¿ Que ya no me amas?... esa es la manera en que justificas tú cobarde deslealtad... Lavender no podía creerlo, su esposo, su amado esposo le había traicionado de la peor forma. Ahora no solo quedaba divorciarse, sino también vengarse.
NovelToon tiene autorización de AMZ para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Capitulo 18
Luego de que ambos firmaran los papeles, el divorcio aún no estaba oficialmente consumado. Los documentos debían ser sellados por la iglesia, quien era la única autoridad para validar matrimonios y rupturas, además del mismo Rey que solo intervenía en matrimonios de importancia nacional y que no llegarán a un acuerdo. A veces, este proceso podía demorar, pero al ser el Duque de Lehman un gran colaborador de la iglesia, no tardarían mucho en disolver la unión.
Cuando Maxon le entregó los papeles firmados a Lavender, ella no esperó ni un instante, no dijo una palabra ni le dedicó una mirada. Tomó los documentos y salió de inmediato, dirigiéndose al templo central en la capital para que los sellaran. Maxon no pudo evitar sentirse extrañamente inquieto. Había pensado que Lavender se resistiría más a romper el matrimonio, que lucharía por él porque sabía que ella lo amaba. Pero ahora, parecía que ni siquiera quería mirarlo, y estaba más apresurada que él por poner fin a su unión.
—¿Por qué intentas hacerte la fuerte ante mí? ¿Por qué finges que esto no te duele? —murmuró Maxon, con una mezcla de frustración y confusión.
No pudo evitar notar lo delgada que estaba Lavender, su intento fallido de ocultar con maquillaje las ojeras que revelaban sus noches sin descanso. Parecía que había pasado días difíciles. Maxon apretó los puños, sintiéndose responsable de esa miseria, pero sabiendo que ya no tenía derecho a preocuparse por ella, y, sin embargo, no podía evitarlo, incluso en medio de su separación.
Los rápidos pasos en el pasillo lo sacaron de sus pensamientos. Sabía quién entraría en su estudio de inmediato: Violett. Con una mirada ansiosa y demandante, irrumpió en la habitación.
—¿Ella estuvo aquí? ¿Qué es lo que quería? ¿Vino a disculparse? ¿Por qué no me llamaste? —preguntó con evidente desesperación.
—Cálmate —respondió Maxon con un tono serio—. Alterarte podría hacerle daño al bebé.
—¡Si no quieres que me altere, dime qué estaba haciendo aquí! —insistió Violett, más alterada aún.
Maxon suspiró, llevándose una mano a la cabeza.
—Trajo los papeles del divorcio… Los firmamos.
La expresión de disgusto de Violett se transformó en una brillante sonrisa. Sin contenerse, abrazó a Maxon, rodeándole el cuello con los brazos.
—¡Eso es una excelente noticia! —exclamó, claramente más que feliz.
Sin embargo, la sonrisa de Violett se desvaneció en cuanto Maxon mencionó las condiciones de Lavender para firmar.
—Finalmente nos deshicimos de ella —dijo Violett, triunfante.
—Sí... de ella, de la mina de piedras mágicas y de las tierras de Riverland —añadió Maxon, con ironía.
Violett se separó de sus brazos, sorprendida, y lo miró fijamente.
—¿Qué estás diciendo? —preguntó, intentando comprender.
—Lo que escuchaste. Ella cambió las condiciones para firmar el divorcio... Preferí cederle eso a que esto escale a un escándalo social que ensucie la reputación de Lehman. No quiero que llamen a nuestro hijo bastardo... Y menos que el rey tenga que decidir sobre este divorcio —explicó Maxon, con seriedad.
Violett se quedó inmóvil, con la mirada perdida en su propio conflicto interno. En su mente, gritaba que Maxon era un idiota. Se mordió los labios para no decirlo en voz alta. Lavender merecía estar en su estado más miserable, sin esposo, sin fortuna, sin títulos, sin amor, ni amigos. Sin embargo, Maxon acababa de entregarle una herramienta para que se mantuviera lejos de ese destino. Pero, por más que quisiera gritar, ya no tenía sentido; los papeles estaban firmados. Aun así, Violett sabía que todavía podía arruinar la vida de Lavender de otras maneras.
Se acercó a Maxon nuevamente, ahora cariñosa, y lo besó suavemente. Luego, mientras tomaba su rostro entre sus manos, le susurró al oído:
—Pero cariño, esto aún no acaba... Sabes que debemos destruir su reputación para validar nuestra relación.
Maxon la miró desconcertado.
—¿Qué intentas decir? —le preguntó, sin comprender del todo.
Violett sonrió dulcemente, pero sus ojos destilaban frialdad.
—No es obvio, cariño... Nos vamos a casar pronto. ¿Qué crees que pensará la alta sociedad cuando el Duque de Lehman se case con la mejor amiga de su ex esposa?
Maxon contuvo la respiración, sintiendo cómo se encajaban las piezas de lo que Violett insinuaba.
—Pero... si el motivo de la ruptura fuera que la Duquesa, de orígenes humildes, sucumbió a su vulgar esencia y fue infiel a su esposo el Duque... —Violett hizo una pausa, disfrutando la tensión—. ¿De qué lado crees que estarían entonces?
Violett se acercó un poco más, casi susurrando.
—Y si continuamos la historia con que la querida amiga de la ex Duquesa no pudo soportar tal comportamiento grotesco y prefirió consolar al desafortunado Duque... Entonces, una nueva historia de amor verdadero nació entre ellos. ¿No lo crees, cariño? Esta es la única manera de que no nos señalen.
Maxon se quedó en silencio, abrumado por las implicaciones de lo que Violett estaba proponiendo. Aunque ya no amaba a Lavender, no quería destruirla de esa manera. Pero Violett, con una sonrisa calculada, ya había sembrado la semilla de la duda en su mente.
Así comenzó los planes para arruinar la reputación de Lavender.
—Entonces... ¿cómo lograr eso? ¿Cómo hacer que lo crean? —preguntó Maxon, aún desconcertado por la frialdad con la que Violett planteaba su plan.
Violett esbozó una sonrisa astuta.
—No te preocupes, cariño —dijo, su voz acariciando las palabras—. Solo hay que crear el escenario perfecto... y yo sé exactamente qué hacer. Solo necesito que me des algo, un detalle que le dé más veracidad a la historia.
Mientras Violett y Maxon tramaban su plan para destruir la reputación de Lavender, ajena a lo que ocurría a kilómetros de distancia, ella ya había llegado al templo central de la capital. Su porte, aunque imponente, parecía debilitado por la sombra de los acontecimientos recientes. Apenas llegó, su presencia no pasó desapercibida. Los murmullos entre los feligreses alertaron al clero, y el mismo obispo salió a recibirla en cuanto fue informado de la visita de la Duquesa de Lehman.
—Su Gracia, es un honor recibirla —dijo el obispo, inclinándose con respeto—. ¿Le gustaría acompañarme un momento?
Lavender, sin embargo, rechazó la invitación con una mirada que carecía del brillo de antaño. En silencio, le entregó un sobre cerrado con firmeza. El obispo, curioso ante la inusual actitud de Lavender, lo tomó con manos ansiosas, pero no lo abrió de inmediato.
—¿Está todo bien, Duquesa? —le preguntó con suavidad, intentando descifrar el motivo de su comportamiento.
Lavender, con la voz contenida, lo corrigió.
—Por favor, no me llame más Duquesa —dijo, evitando el contacto visual.
El obispo, desconcertado, la miró con preocupación.
—¿A qué se debe eso? —preguntó con delicadeza, buscando respuestas en sus ojos.
Lavender dirigió su mirada al sobre que él sostenía y respondió sin más rodeos.
—Lo sabrá cuando lea el contenido de ese sobre. Por favor, envíe una carta al Condado de Tarth cuando ya lo haya resuelto.
Con esas palabras, Lavender se giró y se retiró del templo antes de que el obispo pudiera decir algo más. La sorpresa del hombre creció a medida que intentaba procesar lo que acababa de suceder.
Sin perder tiempo, el obispo regresó a su oficina y, comenzó a leer los documentos. Apenas leyó las primeras líneas, su ceño se frunció. Eran papeles de divorcio entre el Duque Maxon de Lehman y Lavender. El peso de la situación cayó sobre él, entendiendo la magnitud de lo que tenía frente a sí. Sin embargo, antes de que pudiera avanzar en la lectura, un enviado del Ducado de Lehman irrumpió en su oficina con una urgencia inusual.
El mensajero traía una carta del propio Duque. El obispo, tras leer el mensaje, guardó los papeles del divorcio en el cajón de su escritorio. Maxon le pedía específicamente que no revelara nada sobre el divorcio, al menos por el momento.
El obispo, pensativo, sopesó la solicitud. Sabía que la Iglesia no debía intervenir de manera tan descarada en los asuntos seculares, pero también era consciente del apoyo económico que el Ducado de Lehman brindaba. Perder esas donaciones podría significar un gran golpe para los proyectos y obras de caridad que la Iglesia sostenía.
—Un favor no puede negarse —murmuró para sí mismo, cerrando el cajón y dejando que los documentos quedaran ocultos por el momento.
ojalá ya Silver de sus pretensiones y nuestra protagonista ya deje de lado a esos imbeciles