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El Silencio De Los Herederos

El Silencio De Los Herederos

Status: En proceso
Genre:Matrimonio arreglado
Popularitas:2.7k
Nilai: 5
nombre de autor: sonhar

Angela, una psicóloga promesa del país, no sabe nada de su familia biológica y tampoco le interesa saber, terminará trabajando para un hombre que le llevara directo a su pasado enterandose la verdad de su origen...

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CAPITULO 22

Ángela estaba a punto de tomarse una selfis con Daniela cuando escuchó pasos rápidos por el sendero. Un corredor se acercaba: alto, con el torso cubierto por una camiseta negra empapada de sudor, y los audífonos colgando de una oreja. Al reconocerlo, Ángela se levantó de la banca.

—¿Lucas? —dijo, sonriendo—. Qué sorpresa verte corriendo.

Lucas frenó el paso y se quitó los audífonos con una sonrisa entrecortada.

—Tú lo has dicho. No corría desde que todo se volvió un caos —respondió, aún respirando con esfuerzo.

Ángela asintió y giró hacia su hermana, que los miraba con curiosidad.

—Te presento a mi hermana, Daniela —dijo con calidez—. Está pasando unos días conmigo.

Lucas la miró con atención al oír el nombre. Extendió la mano con cordialidad.

—Daniela… —repitió—. ¿Tú eres la amiga de Miguel, verdad? Él me habló de ti esta semana. Me dijo que estabas buscando trabajo, y que tenías buena formación.

Daniela se sorprendió por un instante y luego asintió, apenada.

—Sí, bueno… Miguel se ofreció a hablar contigo. No esperaba que te acordaras.

—Claro que sí —respondió Lucas—. Justamente estamos necesitando una asistente en el bufete. Si te interesa, puedes pasar este lunes. Vemos qué tal encajas con el equipo.

—¡En serio! —dijo Daniela, entusiasmada—. Gracias, de verdad. Lo aprecio mucho.

Lucas asintió con una media sonrisa, secándose la frente con el antebrazo.

—Solo ten en cuenta que mis días son una locura, y mi café va más fuerte que el carácter de algunos jueces.

Ángela soltó una pequeña risa y Daniela también.

—Lo tendré en cuenta —respondió Daniela, ya más relajada.

Lucas se puso de nuevo los audífonos, pero no sin antes mirar brevemente a Ángela.

—Nos vemos pronto. Fue un gusto conocerte, Daniela.

—Igualmente —dijo ella, mientras Lucas retomaba el trote por el sendero.

Angela se sentó otra vez, sin borrar la sonrisa de los labios.

—¿Entonces él es el famoso Lucas? —susurró Daniela, picando con el codo a su hermana.

Angela negó con la cabeza, aunque no pudo evitar que se le subiera un poco el color al rostro.

—No empieces, Dani…

Angela intentó concentrarse en su helado, pero ya se le estaba derritiendo.

Daniela la observó de reojo, masticando con calma su cucurucho, hasta que no aguantó más.

—¿Así que no pasa nada entre ustedes? —dijo con tono inocente, exagerando la palabra "nada".

Ángela alzó una ceja.

—¿De qué hablas?

Daniela se rio y se inclinó un poco hacia ella.

—Ay, por favor, hermana. Si ese chico te mira dos segundos más, se le olvida que está corriendo. Y tú… estabas roja como si te hubiera pedido matrimonio.

Ángela rodó los ojos, pero no pudo evitar reírse también.

—No seas ridícula. Solo somos… conocidos. Él es muy cercano a Luc, nada más.

—Ajá —respondió Daniela—. ¿Y también corres a saludar a todos tus “conocidos” como si salieran de una película romántica?

Ángela la empujó suavemente con el hombro, intentando no reír más fuerte.

—Dani, ya. Te juro que no hay nada.

—Por ahora —murmuró Daniela, con una son risita traviesa, dándole otra lamida a su helado

—Eres insoportable…

—Lo sé. Pero también tengo buen ojo —dijo Daniela, guiñándole un ojo mientras ambas se ponían de pie para seguir su paseo por el parque.

__ no entiendo tu necesidad de molestarme con cualquier chico que hable, a veces pienso que ya quieres que me case y así te deje paz, pero eso no va a pasar hermanita dice Ángela y continúan su caminata por el parque.

Mientras en otra parte ya de noche Germán, su esposa Juliana, y sus dos hijos adolescentes, Camila y Nicolás. Nadie hablaba. Solo se escuchaban los cubiertos chocando y el sonido del celular de Camila.

—Quiero hablar de algo —dijo Germán de pronto, con tono firme pero sin levantar la voz.

Juliana alzó la vista con fastidio.

—¿Ahora qué?

—Existe la posibilidad de que Mateo venga a vivir con nosotros.

Camila y Nicolás se miraron confundidos. Juliana frunció el ceño de inmediato.

—¿Estás hablando en serio?

—Sí. El proceso va avanzando. Y si el juez lo aprueba, Mateo será parte de esta casa.

—¿Y desde cuándo decides algo así sin consultarme? —espetó Juliana, molesta—. No pienso criar al hijo de tu hermana como si fuera mío. Sabes perfectamente que no lo soporto.

Germán dejó los cubiertos con calma y la miró con frialdad.

—No tienes que quererlo. Solo cuidarlo. Y fingir.

Juliana bufó, indignada.

—¿Por qué no simplemente te quedas con la tutela y lo mandas a vivir con alguien más? Podemos manejar todo desde aquí, sin que ese niño moleste.

Germán se inclinó hacia ella, con una sonrisa seca.

—No funciona así. El juez quiere un entorno familiar. Y la única forma de tener control sobre la fortuna de Mateo… es que él viva con nosotros. Que creamos el “ambiente ideal”.

Juliana se quedó en silencio. Sus ojos brillaron por un segundo al escuchar la palabra fortuna.

Germán lo notó, y bajó aún más la voz, hablándole solo a ella.

—Si quieres el dinero, tendrás que aguantar al niño. No hay atajos. O lo hacemos parecer una familia… o nos quedamos sin nada.

—Lo aborrezco —escupió Juliana, sin remordimiento.

—Y yo te aborrezco a veces a ti, Juliana —le dijo él, sin perder la sonrisa—. Pero aquí estamos, ¿no?

Ella lo miró con rencor, pero no dijo nada más. Al final del día, ambos sabían lo que realmente los unía.

Y no era el amor.

Camila seguía revisando su celular sin mucho interés, y Nicolás jugaba con un tenedor, girándolo entre los dedos.

Germán apoyó los codos sobre la mesa y entrelazó las manos.

—Escuchen bien, los dos —dijo con tono serio—. Dentro de poco será el juicio por la custodia de Mateo. Y ahí, ustedes también tendrán que hablar.

Nicolás alzó una ceja.

—¿Hablar? ¿De qué?

—De nosotros —respondió Germán,—. De lo buena que es esta familia. Dirán que su madre y yo siempre tenemos tiempo para ustedes, que jugamos en las tardes, que los domingos son sagrados y que hacemos cosas juntos como familia.

Camila soltó una risa seca, sin apartar la vista del celular.

—¿Y qué más? ¿Qué los domingos nos abrazamos y cantamos Kumbayá?

—No pienso mentir —dijo Nicolás, más serio—. Tú ni sabes qué juego me gusta.

Germán los miró sin perder la calma.

—Yo no les estoy pidiendo que me adoren. Les estoy pidiendo que colaboren con algo que nos conviene a todos.

—¿Nos conviene a nosotros? —preguntó Camila, sarcástica.

Germán respiró hondo y cambió el tono.

—Si ustedes me ayudan con esto… pueden pedirme lo que quieran. Lo que sea.

Eso captó por fin la atención de Camila, que dejó el celular a un lado.

—¿Lo que sea?

—Lo que sea , Incluso ese viaje que tanto querías a Europa con tus amigas. Pero solo si colaboras.

Nicolás ladeó la cabeza.

—¿Y yo?

—Tú también. Nuevo celular, moto, o lo que se te ocurra.

Los dos se quedaron en silencio por un segundo. La oferta era tentadora. Y Germán lo sabía.

—Lo único que tienen que hacer es sonreír en ese juicio —dijo—. Decir que somos una familia unida, que nos amamos, y que Mateo estaría feliz con nosotros.

Camila suspiró, resignada.

—Qué asco todo esto.

—Bienvenida al mundo real —respondió Germán sin inmutarse

—. Donde todo cuesta…

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