Libido

Elián analizaba sobre lo acontecido, se supone que no debía contar cosas tan personales como lo que había vivido con sus padres, pues externar ese tipo de situaciones puede crear vínculos con las personas y Michelle no era su amiga, mucho menos alguien con la que él quisiera crear un vínculo ¡Era una mujer casada, joder!

Pero él no entendía qué pasaba cuando estaba a su lado, pues por alguna extraña razón quería contarle sus vivencias y que ella le contara las suyas.

—Es solo una mujer agradable —se convencía a sí mismo y también se juraba que eso pronto terminaría, pues en cualquier momento le tendría que decir que ya no se podían ver más.

Y justo cuando iba a comenzar a ensayar las palabras que le diría para dejar de verse, le llegó un mensaje de texto:

—"Señor Baillerés, mi suegra está en casa, no podré ir a la cafetería" —leyó él en voz alta.

Suspiró un tanto decepcionado, pero el distanciarse de ella le haría bien.

—¡Pero qué cara traes! —exclamó Harper en el umbral de la puerta.

Elián estaba tan absorto en sus pensamientos que ni siquiera escuchó la puerta abrirse.

—Es la misma cara de hijo de puta de siempre —respondió él con cierta acidez en la voz.

—Uhh, pero qué estresado estás, no me digas que la mojigata, señora Lacari, te ha pegado su amargura. —Harper se acercó a Elián, contoneando sus caderas de manera seductora.

—No sé de qué hablas —refutó con rapidez él, recibiendo a la pelirroja en su regazo.

—Vamos, Elián, ¿de verdad crees que soy estúpida?, es más que obvio que tú y ella traen algo —susurró Harper—. Por cierto, qué pasa contigo, nunca creí que 'ese' tipo de mujeres fuera tu estilo, ¿o no me digas que lo haces por caridad?

—Ese no es asunto tuyo —dijo él dándole un beso, más para callarla que por gusto.

—¿No me digas que quieres un poco de cariñito? —preguntó ella en forma melosa.

—Quizá más tarde —respondió él con una sonrisa.

—Entonces a las diez en punto nos vemos en el libido. —Harper volvió a besar a Elián con deseo. Para después salir de la oficina.

El joven Baillerés exhaló con pesadez. Nada fuera de lo normal había pasado, su rutina sería la misma de siempre, y eso había estado bien para él, los últimos catorce años de su vida.

…

—Te ves muy bien, Michelle. —La señora Isis Lacari, madre de Ramsés, le pidió a Michelle probarse toda la roba que le había comprado.

—Gracias, señora Lacari, todo es muy muy bonito —dijo Michelle conteniendo la respiración, pues al parecer había dejado de ser talla chica.

—Creo que elegí mal la talla —aseguró la señora Lacari.

—No, creo que el problema soy yo, la comida al fin está haciendo estragos en mi peso —confesó Michelle. Para luego entrar a la habitación y quitarse el vestido por el bien de su suegra, pues temía que en cualquier momento uno de los lindos botones, color verde del vestido, saliera volando al ojo de la pobre señora.

Michelle se miró al espejo, ¿de verdad había subido tanto de peso en tan poco tiempo?

—Solo son un par de kilos, tampoco es que vayas a dejar de caber en la puerta —se dijo a sí misma.

—Michelle, ¿quieres salir a tomar un café a la plaza? —dijo la madre de Ramsés detrás de la puerta.

La joven mujer suspiró, ¿cómo explicarle a su suegra que quería ir, pero en compañía del jefe de Ramsés?

—Claro, en un segundo salgo —dijo finalmente Michelle, riéndose de sus propias ocurrencias.

—Te ves muy bien —elogió la señora Lacari cuando Michelle salió del cuarto.

—Gracias, es solo un vestido ya bastante viejo —explicó ella. Y para ser sincera se lo puso porque el vestido era holgado, como la mayoría de ropa que usaba, quizás por eso no se había dado cuenta de su aumento de peso.

Cuando ambas mujeres estuvieron listas, salieron de la casa y se trasladaron a la plaza más cercana. Luego de encontrar una cafetería, se sentaron en las pequeñas mesas y comenzaron a conversar.

—¿Qué me cuentas de Ramsés? ¿Ya se está convencido de tener bebés?

—No, aún no hemos hablado mucho sobre eso —Michelle mintió. Era cierto que la señora Isis Lacari era la mujer más dadivosa, noble y amable que había conocido, pero su único defecto era sobre proteger a Ramsés, así que, Michelle, omitía contarle los conflictos que tenía con él, pues en el pasado ya había mostrado de lado de quién estaba.

La señora Isis soltó una risita.

—¿Si? —cuestionó Michelle sin entender.

—No, nada, solo que tu semblante ha cambiado.

—¿Eso es malo? —Instintivamente la joven se acomodó el cabello.

—Al contrario, te ves hermosa —chilló la mujer mayor.

Después de terminar su café y comer unos cuentos pastelillos, suegra y nuera volvieron a casa.

La señora Lacari, aprovechó para sacar el álbum de fotos de Ramsés y recordar momentos felices de su vida.

Michelle sabía que para su suegra, aún era muy difícil asimilar la muerte de su esposo, y que cuando se ponía melancólica contaba su bella historia de amor.

Al día siguiente, la señora Isis le propuso ir de compras, por eso del fallo en cuestiones de talla.

Michelle acepto con una sonrisa fingida, pues si ella usaba ropa fuera de moda, como decía Kate, su suegra era otro nivel de anticuada.

Así que fueron a las tiendas más 'elegantes' que encontraron. A ratos, la mamá de Ramsés miraba a Michelle con cierta esperanza, como si la joven tuviera algo muy preciado que darle y eso en lugar de halagar a Michelle; la asustaba.

—Tus ojos son tan lindos —elogió la señora Isis a su nuera.

Michelle soltó un pequeño suspiro, ya había quedado más que claro el porqué la eligieron a ella como esposa de Ramsés.

Entonces, quitando todo ambiente de paz y serenidad, el celular de Michelle comenzó a timbrar. La señora Lacari tocó su pecho como señal que esos la había asustado. Michelle miró la pantalla de su móvil y estaba dispuesta a dejar que el celular siguiera sonando.

—Contesta, debe ser importante —ordenó la madre de Ramsés.

Michelle asintió con cabeza.

—Señor Baillerés, buena tarde, ¿dígame necesita localiza al señor Lacari? —contestó Michelle, mostrándose lo más ajena a Elián.

—Entiendo, señora Lacari —respondió en la otra línea con una sonrisa de lado—. Le marco para finalizar el proyecto, eso es todo.

—Oh, el proyecto, una disculpa, lo olvidé como vino de visita, mi linda suegra, tengo la cabeza en las nubes.

—¿Cree que pueda venir hoy a mi oficina? —cuestionó él ignorando el comentario sobre la mamá de Ramsés.

—¿Hoy?

La madre de Ramsés hacía señas con la cabeza y las manos para que Michelle aceptara.

—¿Algún inconveniente?

—No ninguno, nos vemos a las…

—Dentro de una hora está bien, gracias y saludos a su 'linda suegra' —dijo él, para después cortar la llamada.

Cuando Michelle se quitó el teléfono de la oreja, la señora Isis la dedicó una amplia sonrisa.

—Que bueno que estás haciendo méritos para ganarte al jefe de Ramsés, estoy segura de que eso ayudará a que mi hijo escale aún más en la empresa —aseguró la mujer, feliz.

«Y sí que estoy haciendo méritos… », pensó Michelle.

—Que bueno que estoy aquí, así podré acompañarte para que no vayas sola —dijo la mujer y acomodó un mechón de cabello de su nuera, justo detrás de la oreja.