El Imperio De Las Rosas

“Estuvo bien, ahora me encuentro tranquila. Han sido unos días agotadores en el campo de batalla, ustedes también deben estar agotadas debido a las clases de etiqueta, práctica de baile y reuniones sociales”. La dulce sonrisa de Ellie hizo que todas estuvieron encantadas con ella, solo había una ofendida qué sentía que se estaba burlando de ellas como si sus palabras en realidad dijeran "yo hago más".

En el salón, las miradas se cruzaron como espadas afiladas. Alya, la hija menor de los Leibniz, sentía que cada palabra de Ellie era un dardo dirigido a su orgullo. La dulce sonrisa de la rubia ocultaba una malicia que solo Alya parecía percibir.

"¿Clases de etiqueta, práctica de baile y reuniones sociales?", pensó Alya. "¿Acaso Ellie se burla de nosotras? Como si sus palabras dijeran: 'Yo hago más'". La tensión en la habitación era palpable.

La hija menor de los Leibniz no pudo evitar sentirse humillada. Sabía que Ellie disfrutaba de los beneficios de haber ganado las tierras sagradas, pero ¿era necesario que lo restregara en sus caras? Alya había tenido un breve romance con el príncipe Arthur, pero eso no la hacía menos digna. No permitiría que Ellie la menospreciara.

“Parece estar disfrutando de los beneficios de haber ganado las tierras sagradas”. El tono de voz que usaba Alya era dulce, pero se podía notar las intenciones que tenía ante sus preguntas debido a su expresión; quería humillar a Ellie. Su mirada desafiante buscaba una reacción en la rubia.

“Las vidas que fueron sacrificadas fueron las del enemigo ¿Cómo podría no honrar su muerte?, lucharon fervientemente por lo que ellos consideraban suyo. Yo solo hice lo que se me impuso, traer lo que es del imperio”. Tomó un sorbo de su infusión de pétalos de rosa, saboreando el delicado aroma. Las damas a su alrededor se tensaron aún más.

El lugar estaba llena de secretos y rivalidades. El té continuaba su danza en las tazas, mientras las miradas se entrecruzaban como hojas de espada; lleno de intrigas y pasiones ocultas. Ellie no estaba dispuesta a formar parte de esto, un juego infantil.

“Debo retirarme, fue un gusto”, anunció Ellie con calma. “Espero que la próxima vez sea más agradable”. Lili, sintiéndose impotente, deseó protestar y pedirle a Ellie que no se fuera. Pero ya era tarde; había perdido la oportunidad de ser su amiga. No sabía de la rivalidad entre los Bellefleur y los Leibniz, y seguramente Ellie la veía como una amenaza.

Las damas se despidieron con elegancia, pero Alya, a pesar de estar obligada a hacer una reverencia, no apartó la vista de Ellie en ningún momento. La torpeza de esa niña alguna vez la llevaría a su muerte, pensó Ellie con una sonrisa.

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El carruaje se deslizó por las calles empedradas, alejándose de la mansión Bellefleur. El hombre que lo conducía asintió en silencio cuando Ellie le indicó su destino: el mercado. Había asuntos que requerían su atención, y Ellie prefería mezclarse con las masas en lugar de permanecer en la opulencia de la alta sociedad.

La fiesta de té había sido un éxito, pero Ellie no era ajena a los detalles. Observadora y astuta, había notado que el vestido de Alya no era de la misma diseñadora que los de las otras damas. Era más modesto, menos lujoso. ¿Acaso los Leibniz estaban en bancarrota? La noticia sería del agrado de su padre, sin duda.

En el interior del carruaje, Ellie se cubrió con las cortinas de seda para cambiarse. Se despojó de las joyas y se puso un vestido sencillo de color rosa pastel, sin mangas y hasta la rodilla. A pesar de su intento por pasar desapercibida, su aura no la dejaría. No importaba cuánto se esforzara en ocultarse; su presencia siempre destacaría.

Al bajar del carruaje, Ellie dio una orden clara: nadie debía seguirla. No tenía intenciones especiales, solo quería observar. Para que los Bellefleur dominaran el comercio en el imperio, Ellie visitaba los lugares más pobres. Allí podía evaluar las necesidades de la gente y ofrecerles productos a precios accesibles. Era un juego de ganar/ganar: ellos obtenían lo que necesitaban, y ella aseguraba la lealtad de los plebeyos.

El mercado de la capital tenía su propia jerarquía. En el punto céntrico se encontraban los de clase alta, mientras que en las zonas periféricas se agrupaban los de clase media y baja. Los Bellefleur controlaban todas estas áreas, y Ellie, como la figura más popular de la sociedad, generaba "publicidad" cada vez que aparecía en público.

“¡Dos manzanas por una moneda de plata!", gritó un niño, mostrando sus "músculos" con orgullo. "¡Lleve sus deliciosas manzanas! Le darán la fuerza necesaria para vencer incluso a un dragón”.

Ellie no pudo evitar reír ante la exageración del pequeño vendedor. Sin embargo, su risa atrajo al niño hacia ella. El pelinegro se acercó con determinación. ¿Qué intenciones ocultaba tras su mirada inocente?

El niño, con su ingenio y determinación, había logrado captar la atención de Ellie. "Dame tres docenas de tus manzanas", había dicho, "si una me ayuda a derrotar a un dragón, ¿será suficiente para vencer a todo un ejército de dragones, verdad?" Su inocencia y astucia se entrelazaban de manera encantadora.

Ellie observó al niño con curiosidad. A pesar de su apariencia desgastada, parecía estar en buen estado. Sin embargo, no era común ver a un niño vendiendo en la calle, especialmente uno tan joven. ¿Qué circunstancias lo habrían llevado a ese punto?

El pequeño tomó la mano de Ellie y la arrastró hasta el modesto puesto de sus padres, una frutería. La rubia no pudo evitar sonreír ante su astucia. ¿Se sentía más ligera? Quizás. La vida de Ellie estaba llena de intrigas y secretos, pero aquel encuentro con el niño parecía ofrecer un respiro.

“¡Mamá! ¡Encontré a una mujer rica! ¡Felicítame!” , exclamó el niño, con las manos en la cintura y una expresión de orgullo. La madre, visiblemente avergonzada, se disculpó con Ellie mientras regañaba al pequeño. Pero él no dejaba de quejarse y se ocultó detrás de la rubia, mirándola con malicia. Niño astuto, pensó Ellie.

La mamá, resignada, se dirigió a Ellie. “Disculpe, ¿qué la trae hasta mi humilde tienda?” La sonrisa de Ellie se desvaneció ante los pensamientos intrusivos. ¿Cómo sería su relación si su madre aún estuviera viva? El niño, perceptivo, notó su cambio de ánimo y tiró de su vestido. Sus ojos se encontraron, y él le sonrió.

“Tres docenas de todo lo que haya, por favor” , dijo Ellie. El niño sonrió aún más, abrazándola con emoción. ¿Era este un abrazo sincero? Se sentía diferente a los abrazos de su padre. "Gracias, señorita. Muchas gracias, en serio".