Olvidada por su familia, utilizada por el imperio y traicionada por aquellos en quienes más confiaba… así terminó la vida de Liliane, la hija ignorada del duque.
Amada en silencio por un príncipe que nunca llegó a tiempo, y asesinada por el hombre a quien había ayudado a coronar emperador junto a su amante rival, Seraphine.
Pero el destino le ofrece una segunda oportunidad.
Liliane renace en el mismo mundo que la vio caer, conservando los recuerdos de su trágica primera vida. Esta vez, no será una pieza en el tablero… será quien mueva las fichas.
Mientras el segundo príncipe intenta acercarse de nuevo y Seraphine teje sus planes desde las sombras, un inesperado aliado aparece: el primer príncipe, quien oculta un amor y un pasado que podrían cambiarlo todo.
Entre secretos, conspiraciones y promesas rotas, Liliane luchará no solo por su vida, sino por decidir si el amor merece otra oportunidad… o si la venganza es el verdadero camino hacia su libertad.
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Capítulo 23: Las raíces bajo la ceniza
La lluvia caía con una persistencia melancólica sobre la capital imperial, lavando la sangre seca de días pasados, arrastrando el hollín de las antorchas y el lodo de las calles. Desde la ejecución pública de Seraphine, la corte entera parecía contener la respiración. Nadie hablaba con libertad, y menos aún confiaba sin reservas. Los ecos de su caída seguían resonando como una advertencia: el tiempo de las máscaras había terminado.
Liliane se mantenía firme. Asumía el control de las audiencias, organizaba ayuda para los desplazados y se encargaba de que el nombre de Adrian siguiera vivo en cada acto de justicia. Sin embargo, por dentro, sentía que algo se partía un poco más con cada amanecer sin él. Dormía poco. Soñaba con un rostro que temía olvidar. Y en su vientre, la vida que ambos habían creado seguía creciendo en silencio.
Durante una reunión sobre la reconstrucción de Virel, un dolor sordo en su abdomen la hizo detenerse. Apretó los labios, cerró los ojos, y respiró hondo.
—¿Mi señora? —preguntó Estenor, uno de sus consejeros más leales.
Ella asintió despacio, colocando una mano sobre su vientre.
—Estoy bien… solo es el niño.
El silencio fue absoluto. Estenor la observó fijamente, comprendiendo la magnitud de lo que acababa de decir.
—¿Está usted… embarazada?
—Sí. Es hijo de Adrian.
Una oleada de emociones silenciosas se expandió entre los presentes. Algunos se miraron con sorpresa, otros bajaron la cabeza con respeto. Estenor fue el primero en romper el momento.
—Debemos redoblar la seguridad. Si Aiden llega a saberlo…
—Lo sabrá —interrumpió Liliane—. Pero no dejaré que utilice a mi hijo como arma. Que intente acercarse, si se atreve.
Esa misma tarde, recibió reportes de movimientos sospechosos en el ala oeste del palacio. Ordenó una revisión discreta del personal. Una criada joven fue interceptada intentando escapar con una carta sellada. La interceptaron antes de que pudiera cruzar los jardines. En la carta, había información detallada: sus horarios, su estado de salud, incluso nombres de aliados y rutas de provisiones.
Liliane la interrogó personalmente.
—¿Por cuánto te vendiste?
La joven cayó de rodillas.
—¡No tenía opción! Me amenazó con matar a mi hermano. Yo… no sabía que estaba embarazada, mi señora. Lo juro…
Liliane la miró largamente. El miedo era real. La culpa también.
—No te mataré. Pero tampoco quedarás libre. Estenor, que sea enviada lejos. A un lugar seguro, pero vigilado. Puede que aún nos sea útil.
La red de Aiden y Elenora era más amplia de lo que había creído. Y lo peor era saber que aún no había tocado el centro del veneno. Pero algo más llegaría pronto. Algo que pondría a prueba todo lo que había resistido hasta ahora.
Una noche, ya avanzada la luna, un jinete empapado y herido llegó al castillo. Lo dejaron pasar por orden directa de Mariel. Cayó de rodillas al ver a Liliane.
—Mi señora… vengo en nombre de alguien que usted creía muerto. No uno… sino dos.
Liliane entrecerró los ojos.
—¿Quién eres?
El jinete sacó un medallón del interior de su abrigo. Era imperial. Las rosas gemelas de los Vellmont relucían bajo la luz de la chimenea.
—El emperador Valerian y la consorte imperial Eleandra están vivos. Han estado ocultos desde el atentado de hace doce años. Nunca murieron. Fue un engaño orquestado por la emperatriz Elenora y sus aliados.
Liliane se levantó bruscamente.
—Eso es imposible. Se encontraron los cuerpos… se celebraron los funerales reales.
—Los cuerpos eran irreconocibles. Plantados. Todo fue una farsa. Un miembro del Consejo Real los salvó en secreto y los llevó al norte, a las montañas de Sirtha. Han permanecido allí desde entonces. Y ahora… quieren verla.
La conmoción fue inmediata. Liliane sintió que el aire la abandonaba por un instante. Pero el fuego de su voluntad no se apagó.
—Estenor, que nadie más se entere. Prepara un grupo pequeño y leal. Viajaremos esta misma semana. Quiero ver con mis propios ojos la verdad.
Durante los días siguientes, Liliane actuó con total normalidad. Nadie supo del jinete, ni del medallón. Ni siquiera Mariel fue informada del destino exacto del viaje. Pero en su interior, algo crecía con fuerza: la certeza de que las raíces del imperio aún estaban vivas, esperando bajo las cenizas.
Mientras tanto, muy lejos, en el corazón de un bosque envuelto por la niebla, Adrian comenzaba a recuperar sus fuerzas. Los monjes que lo cuidaban notaban su resistencia, su espíritu indomable, incluso sin recuerdos.
Por las noches, soñaba con una mujer. Ojos dulces y decididos. Un perfume que no lograba nombrar. Y un susurro que se repetía en su mente como una plegaria: “No mueras… no ahora…”
—¿Quién soy realmente? —preguntó una noche al monje anciano.
—Alguien que el mundo ha querido olvidar. Pero hay memorias que el alma se niega a perder. Y tú… eres de los que regresan con la tormenta.
El tiempo se acercaba. Los secretos estaban a punto de salir a la luz. Y Liliane, con un hijo en el vientre y un destino en sus manos, marchaba hacia las montañas del norte, hacia las raíces del verdadero imperio.
Porque el fuego había consumido todo… menos la verdad.
Y la verdad estaba viva.