Un Villano Para La Protagonista

La noticia de la trágica muerte del príncipe resonó en el castillo como un eco oscuro, cada rincón del majestuoso edificio parecía sumirse en un luto imprevisto. La atmósfera estaba cargada de presagios oscuros y la desesperación se adueñó del corazón del rey. La imagen de su hijo, tan lleno de vida, ahora yacía en la fría realidad de la muerte, un acto tan atroz que el rey sintió que su cordura se desvanecía en un instante. La sala del trono, habitualmente un lugar de poder y autoridad, se convirtió en un escenario de caos, donde el rey, con una furia que desbordaba su tristeza, comenzó a dar órdenes sin pensar en las consecuencias.

— ¡Traigan a los últimos que estuvieron con él!— gritó, su voz resonando por los pasillos de piedra.

En cuestión de minutos, los tres compañeros de póker del príncipe, visiblemente nerviosos, fueron conducidos ante él, sus rostros pálidos reflejaban el terror de ser arrastrados a la tormenta de la ira real. El rey los miraba con ojos que ardían de furia y desesperación, como si cada uno de ellos fuera responsable de la muerte de su hijo.

La primera pregunta fue directa y cortante.

— ¿Qué sucedió anoche? ¡Hablen!— los compañeros, temblando, dieron un paso adelante, uno de ellos tartamudeó una explicación sobre cómo habían estado jugando, riendo, hasta que el cuadro familiar real se cayó, rompiendo el ambiente festivo y llevándolos a la confusión.

— lo dejamos solo, no pensamos que…— su voz se apagó, incapaz de continuar en medio del silencio helado que se había apoderado de la sala.

El rey escuchaba cada palabra, pero en su mente, ya había tomado una decisión. No podía permitir que se escaparan de la culpa. En su universo de dolor, ellos eran culpables, eran los que habían alentado a su hijo a jugar.

— ¡Encierrelo y luego se hará una ejecución!— ordenó, su voz resonando como un trueno. Los hombres fueron apresados, llevados a las frías celdas del castillo, donde la desesperanza se convertiría en su única compañía.

— ¿No cree que hay que abrir una investigación, alteza?— preguntó uno de sus consejeros.

— no. Ni siquiera quiero que toquen a mi hijo. Los responsables fueron ellos. Estuvieron con él.

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Mientras tanto, en la casa de Arlette, la joven se encontraba sentada en un rincón acogedor, con un periódico en las manos. Las letras del titular le parecieron un golpe en el estómago.

 “El príncipe se ha quitado la vida”.

La incredulidad se dibujó en su rostro, y las palabras resonaron en su mente como en sus labios.

— el bebé no aguantó tu rechazo y se mató — dijo Alejandra, su voz cargada de una mezcla de desdén y sorpresa.

Arlette la miró, incapaz de procesar lo que estaba escuchando.

— no creí que fuese capaz de hacer eso — articuló Arlette, con una calma que contrastaba con paz momentánea.

— una plaga menos — respondió Alejandra, con un tono que dejaba entrever su propia indiferencia.

La conversación se tornó oscura, como si la muerte del príncipe fuera solo un tema más de conversación, un momento de lo que sucedía en sus vidas cotidianas. Pero en ese suceso, la figura de Everest irrumpió en la habitación, trayendo consigo una bandeja de tartaletas. Arlette, sorprendida por el gesto, le preguntó si realmente sabía cocinar.

— cuando estoy de muy buen humor, sí — respondió él, sonriendo, mientras ofrecía una a Arlette y otra para Alejandra, quien la tomó con escepticismo.

Pero al probarla, sus ojos se abrieron de par en par, y asintió con aprobación.

Arlette, sintiendo una gratitud inesperada, que lo halago hasta no más poder, Everest se concentró para no sonrojarse. Luego ella le mencionó que le echaría un ungüento para las cicatrices que aún llevaba. Everest, con una actitud despreocupada, le dijo que no era necesario, pero ella insistió.

— ha pasado tiempo desde que vi las heridas — le dijo, su voz suave, casi melancólica.

Sin más protestas, Everest le pidió que la esperara en su habitación. Arlette se sintió extraña, un cúmulo de emociones la invadió mientras se levantaba y se dirigía hacia allí. Al entrar, encontró a Everest esperándola, su expresión era un enigma.

Él abrió su camiseta, mostrando su torso y abdomen, y Arlette se quedó boquiabierta. No había cicatrices visibles, todo rastro de su dolor físico parecía haber desaparecido. Ella lo examinó con atención, buscando alguna señal de las heridas que había conocido, pero no había nada.

— ¿Dónde están las cicatrices? — preguntó, su voz temblando ante la incredulidad.

— es la crema que me pusiste la primera vez — respondió Everest, pero la incredulidad en los ojos de Arlette no se disipó.

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— ¿Cómo es posible? — inquirió, su tono reflejaba la mezcla de sorpresa y desconfianza que la invadía.

— no sé — dijo él, con un tono de culpa en su voz, llevando un secreto que no podía compartir. — puedes tocar para que compruebes de que no es maquillaje.

Arlette sintió una punzada de curiosidad y de atracción. Sabía que Everest estaba ocultando algo, pero su mirada profunda y sincera la mantenía atrapada. El silencio se hizo denso entre ellos. Arlette, con su corazón acelerado, se acercó un poco más, queriéndolo tocar ya que su cuerpo físico era asombroso. Pero Willow entra e interrumpe en la puerta.

— madame Leticia la llama, señorita Arlette

Arlette soltó un gritó y miró a Willow apenada.

— voy enseguida. Everest... No, nada. Nos vemos más tarde.

Willow se quedó observando a Everest mientras que Arlette se retiraba.

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Abro debate del capitulo.

¿Creen que habrá confrontación entre Everest y Willow?