En un mundo de lujos y secretos,Adeline toma el único trabajo que pudo encontrar para salir adelante: trabaja en un exclusivo bar para millonarios, sirviendo bebidas y entreteniendo a la clientela con su presencia y encanto. Aunque el ambiente opulento y las miradas de los clientes la incomodan, su necesidad de estabilidad económica la obliga a seguir.
Una noche, mientras intenta pasar desapercibida, un hombre misterioso le deja una desproporcionada cantidad de dinero como propina. Atraída por la intriga y por una intuición que no puede ignorar, Adeline a pesar de que aun no tenia el dinero que necesitaba decide permanecer en el trabajo para descubrir quién es realmente este extraño benefactor y qué intenciones tiene. Así, se verá atrapada en un juego de intrigas, secretos y deseos ocultos, donde cada paso la llevará más cerca de descubrir algo que cambiará su vida para siempre.
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Cap 23
A la mañana siguiente, Simón llegó a casa temprano para recogerme. Mientras bajaba, me detuve en la puerta, observando la escena que se desarrollaba en la sala. Mi tía, con la determinación de siempre, le hablaba a Simón con seriedad y preocupación.
—Mira, muchacho —le decía—, si no te cuidas, ese cabello va a terminar igual que la paja seca. Yo conozco un tratamiento a base de hojas que te puede salvar la melena.
Simón la miraba, entre confundido y aterrorizado, aunque una pizca de preocupación se notaba en su expresión.
—¿En serio cree que mi pelo está en ese estado? —preguntó, pasándose la mano por el cabello y lanzándome una mirada, buscando respaldo.
—Claro que sí. Así empieza, uno se confía, y cuando menos se lo espera, pum, se queda con cuatro pelos. Tienes que cuidarlo.
Reí para mis adentros y aproveché el momento para interrumpir.
—Simón, ya estoy lista. James debe estar esperando.
Se despidió de mi tía, no sin antes prometer que se informaría sobre el tratamiento, aunque el tono de su voz mostraba que no estaba del todo convencido. Ya en el auto, arrancamos hacia la casa de James.
—Oye, ¿tú crees que tu tía tiene razón? —me preguntó Simón después de unos minutos de silencio—. O sea, no quiero verme como si tuviera un seto en la cabeza, ¿sabes?
No pude evitar reírme ante su seriedad, aunque traté de calmarme.
—No es tan grave, Simón. Aunque… un poco de cuidado nunca está de más. No vayas a acabar con la cabellera en las manos.
—Vaya, tú también, ¿eh? Ya me hicieron dudar —suspiró, haciéndome reír de nuevo—. Bueno, suficiente de mis problemas capilares.
Al llegar a la casa de James, Simón me acompañó hasta la puerta y se despidió. La misma señora que me había recibido la última vez nos abrió, inclinándose amablemente.
—El señor James y el abogado los están esperando en la oficina. Síganme, por favor.
Entré detrás de ella, y pronto encontramos a James y al abogado, con una mesa llena de documentos. James me miró con una leve sonrisa, pero su expresión era reservada, casi distante, como si quisiera mantener las cosas en un tono formal.
El abogado, un hombre mayor con gafas redondas y aspecto serio, me extendió la mano.
—Señorita Adeline Miller, mucho gusto. Soy el abogado Fernández. Estoy aquí para guiarla en los asuntos que dejó su padre y en los detalles de su herencia.
Me senté frente a él, y James tomó asiento a mi lado. Parecía concentrado, y su sola presencia me hizo sentir un poco más tranquila.
—Su padre, como tal vez ya le han comentado, tenía un patrimonio considerable —comenzó el abogado—. La mayor parte está distribuida en propiedades, acciones y un fondo monetario que dejó. Sin embargo, hay otros detalles que usted no sabe aun.
El abogado, en tono sereno pero firme, me miró antes de pronunciarse.
—Su padre tomó una decisión poco convencional —dijo el abogado, acomodando los papeles frente a James—. Antes de su fallecimiento, firmó todos los documentos de herencia… a nombre del Señor James O'Brien . Usted es el único heredero legítimo, señor.
James lo miró incrédulo, sin ocultar su sorpresa. Con un gesto rápido, tomó los papeles que el abogado le extendía, sus ojos recorriendo cada línea con rapidez, como si intentara encontrar algún error o malentendido. Parecía imposible de procesar, y yo también estaba en shock, aunque me quedé en silencio, observando la situación desde una distancia emocional que era lo único que lograba mantenerme calmada.
James se volvió hacia mí, los ojos reflejando una mezcla de incomodidad y desconcierto.
—Adeline, yo… lo siento, de verdad. No sabía nada de esto. Jamás habría esperado que tu padre hiciera algo así.
No dije nada, mantuve mi mirada fija en él, buscando alguna señal en su expresión. Pero no había nada más que genuina sorpresa y arrepentimiento. El abogado intervino antes de que alguno de los dos pudiera añadir algo más.
—Pero si quieren que la herencia caiga en ella, el único camino para que la herencia pase a nombre de la señorita Miller, es que usted, James, renuncie formalmente a ella. En ese caso, ella tendría que tomar el puesto de trabajo de su padre y el cargo y las propiedades que su padre le asignó quedarían a nombre de ella.
James frunció el ceño, su mandíbula tensándose. Parecía debatirse internamente entre la decisión de mi padre o dejarme el control de todo.
—¿Renunciar? —preguntó en voz baja, reflexionando. Miró al abogado, quien asintió con seriedad.
—Eso es correcto. Solo así, Adeline podría reclamar todo. —el abogado me dirigió una mirada de respeto—. Su padre confió mucho en usted, pero también vio algo en James que lo motivó a tomar esta decisión.
James cerró los ojos, exhalando con frustración y un dejo de resignación, luego me miró con firmeza.
—¿Y qué pasaría si decido no renunciar? —preguntó, claramente tratando de comprender la magnitud de todo esto.
—Si decide no hacerlo, usted será el único responsable de los negocios y propiedades que su padre dejó a su nombre. Todo estará bajo su custodia, y Adeline no tendrá derecho alguno a esas propiedades, ni a los beneficios de ellas —explicó el abogado.
Sentí que algo se rompía en mí. Mi padre me había dejado fuera de la herencia… ¿por qué confiaría más en James que en su propia hija? Aquella pregunta martillaba mi mente, y aunque no me dejé llevar por el impacto inicial, algo se había fracturado entre los recuerdos de mi padre y yo.
—James —murmuré finalmente, esforzándome en mantener la voz calmada—, si decides quedarte con todo, lo entenderé. Es tu decisión, y no te culpo por nada.
James se volvió hacia mí, su mirada oscurecida.
—No es tan simple, Adeline —respondió en voz baja—. Yo… no puedo hacer eso. No puedo simplemente aceptar todo lo que tu padre dejó y desplazar lo que realmente te corresponde. Yo no soy el indicado para tomar esa decisión.
Me acerqué a él, intentando descifrar la confusión en sus ojos.
—James, tú y mi padre eran muy cercanos. Quizás él confiaba en que podrías cuidar de todo mejor de lo que yo podría. A parte yo no la tomaría, no pienso tomar aquel puesto de mi padre..
Me miró con algo que parecía dolor.
—No, Adeline. Él debería haberte dejado todo a ti. Y no es justo para ti que tengas que ponerte en esta posición por una decisión que él tomó sin consultarte.
El abogado asintió, y nos miró a ambos.
—Entonces, si están de acuerdo, redactaré la renuncia formal de James. Luego, necesitarán firmar algunos documentos adicionales para oficializar el traspaso de la herencia a nombre de la Señorita.
La tensión en el aire era palpable mientras James reflexionaba. Finalmente, él asintió, mirando al abogado.
—Hágalo —dijo con determinación—. Redacte la renuncia.
— James no, espera — Dije irritada — ¿Qué pasa si yo tampoco acepto el puesto.? —pregunté.
El abogado negó, con una expresión de cansancio en su rostro.
— Señorita Miller. Si usted no toma el lugar de su padre o si James no acepta formalmente la herencia, esta quedaría sin dueño legítimo, y los bienes pasarían a disposición del estado. Su padre lo dejó todo en manos del Señor O'Brien. Sin embargo, si ninguno de los dos toma ese papel, otros aprovecharán la oportunidad.
Miré a James, quien se mantenía serio y claramente tan conflictuado como yo. Sus ojos buscaron los míos, y pude ver la intensidad de sus pensamientos, como si estuviera debatiendo internamente entre respetar mi decisión o insistir en lo que él creía correcto. Finalmente, rompió el silencio.
—Adeline, no tienes por qué hacer esto si no quieres. Yo… entiendo perfectamente. Pero, ¿de verdad estás dispuesta a dejar todo lo que tu padre construyó? —preguntó en voz baja, sin juzgarme, pero con una preocupación genuina.
Apreté mis manos, sintiendo el peso de la decisión. La palabra “herencia” me sonaba tan ajena, tan lejana de la realidad que había imaginado para mi vida. No me sentía preparada para sumergirme en ese mundo oscuro y lleno de secretos que mi padre había llevado en silencio durante años.
—No puedo, James. No estoy hecha para esto... Me da mucho miedo. —murmuré, tratando de aferrarme a mis propios límites.
Él asintió lentamente, pensativo, mientras el abogado nos observaba en silencio. Pero sus siguientes palabras me tomaron por sorpresa.
—Si tú no quieres tomar el lugar de tu padre, y yo tampoco, ambos tenemos que aceptar que estamos dejando ir su legado… —dijo James con voz firme—. Pero te digo algo. Si decides tomar la herencia, no tienes que hacerlo sola.
—¿A qué te refieres? —pregunté, sin poder ocultar mi sorpresa.
James mantuvo su mirada en mí, transmitiendo una seguridad que apenas podía creer posible.
—Si decides aceptar la herencia, puedes contar conmigo. No significa que tengas que hacerte cargo de todo ahora mismo ni que tengas que involucrarte en cada detalle. Puedes aprender, tomar las riendas poco a poco, mientras te guías en lo que sientas que es correcto, no significa que pienses como tu padre, no significa que las reglas de el serán las tuyas, tu misma puedes crear tus propias reglas. Y si decides que no quieres seguir, siempre tendrás la opción de vender o traspasar parte de los negocios.
Me quedé callada, procesando sus palabras. La idea de tener a alguien de confianza para guiarme, alguien que conociera ese mundo y pudiera ayudarme a entenderlo.
El abogado, impasible, me observó con seriedad.
—Lamento ponerles en esta situación tan compleja —dijo—. Pero si ninguno de ustedes toma oficialmente esta herencia, el gobierno eventualmente la subastará al mejor postor, y el dinero, las propiedades… todo desaparecerá en manos de extraños.
Suspiré, agobiada. Era difícil procesar que mi única opción para conservar lo que mi padre había construido fuera asumir un rol que jamás imaginé para mí.
—¿Qué quiere decir exactamente con “tomar el puesto de mi padre”? —pregunté, intentando entender con claridad qué implicaba todo esto.
El abogado me miró con una mezcla de seriedad y comprensión.
—Tomar su puesto significa que usted asumiría las responsabilidades y el control legal sobre las propiedades y los bienes. No es necesario que se involucre en las actividades que su padre manejaba. Es posible organizar a alguien de confianza que supervise esos aspectos. Usted sería solo la titular de todo… el nombre que figura en los documentos. No es obligatorio que participe activamente, a menos que desee hacerlo.
Sentí un alivio leve al escuchar eso, pero aún así, la situación era una carga pesada. Miré a James, buscando alguna señal de que él podía entender por qué estaba tan indecisa.
—No tienes que tomar una decisión ahora —me dijo él suavemente—. Pero, quizás esto es algo que podrías llevar a tu manera. No como él lo hizo, sino como tú lo decidirías.
Sus palabras se quedaron en mi mente, como si fueran una invitación a ver la situación desde otro ángulo.
—No sé, James… —suspiré, sintiéndome abrumada—. Es todo tan… confuso. ¿Por qué hizo esto? ¿Por qué me dejó fuera?
Él me miró con una tristeza contenida.
—Quizás porque pensaba que así te protegía.
Me mordí el labio, dudosa. No quería que alguien más tuviera el control de lo que mi padre había dejado, pero tampoco estaba segura de poder llevar esa carga.
Finalmente, miré al abogado y asentí, con el corazón acelerado.
—Está bien. Firmaré los papeles para conservar la herencia —dije, intentando sonar más segura de lo que me sentía—. Pero no quiero comprometerme en ninguna otra cosa. Solo quiero proteger lo que mi padre dejó.
El abogado asintió, comprendiendo mi decisión.
—Perfecto, señorita. Haré que los documentos reflejen eso. Solo asegúrese de leer todo con detenimiento cuando esté lista para firmar.
Mientras el abogado se retiraba nuevamente para preparar la documentación, James se acercó a mí, colocando una mano suave en mi hombro.
—Estaré aquí para ayudarte en lo que necesites. —me dijo en voz baja, y en sus ojos vi una sinceridad que me dio un poco de calma.
Asentí, intentando asimilar que estaba a punto de asumir una responsabilidad que jamás había deseado, pero que ahora sentía que debía honrar.