La Emperatriz Bruja.

Luego de que Regulus saliera de la habitación, preguntó por los emperadores y fue guiado a una sala donde ambos permanecían inconscientes, sentados en un sillón. Chasqueó los dedos y, luego de un momento, ambos despertaron.

—¿Qué sucedió? —preguntó de inmediato Maximus.

Ariel abrió los ojos y pronto miró en dirección a Maximus. Antes de que pudieran decir algo, Regulus habló:

—La princesa estará bien. Me quedaré con ella hasta que mejore. Necesito que ambos presten mucha atención a lo que voy a decir, porque no es algo que repetiré.

Ambos cruzaron miradas y esperaron en silencio mientras el mago supremo les contaba todo lo que sucedería si Leonor y Mauricio no cumplían con lo que Lilith había dicho.

Regulus había planeado desde antes reunirse con ellos y advertirles cómo terminaría todo si impedían la unión, pero al ver que Leonor había logrado convencerlos por sí sola, decidió no intervenir. Sin embargo, tras lo ocurrido hoy, comprendió que si los emperadores no conocían el futuro que les aguardaba, jamás permitirían dicha unión.

Al terminar de relatar el futuro alternativo, ambos emperadores guardaron silencio por unos segundos. Fue Maximus quien finalmente rompió el silencio:

—¿Desde cuándo sabes esto?

—Desde que ella comenzó a ser mi discípula. Siempre supe cuál era su destino.

—¿Pero por qué no me lo dijiste antes? ¿Ella lo sabe?

—Siempre lo supo. Es por eso que buscó al príncipe: sabía que sin su ayuda, todo esto podría acabar mal.

Ariel, visiblemente molesto, encaró al mago:

—¿Y por qué ahora? ¿Por qué no nos avisaste antes? ¡Podríamos haber formado alianzas, negociado treguas con los demás imperios y evitar...!

—Los seres humanos son estúpidos —interrumpió Regulus con frialdad—. Por eso todo siempre termina en guerras y desastres. Los tratados rara vez son respetados por los herederos, y apenas uno asciende al poder con ambición, rompe todo. Además, la Torre Mágica tiene prohibido intervenir en asuntos humanos.

Maximus asintió, consciente de que eso era cierto. El mago jamás quiso enseñarle al príncipe, y solo a Leonor le exigía practicar y estudiar con disciplina.

—¿Y por qué ayudas a la princesa?

—Porque así lo quiero. Bien, ahora que lo saben, espero no tener que preocuparme por ustedes dos. Tengo órdenes de proteger a los príncipes herederos, no a sus padres. Si me disculpan, volveré junto a la princesa.

Regulus se levantó de su asiento y comenzó a caminar hacia la salida. Ariel quiso decir algo, pero Maximus lo detuvo con un gesto.

—Él es así. Te recomiendo no interponerte en su camino. El mago es... poco paciente.

Ariel lo miró con desdén. Maximus, más calmado, añadió:

—Lamento haberte atacado. No controlo mi magia cuando estoy furioso, por eso evito usarla...

—Ya escuchaste lo que dijo. Tendremos que llevarnos bien por el bien de nuestros imperios. Sé que lo que pasó fue traumático... pero ya todo está olvidado. La princesa está bien.

—Sí. Ella es fuerte. Iré a verla.

Sin decir más, ambos salieron del salón, encontrándose con sus esposas, quienes estaban detrás de la puerta escuchando. Al verse descubierta, la emperatriz sonrió con torpeza.

—Esto sí que es... vergonzoso.

—Lo mismo digo... Bueno, ¿qué esperaban? Teníamos miedo de que se mataran ahí dentro.

—Tranquila, Maribel, ya todo está resuelto. —Maximus miró a su esposa y luego a la otra emperatriz—. Le pido disculpas también. No debí actuar de esa manera.

—Tranquilo, emperador. Esta vez se lo dejaré pasar. Entiendo por lo que estaban pasando.

—Bien. Vayamos a ver cómo están los niños.

Sin decir más, todos se dirigieron nuevamente a las afueras de la habitación de la princesa.

***

Era casi de noche cuando Leonor despertó. Al no reconocer el lugar donde se encontraba, gritó.

Las cinco personas que aguardaban afuera corrieron hacia la habitación. Al ingresar, se sorprendieron al verla abrazada a Regulus.

—¿Madre?

Leonor soltó al mago y corrió hasta ella, rodeándola con los brazos.

—Madre... estaba tan asustada...

Mauricio la miraba con una mezcla de angustia y recelo. Su rostro mostraba una furia contenida; no le gustaba ver a Leonor tan cerca del mago. Los emperadores, al notar su expresión, temieron que dijera algo imprudente, así que intervinieron.

—Mago supremo, gracias por sus servicios. Me aseguraré de que la Torre Mágica reciba una compensación adecuada, pero creo que es mejor que se retire...

—No... Regulus, puedes quedarte un poco más.

Todos la miraron sorprendidos. El mago le sonrió y asintió.

—Leonor, no es apropiado que le hables tan informalmente al mago supremo —intervino Maximus.

—Yo le pedí que lo hiciera. —Regulus se volvió hacia ella—. Iré a caminar un poco. Descansa, Leonor. Hablaremos mañana.

Ella intentó detenerlo tomándole el brazo, pero al ver que no podía, simplemente asintió.

—Bien... lo veré mañana, maestro.

Regulus salió de la habitación, y Leonor observó a todos a su alrededor. Fue entonces que prestó atención a los tres individuos que tenía frente a ella.

—¿Madre? ¿Quiénes son ellos?

Silvia arqueó una ceja. Mauricio la miraba fijamente.

—Leonor, ellos son los emperadores de Zenda. ¿Nena, qué pasa? ¿No los reconoces?

Leonor volvió a observarlos, desconcertada.

—No... ¿Pero no estábamos enemistados con ellos? Padre, ¿qué sucede?

Maximus frunció el ceño. La mirada de su hija ya no mostraba ese rencor, ni el dolor de antes.

—¿Leonor, qué sucede? Hija... él es tu prometido.

—¿Qué? ¿Prometido? Padre, yo no quiero casarme, aún soy muy joven... Madre, dile que no me obligue. Yo... yo amo a alguien más...

El silencio cayó como una losa. Mauricio bajó la mirada, y con voz firme dijo:

—Por favor, padres. Dejen a la princesa a solas con los suyos. Vendremos luego a saber cómo está.

Sin decir más, Mauricio se marchó, seguido por los emperadores. Una vez solos, Maribel miró a su hija con ternura.

—Leonor, tú querías casarte con Mauricio. Fuiste tú quien lo trajo a casa y nos pidió que lo aceptáramos. Él es tu prometido. Estamos aquí para celebrar el segundo compromiso...

—Yo... no lo recuerdo. No sé qué pasó. No entiendo por qué estamos aquí... pero quiero ir a casa.

Maximus, conmovido por la súplica en los ojos de su hija, estuvo a punto de ceder. Pero recordó las palabras del mago y respondió con voz firme:

—Eso no será posible. Tú nos arrastraste a todo esto y te comprometiste con el príncipe de Zenda. Ya dimos nuestra palabra. No hay marcha atrás.

—Voy a pedir que te traigan algo de comer. Necesitas descansar. Maribel, vamos.

—Pero, esposo...

—He dicho.

La reina miró con reproche a su esposo. Pese a la súplica silenciosa de su hija, besó su frente y salió de la habitación junto a Maximus. Ya en el pasillo, dijo:

—Me lo vas a contar todo. Pero primero, descansemos. Hoy fue un día muy duro.

No dijo más y lo siguió, sabiendo que él ocultaba algo importante.

Por otro lado, Leonor se llevó la mano al pecho y notó que aún llevaba su colgante. Se lo arrancó del cuello y, recitando un hechizo de localización, el diamante rojo comenzó a brillar. Sin pensarlo dos veces, tomó su abrigo y salió de la habitación, guiada por la luz.

Regulus tenía respuestas. Él le diría todo lo que estaba sucediendo...