Diana Quintana, una mujer con el Corazón De Hielo. su historia inicia cuando descubre que su prometido le es infiel, tenían un hijo, pero el pequeño muere en un accidente, en el cual estuvo involucrado el padre del niño, y Dante Linares. hecho que la marcó y le cambió la vida.
Dante, es influenciado para que acabe con Diana. Para lograrlo, es obligado a casarse con ella, ahí comienza una lucha de poderes, con sombras del pasado que los atormenta. ¿Será qué algún día esas sombras desaparezcan?
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—Pareces una niña ansiosa.
Solamente Dante podría dar una explicación de su actuar. A pesar de odiar a Diana, puso en su lugar a la asistente.
Diana no lo entendió en su momento, sino hasta ahora que lo vio tan enojado con la chica.
—Señora, lo siento mucho, en verdad, no vi que usted también necesitaba un cambio de ropa.
—No te preocupes… —contestó Diana.
—Que esto no vuelva a suceder, porque no lo voy a pasar por alto —interrumpió el joven.
Después hubo un silencio sepulcral que se mantuvo hasta que llegaron a la mansión.
Una vez dentro, la empleada se acercó y dijo:
—Señor, recibí el mensaje. Pueden pasar a la mesa.
Él le había pedido que preparara un caldo de pollo, ya que había visto a Diana temblar por el frío.
—Diana, ve a cambiarte, te esperaré.
Eso hizo que Diana se detuviera. Dante le había dicho que respetaría la hora de las comidas, pero le permitió que ella fuera a cambiarse primero.
—Gracias… —respondió ella.
Subió apresurada, se cambió de ropa, recogió su cabellera húmeda en una coleta y bajó nuevamente.
La cena transcurrió en silencio, hasta que Dante lo rompió antes de terminar.
—Diana, lamento no haberte llevado por tus pinturas. ¿Qué te parece si vamos mañana a primera hora? Puedo sacar parte de la mañana para ti, pero no abuses, porque tengo varias juntas importantes.
—Me parece perfecto —respondió Diana, dejando la cuchara a un lado—. Si son tan importantes, podemos ir solo por las pinturas, y te tomaré la palabra: puedes pedir que vengan aquí a arreglarme las uñas, no tengo ningún problema con eso. Solo no quiero ser una carga, ni el motivo por el cual descuides tus juntas o tu trabajo.
—Bien, así será.
Dante se sintió culpable al ver las manos de Diana. Nadie le pidió ayuda, pero ella lo hizo por voluntad propia. Eso le demostró a Dante que, cuando se trata de una vida humana, a ella no le tiemblan las manos.
Tampoco se quejó, como otras chicas, por tener las manos arruinadas, ni por haber echado a perder el hermoso vestido que terminó en la basura.
Lo cierto es que no será la primera vez que ambos se sorprendan mutuamente.
Diana también quedó asombrada por el actuar de Dante. Si él no hubiera tomado la iniciativa, los rescatistas habrían tardado más tiempo, y quizás Carlos no lo habría contado.
Dante se empeñó en rescatarlo, se aferró a la idea de que podía hacerlo. Y así fue.
Ahora el arquitecto se recupera en el hospital, gracias al esfuerzo de todos los que cooperaron.
Esa noche, Diana se tumbó en la cama y se durmió en cuanto tocó la almohada.
Mientras tanto, Dante se comunicó con sus abogados. Ambos visitaron a Carlos y le dieron la seguridad de que el Grupo Linares correría con todos los gastos.
Para su sorpresa, el joven no aceptó, y su respuesta fue que le dijeran a Dante que, cuando saliera del hospital, lo iba a buscar.
Hecho que sorprendió al empresario, pero no se negó: aceptó la petición del trabajador.
Al día siguiente, Rosalba llegó al edificio a primera hora. Preparó el café de su jefe y, justo cuando iba a llevárselo, recibió un mensaje que decía:
—Cancelé mis primeras dos citas. Saldré con mi esposa y no quiero que nadie me moleste.
Dante le había mentido a Diana. Su agenda estaba completamente llena para ese día; sin embargo, decidió dedicarle la mañana.
Hecho que no fue del agrado de la asistente.
Otra vez ella... Ayer recibí una reprimenda por su culpa, y él ni siquiera la quiere.
Recordó haber escuchado a Dante discutir con Antonella sobre ese matrimonio.
Sabía que Dante no sentía nada por Diana. Había intentado llegar al corazón del joven, pero para él, ella era invisible.
Y después de lo que sucedió el día anterior, temía que Dante estuviera empezando a sentir algo por su esposa.
Debo mantenerlo ocupado, así no tendrá tiempo para ella, se dijo, mientras arrojaba el contenido de la taza.
Ese día, Diana salió con prisa. Bajó las escaleras dando pequeños saltitos, mientras se colocaba la otra zapatilla.
—Podemos irnos —dijo, poniéndose recta al llegar al pie de la escalera y mirándolo a los ojos.
—Pareces una niña ansiosa —le respondió el joven.
—Es que, a pesar de que llovió toda la noche, hoy amaneció muy bonito. Vamos, antes de que la lluvia arruine mi salida.
—Nuestra salida, querrás decir —Dante la sujetó de la mano, y salieron juntos.
Ese día, ella quería ir al centro comercial que había visitado toda su vida. Sin embargo, Reinaldo tomó otra ruta y los llevó a otro lugar.
—¿Dónde iremos? —preguntó Diana, sorprendida.
Dante respondió:
—Mi familia es propietaria de Gabel Lina. ¿Lo conoces? Ahí también hubo una pequeña mentira.
Incluso él se había sorprendido al enterarse. Los Linares se habían movido con tanta rapidez que habían adquirido los negocios más prestigiosos de la ciudad.
—¿Que si lo conozco? ¡Por Dios! Si un bolso ahí cuesta el doble que en el centro comercial. Y eso que son originales… se abusa de los precios.
—Aparte de ser la Reina del Hielo, también eres tacaña —dijo Dante con una media sonrisa.
—¡No soy tacaña! Lo que pasa es que no despilfarraba el dinero de mi padre. Es mi herencia. Claro que gastaba, pero cuando era necesario. Por ejemplo; el vestido que usé en tu presentación me costó mucho más de lo que imaginas.
—Mmm… mira tú… Diana, ¿y qué pensarías si te digo que ese lugar también me pertenece? Diana todavía no sabe que su esposo es el mayor propietario de toda la fortuna de los Linares.
—¿Qué…? Debes estar bromeando —respondió ella, restándole importancia. En su vida había conocido a muchos bocones que solo querían deslumbrar.
—Ya lo verás.
Lo cierto es que, al llegar, Dante fue recibido como si se tratara del presidente de los Estados Unidos. Todos estaban a sus pies.
—Diana, las pinturas que buscas están por allá —le indicó, recordando haber pasado frente a esa tienda.