TERCER LIBRO DE LA SAGA: "PASIONES PELIGROSAS".
Un asesinato es capaz de convertir un corazón lleno de pureza en uno de maldad.
Zafira Petrov quiere vengarse de quienes mataron al amor de su vida.
Massimo Lombardo quiere destruir a quienes violaron y mataron a su hermana.
Dos almas gemelas con sed de venganza se alían para acabar con aquellos que los vigilan desde las sombras, sin tomar las suficientes medidas para no caer en las irresistibles redes del deseo, o más bien del amor.
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Plan de ataque.
...ZAFIRA...
—Hay una explicación, mi amor.
¿Ahora el maldito quiere excusarse tras que lo estoy viendo abrazando a la estúpida de Isabella? Siempre supe que esa mosca muerta lo tenía en la mira.
—Cállate —ordeno serenamente—. ¿De cuándo acá los perros hablan? —trago grueso, mirándolos de pies a cabeza y volteandome—. He llegado a un punto en el que no me sorprende nada, por mí hagan lo que se les dé la gana.
Mis zancadas me sacan de la mansión en menos de un minuto, y por casi dejo al imbécil de Massimo atrás que tiene que correr para alcanzarme.
—¡Zafira, hablemos! —me cierra la puerta del auto en el que estaba por entrar—. No es lo que estás pensando.
—Ah, ¿no? —lo miro a los ojos.
Siempre odié las mentiras que ver su cinismo me hace bofetearlo.
—Tus mejores mentiras diselas a otra que te crea, porque yo no lo haré. Haya pasado lo que haya pasado allá dentro no me interesa, quédate con Isabella y con todas las putas que quieras.
—¡¿Por qué eres tan tóxica que siempre tienes en tu cabeza que te engaño?!
—¿Y no es así?
—¡Obvio que no!
—¿Y quién quieres que te crea eso?
Lo aparto de mi camino estrujando su camisa, y subiendome a la camioneta.
—¡Zafira!
—No hagas esperar a tu chica, Massimo —miro por el retrovisor mientras salgo por las puertas de la mansión—. Una cosa era nuestra relación sentimental y otra la de los negocios. Prepara a los inútiles de tus hombres para la emboscada de mañana, tú ya sabes la ubicación, al medio día.
—Zafira...
Levanto los vidrios en las ventanas del auto, dejando que por esta vez los celos me hagan mierda y me saquen a gran velocidad de la maldita mansión donde no queda ni mi huella.
Una parte de mí dice que no deje que los celos hagan de las suyas, y otra que me recuerda la escena de hace minutos atrás. ¿Qué hacía abrazando a esa tipeja?
A la mañana siguiente...
—¿Estás cómodo o prefieres un mejor lugar para poner tu trasero? —muerdo mi labio, apoyando mi cara en mis manos que se arriman a la ventana de la camioneta. No es para nada divertido mirar fijamente al hombre que llamé mil veces mi amigo después de haber sido golpeado, pero era lo poco que se merecía.
—Ulises...
—No te permití hablar, Kiran. Mantén silencio, quiero que me escuches. En unos minutos llegarán los hombres que se eligieron para iniciar el plan de ataque en contra del hombre que te pagó para hacerme daño, y tú me servirás de carnada, ¿oíste?
—¿Me odias?
—Yo no guardo ni eso por una porquería como tú.
Me pongo derecha, dejando de mirarlo para ver a los carros llegar a la carretera. Sí, el mismo Massimo y sus hombres que desde que conozco no han sabido hacer algo bien.
—Se pasó por veinte minutos, Sr. Lombardo. ¿Qué pasó? Su linda Isabella no lo quería dejar venir y seguir abrazándolo.
—Zafira, ya hablamos de eso...
—Yo no recuerdo nada, lo siento por mi mala memoria. Menos habla y más acción, porque no quiero crear una discusión más grande y terminar partiendo tu nariz.
Le entrego un mapa con unas rutas señaladas.
—Tus hombres y los míos irán por rutas distintas, y tú vendrás conmigo, porque admito que juntos somos un "gran" equipo, aparte que alguien de confianza tiene que vigilar a Kiran y soltarlo en el tiempo dicho.
Antes de guardar mi celular en el bolsillo del pantalón miro la hora.
—¡Vámonos ya, o se nos hará tarde! No hay que dejar a Ulises salir de la mansión.
De camino a mi auto acompañada de Massimo que camina detrás de mí, observo a todos irse tal y como les dije, por rutas diferentes. Subo al carro, y estando en el volante veo a Massimo sentarse al lado de Kiran para sacar su arma y apuntarlo; sé que lo suyo ya es personal.
—Lo peor que pudo pasarte fue encontrarte con este hombre, Zafira —comenta Kiran, refiriéndose a Massimo que se lame los labios por dejar escapar una bala—. No te traicione, solo busqué la manera fácil para que seas feliz.
Respiro hondo, concentrándome en el camino.
—¿Feliz? Su felicidad soy yo, imbécil, aunque te duela escucharlo.
—Ni tú te lo crees, Massimo —ruedo los ojos—. Y ya cierren la boca ambos, no estoy de genio para ninguno de los dos.
Pasado unos más o menos quince minutos puedo estacionar la camioneta frente a la mansión del mismísimo Ulises.
Los demás no han llegado, eso es bueno. Así tendré tiempo para ubicarme en un lugar donde pueda aportar mucho.
—Bájate —jala Massimo el brazo de Kiran, empujándolo para que siga el camino por donde voy.
El problema que tengo es que no tengo el plano de la casa, no sé por dónde ir sin ser asesinada en menos de cinco segundos. Por lo menos estamos en la parte trasera de la vivienda, donde se me hace extraño no ver a hombres de Ulises.
—Ya están cerca —me comunica Massimo que habla con los nuestros a través de una radio—. ¿Qué les digo?
—Que rodeen la casa, y si encuentran a algún hombre que no quiera dejar hacer lo que pido, disparen.
Él se dedica a dar la orden inmediata, y yo a disparar el candado que estaba en la puerta trasera que conecta con la mansión.
Los disparos comienzan a ser audibles, es seguro que la guerra entre los bandos haya iniciado.
Camino libremente dentro de la mansión donde he llegado con Massimo y Kiran. Me oculto detrás de un pilar, viendo a decenas de hombres armados con grandes armas bajar de las escaleras del segundo piso. Es imposible que se hayan preparado tan pronto, ¿ya sabían sobre esto? Observo a Kiran que no parece saber nada y no llego a preguntarle por la audaz reacción de Massimo que hace a un lado a Kiran, me toma de la cintura cuidándome de un disparo que por casi ni lo cuento.
—¿Ves que aún me necesitas, Zafira? —susurra a mi oído antes de apartarse, dejándome detrás de una pared para salir como si fuera inmortal, apuntando con el arma a un hombre que no conozco y que está en medio de las escaleras.
Solo estamos los cuatros en esta sala. No se escuchan ya muchos disparos fuera de estas paredes, y el olor a sangre es muy reconocible.
—Se me hace de muy mal gusto que unos intrusos vengan a la casa de mi padre, a terminar con la calma —dice el hombre—, pero perdono todo si es por tenerte aquí, amigo.
—Yo no soy tu amigo, hijo de puta. ¡Estoy aquí por algo y sabes porqué!
—Mmm... ¿por Ruth?
—No menciones a mi hermana, ella queda muy grande en tu boca.
—Tienes razón, pues con los gran atributos que se cargaba... —se muerde la boca—. Lástima que se suicidó, porque si fuera por mí la tuviera aquí conmigo...
—¡¿Dónde está el desgraciado de tu padre, Mael?!
—Con esos gritos no llegaremos ni a despedirnos. Más bien preséntame a tu novia, ¿o quieres que la mande a ver?
—Antes de que toques lo que es mío te mato.
El imbécil suelta una risita fastidiosa que está haciendo a Massimo enojar.
—Si no pudiste ni cuidar a tu propia hermana, ¿ahora cuidarás de una zorra que no hace mucho conoces?
Un porciento del enojo de Massimo se libera en este segundo en el que sin más dispara descontroladamente al cuerpo de Mael que desde la primera bala que fue a la cabeza cae de las escaleras lleno de sangre.
No sé si es por la escena de ahora pero me han dado náuseas. Sí, no es el primer asesinato que observo pero sí el primero que me hace sentir esto. Si hubiese sabido que estaría algo enferma...
—¡Vámonos, Mael! —el reconocible César, el mayor de los hijos de Ulises entra con sus hombres a la mansión, en busca de su hermano que ya se está dando un largo viaje.
Ahora sí se formó la bronca. ¿Me conviene salir ahora que el hombre que amo está frente a cinco hombres que no esperarán y lo matarán antes de que abra la boca?
—Massimo... —susurra César.
Desconozco algún otro problema entre César y Massimo, pero por las miradas que se tiran es obvio que las balas correrán dentro de poco tiempo.
—Cara a cara, así quería tenerte, maldito demente.
—No soy el único. No solo te cobraste con la vida de Jhon, ahora también con Mael —lo apunta con una pistola—. Veo que no estás solo, sino que viene contigo el hombre que le fue de utilidad a mi padre para averiguar muchas cosas de ti. Lamento informarte que no saldrás vivo de este lugar.
¿Cómo así?
Gateando llego al otro extremo de la pared, me levanto saliendo con la pistola extendida hacia César.
—¿Y quién dijo que yo no haría nada? —pregunto, teniendo en otra mano una navaja.
—Así que tenemos otra sorpresa; Zafira.
—No —meneo la cabeza con una sonrisa—. Soy Zafira Petrov, la mujer de Massimo Lombardo, aunque te tardes un poquito más. ¿Y sabes qué? Tengo una excelente puntería, ¿quieres ver cómo puedo enterrar una bala en tu frente?