Una relación nacida de la obsesión y venganza nunca tiene un buen final.
Pero detrás del actuar implacable de Misha Petrov, hay secretos que Carter Williams tendrá que descubrir.
¿Y si en el fondo no son tan diferentes?
Después de años juntos, Carter apenas conoce al omega que ha sido su compañero y adversario.
¿Será capaz ese omega de revelar su lado más vulnerable?
¿Puede un alfa roto por dentro aprender a amar a quien se ha convertido en su único dueño?
Segunda parte de Tu dulce Aroma.
NovelToon tiene autorización de ILiss para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Capítulo 21
Para el omega los días pasaban demasiado rápido. El tiempo, lejos de darle espacio para pensar, lo empujaba hacia decisiones cada vez más pesadas, como si cada minuto cayera sobre sus hombros con el peso de un yunque. Estaba sentado frente al escritorio, rodeado de mapas, informes y armas que parecían observarlo con mudo reproche. Llevaba horas analizando cada línea de su plan, repasando cada detalle con obsesiva minuciosidad y aun así sentía que el suelo podía abrirse bajo sus pies en cualquier momento.
—No veo otra forma de hacerlo más que la que planteé —dijo al fin, rompiendo el silencio con una voz grave y cansada.
Yuri, que llevaba un buen rato de pie junto a la ventana, frunció el entrecejo con molestia.
—Es demasiado arriesgado. Si resulta ser una trampa, estarías en desventaja desde el primer segundo.
Zahid, que estaba sentado en el borde de la mesa, se encogió de hombros con gesto despreocupado.
—No es tan distinto a lo que hemos hecho antes. Una comitiva pequeña es precisamente la clave para pasar desapercibidos.
—Pero nunca lo han hecho en una situación así —replicó Yuri, más irritado—. Esto no es un negocio rutinario ni un ajuste de cuentas. Es en medio de una guerra inminente y con un precio altísimo por la cabeza de Misha.
Misha suspiró, cansado de repetir lo obvio. Se inclinó hacia atrás en su asiento y dejó que la silla crujiera.
—Basta. No puedo llegar con todo el ejército encima al territorio de Román. Sería prácticamente declararle la guerra también a ellos. Lo que necesito es un frente unido… o, como mínimo, que esos dos idiotas no se unan a Andrei.
Su voz sonaba aletargada, cargada de un desprecio contenido. Lo último que deseaba era volver a ver el rostro de sus hermanos, pero no había otra salida.
—Pero, jefe, ir solo ustedes tres es una locura —insistió Yuri, con el ceño aún más fruncido—. Al menos, si yo pudiera acompañarlos…
Misha lo miró con calma, casi con condescendencia.
—No se puede. Tu rostro es demasiado conocido por los hombres de Andrei podrían reconocerte a kilómetros. Por eso te quedas. Llevaré a Zahid y a Zev.
Yuri apretó los puños.
—¿Y cómo cree que no lo van a reconocer a usted? Si conocen mi cara, la suya también. A menos que se ponga un pasamontañas, y créame, eso sería aún más evidente.
Misha chasqueó la lengua con fastidio, se levantó de golpe y caminó hasta un mueble lleno de cajones. Los abrió con brusquedad y de inmediato una cascada de accesorios y pelucas se desparramó sobre el suelo.
—Iré de incógnito. Por eso necesito un grupo pequeño, porque tiene que verse creíble. Una zorra con dos padrotes es creíble. Una zorra con un ejército detrás… cuestionable.
Sonrió con ironía, como si disfrutara de la incomodidad que sus palabras causaban en Yuri.
El alfa no se dejó amedrentar.
—Al menos permítame estar cerca con más hombres. Una distancia prudente, nada más. Así, si algo sale mal, podremos actuar rápidamente.
Misha se limitó a asentir.
—Claro. Eso es obvio. Los necesitaré, pero no demasiado cerca.
Tres días faltaban para la fecha acordada. El lugar de la reunión sería el club Lolita, propiedad de Román, el más grande y llamativo de ese sector putrefacto de Moscú. Era un sitio que apestaba a decadencia, lujuria y feromonas derramadas por cada rincón. Misha lo odiaba con todo su ser. Solo pensar en poner un pie allí lo llenaba de asco, la sola idea de que a los omegas y alfas de ese lugar se les inyectaran aceleradores de celo le revolvía el estómago. El aire estaría saturado de un aroma tan denso que cualquiera se perdería en él. Cualquiera, menos él.
Misha había aprendido a tener un control absoluto sobre sus propias feromonas, a inocularlas y contenerlas a voluntad. Ese dominio lo mantenía en pie en sitios como aquel, aunque lo atormentara el recuerdo de un pasado que despreciaba profundamente.
Por eso mismo, tanto Zev como Zahid debían inyectarse supresores potentes antes de entrar. No había otra forma de que se mantuvieran a raya en un lugar donde la “diversión” era en realidad la muestra más grotesca de la decadencia humana.
El día llegó. Misha se sumergió en su papel con una precisión casi artística. Vestía ropa reveladora y atrevida, tan ajustada que parecía dibujar su silueta a propósito. Se puso una peluca rubia que caía en ondas brillantes sobre sus hombros y unas lentillas azul oscuro que cubrían el violeta inconfundible de sus ojos. Haya lo ayudó a vestirse, ajustando cada prenda, asegurándose de que las cadenas que colgaban de su cuello brillaran bajo la luz. En el club, las prostitutas usaban esos collares como si fueran accesorios y sus padrotes las paseaban como mascotas. Misha sería una más entre ellas.
Zev y Zahid, por su parte, se transformaron en caricaturas de nuevos ricos. Trajes caros, relojes ostentosos, peinados engominados y sonrisas vulgares. El disfraz era perfecto.
Mientras los tres caminaban hacia el auto que los llevaría, Carter los observaba desde un rincón del pasillo. La cicatriz que Misha le había dejado con la mordida ya había sanado, pero seguía siendo visible, marcada en la piel de su cuello como una firma imborrable. Podían distinguirse perfectamente los dientes del omega y la fuerza con la que había querido dejar un sello permanente. Carter, en un gesto silencioso, había decidido no ocultarla. Usaba camisetas que dejaban la marca a la vista, obligando a todos a reconocer lo que era.
Las bromas pesadas cesaron de inmediato. Incluso Dima, que había sido uno de los más crueles, se disculpó. Nadie osaba reírse de él ahora que sabían quién era el alfa de Misha. Sin embargo, las miradas de soslayo y los murmullos en voz baja lo seguían dondequiera que iba.
—Eh, ¿hacia dónde va Misha vestido como ramera? —preguntó sin rodeos a Haya, que pasaba a toda prisa con una carpeta en la mano.
La beta lo fulminó con la mirada.
—No te importa. Es una misión secreta.
Carter no iba a dejarlo pasar. Se interpuso en su camino, obligándola a detenerse.
—Te hice una pregunta.
Haya lo empujó con brusquedad y se escabulló.
—No tengo tiempo para tus caprichos.
Furioso, Carter se dirigió a la oficina de Yuri, que terminaba de ajustarse un chaleco antibalas.
—¿Por qué no me llevan? —lo increpó casi gritando—. Si van Zev y Zahid, ¿por qué no puedo ir yo?
Yuri lo miró de reojo, suspirando con fastidio.
—Porque no eres necesario. En este momento serías más un estorbo que una ayuda para Misha. Quédate aquí, mantente a salvo. Haznos ese favor.
La furia de Carter estalló. Lo empujó, obligándolo a retroceder un paso.
—¿Por qué insisten en tratarme como un inútil? Me trajeron aquí, me hicieron entrenar como un animal, y cuando quiero hacer algo, me dicen que soy un idiota. ¡Pensé que estaba en el escuadrón de Misha! Si no es así, dímelo de una vez, y me largo.
Su voz estaba cargada de ira, pero había algo más profundo allí, algo como orgullo herido, dolor, la necesidad desesperada de ser reconocido. Había escuchado de labios de Zahid que las misiones de Misha solían ser casi suicidas, que prefería ir con grupos pequeños porque no confiaba en nadie más. Y ahora, ni siquiera lo consideraba.
¿Por qué? ¿Por qué le dolía tanto que Misha no lo viera como algo más que un simple juguete?
Yuri guardó silencio unos segundos antes de responder, clavando en él una mirada dura.
—Deja de lloriquear. Si tanto insistes, puedes venir conmigo. Yo formo parte del grupo de apoyo. No estaremos cerca, pero si las cosas se ponen feas, será nuestra misión sacarlos de ahí.
Carter lo miró sorprendido.
—¿Hablas en serio?
—Entiende algo —continuó Yuri, sin suavizar su tono—. El peligro es real. Aquí no hay lugar para los débiles. Si decides venir, será bajo esa regla.
Carter apretó la mandíbula y asintió. El orgullo aún le dolía, pero bajo la rabia había un corazón que latía desbocado. Misha iba a arriesgarlo todo… y él no soportaba quedarse de brazos cruzados.