En un mundo donde las brujas fueron las guardianas de la magia, la codicia humana y la ambición demoníaca quebraron el equilibrio ancestral. Veydrath yace bajo ruinas disfrazadas de imperios, y el legado de la Suprema Aetherion se desvanece con el paso de los siglos. De ese silencio surge Synera, el Oráculo, una creación condenada a vagar entre la obediencia y el vacío, arrastrando en su interior un eco de la voluntad de su creadora. Sin alma y sin destino propio, despierta en un mundo que ya no la recuerda, atada a una promesa imposible: encontrar al Caos. Ese Caos tiene un nombre: Kenja, un joven envuelto en misterio, inocente e impredecible, llamado a ser salvación o condena. Juntos deberán enfrentar demonios, imperios corrompidos y verdades olvidadas, mientras descubren que el poder más temible no es la magia ni la guerra, sino lo que late en sus propios corazones.
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CAPÍTULO XXII: El Lamento de los Sobrevivientes
— Kenja —
La lluvia cesó, dejando que la villa se mostrara con claridad: un paraíso corrupto y cruel, teñido de sombras y reflejos rojos en el barro. Todo lo que había presenciado la demonio me había marcado: un terror absoluto, una macabra coreografía de muerte que jamás había visto.
El impacto de su presencia parecía corroer el entorno mismo. Los edificios derruidos crujían como si respiraran, las calles embarradas reflejaban charcos que brillaban con un rojo fantasmal. Cada detalle parecía vibrar con la energía de la destrucción que ella dejaba a su paso.
Kurojin seguía inmóvil. Ni un músculo. Ni un parpadeo. Ni un hilo de aliento. Su cuerpo, perfeccionado para la muerte, sabía cuándo desaparecer incluso ante los ojos más atentos. Ahora, más que nunca, volverse invisible era igual a sobrevivir.
La demonio ya no estaba, pero su esencia flotaba como un espectro sobre la villa. Un eco maligno suspendido en el aire. El perfume que dejaba tras de sí no era humano: mezcla embriagante de rosas negras y carne quemada, imposible de ignorar. Cada bocanada me quemaba las fosas nasales y clavaba un escalofrío que recorría mi columna.
Desde mi conexión con Kurojin, su presencia me atravesó como un látigo de sombra. La sentí deslizarse por mi piel, dulce y venenosa, mortalmente atractiva. Cada fibra de mi ser gritaba advertencia y deseo al mismo tiempo. Aquella fuerza no era solo poder… era un espectáculo. Una danza de horror y perfección, como si la villa misma se hubiera convertido en su escenario personal.
—Dioses… —susurré, con la voz temblando y los ojos fijos en el lugar donde había estado ella, aunque ya se había desvanecido—. Synera… algo no está bien. Esta criatura… esta mujer…
—¿Qué estás viendo? —preguntó ella de inmediato, alerta. Su voz era firme, pero contenía una nota de inquietud.
—Es… hermosa —susurré, como si aún pudiera sentir su presencia—. Una demonio… Tal vez de Clase B, por cómo vibra su maná. Pero no es como los demás. Es diferente… refinada, cruel. Arrancó el corazón de un hombre solo para jugar con él antes de devorarlo… y sonrió como si eso le hubiera dado placer.
El silencio fue breve.
—Dijiste que es hermosa… ¿y peligrosa? —preguntó Synera, evaluando cada palabra, fría y calculadora.
—Más de lo que puedes imaginar…—respondí, todavía temblando por dentro.
Synera tardó un segundo en contestar.
—Entonces no la provoques —advirtió, con un tono más grave—. No importa qué tan fuerte sea Kurojin… si esa criatura es lo que sospecho, podría haberlo destruido con un suspiro y, de paso, revelado nuestra ubicación.
Tragué saliva. Cerré los ojos por un segundo, intentando bloquear la imagen de esa sonrisa carmesí.
Kurojin seguía esperando, inmóvil. Observando el último lugar donde la mujer había estado. Solo cuando la energía residual se disipó lo suficiente, volvió a moverse. Con sigilo perfecto, se deslizó entre muros rotos y charcos de barro como una sombra con voluntad propia.
Un grito cortó el aire.
—¡Apresúrense, no se detengan! —vociferó un hombre cubierto de sangre y barro, arrastrando a otros tras él.
Tras ellos, un enjambre de demonios menores surgió de entre las ruinas. Garras, colmillos y alas negras brillaban con hambre y malicia. Los humanos corrían, tropezaban, se levantaban y seguían adelante.
Algunos recogían piedras, palos astillados o cuchillos oxidados, tratando de defenderse.
—¡No… no puedo más! —gritó un joven, golpeando con un palo a un demonio que se abalanzaba sobre él.
—¡Resiste! ¡Corre! —le respondió otra voz, llena de miedo y determinación.
Uno a uno, los demonios atrapaban a los humanos. Los gritos cortaban el aire como cuchillas.
—¡No… no me dejes! —clamaba un hombre, luchando por liberarse.
¡CRACK!
El brazo de otro hombre se dobló en un ángulo imposible.
¡CHHHZ!
La carne se desgarró mientras un demonio lo arrastraba, sus colmillos brillando con un rojo infernal.
El olor a sangre y miedo saturaba el ambiente, mezclándose con el barro del suelo. Algunos humanos arañaban, mordían y golpeaban con desesperación.
—¡Sigan corriendo! —gritó alguien, empujando a los caídos—. ¡No se detengan!
Otros eran devorados vivos, sus cuerpos arrancados en fragmentos mientras los demonios peleaban entre ellos por cada pedazo. Cada segundo parecía una eternidad; cada lucha, una danza sangrienta por sobrevivir.
Desde las sombras, Kurojin actuaba con precisión letal. Lanzaba kunais cargados de relámpagos carmesíes.
¡CHAZZ!
Un demonio se partió por la mitad, su grito ahogado atrapado entre la explosión de energía. Shurikens de sombras giraban como cuchillas, desintegrando a varios enemigos de un solo golpe.
¡SHHHKK!
Cada movimiento suyo era rápido, brutal y calculado, iluminando la escena con destellos carmesí que acentuaban el terror de los humanos atrapados. Algunos comprendieron que alguien los estaba protegiendo:
—¡Gracias! —gritó un hombre mientras se lanzaba al siguiente callejón, jadeando y con los ojos desorbitados por el miedo—. ¡No nos dejes!
Pero la mayoría no tuvo la misma suerte. Los demonios arremetían con una ferocidad inhumana, desgarrando carne, rompiendo huesos y arrastrando a los que caían.
¡CRACK!—una pierna se partió, el hombre cayó de rodillas, incapaz de gritar—.
¡CHHHZ!—un brazo arrancado, el olor a sangre y miedo saturando el aire—.
Algunos humanos comprendieron que alguien los protegía. —¡Gracias! —gritó un hombre mientras corría, aunque la mayoría de ellos no sobrevivió. Los demonios arrasaron con todos los demás, devorando sin piedad, dejando un rastro de cuerpos mutilados y sangre sobre el barro.
Entonces algo captó la atención de Kurojin: un destello. Un movimiento fugaz.
Una niña corría descalza, dejando huellas rojas que se mezclaban con el lodo húmedo. A su lado, su madre la sostenía de la mano, jadeando mientras esquivaban demonios.
—¡Rápido, mi vida! No mires atrás, falta poco —jadeó la mujer, abrazando a la niña con una desesperación que casi la desgarraba.
Kurojin las siguió desde la distancia, saltando sobre escombros, eliminando a los demonios que se acercaban, protegiéndolas en silencio, desde la sombra.
Doblaron hacia lo que alguna vez fue un parque. Ahora solo quedaban ruinas, raíces negras y charcos de agua que reflejaban un cielo gris y opresivo. Allí, un extraño campo de energía protegía aquel lugar. los demonios que intentaban acercarse eran desintegrados al instante.
Pero aquel refugio mágico temblaba. Estaba a punto de colapsar.
En el centro del parque se alzaba un pozo agrietado, como si esperara desde siglos atrás aquel momento.
La madre se arrodilló, besó la frente de su hija y sus lágrimas, mezcladas con suciedad y sangre, mancharon el rostro de la pequeña.
El campo estalló en una lluvia de chispas, desapareciendo. De pronto, quedaron vulnerables.
El miedo y la desesperación llenaron el aire como un veneno.
—¡Vive, mi niña! Mamá siempre te protegerá —susurró, con la voz quebrada, pero firme.
Con un último impulso, empujó a la niña hacia el pozo. Un resplandor protector la envolvió y la absorbió en un destello, como si el pozo hubiera guardado un refugio secreto en sus entrañas.
La madre no tuvo esa suerte. Los demonios la rodearon con hambre salvaje. Intentó luchar, golpeando y arañando, aferrándose a la vida con uñas y dientes. Pero era inútil.
Apreté los puños, la impotencia quemándome por dentro. No había nada que pudiera hacer. Kurojin tampoco podía intervenir: aquel lugar estaba demasiado expuesto. Cualquier movimiento suyo habría delatado su posición, y entonces todos estarían perdidos.
El cuerpo de la mujer fue desgarrado, partido en dos, mientras los demonios se disputaban su carne entre chillidos inhumanos. Sus gritos resonaron por todo el parque, transformando las ruinas en un escenario de pesadilla.
A través de los ojos de Kurojin, presenciar aquello me revolvió las entrañas. Náuseas me subieron a la garganta, pero las contuve. No podía permitirme flaquear. Tenía una misión.
La escena quedó teñida de sangre, dolor y un silencio opresivo, mientras los cuerpos desgarrados de la madre y de los demonios caían. El mundo entero parecía recordarme, con crueldad, la brutalidad de aquella guerra sin fin.
Un momento de silencio se posó sobre nosotros.
—Lo que he visto allá adentro me supera, Synera —dije, apretando los puños, intentando transmitir firmeza—. Una mujer empujó a una niña hacia un pozo que desapareció como si fuera un portal… tal vez sea una entrada o salida hacia ese infierno —imprimí cada detalle en mi canal mental hacia Synera con la mayor claridad posible.
—¿Dónde? —preguntó ella al instante, sin rastro de compasión en su voz.
—En el jardín central. Ruinas por todas partes, un árbol muerto… cubre casi todo —respondí con firmeza.
—Tsk… Por supuesto… ¿cómo no lo pensé antes? —murmuró, llevándose la mano al rostro, pensativa—. Un pozo así debe conectar con túneles. Refugios usados hace siglos para esconder civiles o mover suministros. Podría ser una ruta de acceso.
—¿Podemos usarla? —pregunté, intentando controlar el temblor en mi voz.
—Tal vez… si no está infestada de demonios o protegida por magia —dijo Synera—. Debe haber una entrada desde el exterior que nos permita acceder al interior de la villa.
Kurojin se acercó al pozo, pero su mirada no lograba penetrar su misterio; algo en el entorno bloqueaba la visión, como si la propia tierra lo protegiera. Su silueta se fundió con las sombras, preparándose para avanzar y descubrirlo.
Entonces, un tirón agudo desgarró el centro de mi pecho, arrancándome un jadeo involuntario.
La conexión tembló.
Mi visión se volvió borrosa.
—¡Ah… no…! —jadeé—. Synera… estoy llegando al límite. ¡Lo estoy perdiendo!
—¡Corta el vínculo! ¡Ahora! —ordenó Synera, la voz firme y cortante, sin dejar espacio a dudas.
—Pero… todavía puede… —tartamudeé, con el miedo pesando en cada palabra.
—¡HAZLO, KENJA! —exigió, su grito resonando como un estallido, cargado de autoridad y urgencia.
Apreté los dientes y solté el canal de maná.
La imagen se fragmentó como un espejo agrietado. La forma de Kurojin titiló, se deshizo en humo oscuro…
Y desapareció.
Volvimos al silencio.
Y al frío.
Pero las imágenes… seguirían ahí por mucho tiempo.
Una conversión más profunda empieza a surgir.
Synera se mantuvo de pie frente a mí, su mirada clavada en el horizonte marchito, mientras el eco de lo que habíamos presenciado aún vibraba en el aire.
—Lamento que hayas tenido que ver lo que ocurre allá dentro —dijo con voz firme, sin dulzura, pero no sin humanidad—. Pero tienes que abrir los ojos, Kenja. Si no entiendes la gravedad del mundo en que vivimos… no sobrevivirás. Hoy son demonios. Mañana podrían ser hechiceros… o cosas peores.
Tragué saliva, el recuerdo de aquella masacre y la mirada de la demonio aún quemándome la mente como una cicatriz ardiente.
—Esa mujer… demonio, lo que sea… era antinatural. Peligrosa. Me hizo sentir… diminuto, como si no importara nada frente a su poder —dije, la voz temblando ligeramente, cargada de miedo y frustración.
Synera giró ligeramente el rostro hacia mí, evaluándome con un atisbo de aprobación. O tal vez era lástima. Difícil saberlo.
—Por lo que describes, parece una súcubo. Pero no una común. Su método, su energía… no encaja con una Clase B. Los demonios suelen contener su maná, lo enmascaran ante el enemigo. Pero ella… no. Ella lo exhibía. O peor, lo modulaba a voluntad. Quizá estemos ante una Clase A… o algo superior. Y si no está sola… —hizo una pausa— entonces hay más como ella. Y eso no me gusta nada.
—El hombre que mató… decía algo antes de morir. Que no sabía nada sobre una joya… —dije, intentando armar el rompecabezas.
—¿Una joya? —Synera arqueó una ceja, pensativa—. No me suena a nada concreto… Pero si estaba en boca de esa cosa, probablemente no era solo un adorno. Cuando logremos infiltrarnos, buscaremos respuestas.
Me crucé de brazos, temblando un poco sin querer. El recuerdo de ese salón, de los cuerpos… de la danza.
—Los horrores que hay allá dentro me… me ponen nervioso. —Mi voz se quebró justo cuando quise parecer valiente, y me estremecí con un tiritón digno de caricatura.
¡POM!
Synera me dio un golpe seco en la cabeza.
—Ponte serio, Kenja —dijo, sin pizca de simpatía.
—Vaya… qué aterradora te pones cuando hay una misión peligrosa. —Sonreí con nerviosismo—. Esa es mi maestra.
—Jumm. —Chasqueó los dedos y, como siempre, apareció su cigarrillo. Lo encendió con un toque de magia, inhalando lentamente mientras sus ojos calculaban algo que aún no alcanzaba a comprender.
—Habrá que encontrar una entrada directa a los túneles bajo ese pozo. Debe estar cerca. Nos dará acceso al centro de la villa sin ser vistos —dijo con calma, exhalando humo en un suspiro elegante.
—Entonces… ¡manos a la obra! No podemos perder más tiempo. ¡Tenemos que ayudar a esa gente! —exclamé, con la adrenalina aún corriendo por mis venas.
Synera giró la cabeza hacia mí con esa mirada que decía “eres un idiota encantador”.
—Kenja… no es tan simple. Esto no es un paseo por las ruinas. Un solo error y… bueno, tú acabarías muerto. Yo… solo tendría una muy, muy mala noche —dijo con un dejo de arrogancia, como si el peligro fuera un juego trivial para ella.
—¡Oye! No digas eso, que me asustas… —balbuceé, mientras sentía un escalofrío recorrerme la espalda.
Chasqueó los dedos otra vez, y una capa con capucha apareció flotando frente a mí. Me la lanzó con precisión quirúrgica, cubriendo mi cabeza al instante.
—Póntela. Mientras la lleves puesta y cubras bien tu cabeza, serás invisible para los demonios. No percibirán tu maná —explicó Synera con su habitual tono seco.
Me ajusté la capa con rapidez, sintiendo cómo la tela parecía absorber la luz a mi alrededor.
—¿Y tú? ¿No vas a usar una igual? —pregunté, curioso y un poco preocupado.
—¿Crees que necesito esto? ¿Eres tonto? Yo sé ocultar mi maná. Tú, en cambio, no puedes mantener una invocación activa por más de dos minutos sin parecer una esponja exprimida. —Me miró de arriba abajo—. Agradece que aún no te he puesto una correa mágica para que no te pierdas.
—Ya entendí… nada de entusiasmo excesivo. Solo sigamos con el plan —murmuré, acomodándome la capucha.
Synera dio un último vistazo a su cigarrillo, lo lanzó al barro, y lo apagó con la punta de su bota.
—Bien. Sígueme… y procura no respirar tan fuerte —dijo, echándose el cabello atrás con esa arrogancia que parecía decir “no hay nadie que pueda igualarme”.
Salimos del escondite. Ya no llovía, pero el cielo seguía siendo un páramo gris y húmedo. La noche lo cubría todo, silenciosa y espesa. Caminábamos en sigilo, con las sombras como aliadas, rumbo al corazón de un lugar que, más que una villa, parecía el infierno vestido de piedra y miedo.
Cada paso era un recordatorio: estábamos vivos.
Por ahora.
El murmullo lejano de la villa nos alcanzaba como una advertencia. Las luces parpadeaban a lo lejos, ocultas tras una bruma que parecía respirar. Cada metro que avanzábamos nos alejaba de la seguridad del bosque, de lo que ya conocíamos, y nos acercaba a un umbral del que tal vez no saldríamos igual.
Aún estábamos en los márgenes, en el terreno de nadie. Pero la villa... ya podía olernos.