En el reino nórdico de Valakay, donde las tradiciones dictan el destino de todos, el joven príncipe omega Leif Bjornsson lleva sobre sus hombros el peso de un futuro predeterminado. Destinado a liderar con sabiduría y fortaleza, su posición lo encierra en un mundo de deberes y apariencias, ocultando los verdaderos deseos de su corazón.
Cuando el imponente y misterioso caballero alfa Einar Sigurdsson se convierte en su guardián tras vencer en el Torneo del Hielo, Leif descubre una chispa de algo prohibido pero irresistible. Einar, leal hasta la médula y marcado por un pasado lleno de secretos, se encuentra dividido entre el deber que juró cumplir y la conexión magnética que comienza a surgir entre él y el príncipe.
En un mundo donde los lazos entre omegas y alfas están regidos por estrictas normas, Leif y Einar desafiarán las barreras de la tradición para encontrar un amor que podría romperlos o unirlos para siempre.
NovelToon tiene autorización de Mckasse para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Entre el amor y los celos.
La copa final quedó vacía en las manos de Einer, quien la dejó sobre la mesa mientras se ponía de pie. Frente a él, Leif dormía profundamente en la silla, el rostro relajado en una expresión casi angelical, una rareza considerando su carácter dominante, Einer lo compara con un hermoso perrito chihuahua Chih Tzu, pero de mal carácter y gruñón. Einer suspiró, con una mezcla de ternura y cautela.
Se acercó a su Omega y lo levantó en brazos con delicadeza, asegurándose de no despertarlo. El cuerpo de Leif parecía tan delicado entre sus brazos, aunque menudo en comparación con el suyo, se sentía cálido y ligero. Lo llevó hasta la cama de seda, colocándolo con cuidado. Luego, con manos temblorosas pero firmes, comenzó a desvestirlo, desabrochando cada prenda con el máximo respeto. Le dejó únicamente la ropa interior, pero incluso eso parecía incomodar el sueño de Leif, así que también la retiró.
Cubrió su cuerpo desnudo con las sábanas suaves, asegurándose de que estuviera cómodo. Por un momento, se permitió una pausa para observarlo: su piel clara brillaba con el tenue resplandor de las velas, el cabello desordenado caía sobre su frente, y su respiración pausada le confería una vulnerabilidad que rara vez mostraba despierto. Einer se acomodó en una silla cercana, vigilándolo mientras el sueño finalmente lo vencía a él también.
Al amanecer la luz del sol atravesó las cortinas, despertando a Leif. Al abrir los ojos, sintió el roce de las sábanas contra su piel desnuda y, de inmediato, un escalofrío de alarma recorrió su cuerpo. Se sentó de golpe, sujetando la sábana contra su pecho mientras miraba alrededor frenéticamente.
—¿Qué demonios...? —murmuró, viendo a Einer en la silla, despierto y alerta, como si hubiera estado esperándolo.
—¿Qué hiciste? —exigió Leif con voz tensa, sus ojos brillando con furia contenida.
Einer se levantó de inmediato, levantando las manos en un gesto de rendición.
—No hice nada, mi señor. Usted se quedó dormido, lo llevé a la cama y lo desvestí para que estuviera más cómodo como es su costumbre. Eso es todo.
Leif lo miró con desconfianza, sus labios apretados mientras trataba de discernir si decía la verdad. Finalmente, después de unos tensos segundos, suspiró y dejó caer los hombros. No se sentía extraño y no le dolía nada en la retaguardia así que le creyó por el momento.
—Muy bien. Te creo... por ahora.
Einer inclinó la cabeza en señal de respeto, pero sus ojos permanecieron fijos en Leif, atentos a cualquier otra duda que pudiera surgir. No pudo dormir bien, recordó la desnudes de su Omega y eso lo puso ansioso. No sabe cómo Leif lo va a recibir cuando llegue es emomento. Él es bien dotado y siente que Leif se romperá en dos cuando entre en él.
—Llévame al baño de vapor, —ordenó Leif, sacándolo de sus pensamientos, dejando que la sábana se deslizara un poco mientras se levantaba de la cama con una gracia que contradecía su enojo anterior.
El cuarto de vapor era un espacio amplio, con paredes de piedra decoradas con intrincados grabados nórdicos. El ambiente estaba lleno de un calor húmedo y relajante, y el agua caliente que llenaba la gran bañera central emitía un suave vapor que envolvía el aire en una bruma densa.
Leif se acercó al agua, soltando la bata que Einer había colocado sobre sus hombros. Su cuerpo quedó completamente expuesto, y sin ningún reparo, entró en la bañera, dejando que el calor abrazara su piel.
Einer permanecía a un lado, sin atreverse a moverse, pero Leif lo llamó con un gesto de la mano.
—Acércate.
El Alfa obedeció, quedándose junto al borde de la bañera mientras Leif sumergía su cuerpo hasta los hombros, cerrando los ojos con un suspiro de satisfacción.
—Es... perfecto, —murmuró Leif, dejando que el agua acariciara cada rincón de su piel.
Por unos minutos, permanecieron en silencio, hasta que Leif abrió los ojos y lo miró fijamente.
—Quiero que me bañes, Einer.
Einer tragó saliva, pero asintió. Tomó la esponja perfumada que estaba sobre un pequeño taburete y se arrodilló junto a la bañera. Con movimientos cuidadosos, comenzó a pasar la esponja por los hombros de Leif, dejando un rastro de espuma fragante.
El contacto de la esponja con la piel de Leif era casi hipnótico. Einer podía sentir el calor del agua y la textura suave de su piel con cada movimiento. Se movió hacia su cuello, luego hacia sus brazos, asegurándose de ser meticuloso pero suave. Inconcientemente dejó salir sus feromonas de excitación y Leif se percató.
—Más despacio, —ordenó Leif, su voz baja y cargada de un matiz que hacía que el aire entre ellos pareciera aún más denso que el vapor—Y deja de pensar en cosas inútiles, eres un depravado primitivo.
—Me disculpo su majestad... es solo que eres muy hermoso y es difícil para mí controlar mis pensamientos.
Einer obedeció, su respiración haciéndose más pesada a medida que se inclinaba para alcanzar su espalda. El Omega cerró los ojos nuevamente, disfrutando del cuidado que estaba recibiendo con una sonrisa oculta, pero no podía evitar notar la intensidad con la que Einer trabajaba, como si el simple acto de bañarlo fuera un privilegio inigualable.
—Eres muy obediente, Einer, —dijo Leif, su voz un susurro que se mezclaba con el sonido del agua.
—Siempre para usted, mi señor, —respondió Einer, apenas audible.
Cuando Einer terminó, se inclinó para enjuagar la espuma de su pecho, pero Leif lo detuvo, colocando una mano sobre la suya.
—Suficiente, —dijo, mirándolo directamente a los ojos con una expresión que mezclaba desafío y algo más profundo, más íntimo.
Einer asintió, bajando la mirada mientras Leif se incorporaba lentamente en la bañera, dejando que el lo vuelva a ver encuero.
Einer envolvió cuidadosamente a Leif en una toalla gruesa y cálida, sus manos moviéndose con precisión casi reverente. La textura del lino absorbía las gotas de agua que se deslizaban por la piel de Leif, y el Alfa se aseguró de no dejar un rincón sin secar, cuidando especialmente las curvas de su cuello, el contorno de sus hombros, y el delicado trazo de su cintura.
Leif, aunque no decía nada, no dejaba de observar cada movimiento de Einer y por un momento se excitó solo con ese toque. Había algo en su obediencia que le resultaba extrañamente placentero. La forma en que el Alfa se dedicaba por completo a atenderlo sin quejarse ni titubear, como si esa tarea fuera la más importante de su vida. Leif se preguntó si sería así de delicado cuando lo tuviera bajo su cuerpo dándole placer.
—Eres eficiente, al menos, —murmuró Leif, dejando que un pequeño atisbo de satisfacción se asomara en su voz.
—Gracias, mi señor, —respondió Einer, su tono humilde pero lleno de sinceridad.
Cuando terminó de secarlo, Einer ayudó a Leif a ponerse una bata de seda blanca, ajustándola cuidadosamente en su cintura. Leif giró un poco el rostro, sus ojos brillando con algo que podría confundirse con curiosidad.
—Te esforzaste bastante, —comentó Leif, dejando caer el peso de su mirada en el rostro de Einer.
Einer tragó saliva, su postura rígida pero sin ningún signo de incomodidad.
—Es mi deber, mi señor, asegurarme de que esté cómodo y bien atendido.
Leif dio un paso hacia él, su figura más baja contrastando con la imponente presencia del Alfa. Levantó una mano y la colocó en el pecho de Einer, justo donde podía sentir los latidos acelerados bajo la tela de su camisa.
—¿Y si no fuera un deber? ¿Seguirías haciéndolo? —preguntó con un tono que mezclaba desafío y algo más difícil de interpretar.
Einer no dudó.
—Lo haría, mi señor. No necesito una obligación para querer servirle.
Por un momento, el silencio fue absoluto, salvo por el sonido distante del agua goteando. Leif inclinó un poco la cabeza, como si evaluara la respuesta de Einer, y finalmente, con un suspiro que sonaba más a resignación que a aprobación, retrocedió un paso.
—Quítate todo y métete a la bañera quiero ver cómo limpias tu cuerpo.
—¿Qué?
—¿Eres sordo? Quiero verte completo. No es justo que tú te deleites con mi cuerpo y yo me pregunte si tienes algún lunar o como te limpias.
—Pero mi señor yo...
—¿Te estás negando?
Einer lo mira nervioso, no es que se estuviera negando, es solo que estaba excitado y eso se vería reflejado en su parte privada.
—Nunca me negaría a cumplir una orden suya.
Einer se despojó de todo, y Leif pudo ver ese trozo de carne entre sus piernas, enorme, y apetecible, bastante activo. Nunca había deseado a nadie como lo deseaba a el, pero aún se sentía dolido y traicionado. Einer se baño rápido y se secó frente a Leif. Se vistió nuevamente con una ropa que Leif pidió a la sirvienta que estaba en la puerta. Las ropas con hilos de oro quedaban bien en Einer. Más de lo que imagino, se veía bastante diferente que cuando tenía el uniforme de la guardia.
—Llévame a mis aposentos, —ordenó, dejando claro que la conversación había terminado.
Einer lo escoltó hasta su habitación, caminando detrás de él como un perro guardián. Una vez allí, Leif se sentó junto a la ventana, mirando el horizonte mientras el sol comenzaba a levantarse.
—Einer, —dijo de repente, sin volverse hacia él.
—¿Sí, mi señor?
Leif giró ligeramente el rostro, el reflejo del amanecer iluminando sus rasgos Omega.
—No me falles nunca. No lo soportaría. No de nuevo.
Einer asintió, su pecho apretándose ante el peso de aquellas palabras.
—Nunca lo haré, mi señor. Lo juro.
El Omega cerró los ojos por un momento, dejando que sus pensamientos se desvanecieran para empezar un nuevo dia, mientras Einer permanecía a su lado, una sombra constante, un guardián fiel y su amante para toda la vida.