Un amor que se enfrenta a problemas, desafíos, barreras. Un amor entre una bailarina y un multimillonario.
NovelToon tiene autorización de Joselyn Alejandra Roldan para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Capítulo 23: El beso que rompe el silencio
La terraza del restaurante era un refugio de quietud, alejado del bullicio de las conversaciones y las risas que llenaban el comedor. El frío de la noche se mezclaba con la calidez de las luces tenues, y Nia se encontraba sola, mirando al horizonte, perdiéndose en la magnificencia de la ciudad que nunca dormía. Pero en su pecho, un nudo crecía, irremediable, mientras sus ojos seguían las figuras que caminaban hacia el borde de la terraza: Ethan y Amara.
Desde el momento en que había visto a Amara acercarse a él, una sensación extraña se apoderó de Nia, una mezcla de incomodidad y miedo a lo desconocido. Sabía que había algo entre ellos, algo que no podía explicar, pero que ahora, más que nunca, sentía en el aire. El tacto suave de las manos de Ethan había sido un consuelo que ahora le parecía lejano, como si un océano los separara. Y allí, en ese preciso instante, con la distancia entre ellos creciendo con cada segundo, Nia no pudo evitar preguntarse si realmente habían estado juntos alguna vez.
Vió cómo Amara tocaba el brazo de Ethan con una delicadeza que, por un momento, la hizo sentir pequeña. Ella sabía cómo manejar a los hombres, cómo jugar con sus emociones sin que se dieran cuenta. Y Ethan, aunque un hombre de negocios astuto, parecía estar cayendo en esa misma trampa.
Nia respiró hondo, pero la inquietud en su pecho no desapareció. Quería gritar, quería detenerlos, pero algo dentro de ella la mantenía quieta, observando en silencio.
—Ethan, ¿puedo hablar contigo un momento? —La voz de Amara llegó a sus oídos, suave y cálida, como si estuviera invitándolo a un lugar más cercano, un lugar solo de ellos.
Ethan, con una leve sonrisa en el rostro, asintió sin mirar a Nia. Aquel gesto de indiferencia caló hondo en ella, más de lo que hubiera querido admitir.
—Claro, Amara —respondió él, y sin dar una palabra más, siguió a la mujer hacia el borde de la terraza. El paso de ambos parecía natural, casi como si estuvieran siguiendo una coreografía que Nia no entendía.
Pero ella no podía apartar la mirada. Los vio caminar hacia un rincón apartado, donde las sombras y las luces de la ciudad se fundían en un juego de contrastes. Y ahí, en ese pequeño espacio donde la distancia entre ellos parecía desaparecer, ocurrió lo que Nia temía ver: Amara se acercó lentamente a Ethan y, sin previo aviso, lo besó.
El mundo de Nia se detuvo en ese instante. El sonido del viento se desvaneció, las luces de la ciudad perdieron su brillo y todo lo que quedó fue la imagen de Ethan, parado allí, bajo la suave presión de los labios de Amara. Un beso profundo, un beso lleno de promesas no pronunciadas, un beso que le robó a Nia todo lo que creía saber sobre él.
El cuerpo de Nia tembló, no solo por el frío que comenzaba a calar su piel, sino por la sensación agónica de haber sido traicionada. La imagen de ese beso ardiente, ese contacto que no era solo físico, sino emocional, le atravesó el pecho como una daga afilada. De repente, todo lo que había creído saber sobre su relación con Ethan se desmoronó. No había manera de ignorar lo que acababa de ver.
El beso continuó, como si el mundo a su alrededor hubiera desaparecido. Nia sintió que su corazón se rompía lentamente, cada pedazo cayendo en un pozo profundo donde las dudas y la desesperanza se mezclaban. Se quedó allí, incapaz de moverse, mirando a Ethan, viendo cómo se entregaba a algo que ya no tenía nada que ver con ella.
En algún momento, Amara se apartó, y Ethan, con una expresión inexpresiva, se quedó allí, como si estuviera atrapado en una marea que lo arrastraba más y más lejos. No había palabras. Solo una tensión palpable que Nia sentía en su piel, recorriéndola con la frialdad de una verdad difícil de aceptar.
Fue solo cuando la figura de Amara se alejó, dejándolo solo en la terraza, que Nia sintió que podía moverse nuevamente. Dio un paso hacia atrás, tropezando ligeramente, y se dio la vuelta para alejarse. Necesitaba salir de allí, alejarse de todo lo que había visto, de todo lo que sentía que había perdido.
Cuando volvió a entrar al restaurante, la música y las conversaciones llenaron sus oídos, pero nada podía calmar la tormenta dentro de ella. Los murmullos de los demás parecían venir de un mundo lejano, un mundo donde ella ya no tenía cabida.
Nia se dirigió rápidamente hacia la salida, no podía seguir allí, observando a Ethan como si nada hubiera sucedido. Necesitaba respirar, necesitaba alejarse del caos que se había desatado en su corazón. El aire frío de la noche la golpeó al salir, y aunque el viento la envolvía, no pudo evitar sentirse vacía, como si todo lo que había vivido con Ethan fuera una mentira.
Poco después, sintió una presencia familiar a su lado. Ethan había salido detrás de ella, sin duda preocupado por su reacción. Su figura, alta y elegante, apareció en el umbral de la puerta, mirando hacia donde Nia estaba parada, con la cabeza baja, como si tratara de evitar enfrentarse a él.
—Nia… —dijo Ethan, con la voz quebrada, dando un paso hacia ella.
Nia no lo miró, no quería verlo. Había sido una ilusión pensar que él podía ser el hombre en quien ella confiara por completo. Ese beso, esa complicidad con Amara, había dejado en claro todo lo que necesitaba saber.
—No tienes que explicarme nada —respondió Nia con una calma que la sorprendió a ella misma.— Ya lo vi, Ethan. Ya vi lo suficiente.
Ethan se acercó más, pero Nia levantó una mano, deteniéndolo.
—No sigas. —La voz de Nia se rompió al final, pero se mantuvo firme. —Hazlo por ti mismo, por lo que realmente quieres. Porque esto, lo que acabas de hacer, ya me ha dicho todo lo que necesitaba saber.
Y, sin una palabra más, Nia se dio la vuelta y caminó hacia la oscuridad de la noche, dejando atrás a un Ethan que no podía encontrar las palabras para detenerla. El dolor de su partida, y el beso que había presenciado, marcaron el fin de lo que alguna vez creyó que era una historia de amor.