Alejandro es un exitoso empresario que tiene un concepto erróneo sobre las mujeres. Para él cuánto más discreta se vean, mejores mujeres son.
Isabella, es una joven que ha sufrido una gran pérdida, que a pesar de todo seguirá adelante. También es todo lo que Alejandro detesta, decidida, libre para expresarse.
Indefectiblemente sus caminos se cruzarán, y el caos va a desatarse entre ellos.
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Sueños intrusivos
Al salir del trabajo, Isabella fue a buscar a su pequeño hermano al colegio, de allí se dirigieron a un centro comercial, pasearon por el mientras compraban algunas cosas. La muchacha se sentía satisfecha, había pedido un adelanto en el trabajo y con eso era más que suficiente para hacer las compras que necesitaba.
Isabella e Ian llegaron al departamento cargados de bolsas, risas, y una energía contagiosa. El pequeño estaba emocionado por las compras y especialmente por las cosas nuevas que había conseguido para su clase de arte en el colegio.
-¡Mira lo que me compré!- dijo Ian, agitando una caja de crayones nuevos con un brillo en sus ojos.
Isabella sonrió mientras abría las bolsas en la cocina.
-Vas a hacer dibujos increíbles con esos, cariño- le dijo su hermana- Ahora, ¿qué te parece si preparamos tu cena favorita? Haremos pizza casera, ¿te parece?
-¡Sí, sí!- exclamó Ian, saltando de emoción- Quiero ponerle mucho queso, pero no pimientos, ¿sí?
-Nada de pimientos, lo prometo- contestó Isabella, riendo mientras sacaba los ingredientes que habían comprado.
Mientras trabajaban juntos, Isabella e Ian mantuvieron una conversación animada sobre el día del niño en el colegio. El pequeño relataba con entusiasmo los juegos, los premios y cómo había defendido con orgullo el dibujo que había hecho en clase.
-¿Y sabes qué, Isa?- dijo el niño, mientras extendía la masa de la pizza con mucho cuidado- Hoy en el recreo, le conté a Lucas y a Sofía que tú haces las mejores pizzas del mundo. Les dije que deberían venir un día a probarlas.
-¿Ah, sí?- preguntó Isabella, tratando de no reírse ante la solemnidad del niño- Bueno, entonces tendremos que organizar una fiesta de pizzas un día de estos, ¿te parece?
Ian asintió vigorosamente mientras terminaba de esparcir el queso.
-¡Sí! ¡Va a ser genial!- exclamó casi eufórico el pequeño.
Con la pizza en el horno, Isabella se dirigió a la sala para revisar su móvil, que acababa de sonar. Vio que era Carlos, el compañero de trabajo con quien había compartido un almuerzo ameno ese mismo día.
-Hola, Carlos- respondió Isabella al contestar la llamada.
-Hola, Isabella- dijo él desde él otro lado de la linea- Oye, solo quería confirmar si te animarás a venir mañana a la reunión con mis amigos. Va a ser algo tranquilo, pero divertido.
Isabella dudó por un momento.
-Suena bien, pero necesito ver cómo se desarrollan las cosas con Ian- dijo ella- No puedo prometerte nada ahora, pero te aviso mañana sin falta, ¿de acuerdo?
-Perfecto, no hay problema- contestó Carlos- ¡Ojalá puedas venir! Sería genial.
-Gracias por invitarme, Carlos. ¡Hasta mañana!
Isabella colgó el teléfono justo cuando Ian regresaba, ya aseado y con una sonrisa en el rostro.
-¡Huele delicioso!- exclamó el niño, corriendo a la mesa.
-Espero que esté tan rica como huele- dijo Isabella, sirviendo la pizza caliente en sus platos-¿Cómo fue tu día en el cole?
Durante la cena, Ian continuó contando anécdotas sobre sus amigos y las actividades del colegio. Isabella lo escuchaba con atención, sintiendo un calor familiar en el pecho. A pesar de las dificultades, momentos como estos hacían que todo valiera la pena.
-¿Te puedo seguir llamando mamá en el colegio? - preguntó él niño de repente, deteniéndose para mirar a su hermana con ojos expectantes.
Isabella sintió un nudo en la garganta. Se inclinó y le dio un beso en la frente.
-Claro que sí, mi amor. Puedes llamarme como te haga sentir mejor.
Después de la cena, Isabella ayudó a Ian a prepararse para la cama y lo arropó cuidadosamente. Le leyó un cuento, como siempre, hasta que sus ojitos se cerraron lentamente.
-Buenas noches, mamá- murmuró el niño medio dormido.
-Buenas noches, cariño- susurró Isabella, apagando la luz y cerrando la puerta con suavidad.
Más tarde, cuando Isabella se acostó, el sueño la envolvió rápidamente. Se sumergió en un descanso profundo y tranquilo, libre de preocupaciones.
Pero en otro rincón de la ciudad, Alejandro Martínez no encontraba la misma paz.
Él daba vueltas en la cama, inquieto, mientras su mente trataba de sacudirse las imágenes de Isabella en el restaurante, la risa suave que le regalaba a Carlos cada vez que él decía algo, su postura cuando lo enfrentó en su despacho haciéndole ver que sus responsabilidades estaban por sobre cualquier cosa. Recordó que la había despedido, que su padre había vuelto a contratarla, y por alguna razón, ahora ella aparecía en sus sueños.
Finalmente, agotado, Alejandro cayó en un sueño profundo, pero fue uno que no le ofreció descanso. Se encontró caminando por un pasillo largo y oscuro, las paredes decoradas con cuadros que mostraban su vida; sus éxitos, su familia, su empresa. Pero entonces, en medio de todos esos logros, vio una imagen que no encajaba, una imagen que lo desconcertaba: Isabella, sentada en su oficina, sonriendo despreocupadamente, con esa misma actitud desafiante que lo había sacado de quicio horas antes.
Trató de apartar la mirada, pero no podía. La muchacha se levantó y comenzó a caminar hacia él, su figura se veía cada vez más cercana. Alejandro sentía su corazón latir con fuerza, sintiendo en su interior una mezcla de frustración y... algo más que no quería admitir. Cuando ella estuvo lo suficientemente cerca, Alejandro notó que sus ojos brillaban con algo que él no podía identificar. La muchacha le sonrió, esa actitud de la joven hizo vibrar todo en su interior, él, dudoso estiró su mano, dispuesto a acariciar su rostro. Pero justo cuando iba a decir algo, el sueño cambió. La muchacha desapareció y él se encontró solo en su oficina, pero esta vez, todo estaba en silencio. El vacío lo abrumó y sintió una opresión en el pecho que lo hizo despertar sobresaltado.
Se sentó en la cama, respirando con dificultad, tratando de recomponerse. Sabía que no podía seguir así. Tenía que mantenerse alejado de Isabella, por su propio bien. Decidió que, a partir de mañana, haría todo lo posible para evitar cualquier contacto innecesario con ella.
Pero mientras se repetía esa decisión, la imagen de Isabella seguía rondando en su mente, perturbándolo en la quietud de la noche.