—Te quise cuando no te entendía, te ame incluso cuando no debía—
«•»
NovelToon tiene autorización de Muculu para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
/Haciendo Amigos/
El amanecer llegó lento, con un resplandor dorado que se colaba entre las cortinas de mi habitación. El olor a café recién hecho y pan tostado llenaba el aire, despertándome poco a poco. Por un momento me quedé tendido en la cama, escuchando los crujidos de la madera de la cabaña y el murmullo de voces en la sala.
Me levanté con pesadez, cada músculo recordándome lo mucho que había corrido la noche anterior. Después de una ducha rápida y tibia, bajé las escaleras, inseguro de lo que me esperaba.
En la mesa, Marco ya estaba sentado con los brazos cruzados, mientras Luis hojeaba un mapa extendido y Sam tarareaba algo mientras revolvía el azúcar en su taza. Erick fue el primero en notar mi presencia.
—Buenos días, dormilón —dijo con una sonrisa.
—Buenos días —respondí, algo incómodo.
Sam me saludó con un gesto amistoso, Luis apenas levantó la vista del mapa y Marco me observó con la misma seriedad de la noche anterior. Sentí que debía hacer algo para no parecer un intruso.
Me senté a un lado de la mesa y agarré un pedazo de pan. Sam se inclinó hacia mí.
—Entonces, Jacob… —dijo con tono curioso—. ¿Sabes usar un arma?
Me atraganté con el pan y negué con la cabeza.
—No, para nada.
—Ya lo suponía —rió—. Bueno, no te preocupes. Aquí todos aprendemos algo nuevo tarde o temprano.
Luis lo interrumpió con brusquedad.
—No estamos aquí para dar clases, Sam.
—Relájate —contestó Sam encogiéndose de hombros—. No le estoy pidiendo que se convierta en soldado.
La tensión se disipó cuando Erick habló:
—De hecho, podría ser útil que Jacob aprenda lo básico. No sabemos qué pueda pasar.
Mi corazón dio un vuelco. ¿Armas? ¿De verdad tenía que llegar a ese punto? Sin embargo, guardé silencio. En ese momento no quería contradecir a nadie.
Más tarde, Marco me llevó al patio trasero de la cabaña. Había un pequeño espacio abierto, rodeado por árboles altos. En el centro, sobre una mesa de madera, había un par de pistolas descargadas y algunos cuchillos.
—Escucha, chico —dijo Marco con voz grave—. No te pido que seas un experto, pero si vas a estar aquí, tienes que aprender a defenderte. No siempre podremos estar a tu lado.
Me mostró cómo sostener una pistola, cómo alinear la mira, cómo mantener la calma al disparar. No usamos balas reales al principio, solo simulacros. Aun así, cada vez que sostenía el arma, sentía un peso extraño en el pecho, como si fuera un objeto demasiado peligroso para mis manos.
—Tus manos tiemblan mucho —comentó Marco, arqueando una ceja.
—Es que nunca había hecho esto… —respondí.—No frecuento disparar armas.
Él suspiró, y aunque parecía frustrado, sus instrucciones eran claras y pacientes. Poco a poco, empecé a sentir que me trataba con un mínimo de respeto.
Esa misma tarde, Luis me puso a prueba de otra manera. Me pidió que lo ayudara a revisar las cámaras de seguridad alrededor de la cabaña. Eran varias pantallas conectadas a un sistema rudimentario, pero eficiente.
—Mira, Jacob —me explicó—. Lo importante no es solo ver, sino notar lo que cambia. El bosque se mueve todo el tiempo, ramas, sombras, animales. Tienes que aprender a diferenciar lo natural de lo sospechoso.
Pasamos horas mirando las pantallas, y yo sentía que mis ojos se cansaban, pero Luis seguía ahí, firme, casi sin parpadear.
—Tienes buena observación para ser novato —me dijo de pronto, sorprendiéndome.
Sentí una leve satisfacción, aunque no quise demostrarla.
Por la noche, Sam fue el más relajado de todos. Me invitó a sentarme junto al fuego de la chimenea. Trajo una guitarra vieja y empezó a tocar acordes sencillos.
—¿Sabes cantar? —preguntó sonriendo.
—No mucho —admití.
—Da igual, aquí no hay jueces. Vamos, acompáñame.
Al principio me dio vergüenza, pero terminé tarareando junto a él. Sam se reía de mis errores, pero de una manera amable, como si solo quisiera hacerme sentir parte del grupo.
—Ya ves, no estás tan mal —dijo al final—. Si sobrevives a todo esto, podrías montarte una banda conmigo.
Solté una risa breve. Era la primera vez que me sentía cómodo desde que llegamos.
Los días siguientes fueron una mezcla de rutinas y pruebas. Marco me hacía entrenar cada mañana, Luis me enseñaba a observar con detalle y Sam se encargaba de distraerme con historias absurdas o bromas. Erick, por su parte, siempre estaba supervisando, asegurándose de que no me sintiera completamente perdido.
Una tarde, después de practicar con el arma hasta que mis manos dejaron de temblar tanto, Marco me dijo algo que no esperaba.
—Tienes agallas, chico. Pensé que te rendirías en la primera.
Me quedé en silencio, sorprendido por esas palabras.
Luis, en otra ocasión, me pidió que lo reemplazara un momento en la vigilancia de las cámaras. Cuando volvió, me encontró concentrado, anotando en un cuaderno los movimientos de las sombras.
—Nada mal, Jacob. Empiezas a entenderlo —dijo con un leve asentimiento, lo más parecido a un cumplido que podría dar.
Y Sam, por supuesto, no dejaba de recordarme que “un día sin reír es un día perdido”, aunque fuera en medio de una situación tan peligrosa.
Una noche, mientras cenábamos todos juntos, me di cuenta de que algo había cambiado. Ya no me miraban como un extraño. No había desconfianza en sus ojos, sino algo más cercano a la aceptación.
—Creo que Jacob está aprendiendo rápido —comentó Sam.
—Tiene potencial —agregó Luis, serio.
Marco se limitó a decir:
—Al menos no es un estorbo.
Todos rieron, incluso yo.
Erick me miró con una mezcla de orgullo y alivio.
—¿Ves? Te lo dije, Jacob. No estás solo.
Sentí un nudo en la garganta. Había pasado de ser alguien a quien perseguían, alguien débil y asustado, a formar parte —aunque fuera pequeña— de ese extraño círculo de confianza.
Por primera vez en mucho tiempo, no me sentía simplemente una carga.
Aquella noche, antes de dormir, salí un momento al porche. El aire frío me golpeó el rostro, pero el cielo despejado, lleno de estrellas, me dio cierta calma. Erick se unió a mí, apoyándose en la baranda de madera.
—Has logrado ganarte su respeto más rápido de lo que pensé —dijo en voz baja.
—No sé si respeto… —respondí encogiéndome de hombros.
—Lo es —afirmó con seguridad—. Ellos no confían en cualquiera, créeme.
Lo miré de reojo. Sus palabras me hicieron sentir algo extraño, una mezcla de alivio y miedo. Alivio por no estar completamente solo. Miedo por saber que quizá lo que venía después pondría a prueba esa confianza que apenas empezaba a construir.
Erick se acercó un poco más y, con un tono más suave, añadió
—Lo estás haciendo bien, Jacob. Muy bien.
Y por primera vez en días, pude dormir tranquilo, sabiendo que, al menos por ahora, estaba en un lugar donde pertenecía.
...----------------...