford vive en la casa del frente, es una mujer amable, elegante, pero sobre todo muy hermosa.
La señora Handford ha estado casada dos veces, pero sus dos esposos ahora están muertos.
Sé que oculta algo, y tengo que descubrir qué es, especialmente ahora que está a punto de casarse de nuevo.
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Final: Miss Handford
Tres años después de aquella noche, Emily y yo formamos una nueva vida en Toronto, lejos de Lakeside y de las consecuencias de lo que hicimos. Esa misma noche, la policía inició una búsqueda por la persona sospechosa de los eventos ocurridos, que había llevado a cabo una persecución por las carreteras del pueblo. La policía encontró a las ocho de la noche los cadáveres de Elizabeth Handford y Joe Perlman, uno junto al otro. Quince minutos después hallaron el cuerpo de una oficial de policía en medio del bosque. Media hora después, se reportó el cuerpo de un hombre en medio de la carretera a las afueras de Lakeside, que después sería identificado como el conductor de un camión encargado de transportar mercancía.
Al día siguiente, un grupo de policías realizó breves entrevistas a las personas vecinas, y cuando llegó el momento de visitar a la chica del frente, notaron que parecía no haber nadie allí. A través de la ventana pudieron observar una maleta preparada junto a la puerta, y con el pasar de las horas, Grace Hudson se convirtió en la principal sospechosa de aquellos crímenes.
Además de ser acusada por la muerte de Elizabeth Handford, Joe Perlman, aquella mujer de la policía y el conductor del camión, también se llegó a la conclusión de que la historia brindada por Grace en cuanto a la muerte del oficial Cowan y su hijo podría ser falsa, y que tal testimonio en realidad era una manera de encubrir sus brutales asesinatos. Por si fuera poco, también habían sospechas de que era responsable por la muerte de la psicóloga que tenía asignada, la doctora Catlett.
Grace Hudson se convirtió en pocos días en la persona más peligrosa que alguna vez hubiese vivido en aquel pueblo, y al mismo tiempo una fugitiva que la policía se encargó de buscar en todas partes. Luego de algunos meses, la búsqueda comenzó a perder fuerza, y pasados varios años, aquel tema ya había quedado en el olvido. Claramente, eso no significaba que Grace Hudson hubiese dejado de ser una fugitiva.
Pero Grace Hudson ya no existe.
Emily y yo logramos llegar a una ciudad vecina para quedarnos en un hotel algunos días. Al examinar la mochila que Liz dejó para nosotras, nos encontramos con dos carpetas de documentos falsos con las identidades que ahora deberíamos asumir. Nuestros nombres no cambiaron, pero nuestro apellido sí lo hizo. Ahora éramos Emily y Grace Handford. No pudimos evitar llorar al ver aquellos papeles. Además, habían enormes cantidades de dinero envueltas en papel adhesivo. Dinero que podríamos usar para iniciar de nuevo en otra parte.
Además del dinero, encontramos un anillo metálico con varias llaves colgando de él. El llavero se encontraba junto a una pequeña nota con una dirección ubicada en Toronto, y un número de teléfono. Al comunicarnos a dicho número, una mujer nos aseguró que alguien había comprado su casa, con todos sus muebles, y que le había pedido darle a sus nuevas dueñas la noticia en cuanto se comunicaran con ella.
Nuevas identidades, nuevo dinero y una nueva casa. Liz nos había dejado todo lo necesario para continuar el camino por nuestra cuenta, y no íbamos a echarlo a perder. Emily era mi única familia ahora, y yo la suya. Teníamos la oportunidad de dejar todo atrás e iniciar la vida que por tanto tiempo anhelamos.
Cuando pensé que habíamos revisado todo el contenido de la mochila, Emily tomó algo más que se encontraba en lo más profundo de su interior. Un pedazo de papel que ella comenzó a desdoblar ante mí, desplegando una lista que logró desconcertarme. Era una lista de nombres, que además contenía direcciones y números de teléfono.
–¿Qué es eso? –le pregunté.
–Su venganza era contra los seis hombres que arruinaron su vida, pero hizo esta lista para identificar a las personas que estuvieron relacionadas y que también son culpables. Ésta es nuestra parte de la venganza.
Liz nos había dejado una misión; hacer pagar a aquellos que estuvieron relacionados con lo que le sucedió tiempo atrás. Emily y yo no planeábamos defraudar su última voluntad, así que emprendimos un viaje a Toronto para continuar con nuestro objetivo.
Ahora que ya han pasado tres años, los nombres en aquella lista han comenzado a desaparecer con el pasar del tiempo. El plan de venganza de Liz era lento, paciente, pues debía casarse con sus enemigos y destruir sus vidas poco a poco, tardando años en lograrlo. Emily y yo no teníamos la misma paciencia. Comenzamos a viajar por el país, buscando a las personas de aquella lista y encargándonos de exterminarlas como la plaga que significaban para nosotras. Mi familia sufrió por culpa de todos ellos, y disfruté cada vez que mi cuchillo les arrancaba la vida, o cuando daba el disparo definitivo con una pistola y los veía soltar el último suspiro. Todas las personas en esa lista pagaron por sus crímenes, y aunque me tomó varios años lograrlo, finalmente llegó el momento de la última parte del plan.
En la lista de Liz, había un nombre que me parecía peculiar. No era el nombre específico de una persona, sino el apellido de toda una familia. Una familia que vivía frente a nuestra casa actual en Toronto. Liz compró nuestro nuevo hogar conociendo perfectamente su ubicación, y sabiendo que frente a nosotras vivía la última familia anotada en su lista.
Permanezco sentada sobre el sofá que se encuentra en la sala de estar de la casa, observando a través de la ventana frente a mí, desde la pequeña abertura formada por las cortinas. Apenas es mediodía, el día está soleado, y espiar a la familia vecina se ha convertido en mi rutina más persistente.
La casa que Liz compró para nosotras estuvo deshabitada durante los últimos tres años. Vinimos una vez para dejar algunas pertenencias, y luego iniciamos nuestros viajes para seguir los nombres de aquella lista. Hace una semana regresamos a Toronto, listas para concluir lo que empezamos tiempo atrás.
Veo cómo la vecina del frente sale con un enorme postre en ambas manos, caminando a través del jardín delantero y brindando un alegre saludo al cartero que se encarga de dejar correspondencia en su buzón. Ella cruza la calle, y es entonces cuando me doy cuenta de que se dirige hacia aquí. Dejo la taza de café en la mesa a mi lado después de darle el último sorbo, y cuando escucho el timbre de la casa sonar, me levanto del sofá y comienzo a caminar hacia la entrada, intentando mostrar mi mejor sonrisa. Al abrir la puerta, me encuentro con aquella mujer que he estado observando durante días.
–¿Señorita Handford? –pregunta ella mientras muestra su reluciente dentadura en una amplia sonrisa. Seguramente vio el apellido escrito en el buzón de mi jardín. No puedo evitar sentir un deja vu en cuanto inicia la conversación.
–Así es –respondo, intentando mantener un tono amable.
–Me llamo Lucy, vivo en la casa del frente –su larga cabellera rubia brilla bajo los rayos del sol, y su vestido blanco indica que está a punto de ir a un sitio elegante–. Nunca vi a ninguna persona viviendo en esta casa, y hace una semana comencé a verte a ti y a tu hermana. Son muy hermosas las dos, por cierto.
–Le agradezco. Ella no está aquí ahora pero le haré saber que tenemos una vecina bastante agradable. Hasta ahora, es la única que nos ha dado la bienvenida al vecindario.
–Algunas personas aquí no son muy gentiles, que no la sorprenda eso.
–Créame, lo he notado.
–Hice esto –extiende el postre hacia mí, permitiendo que sienta el agradable aroma a chocolate junto al leve vapor que indica que ha sido preparado recientemente–. Me gusta mucho hacer postres en mi tiempo libre, y pensé que podrían probar uno.
–Es muy amable de su parte –contesto mientras sujeto el platillo con ambas manos.
–Espero verlas más seguido. Tengo un hijo de su edad, tal vez podrían llevarse bien.
–Estoy segura de que sí. La visitaremos pronto para mostrarle nuestro agradecimiento.
–Estaré esperando –responde, aún con su encantadora sonrisa.
Asiente con la cabeza, al igual que yo, y después da media vuelta para regresar a su hermosa casa. Permanezco parada junto a la puerta, observando cómo se aleja con una elegante caminata. Es nuestra primera conversación, y ella no tiene ni la mínima idea de lo que está por pasarle junto a su familia.
Ingreso nuevamente a la casa y cierro la puerta, para después dejar el pastel sobre la mesa del comedor. Camino hacia el espejo más cercano de la sala y acomodo mi cabello, que se ha despeinado un poco debido a la brisa de viento del exterior. Observo mi propio cuerpo durante algunos segundos, deslizando mis dedos por las diferentes cicatrices que aún están en mi piel y que han comenzado a borrarse poco a poco. Sonrío para mí misma, sintiendo la emoción que me provoca saber que todo está a punto de llegar a su fin. En cuanto esa familia esté fuera del camino, habré cumplido con la última voluntad de mi madre, y entonces seré libre para iniciar una vida lejos del crímen y los asesinatos.
Con una genuina sonrisa de alegría, comienzo a caminar por el pasillo que conduce a la entrada del sótano. La puerta entreabierta me indica que ya hay alguien allí adentro, por lo que pongo los ojos en blanco y comienzo a bajar los escalones, uno por uno.
–¿No podías esperar a que terminara de tomar mi café? –pregunto en voz lo suficientemente alta como para que ella me escuche. Cuando estoy en medio de las escaleras oigo un fuerte grito masculino, por lo que mi sonrisa se hace más grande.
–Estaba aburrida –responde ella entre risas–. Y este viejo no va a aguantar mucho tiempo más. Tenemos que aprovecharlo mientras aún podemos.
Al terminar de bajar los escalones, me encuentro con la persona con la que Emily ha estado divirtiéndose los últimos minutos. Ed Fleming, un hombre de 63 años, se encuentra desnudo en medio del sótano, con sus manos atadas por unas cadenas que cuelgan del techo, obligándolo a mantenerse de pie. Su delgado cuerpo tiembla cada vez que Emily se acerca, y yo me limito a sonreír desde mi lugar. En cuanto él levanta la mirada y me ve a los ojos, su mirada de horror se intensifica. Sus ojos comienzan a viajar desde Emily hasta mí, para después repetir la acción varias veces más.
–Gemelas –susurra, completamente sorprendido–. ¿Quiénes son? ¿Qué quieren de mí?
–¿No me recuerda? –pregunto mientras me acerco lentamente. En el camino me encuentro con una mesa metálica, sobre la cual Emily ha organizado sus artefactos de tortura. No disfruto mucho de este tipo de cosas. Yo me encargo de darles una muerte rápida, mientras que la forma de Em es un poco más… Lenta.
–Nunca la había visto. A ninguna de las dos.
–Haga memoria, señor Fleming –sujeto unas enormes y afiladas tijeras, similares a las que se utilizan en jardinería, para después continuar acercándome–. Hace tres años, fui a visitarlo en la escuela Norwood Crest, junto con mi mejor amigo. Usted estaba en la biblioteca, y nos contó la historia sobre ese grupo de chicos que estudiaron allí, y que yo estaba buscando.
Al reconocerme, el señor Fleming comienza a llorar, mientras observa aterrado las grandes tijeras que sostengo en mis manos. Emily se para a mi lado, sin dejar de sonreír.
–Sabía que iba a meterme en problemas –susurra entre sollozos.
–Es un hombre muy sabio.
Al estar cerca de él, posiciono su miembro desnudo entre las tijeras abiertas, dejando que sienta en sus testículos el filo del metal. Su cuerpo tiembla aún más que antes, y sus gritos de auxilio son cada vez más fuertes. Por fortuna para nosotras, el sótano se encuentra en un rincón aislado de la casa, por lo que los gritos de una persona no serían suficientes para llamar la atención de nadie.
–Usted los ayudó –susurro cerca de su rostro, comenzando a cerrar las tijeras lentamente–. Ayudó a esos enfermos a mantener cautiva a mi madre. Le hizo creer a todos que ella había sido transferida a otra escuela. Usted es igual de culpable que todos ellos, y yo estoy aquí para traer justicia.
–No haga esto, por favor. Tengo dinero. Puedo darles lo que quieran.
–Ya tenemos sus tarjetas –dice Emily, caminando hasta la mesa metálica y sosteniendo la billetera del señor Fleming–. Con eso será suficiente.
–¿Recuerda nuestra primera conversación, señor Fleming? –pregunto, ahora con las tijeras un poco más ajustadas–. Usted me dijo que los libros de terror eran mejores que las películas, porque se encargan de sumergir al lector en un ambiente hostil y asfixiante que los hace imaginar los escenarios de la peor forma posible. Yo le dije que prefiero las películas, porque siendo tan explícitas y gráficas, no dejan nada a la imaginación. Las películas se encargan de dejarte sin una escapatoria.
Cierro un poco más las tijeras, y entonces veo cómo la sangre comienza a resbalar por mis manos. El señor Fleming grita una vez más, pero ahora ha perdido un poco la voz, y el llanto ya no le permite decir mucho.
–Películas o libros… No importa –continúo hablando–. Porque yo he visto mucho de ambos, y puedo asegurarle que nada de eso se acerca a la realidad. Ahora, usted está a punto de presenciar una experiencia inmersiva, que no se acerca para nada a las historias ficticias. Que lo disfrute.
Sin decir nada más, cierro las tijeras por completo, sintiendo su filo arrancar todo lo que se encuentra en el medio. El señor Fleming suelta un último grito desgarrador mientras un charco de sangre se forma debajo de él, junto a la parte de su cuerpo que le acabo de arrebatar. Sus piernas se mueven frenéticamente de un lado a otro, y sus manos forcejean contra las cadenas en un intento inútil por liberarse. Emily, detrás de mí, suelta una escandalosa carcajada que se mezcla con los gritos dolorosos del señor Fleming. Suelto las tijeras, y sin dejar de sonreír comienzo a caminar hacia las escaleras. Escucho cómo Emily sujeta algunos artefactos de la mesa, y después regresa con el hombre encadenado, provocando que grite con mucha más fuerza.
Salgo del sótano para después regresar a la sala, tomando mi lugar en aquel cómodo sofá que me brinda una vista perfecta de la casa del frente. No pasan muchos minutos hasta que veo cómo toda la familia sale de aquella casa y se dirige a uno de los autos que tienen estacionados frente a su jardín. Observo a cada uno de ellos con completo detalle. Es una familia muy feliz, a la que no le falta nada. Una pareja que no parece superar los cuarenta años, con dos hijos adolescentes, una niña pequeña y un bebé. Es una familia realmente hermosa.
Estiro mi mano hacia la taza que dejé a mi lado minutos atrás, y me encargo de terminar su contenido mientras observo cómo el vehículo de aquella familia se aleja por la carretera. Sonrío para mis adentros, comenzando a planear la manera en la que le daré fin a esas personas para siempre. Emily y yo hemos asesinado a una gran cantidad de personas en el pasado, y esto no será un reto muy grande.
–No te preocupes, mamá –susurro mientras mantengo la mirada fija en la ventana–. Ahora tienen los días contados.
En completo silencio, le doy el sorbo final a la taza de café, justo cuando los gritos del señor Fleming son silenciados para siempre.