En un mundo que olvidó la era dorada de la magia, Synera, el último vestigio de la voluntad de la Suprema Aetherion, despierta tras siglos de exilio, atrapada entre la nostalgia de lo que fue y el peso de un propósito que ya no comprende. Sin alma propia pero con un fragmento de la conciencia más poderosa de Veydrath, su existencia es una promesa incumplida y una amenaza latente.
En su camino encuentra a Kenja, un joven ingenuo, reencarnación del Caos, portador inconsciente del destino de la magia. Unidos por fuerzas que trascienden el tiempo, deberán enfrentar traiciones antiguas, fuerzas demoníacas y secretos sellados en los pliegues del Nexus.
¿Podrá una sombra encontrar su humanidad y un alma errante su propósito antes de que el equilibrio se quiebre para siempre?
"No soy humana. No soy bruja. No soy demonio. Soy lo que queda cuando el mundo olvida quién eras."
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CAPÍTULO IV: El Corazón del Nexus
— Kenja —
Floto en la nada. Un vacío sin forma, sin sonido, sin tiempo. Mi piel desnuda siente el frío etéreo de este abismo desconocido. No hay suelo, no hay cielo. Solo un espacio infinito que se extiende en todas direcciones.
¿Estoy… muerto?
No. No puede ser. Recuerdo… la barrera… Synera destruyéndola. Luego, el caos, un destello cegador, y después… esto.
¿Estoy soñando?
Miro desesperado a mi alrededor, tratando de encontrar algún indicio de dónde estoy. Pero lo único que veo es oscuridad y la tenue sensación de estar flotando sin rumbo.
Entonces, un sonido.
No, más que eso… una voz. Grave, imponente, reverberando como un trueno distante.
—¡¿QUIÉN ESTÁ AHÍ?!
Un escalofrío me recorre la espalda. Giro la cabeza en todas direcciones, mi corazón latiendo con fuerza.
—¿Q-quién dijo eso? ¿Hay alguien aquí?
No hay respuesta inmediata, solo el eco de mis propias palabras desvaneciéndose en el vacío.
Y entonces, lo veo.
Aparece de la nada, encerrado en el centro de un domo resplandeciente. Enormes inscripciones brillan y giran a su alrededor, círculos concéntricos de un lenguaje arcano que pulsan con energía viva. La prisión no es solo una barrera, es un sello, una jaula diseñada para contener algo… o alguien.
Mi respiración se detiene cuando la figura dentro del domo se materializa por completo.
Es colosal.
Una mujer… al menos, lo más cercano a una. Pero es distinta a cualquier ser que haya imaginado.
Diez alas gigantescas se despliegan desde su espalda, cinco a cada lado, agitándose con una majestuosidad inquietante. Sobre ella flotan dos esferas, una blanca y otra oscura, girando en un lento y perpetuo equilibrio. Su rostro está cubierto de ojos—docenas de ellos—parpadeando al unísono, observándolo todo con una intensidad sobrecogedora.
Su cuerpo está envuelto en cadenas que cuelgan pesadamente de sus extremidades, resonando con un eco metálico en el vacío. No tiene boca. No tiene nariz. Incluso sus orejas son pequeñas alas blancas que laten suavemente, como si respiraran.
Su piel, de un blanco pálido casi translúcido, parece absorber la luz del entorno, mientras su largo cabello, semejante a un río de plata líquida, flota con un movimiento etéreo. Sus extremidades son largas y esbeltas, pero sus manos... Sus dedos terminan en garras afiladas de metal dorado que reflejan un resplandor frío y sobrenatural.
La sensación de su presencia me aplasta el pecho. No es un demonio—he leído sobre ellos. Tampoco es un ángel. Es algo… más. Algo que no debería estar aquí.
La voz vuelve a resonar en mi mente, sin que su boca inexistente se mueva.
—¿Qué hace un mortal como tú en este lugar?
La pregunta no es solo un desafío. Es un juicio.
Y siento, con una certeza escalofriante, que mi respuesta podría decidir mi destino.
Trago saliva, sintiendo mi garganta seca por el miedo. La presencia ante mí es imponente, su energía llena el lugar de una calma inquietante, pero su majestuosidad sigue aterrorizándome. No parece querer lastimarme... o al menos, eso quiero creer. Intento tranquilizarme, ocultar mi temor e inseguridad antes de hablar.
—Disculpe, no sé cómo he llegado a este lugar. Solo sé que estoy muerto… o tal vez soñando, o algo así —digo con aparente seguridad, aunque la intriga tiñe mi voz.
Pero sé que no es un sueño. Esto se siente demasiado real, tan nítido que mi mente se niega a aceptarlo.
La figura imponente me observa en silencio, sus docenas de ojos moviéndose y parpadeando al unísono.
—¿Muerto, ¿eh? —responde con una voz que retumba en el vacío.
La miro con confusión, incapaz de descifrar sus intenciones.
—Ahora todo tiene sentido… —continúa, su tono cargado de duda—. Por alguna razón inexplicable, has llegado hasta aquí. Eso significa que tu espíritu y tu mente han quedado atrapados en este lugar, separados de tu plano real.
Su declaración solo aviva mi incertidumbre. Trago saliva nuevamente, intentando ordenar mis pensamientos.
—No entiendo… ¿Qué quiere decir con eso? ¿Quién es usted? ¿Qué es este lugar? —pregunto con un nudo en la garganta.
—Es probable que estés muriendo. Pero, por una razón u otra, el Nexus te ha traído hasta aquí con un propósito que aún desconozco —responde el ser con serenidad.
Sus palabras me dejan atónito. ¿Muriendo…? ¿Acaso la destrucción de la barrera con el poder de Synera me dejó en este estado? ¿Estoy atrapado entre la vida y la muerte? No tiene sentido… Mi mente se nubla mientras intento comprender.
—Bienvenido al Nexus. Soy el Guardián del Orden y el Caos —declara el ser, su voz resonando con una autoridad indiscutible.
—¿Nexus? ¿Guardián...?
De pronto, otra voz irrumpe en el silencio, cargada de enojo e impaciencia.
—¡Preguntas, preguntas y más preguntas! ¡Por favor, vete a molestar a otro con tus dudas!
Mi piel se eriza. La voz no proviene del Guardián, sino de… algo más.
Bajo la mirada y, con asombro, descubro que la fuente de la voz es una boca en uno de sus muslos, gesticulando con una expresión de irritación propia.
—¿Eso… me está hablando? —murmuro, sin poder ocultar mi desconcierto.
—¿"Eso"?! ¡¿Cómo que "eso", mocoso estúpido?! —vocifera la boca, agitándose con furia.
Mientras tanto, el Guardián permanece en silencio, observando la escena con una calma casi perturbadora.
Las cadenas que cuelgan de su colosal cuerpo se alzan como serpientes vivientes y se enroscan en mis extremidades. Siento su gélido tacto aferrándome, inmovilizándome. Mi cuerpo queda expuesto, indefenso. El calor sube a mi rostro al darme cuenta de mi desnudez, de cómo sus ojos—si es que los tiene—pueden devorarme con su presencia.
De repente, la boca monstruosa se abre aún más, distorsionando la realidad misma con su tamaño descomunal. Me eleva hacia ella, y el hedor putrefacto de su interior golpea mis sentidos. Es un abismo de sombras líquidas, de dientes irregulares y babas pegajosas. Un latigazo de su lengua húmeda recorre mi piel, dejándome un escalofrío de asco.
—¡TE VOY A DEVORAR, MOCOSO ESTÚPIDO! —brama la boca, vibrando con un deseo repulsivo.
El terror se agarra a mi garganta como una garra invisible. Lucho contra mi propia parálisis, apenas soy capaz de susurrar:
—D-déten…
Un sonido retumba en el vacío, profundo, grave… una risa. Una carcajada pausada y gutural que resuena con la fuerza de un trueno.
—Ja… ja… ja… Hacía eones que no me divertía tanto.
El Guardián.
Su voz aplasta mi alma con su sola presencia. Es un sonido que reverbera en lo más hondo de mi ser, antiguo y absoluto. Pero la diversión en su tono se extingue en un instante, reemplazada por un filo de severidad.
—Pero basta.
Su orden no es un simple mandato; es una ley cósmica. La boca se retira de inmediato, como una bestia reprimida por su amo. Caigo de golpe al suelo invisible, y con enojo le espeto:
—¡Pero si fue esa cosa quien empezó! ¡No tiene gracia!
—Qué llorón eres, mocoso —se burla la boca, pero su tono es menos desafiante.
De repente, el Guardián se encoge, su colosal figura adoptando una forma más cercana a la mía. Aun así, sigue siendo inmenso, imponente. La mirada de sus docenas de ojos se clava en los míos, y una de sus enormes garras roza mi rostro con un gesto inesperadamente gentil.
—No temas —murmura, y su voz se desliza sobre mi piel como un eco de algo primigenio.
Por un momento, el miedo que me había paralizado se desvanece. Mi respiración se aquieta.
—D-disculpe, Guardián… —intento preguntar, pero me interrumpe.
—Vaelthar —dice, con un peso titánico en su voz—. Ese es mi nombre, pequeño ser.
—Vaelthar… Entiendo. Pero ¿por qué estoy aquí? ¿Por qué he venido a este lugar?
La boca gruñe con fastidio.
—¡Ten más respeto! Es LORD VAELTHAR para ti, insignificante criatura.
Vaelthar, algo enfadado, coloca una de sus manos sobre aquella boca y, con un tono afilado como una cuchilla, sentencia:
— Si vuelves a interrumpir, quemaré tu lengua hasta que solo quede ceniza.
El silencio es inmediato. No puedo evitar soltar una sonrisa satisfecha al verlo reprendido. Pero la seriedad regresa a mí, y mis dudas aún pesan en mi mente.
—No lo entiendo. Si realmente estoy muriendo, ¿por qué estoy aquí?
Vaelthar me observa, y cuando habla, su voz es la de una entidad que ha existido desde el principio de todo.
—Este es el Nexus. El punto donde la eterna batalla entre el Orden y el Caos se entrelaza en equilibrio… Aquí, en el Corazón del Nexus.
Las palabras resuenan en mi mente, pero aún no logro comprender del todo.
—¿Eso significa que usted… es ambas cosas? ¿El Orden y el Caos?
Vaelthar asiente lentamente.
—Soy más que eso… Soy el Corazón del Nexus, donde se ancla el destino de todas las cosas. Mi deber es atraer las dos fuerzas primordiales, someterlas y gobernarlas, creando una energía paralela estable. Fui concebido para esta única tarea, y existo solo para cumplirla.
Su voz se vuelve un eco, un retumbar que vibra en mi sangre.
—Soy el equilibrio, el principio y el final. Soy lo que nunca fue visto, lo que jamás se ha nombrado. Soy un dios superior… hermano del universo. Sin mí, el Nexus se disolvería… y con él, tu mundo, este plano y todo lo que alguna vez existió.
Su presencia se hace más densa, aplastante. Mi propia existencia parece diminuta frente a la magnitud de sus palabras.
Y en ese instante, entiendo que estoy ante algo más que un simple guardián. Estoy frente al pilar que sostiene toda la creación.
De ser así… ¿Qué me ha traído hasta este lugar?
La pregunta resuena en mi mente como un eco que se niega a morir. No sé si la pienso o la susurro, pero el abismo a mi alrededor parece escucharla. Todo en mí tiembla, pero no debo mostrar miedo… aunque lo sienta devorándome desde dentro.
Vaelthar, majestuoso e insondable, guarda silencio por unos instantes antes de hablar. Su voz es un murmullo de trueno contenido, como si el universo mismo se esforzara por no quebrarse con sus palabras.
—Sé que es difícil de comprender… —dice al fin, su tono cargado de un peso cósmico—, pero no puedo revelarte más en este momento. El equilibrio entre el Orden y el Caos… podría estar resquebrajándose y corromperse el Caos. Necesito tiempo para entenderlo. Pero aquí, solo, no encontraré respuestas. Tal vez…
—¿A qué te refieres con “corromper el Caos”? —interrumpo, incapaz de contener mi urgencia.
Sus ojos—todos—se enfocan en mí, y por un instante siento que mi alma se desnuda ante su mirada.
—No hay tiempo para explicarlo como se debe —responde con firmeza—. Podrías despertar en cualquier momento. Pero… puedes ayudarme.
—¿Ayudar? ¿Yo? ¿Cómo?
—Cualquier detalle, cualquier evento o fragmento de información puede ser crucial ahora.
Asiento lentamente. Y entonces lo comprendo. Comienzo por hablar, a relatar todo lo ocurrido desde la llegada de Synera, sin omitir nada, sintiendo cómo las piezas encajan mientras hablo.
Vaelthar escucha en silencio absoluto, hasta que finalmente su semblante se torna más grave.
—Hmm… Así que la Suprema ha sido encerrada… Ella es una de las fuerzas primordiales de la magia de tu mundo. Si el Nexus ha sido corrompido, eso explicaría por qué desconocía estos hechos. Ahora lo veo con claridad…
Hace una pausa. El vacío parece contener la respiración.
— Tú también eres una de esas fuerzas. Eres la reencarnación del Caos, una parte de lo que fui en tu mundo. Esta es tu segunda vida, y por eso tu alma fue arrastrada hasta aquí: para darme esa información. Pero… el tiempo se agota. Tu cuerpo está a punto de despertar. Y yo… aún no tengo todas las respuestas. No puedo decirte más por ahora.
—¿Reencarnación del Caos…? —susurro, con la mente en un torbellino—. ¿Es eso cierto? No entiendo… necesito saber más.
—No es el momento —sentencia Vaelthar con una gravedad que hace vibrar el aire a mi alrededor.
Y entonces, la boca parlante vuelve a alzarse con su tono sarcástico y perturbador:
—¡Pides demasiado para lo poco que puedes ofrecer! ¡Eres egoísta! ¡Y eso me encanta!
Vaelthar responde sin mirar siquiera, con voz cortante como un filo celestial.
—Egoísta… y sin embargo dispuesto a arriesgarlo todo. Pudiste haber muerto… o algo aún peor.
—¡Querer respuestas no me hace egoísta! —espeto, con la voz firme y decidida—. Si hay algo que pueda hacer para ayudar… lo haré.
Vaelthar me observa, como si intentara ver más allá de mi carne, más allá de mi alma misma.
—No exactamente… Hay algo en ti que escapa incluso a mi comprensión. Algo que brilla con un destino singular… Y fue ese destino el que te trajo hasta aquí.
—¿Mi destino…? ¿Acaso fui yo mismo quien se atrajo hasta este lugar? Eso no puede ser…
—No hay nada que puedas hacer. Solo acéptalo: este es tu destino. Y ahora… basta de palabras. No te queda mucho tiempo en el Nexus.
Su tono cambia. Se vuelve más frío, más imperioso.
—Cuando despiertes, tu lengua será sellada. No podrás pronunciar una sola palabra sobre este lugar, ni sobre mí, ni sobre lo que has visto. Si lo haces… morirás.
El eco de esa advertencia se clava en mi mente como una aguja ardiente.
—No interfieras con mis planes. Cuando tenga las respuestas… nos volveremos a encontrar. Hasta entonces… te estaré observando.
Quiero respuestas, preguntar algo más, cualquier cosa. Pero el mundo a mi alrededor comienza a desvanecerse como humo que se lleva el viento. El vacío se rompe, y en un parpadeo…
Despierto.
Mi cuerpo da un respingo y jadeo con fuerza, extendiendo la mano al frente como si pudiera alcanzar lo que ya se ha ido.
—¡Espera un momento! —grito, todavía perdido entre dimensiones.
Estoy de vuelta. Acostado. El aire huele a madera y humo de incienso. Las sábanas están empapadas de sudor. Junto a mí, una figura me observa con los ojos llenos de alivio y sorpresa.
—¡Frayi! —digo, apenas recuperando el aliento.
Él me sonríe, con la emoción temblando en su rostro. Pero yo apenas puedo devolverle el gesto.
Porque, aunque estoy despierto… una parte de mí sigue allá.
En el corazón del Nexus.