Novio Por Catálogo

Amy Hitori miraba una pócima rosa efervescente sobre su escritorio y frunció el ceño cruzándose de brazos. ¿De verdad servía la llamada «poción del amor»? Después de exhaustivas investigaciones y entrevistas con el sujeto experimental, debía concluir que sí. ¿Pero su efecto era temporal o permanente? El asunto aún no estaba claro.

Ajustó las gafas que ocultaban sus bonitos ojos azules, sentándose frente al ordenador y abrió el archivo donde permanecía documentada la última entrevista con Aidan Haynes. Su precioso conejillo de indias. Amy desvió su mirada del monitor y suspiró admirando la fotografía de su amigo y compañero de clases. ¡Lo adoraba tanto!

Aidan era un encanto de hombre. Ella le atribuía todos los sinónimos existentes de belleza. Sin contar los de erudición… y perfección. No sabía desde cuándo comenzó a presentar síntomas de obsesión por su mejor amigo, pero siendo la bruja directora de la división de investigación de reino mágico, era su obligación recordarlo.

Tecleó meditabunda la letra «L» en repetidas ocasiones haciendo alusión al nombre del sujeto que le rompió el corazón. Aidan había estado ahí para consolarla y fue entonces que nació su adoración por él. No era un sentimiento real de amor, sólo era una ilusión pasajera para evadir su triste realidad. Ella no contaba con un largo historial de relaciones como las chicas de su edad, ni tampoco poseía buenos atributos.

Un mechón rubio escapó de su trenza francesa mal elaborada y terminó cayendo abruptamente de su silla al escuchar una explosión a sus espaldas. Se arrastró unos centímetros por la alfombra y jadeó al percatarse de que un extremo de su jodida bufanda se había atorado en una pata de la silla. Tiró de ella con todas sus fuerzas y consiguió incorporarse sin que las rodillas le traicionaran.

Miró asustada el fuego que comenzaba a extenderse del escritorio a la cortina de crochet que elaboró en sus ratos de soledad y agitó sus manos farfullando un montón de hechizos inútiles, logrando únicamente acrecentar las llamas. Un gato negro saltó a sus brazos y ella dejó de lanzar chispas azules a diestra y siniestra para abrazarlo.

—Demonios, lo que me faltaba —bramó cayendo de rodillas al piso con el gato apretado a su pecho. Por lo menos quedaría hecha cenizas y nadie podría burlarse de su ridículo suéter de rayas y su espantoso short de animalitos prehistóricos.

El gato maulló, formando un escudo alrededor de sus cuerpos cuando el cristal de la ventana estalló, dándole a Amy un atisbo de esperanza.

—Eso es Copito, sé que sólo eres un minino de cuatro meses pero sácanos de esta situación, ¿sí?.

Amy arrojó al gato fuera del escudo protector y éste bufó prometiéndole un buen arañazo al rostro si sobrevivían al angustioso siniestro. Ella juntó sus manos, rogando para que su gato panzón y dormilón fuese útil por primera vez en la vida. Sin embargo, los planes de Copito eran diferentes.

El maldito animal salvó su propio pellejo saltando por la ventana hacia otra habitación más segura, aunque era probable que su segundo movimiento fuese escapar del edificio que dentro de poco se consumiría en llamas con el cadáver de su dueña adentro.

La desesperación invadió a Amy en el instante que comenzó a faltarle el oxígeno. Haría un último esfuerzo o se entregaría a la muerte. El pensamiento le hizo reflexionar. Ella no quería morir así. Tosió cubriéndose hasta la nariz con la bufanda y ondeó sus manos en el aire conjurando un fugaz chubasco dentro de la habitación seguido de una fuerte ráfaga de viento que acabó por secar y revolver sus pertenencias.

Se permitió fingir una abrumadora pérdida de la conciencia, cayendo de espalda con los brazos extendidos.

—Esta vez estuve realmente cerca —suspiró.

El sonido de un objeto forzando la cerradura de su puerta le alertó, y esperando que fuese un apuesto bombero para cargarla fuera del edificio o un sexy paramédico que quisiera verificar su estado, se sentó con las manos cruzadas entre sus piernas en un gesto inocente. No pensaba cubrir los gastos de reparación.

—Maldito Jared, esta me las pagas —masculló, parpadeando en un intento de desaparecer el hollín de sus gafas. Todo eso había sucedido por culpa de sus estúpidas pócimas.

—Buenas noches, soy…

Cajas y maletas cayeron estruendosamente en la entrada de su habitación, y Amy levantó la mirada avergonzada a su nueva compañera de dormitorio.

—Carrie Green, lo sé —murmuró, agitando su mano en un gesto de cortesía—. Te estaba esperando.

...xxx...

Con las vacaciones de invierno había finalizado una temporada de difíciles decisiones y lloriqueos a consecuencia de un corazón roto. Carrie decidió que lo mejor sería alejarse de su ciudad de origen, donde hasta el mínimo detalle le recordaba a Aidan. Incluso decidió mudarse con Grettel un par de semanas, ya que incluso su hermano se tomó vacaciones de forma inesperada para fugarse con una mujer. Su casa no volvió a ser habitable para ella desde que Aidan se marchó y su nuevo dormitorio al parecer, tampoco lo era.

Una desastrosa chica rubia yacía tendida en el piso junto a un puñado de cristales rotos, ropa y una pileta de libros a medio quemar. Carrie no podía asegurar con certeza qué desastre sobrenatural había afectado su dormitorio, pero le tranquilizó notar que su lado del cuarto permanecía intacto.

—¿Estás bien? —preguntó temerosa.

La chica definitivamente no se encontraba bien y Carrie temía que después de sufrir un endemoniado trauma debido a la catástrofe acontecida, su desconocida compañera fuese a responderle con la típica frase grosera: «¿Acaso me ves bien, estúpida?» Sin embargo la rubia se levantó con un brillo reluciente en su mirada y un tímido sonrojo en sus mejillas presentándose como Amy Hitori.

Un regordete gato negro pasó frotándose la cola en las piernas de Carrie antes de brincar a la desordenada cama de Amy. Carrie se sintió desorientada. ¿Permitían la tenencia de mascotas en el dormitorio?

—Él es Copito —informó entre dientes Amy.

—Oh. —Carrie continuaba desconcertada, incapaz de articular palabra.

—Eres realmente muy bonita —agregó Amy, capturando en su mano un mechón rubio que enmarcaba las delicadas facciones de Carrie.

Carrie se sonrojó. Nadie la había observado nunca con tal admiración. Ni siquiera el mismísimo Aidan cuando la desnudaba. Aquello la hizo sentir nerviosa y preocupada.

—Tú también —titubeó contrarrestando los pensamientos negativos que se acumulaban en su mente.

Amy realizó un raudo escrutinio de Carrie y su persona. Ella era más bajita y menuda que Carrie aunque podía agregar que las dos poseían un cutis perfecto. Definitivamente no tenía oportunidad de competir con ella por el corazón de Aidan. Se miró las uñas de los pies sin barnizar, abriendo los ojos como platos. ¡Aidan! Corrió a esconder la fotografía de su amigo debajo de la barriga de Copito y ocultó toda evidencia de su existencia y relación. No quería que la vincularan con un patán destroza corazones. Aunque si Carrie no se enteraba de la verdad, no habría ningún problema.

Metió su pequeño cuerpo en un vestido de tirantes floreado y reemplazó sus pantuflas por unas sandalias blancas.

Carrie miró a Amy cambiarse de ropa con la velocidad de un vendaval y se disponía a recoger sus pertenencias cuando Amy brincó sobre las maletas con la gracia de una gacela.

—Disculpa que no te ayude con la limpieza, Carrie. Pero necesito entregar un trabajo, urgente —vociferó perdiéndose en el pasillo.

Carrie se apoyó en la puerta, gimiendo desconcertada. ¿Las clases en la universidad habían comenzado antes de que ella llegara?