Editando Mi Propia Historia.
En la librería más reconocida de la ciudad se llevaba a cabo la firma de libros y el pre-lanzamiento del último tomo de la saga *Un amor a primera vista*. Abigaíl, la autora de la novela, se encontraba sentada junto a su representante en medio del salón, firmando algunos ejemplares, cuando Diana —su representante y amiga— le informó:
—En diez minutos se llevará a cabo la entrevista. Apresúrate con esto y... dime que preparaste tus notas.
—Sí, Diana... tranquila. Hoy me siento bien.
—Eso espero. Quiero que esta vez hablen del nuevo libro, no de cómo se descompuso o se desmayó su escritora.
—Eso fue solo una vez... y creo que fue todo en el mismo evento.
—Lo que sea. Recuerda que este es el último libro y debes intrigarlos para que compren los tomos anteriores también. Por cierto, ¿cómo va la historia? ¿Ya pudiste encontrar el final que deseabas?
—Estoy en eso —respondió Abigaíl, mientras se levantaba para caminar hacia la sala de juntas—. Tengo algunas ideas, aún no me decido por cuál ir...
—Abigaíl, el estreno del libro es en tres meses. Me dijiste que lo tenías casi resuelto.
—Lo tengo, tú no te preocupes...
Diana, al ver la sonrisa nerviosa de su amiga, sintió una punzada de ansiedad. Alzando la voz, soltó:
—¿¡Aún no tienes un final!?
Sin pensarlo, Abigaíl se giró y le tapó la boca, notando cómo varias miradas se posaban sobre ellas.
—¿Qué dices? ¿Estás loca? —Le susurró entre dientes mientras la apartaba rápidamente del público, arrastrándola por los pasillos. Ya en privado, continuó—: ¿A ti qué te pasa? ¿Cómo puedes gritar eso en este momento?
—No me cambies de tema. ¿Aún no tienes el final?
—Bueno... sobre eso...
—Abigaíl, tenemos una fecha de entrega, un contrato. ¿Sabes de cuánto es la penalización?
—Lo sé, aún tengo tres meses para encontrar un final adecuado.
—Dime que por lo menos has empezado...
—Por supuesto que... —Abigaíl vaciló al ver la expresión de indignación en su amiga. Finalmente, suspiró—. La verdad es que no. No sé cómo terminar la historia.
—¿Cómo que no lo sabes? ¡Tú la creaste! Es sobre tus experiencias de vida. Invéntate un final feliz con alguno de tus tantos amantes y punto.
—Vaya, lo haces ver tan fácil. Escríbelo tú al final.
—No puedo. Mi único hombre fue el padre de mis hijos, y créeme, eso de erótico no tiene nada.
—Oye, me haces ver como una mujerzuela... Yo tampoco tuve tantas experiencias íntimas. De hecho... creo que esto nunca te lo dije, pero solo tuve un hombre en mi vida. Y mis libros hablan de él.
Diana la miró sorprendida, viendo el rubor subiendo al rostro de su amiga. Con tono incrédulo, replicó:
—Vaya, debió ser muy bueno en lo que hacía, si no no entiendo cómo pudiste escribir tres libros hablando sobre lo que él te hizo sentir.
—De hecho... fue algo de una noche.
—¿Qué? —Diana casi se atragantó con sus propias palabras—. ¿Dices que escribiste toda una saga erótica basada en un encuentro de una sola noche?
Abigaíl asintió levemente, avergonzada.
—Sí...
—Vaya, esto sí que no me lo esperaba... Espera, ¿entonces dices que Samanta, tu protagonista, eres tú?
—Sí...
—¿Y quién diablos es Eric?
—No creo que lo conozcas...
—Conozco a todos los herederos de este y otros países. Eric, en tu historia, es un joven heredero, alto, de cabello negro y ojos verdes. Si estás tan loca como creo, no creo que hayas cambiado mucho al personaje.
—Diana...
—¿Qué? Solo intento ayudar.
—Pues no me ayudas. Además, ¿de qué sirve que sepas quién fue? Ese hombre seguramente ni siquiera me recuerda.
—Y eso es justo lo que espero. Primero demos la entrevista con los reporteros, y luego hablaremos de cómo encontrar ese final. Ya tengo una idea para inspirar esa imaginación que tú tienes.
Abigaíl no entendía a qué se refería su amiga, pero antes de poder preguntar, Diana volvió a arrastrarla por los pasillos rumbo a la sala de prensa. De camino, le susurró que no diera muchos detalles, pues tenía un plan en mente.
---
La rueda de prensa había salido muy bien. Los fans y periodistas estaban más que expectantes por el último libro, y Abigaíl, al salir de allí, sintió por primera vez la presión real de esa última entrega. La emoción la impulsaba, pero también la ponía nerviosa.
Diana, por su parte, salió con la mente en otra cosa. Apenas subieron al coche que las llevaría al departamento de Abigaíl, tomó su tablet y comenzó a leer algo en silencio. El viaje transcurría tranquilo, cada una en su mundo, hasta que de pronto Diana exclamó:
—¡Lo sabía! Creo que ya sé cómo podemos resolver esto.
El chófer, sorprendido por el grito, frenó de golpe. Ambas mujeres se sacudieron en el asiento, y Diana, avergonzada, se disculpó:
—Lo siento, continúe. No volveré a gritar.
El conductor asintió con gesto serio, retomando la marcha. Abigaíl, aún algo sacudida, preguntó:
—¿Y ahora qué te sucede?
—Te lo diré cuando estemos en tu casa.
Sin entender el misterio, Abigaíl prefirió no insistir. Tenía cosas más urgentes en qué pensar: encontrar el final de su historia.
Media hora después, ya en el departamento, Diana habló mientras dejaba su bolso en el sofá:
—¿Recuerdas cuando te sugerí que el segundo encuentro entre Samanta y Eric debía ser desastroso? Dijiste que era poco creíble, demasiado dramático. Pero gracias a eso ahora podemos arreglar todo este embrollo.
—¿De qué hablas?
—Del accidente del libro uno. Samanta y Eric se reencuentran luego de que él la atropella. De camino a la clínica, él la reconoce.
—Eso fue en las primeras páginas. ¿De qué me serviría eso ahora?
—De que vamos a reescribir toda la historia. —Abigaíl la miró sin comprender, y Diana continuó—: Tú no encuentras inspiración porque todos los libros se basaron en una sola noche. En cada tomo solo reviviste esa noche una y otra vez. Necesitamos más material, un nuevo ángulo... un giro inesperado.
—Diana, no te entiendo.
—Déjame explicarte. Esta historia es tanto tuya como mía. Las dos hemos aportado, y no voy a dejar que la termines de forma mediocre.
—No planeo dejarla inconclusa. Es solo que... los lectores esperan que Eric se enfrente a su familia por Samanta, que rompa su compromiso con Daniela y que por fin estén juntos.
—Sí... bueno, mi idea es empezar de cero.
—¿Estás loca?
—Abigaíl, claramente para ser tu amiga debo estarlo —respondió Diana con una sonrisa traviesa—. Escúchame bien lo que te voy a decir.
Abigaíl suspiró, resignada. Pero a medida que escuchaba la propuesta, su expresión cambió. Sus ojos se iluminaron, y la que parecía una idea absurda pronto comenzó a cobrar sentido.
La propuesta de Diana era la siguiente:
Tras su mágica noche de lujuria y desenfreno, Samanta y Eric no se volvieron a ver por varios días, como en la historia original. Pero, en el nuevo planteamiento, cuando finalmente ocurre el accidente, el conductor no es Eric, sino otro hombre. Samanta sufre heridas graves y cae en coma durante años. Mientras tanto, Eric asume el control de la empresa familiar y se convierte en un CEO poderoso.
Cinco años después, Samanta despierta en la clínica, confundida, sin reconocer el mundo a su alrededor. Al comprender que todo lo vivido con Eric fue un sueño —o eso cree—, se siente devastada. Sin embargo, al recordar cada momento con una claridad casi mágica, decide comprobar si su imaginación supera la realidad. Ya recuperada, inicia una búsqueda para encontrar a Eric... y vivir, esta vez, su historia de amor en la vida real.
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