Una sola noche, cambio mi vida para siempre.
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24
Comencé a correr como alma que lleva al diablo en sentido contrario, volviendo por mis pasos, pero esta vez por medio de la calle. Continué corriendo hasta que no pude más. Me escondí en un pequeño callejón en el que olía fuertemente a pis.
Me senté en el escalón de una pequeña escalera y abrí la mochila. Saqué la botella de agua y le di un gran trago. Comencé a tranquilizar mi respiración, hasta que esta finalmente volvió a la normalidad.
Tomé aire y eché agua en mis castigadas manos, aguantando los quejidos del escozor que me propiciaba aquella tarea. Saqué la camiseta manchada de sangre y le eché un poco de agua. Me quité la gorra, manchada también, y pasé la zona húmeda de la camiseta por las zonas ensangrentadas de mi rostro.
Cada vez que mi piel se estiraba, sentía la herida abrirse un poco y una gota volvía a caer por mi mejilla. Me di por vencida y metí un par de cubitos de hielo en la camiseta. Me acerqué temblorosamente el frío hielo a la herida y comencé a presionar un poco. De mi boca salían sollozos de dolor, pero sabía, después de varios esguinces, que el frío es lo mejor para la inflamación.
Estuve alrededor de 15 minutos allí parado, cuando me encontré mejor para seguir con mi camino. Guardé todas las cosas, excepto el hielo, en la mochila y me la colgué en la espalda. Tiré varios cubitos de hielo al suelo y me quedé con unos 10 o 12. Cargué con ellos en la bolsa de plástico con mi mano derecha, mientras que me seguía llevando la camiseta a mi enrojecida herida.
Procedí a continuar mi recorrido y eché a andar sigilosamente por las calles. Pronto llegué hasta los caminos, donde tuve que hacer una difícil elección. Continuar por el camino que me conocía de memoria o tomar el camino más largo y enrevesado.
No creía que mi hermano me buscase por aquella zona, por lo que tomé el camino que tomaba siempre que queríamos ir al campo.
El sinuoso camino estaba completamente oscuro, escoltado por los terrenos de olivos, fangosos por la humedad. Mis ojos se acostumbraron rápidamente a la negrura, aunque la luz de la luna hacía que se pudiese ver en la oscuridad bastante bien. Ante la expectativa de varios kilómetros de aburrimiento y silencio, comencé a pensar en cómo había llegado hasta ese punto.
Jared y Chris, Chris y Jared.
Los dos eran algo más que amigos, de eso no cabía duda.
¿Cómo podía haber estado tan ciega?
Jared no me quería, me había usado para poner celoso a mi hermano, no sé por qué. Me había creído cada palabra de Joel, que simplemente jugaba conmigo mientras disfrutaba de mi cuerpo, ya de paso.
Las lágrimas comenzaron a salir de mis ojos.
Mi hermano, el cual yo creía que me defendía a capa y a espada… Solo me prohibió ver a Jared porque estaba celoso, no por querer protegerme.
Me sentía triste, desolada, sin saber qué era cierto y qué no, mientras mis ojos seguían siendo cataratas por las que brotaban mis lágrimas, que casi no me dejaban ver el camino.
Estaba tan absorto en mi tragedia que no vi la sombra que comenzaba a proyectarse bajo mis pies, ni siquiera escuché el ruido del motor del coche que tenía detrás de mí. Tan solo cuando la luz era tan evidente que hacía ver los pequeños insectos que volaban por el aire, me eché hacia un lado, intentando ocultarme detrás de un árbol.
El coche pasó a mi lado sin problema ninguno, hasta que frenó en seco varios metros más adelante. Pude ver claramente el coche de Jared antes de que estos abrieran las puertas. Para cuando estos empezaron a bajar del coche, yo ya estaba corriendo campo adentro.
Sentí la tierra húmeda llenar mis pies y mojar mis calcetines, tanto por dentro como por fuera de los botines mientras corría velozmente, dejando atrás las voces de mi hermano y de Jared.
- ¡¡Lya!! ¡LYAAA! ¡Vuelve! – gritaba mi hermano.
- ¡Princesa, no seas tonta! ¡Ven! – decía Jared.
- ¿¡Qué vas a hacer tú sola aquí fuera!? ¡Vámonos a casa, por favor! ¡Lya! – continuaban llamándome mi hermano, asustado.
- ¡Lya, tú ganas! ¡La hemos cagado! ¡Déjanos explicártelo! – gritaba Jared, desconsolado.
Continué corriendo, secándome con la mano las lágrimas que caían sobre mi rostro, alejándome cada vez más en la oscuridad de aquellas voces que me llamaban. Vi una pequeña edificación sin acabar, abandonada, y me dirigí a toda velocidad hacia ella para ocultarme.
Sentí cómo mi pie izquierdo se metía debajo de una raíz de una árbol que estaba levantada, haciéndome caer de bruces, golpeando mi cabeza de nuevo contra una pared. En aquel mismo instante, todo se apagó.
me gustaría ver el final