Marina Holler era terrible como ama de llaves de la hacienda Belluci. Tanto que se enfrentaba a ser despedida tras solo dos semanas. Desesperada por mantener su empleo, estaba dispuesta a hacer cualquier cosa para convencer a su guapo jefe de que le diera otra oportunidad. Alessandro Belluci no podía creer que su nueva ama de llaves fuera tan inepta. Tenía que irse, y rápido. Pero despedir a la bella Marina, que tenía a su cargo a dos niños, arruinaría su reputación. Así que Alessandro decidió instalarla al alcance de sus ojos, y tal vez de sus manos…
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Capítulo 10
Alejandro se volvió hacia ella. Ya empezaba a arrepentirse de su decisión.
–Siento su pérdida, pero la aviso de que no permito que los sentimientos nublen mi buen juicio, así que no espere ningún trato de favor –dijo. Se preguntó cuánto aguantaría su juicio bajo la presión de esas piernas y esa deliciosa boca.
–No lo esperaré –sonrió con orgullo.
–Ya veremos. Juzgo resultados, no promesas –«ni labios», pensó, volviendo a recorrer la curva rosada de su boca, sin poder evitarlo.
–Nunca he tenido quejas –se sonrojó–. En ninguno de mis anteriores empleos –añadió.
–No pueden ser muchos. ¿Qué edad tiene?
–Veintidós, y de hecho... –alzó la mano para enumerar sus empleos y volvió a bajarla; no quería darle la impresión de volatilidad. Pero ya era tarde, como demostró el comentario siguiente.
–¿Cuál es el periodo más largo que ha permanecido en el mismo trabajo?
–¿Eso es relevante? –se evadió ella, odiándose por no ser capaz de mantener la boca cerrada.
–Lo es si los deja después de una semana.
–He realizado varios trabajos, cierto, pero ¿quién no, tal y como está el mercado laboral? –seguro que él no sabía nada del tema, para él solo serían estadísticas en una gráfica–. Nunca he dejado a nadie en la estacada. Soy muy fiable.
–¿Pero no le gusta pasar mucho tiempo en el mismo sitio? ¿No dura en los puestos?
–Por favor, no me juzgue por una primera impresión. Ahora tengo responsabilidades que no tenía antes.
–Ya veremos –miró su reloj–. Mi chef vendrá después. Usted se encargará de la planificación.
–De acuerdo –sonrió con profesionalidad. Un segundo después, arrugó la nariz–. ¿A qué planificación se refiere?
–Esto no es un puesto de trabajo en prácticas, señorita Holler –dijo él con desaprobación, sin saber si bromeaba o lo decía en serio.
–Por supuesto que no, señor Monstru... eh, Belluci –confusa por el horrible desliz freudiano, casi se cayó por correr a abrirle la puerta.
–No necesito servilismo. Necesito eficacia.
–Por supuesto –inclinó la cabeza con humildad. En su opinión, lo que necesitaba era que le bajaran los humos más que un poco. Esperaba estar presente cuando eso ocurriera.
Mientras salía, Alessandro revisó su estimación de un mes. No duraría ni una semana. Que tuviera bocas que alimentar no era problema suyo, él no era una institución benéfica.
💞
Marina echó un último vistazo, consciente de que si él encontraba un solo pliegue de cortina fuera de lugar, le haría comerse las zapatillas deportivas, bastante sucias, por cierto.
Un ejército de voluntarios había borrado todo rastro de la fiesta en los jardines. Se había corrido la voz de que el jefe había aparecido de improviso el día anterior y el equipo de limpieza se había esforzado al máximo. Todas las habitaciones estaban tan prístinas como las de un museo, pero él no parecía buscar un ambiente acogedor.
Pensar en «acogedor» y en Alessandro Belluci al mismo tiempo la hizo sonreír, pero solo un instante. Había pasado una noche horrible reviviendo el encuentro del día anterior, empapándose de sudor frío cada vez que pensaba en lo cerca que había estado de perder un techo para su familia y rabiando de resentimiento cuando pensaba en cómo se había arrastrado para preservarlo.
Las pocas veces que había conseguido adormilarse, no se había librado de la imagen del horrible hombre que tenía su destino en sus elegantes y privilegiadas manos. Sacudió la cabeza. Solía olvidar sus sueños en cuanto se despertaba. Pero las imágenes eróticas de la noche anterior seguían grabadas en su mente, al igual que el deseo que cosquilleaba en su estómago.
«Contrólate, Marina», se dijo. El hombre solo viene de Pascuas a Ramos, así que aprieta los dientes y no le des opción a criticar. «No tiene que caerte bien. Ni, menos aún, tienes que soñar con él», se dijo, limpiando una huella de la superficie de un espejo con la manga del suéter.
Cuando vio su imagen, gimió con horror. La casa y el exterior estaban perfectos, pero ella no...