De un lado, Emílio D’Ângelo: un mafioso frío, calculador, con cicatrices en el rostro y en el alma. En su pasado, una niña le salvó la vida… y él jamás olvidó aquella mirada.
Del otro lado, Paola, la gemela buena: dulce, amable, ignorada por su padre y por su hermana, Pérla, su gemela egoísta y arrogante. Pérla había sido prometida al Don, pero al ver sus cicatrices huyó sin mirar atrás. Ahora, Paola deberá ocupar su lugar para salvar la vida de su familia.
¿Podrá soportar la frialdad y la crueldad del Don?
Descúbrelo en esta nueva historia, un romance dulce, sin escenas explícitas ni violencia extrema.
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Capítulo 18
Anna esperó el momento adecuado. Tan pronto como Emílio se retiró a su oficina, ella llamó discretamente a la puerta.
—"Adelante" —resonó la voz firme.
La joven entró, manteniendo una postura respetuosa, pero sus ojos brillaban con la urgencia de la información.
—"Don Emílio… tengo algo importante que informar. Es sobre Pérla."
Él frunció el ceño, ya previendo problemas.
—"Habla."
Anna respiró hondo.
—"Ella anda rondando los pasillos, observando a la señora Paola y al señor… y la he oído hablando sola. Planea fingir ser su hermana para seducirlo. Su idea es que la señora Paola los encuentre juntos… y piense que el señor la ha traicionado."
El silencio que se hizo fue pesado. La mandíbula de Emílio se contrajo, los ojos chispeando de rabia.
—"¿Esa mujer se atreve a jugar con mi familia?" —murmuró, casi gruñendo.
Anna continuó:
—"Pero el señor puede estar tranquilo. Yo la sigo de cerca. Ella no hace nada sin que yo lo vea. Y si intenta cualquier movimiento, aviso inmediatamente."
Emílio se levantó y fue hasta la ventana, las manos cerradas en puño. Pero, al pensar en Paola, sus rasgos se suavizaron.
—"Ella nunca conseguirá destruir lo que Paola y yo tenemos. El amor de mi mujer es demasiado fuerte. Paola me reconoce por la mirada, por el tacto… no hay mentira que quiebre eso."
Anna asintió, firme.
—"Exactamente, Don. Estoy tras sus pasos. Pérla no tendrá oportunidad."
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En aquella misma noche, mientras Emílio reflexionaba sobre la traición de su cuñada, un clima muy diferente tomaba forma en la mansión.
Dário encontró a Katrina en el balcón, admirando la luz de la luna.
—"No sabía que te gustaban las noches frías así…" —dijo, acercándose.
Ella sonrió sin mirarlo.
—"Me gustan. Me recuerdan que incluso en la oscuridad, siempre existe una luz allá arriba."
Las palabras simples golpearon a Dário como una flecha.
Respiró hondo, intentando controlar el corazón que parecía querer escaparse del pecho.
—"Katrina… eres diferente de todo lo que he conocido. Ya he visto a muchas mujeres, pero ninguna… ninguna me ha hecho sentir esto."
Ella, sorprendida, giró el rostro para encararlo. Sus ojos se encontraron, y un escalofrío recorrió el cuerpo de los dos.
Katrina intentó reír para romper la tensión.
—"¿Y qué exactamente estás sintiendo, Dário?"
Él no vaciló:
—"Que necesito tenerte. No solo hoy. Necesito tenerte en mi vida."
El silencio entre ellos fue interrumpido solo por el viento suave. El corazón de Katrina se disparaba, pero en su interior, ella ya sabía: también se estaba perdiendo en aquel hombre.
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En aquella noche, tras retirarse a su habitación, Emílio encontró a Paola ya acostada, el cabello esparcido por la almohada como un marco dorado. Él se detuvo por un instante solo para admirar la escena —aquella mujer que, contra todas las probabilidades, se había convertido en su razón de vivir.
Paola alzó los ojos hacia él, sonriendo suavemente.
—"Estás pensativo…"
Él se acercó, sentándose en el borde de la cama, los dedos deslizándose despacio sobre la piel de ella.
—"Estaba pensando en cómo cambiaste mi vida, Paola. Nada más me asusta cuando sé que te tengo aquí."
Ella acarició el rostro de él con ternura.
—"Yo tampoco tengo miedo. Lo que vivimos me mostró que el amor es más fuerte que cualquier sombra del pasado."
Emílio no resistió. Se acostó al lado de ella y la envolvió en sus brazos, sellando los labios de ella en un beso demorado. El toque, al mismo tiempo suave e intenso, incendió la habitación. Cada gesto, cada caricia, era una promesa silenciosa de que nada ni nadie los separaría.
Paola se acurrucó contra el pecho de él, respirando hondo, como si quisiera grabar aquel instante en su memoria para siempre.
—"Te amo, Emílio… con cada pedazo de mí."
Él la atrajo aún más hacia sí, la voz grave y cargada de emoción.
—"Yo también te amo, mi niña, voy a pasar la vida entera probándotelo. Nunca más voy a soltarte, Paola."
Paola lo miró, emocionada pues era la primera vez que él decía que amaba.
El resto de la noche fue marcado por besos y susurros, toques ardientes y miradas que decían más que cualquier palabra. La pasión entre ellos era fuego y abrigo, intensidad y dulzura. Cuando por fin se durmieron, entrelazados, había en el aire la certeza de que, por más que enemigos rondasen, ningún veneno podría destruir el lazo que los unía.
Lejos de allí, escondida en las sombras, Pérla tramaba. Pero dentro de aquella habitación, solo había amor —y una pareja que había aprendido, en el más difícil de los caminos, que juntos eran invencibles.