Mariel, hija de Luciana y Garrik.
Llego a la Tierra el lugar donde su madre creció. Ahora con 20 años, marcada por la promesa incumplida de su alma gemela Caleb, Mariel decide cruzar el portal y buscar respuestas, solo para encontrarse con mentiras y traiciones, decide valerse por si misma.
Acompañada por su hermano mellizo Isac ambos inician una nueva vida en la casa heredada de su madre. Lejos de la magia y protección de su familia, descubren que su mejor arma será la dulzura. Así nace Dulce Herencia, un negocio casero que mezcla recetas de Luciana, fuerza de voluntad y un toque de esperanza.
Encontrando en su recorrido a un CEO y su familia amable que poco a poco se ganan el cariño de Mariel e Isac.
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Capítulo 22
La joya del día
El sol apenas comenzaba a elevarse sobre los edificios altos de la ciudad cuando la casa ya estaba llena de movimiento.
Ese día no era como cualquier otro.
Era el día.
La presentación oficial de Dulce Herencia.
Y aunque Mariel intentaba mantener la calma, su reflejo en el espejo del vestidor dejaba ver el leve temblor de sus dedos.
Lyra, sentada a su espalda sobre una banqueta, le trenzaba el cabello con esmero.
Sus dedos eran delicados pero firmes, y su rostro mostraba una concentración serena.
El largo cabello oscuro de Mariel caía con gracia sobre su espalda, peinado con pequeñas trenzas sueltas que se entrelazaban sutilmente.
Aquí y allá, pequeños cristales transparentes brillaban con cada movimiento, como si su melena hubiese sido besada por la luz de las estrellas.
—Estás hermosa, hermana.—dijo Lyra con una sonrisa encantadora.
Mariel rió con dulzura, pero sus mejillas se sonrojaron.
—Gracias, Lyra… me siento como si fuera a una boda.
—Quizás algún día lo sea… —agregó su hermana en voz baja, dándole una última vuelta a una trenza antes de asegurarla con un broche de piedra amatista.
En otra habitación de la casa, el caos era más visible.
Ciel intentaba ponerse su camisa sin arrugarla, Faelan le enseñaba a Victor cómo anudarse bien la corbata, e Isac discutía con Valen sobre quién usaría los zapatos negros brillantes.
Kael, de pie junto a Rhazan, los observaba con los brazos cruzados, una ceja alzada con resignación divertida.
Rhazan, en cambio, ajustaba su propio cuello con calma, aunque sus ojos buscaban de tanto en tanto la puerta del pasillo donde sabían que Mariel se preparaba.
Ninguno de los dos lo decía en voz alta… pero verla brillar ese día, despertaba en ellos un orgullo profundo, como si el mundo finalmente viera lo que ellos siempre supieron: que Mariel estaba destinada a algo grande.
—¿Estás listo para entregar a tu hija al mundo? —bromeó Rhazan con una leve sonrisa.
—Solo si el mundo entiende que, si le falla… lo rompo. —respondió Kael sin perder la compostura.
Ambos rieron entre dientes.
Porque aunque sabían que no podían protegerla de todo, también sabían que ella llevaba la fuerza de todos ellos en cada paso.
Cuando Mariel salió finalmente de su habitación, el silencio cayó por unos segundos.
Cada hermano, cada padre, la miró con esa mezcla de asombro y ternura que solo se tiene por una reina antes de entrar al salón.
Y ese día, eso era ella: una reina dulce, una hija valiente, fuerte y sobresaliente, una heredera de todo lo que el amor, el coraje y la tradición habían construido.
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Frente al gran edificio de cristal que albergaba el salón de D’Argent, el personal se movía con ritmo rápido, afinando detalles finales para la presentación oficial de Dulce Herencia.
En el vestíbulo principal, adornado con flores frescas y paneles con los tonos cálidos del logo de la marca, Thierry esperaba de pie, impecable en un traje gris azulado que contrastaba con su piel pálida y ojos enfocados.
A su lado, Amara, vestida con un elegante conjunto de lino crema y sonrisa serena, observaba la entrada con ojos brillantes.
Y un poco más atrás, Ailín, con un vestido verde menta y el cabello recogido, acompañaba a su abuela con entusiasmo palpable.
—¿Crees que estarán nerviosos? —preguntó Ailín, mirando a Thierry.
—Mariel nunca lo muestra… pero sé que lo está.
Y aún así, va a deslumbrar. —respondió Thierry sin dudar.
Y justo entonces, la puerta principal se abrió.
Primero entró Isac, elegante con camisa clara, pantalón oscuro y un porte que captaba miradas sin esfuerzo.
Junto a él, los hermanos de Mariel hicieron su aparición uno a uno:
Valen, con su andar firme;
Victor, Faelan, con sonrisas seguras;
Ciel, de porte etéreo y mirada noble;
Lyra,caminando con gracia como si perteneciera a una pasarela.
Kael y Rhazan cerraban el grupo, vestidos con trajes clásicos que no podían ocultar su esencia semibestia, sus presencias imponentes, sus miradas alertas pero orgullosas.
Y entonces…
Mariel entró.
Con cada paso, el mundo pareció ralentizarse.
Su cabello caía como seda oscura, adornado con las pequeñas piedras que centelleaban bajo la luz del vestíbulo.
El vestido celeste, de caída fluida, abrazaba su figura con elegancia sobria, y el broche en forma de flor en su cintura parecía brillar como un símbolo de lo que era: la fuerza y dulzura de su legado.
Thierry respiró hondo.
No por nerviosismo.
Sino porque verla lo golpeó como una ola suave y poderosa.
Era belleza, era determinación, y era la mujer que, sin saberlo del todo, ya lo estaba marcando.
Amara sonrió con cariño maternal.
No había duda: esa joven… era una joya.
Y se notaba que venía de una familia construida sobre respeto, fuerza y amor.
—Bienvenidos. —dijo Thierry, avanzando para recibirlos—Todo está listo. Solo falta lo más importante: ustedes.
Mariel sonrió, agradecida, y sus ojos se cruzaron con los de él.
Había respeto.
Pero también… algo que iba creciendo.
Silencioso.
Firme.
Isac intercambió un gesto de saludo con Ailín, quien bajó la mirada apenas, pero no pudo ocultar la sonrisa que le brotó natural.
Rhazan, observando desde la retaguardia, lo notó.
Y asintió para sí mismo, como quien comprende que el destino sigue tejiendo a su manera.
Esa mañana no solo era una presentación de marca.
Era la entrada de una familia entera, de un linaje poderoso y discreto, al mundo humano.
Y Dulce Herencia no sería solo un negocio.
Sería historia.
Y corazón.
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El salón principal de eventos del edificio D’Argent estaba decorado con una elegancia cálida: flores blancas, tonos dorados sutiles y mesas largas cubiertas de manteles crema.
En el centro, un podio de madera clara y, a cada lado, stands con los productos de Dulce Herencia: pasteles artesanales, tartas decoradas con pétalos cristalizados, frascos con mermeladas caseras y panecillos envueltos con lazos.
Todo estaba perfectamente dispuesto.
Todo hablaba de cuidado, tradición… y amor.
Los invitados, empresarios, medios y clientes importantes, comenzaban a llenar el lugar.
Las cámaras enfocaban cada rincón.
Y en la primera fila, los hermanos de Mariel, junto a Kael y Rhazan, observaban con la frente en alto.
Lyra acomodaba discretamente el cabello de Mariel.
Ciel tomaba fotos como si fuese su misión personal conservar cada recuerdo.
Valen y Faelan charlaban con curiosos que les preguntaban si eran modelos de la marca.
Thierry subió al podio cuando todo estuvo en calma.
Con su traje perfectamente entallado, su porte elegante y su voz segura, captó la atención de todos con solo una mirada.
Pero su expresión, al fijarse en Mariel e Isac, se suavizó visiblemente.
—Damas y caballeros, es un honor para mí dar la bienvenida oficial a Dulce Herencia, una marca que no solo trae sabores exquisitos, sino una historia tan poderosa como sus creadores.
Miró a Mariel. Luego a Isac.
—Hoy celebramos el inicio de un proyecto familiar, con raíces profundas y una visión clara: compartir lo mejor de su esencia a través de la repostería.
Pero también celebramos la confianza.
Porque Mariel e Isac no solo confiaron en esta empresa para lanzar su marca, confiaron en nosotros como aliados, como socios, y, me atrevo a decir… como familia elegida.
Gracias por elegirnos.
Gracias por dejarnos ser parte de algo tan íntimo y hermoso.
Hoy el nombre Dulce Herencia no solo se presenta al mundo… se instala en él para quedarse.
Aplausos llenaron el salón.
Isac asintió con una leve sonrisa.
Mariel, con el corazón latiendo fuerte, se levantó cuando Thierry hizo un gesto, cediéndole el lugar.
Ella se acomodó con elegancia frente al micrófono.
Respiró profundo.
Y habló.
—Gracias a todos por estar aquí.
Mi hermano y yo iniciamos esto con un sueño sencillo: compartir con el mundo lo que aprendimos desde pequeños.
La calidez del hogar, el sabor de la tradición, y el amor que se transmite con cada bocado.
Pero este sueño no habría sido posible sin quienes creyeron en nosotros.
Miró a Thierry, luego a Amara y Ailín.
—A Thierry, gracias por abrirnos las puertas, por darnos un espacio sin condiciones, y por ser más que un jefe.
Gracias por vernos.
A Amara, por darnos la oportunidad, su dulzura y sabiduría guiaron más de una decisión, y a Ailín, por su alegría contagiosa y apoyo constante.
Gracias de corazón.
Volteó entonces a ver a su familia.
Sus ojos brillaban con emoción.
—Y a mi familia… que vinieron desde muy lejos para estar aquí.
Gracias por ser mi raíz, mi fuerza, mi refugio.
Mamá no está presente físicamente hoy, pero cada receta, cada toque de amor en lo que hacemos, lleva su esencia.
Papá Kael, papá Rhazan… y a cada uno de mis hermanos, gracias por no dejarme caer, por animarme a volar, y por recordarme que lo dulce… también puede ser fuerte.
Esta herencia es nuestra.
Y ahora, también es del mundo.
El aplauso fue casi inmediato, y varios se pusieron de pie.
Amara secó una lágrima discreta.
Ailín sonreía con ojos vidriosos.
Thierry… no desvió la mirada de Mariel ni un segundo.
Y entre los hermanos, Ciel fue el primero en aplaudir con fuerza, seguido por Valen y los demás.
Una familia orgullosa.
Una marca nacida del alma.
Y un nuevo capítulo comenzaba.
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El aplauso aún llenaba el salón cuando, al fondo de la multitud, dos figuras observaban desde las sombras.
Uno con el ceño fruncido, la otra con los labios apretados en una mezcla de incredulidad y rabia contenida.
Estela llevaba un vestido rojo escarlata, ajustado y provocador, más propio de un desfile que de un evento empresarial.
Su padre, un hombre de traje oscuro, con una mirada dura y mandíbula tensa, tenía los ojos clavados en el escenario… en Mariel.
La misma mujer que, según él, debía estar fuera del camino desde hace mucho tiempo.
—No solo no se fue, … ¡Ahora es la imagen de una maldita marca respaldada por D’Argent!
—Su mirada se detuvo en Thierry—
—Y encima él… ¡Él la mira como si fuera oro!
Pero fue su padre quien se adelantó.
Con pasos firmes, cruzó parte del salón sin llamar la atención, hasta detenerse junto a una mujer mayor que hablaba con un grupo de inversionistas.
Amara.
Elegante, erguida, con esa mirada que no necesitaba alzar la voz para imponer respeto.
Ella lo vio llegar, y aunque no mostró sorpresa, sus ojos se estrecharon levemente.
No por miedo.
Por molestia.
Sabía que algo se avecinaba.
Y no era agradable.
**—**Mamá… —dijo el hombre en voz baja, seca—¿Me puedes explicar por qué esa mujer, esa niña, está siendo apoyada por nuestro grupo D’Argent?
¿Por qué tu nieto la esta apoyando como si fuera parte de la familia?
¿Qué demonios está pasando?
Amara no parpadeó.
Su voz salió suave, pero afilada.
—Porque es parte de la familia.
Porque lo merece.
Porque tiene talento, visión, y algo que ni tú ni tu hija entendieron jamás: humildad.
El rostro del hombre se endureció.
—¿Tú sabías que Estela… que Caleb…?
—Lo sé todo. —lo interrumpió Amara con firmeza—Y también sé que tú sabías sobre el vínculo de Caleb desde antes.
Tú y tu esposa, al igual que tu hija, jugaron con fuego.
Ahora no vengan a quejarse de las quemaduras.
Estela se acercó, finalmente, con un falso gesto de sorpresa.
—¡Abuela!
No sabía que estarías aquí.
Me alegra verte tan bien.
Amara le dedicó una sonrisa que no llegaba a los ojos.
Había visto serpientes con miradas más sinceras.
—Estás vestida para otra ocasión, querida.
Aquí celebramos el trabajo, no la apariencia.
Y tu presencia no fue invitada… ni bienvenida.
Estela palideció levemente ante el comentario directo.
Su padre miró con rabia hacia el escenario, donde Mariel conversaba alegremente con algunos empresarios, rodeada por sus hermanos y Thierry.
El resentimiento se acumulaba en sus ojos.
—Esto no se quedará así. —murmuró entre dientes.
—Y yo me aseguraré de que sí. —respondió Amara, sin pestañear.
—Te lo advierto una sola vez: no juegues contra una casa que tú mismo ayudaste a construir.
Porque si tú caes…
yo no moveré un dedo para levantarte.
Y dicho eso, Amara se giró con elegancia, dejando a su hijo y nieta en medio de un salón que ya no les pertenecía.
Mientras tanto, Mariel seguía brillando.
Pero muy pronto, esa luz estaría en la mira de quienes no soportaban verla triunfar.
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La presentación de Dulce Herencia continuaba en medio de aplausos, cámaras y palabras cálidas.
Mariel no paraba de moverse entre empresarios, curiosos y medios que querían una palabra, una foto, una muestra.
Aunque cansada, su sonrisa seguía intacta, alimentada por el orgullo y la presencia de su familia.
Y por las miradas que Thierry le lanzaba cada vez que se cruzaban.
Pero entre la multitud, dos ojos la seguían con rencor.
Y un plan se cocía en silencio.
Estela, de pie en una esquina, acariciaba su vientre redondeado con una mano, como si fuera un trofeo, y con la otra, sujetaba la manga de su padre con impaciencia.
—Papi…
haz que esa mujer se vaya de aquí.
Me humilla con solo existir.
Quiero que desaparezca.
Tú puedes hacerlo.
Su voz era dulce como veneno.
Y su padre, con el orgullo herido y el ego herido aún más, asintió sin una palabra.
No era la primera vez que jugaba sucio.
Y no sería la última.
Esperó.
Midió el movimiento del salón.
Y justo cuando Mariel se alejó discretamente hacia el pasillo de descanso, buscando un momento de calma y aire fresco, él se movió como un depredador al acecho.
La tomó del brazo con fuerza, deteniéndola a mitad de paso.
El tono de su voz fue bajo, pero cortante como acero.
—Tú… no perteneces a este lugar.
No te confundas por los trajes, las luces o el apellido que ahora cuelga cerca del tuyo.
Esto es D’Argent.
Y tú solo eres una intrusa que se atrevió a fijar los ojos en el hombre de mi hija.
Mariel intentó soltarse, sorprendida al reconocerlo.
Sus ojos se afilaron, y su voz, aunque temblorosa, respondió firme.
—Suélteme.
Caleb no es el hombre de su hija, es mi destino y ustedes se interpusieron entre nosotros.
No tiene derecho a hablarme así.
Y mucho menos a tocarme.
Él la sujetó con más fuerza, haciendo que su brazo se enrojeciera bajo los dedos tensos.
—No sabes con quién te estás metiendo, niña.
Tú me quitaste el futuro que planeé para mi hija.
Y aunque Caleb esté confundido ahora, volverá donde pertenece.
Y tú…
te quedarás sola.
O peor.
Expuesta.
Destruida.
¿O quieres que empiece por difundir lo que sé de tu “extraña familia”?
¿Lo harías público, o te irías en silencio?
Una elección inteligente sería desaparecer.
Antes de que alguien más decida desaparecerte.
En ese instante, Mariel dejó de forcejear.
Lo miró a los ojos, con un fuego tan intenso que por un segundo, él dudó si seguía viendo a una simple chica.
—Usted no conoce de lo que soy capaz… pero si me amenaza otra vez, yo le mostraré cada parte de mí que su mundo no está listo para ver.
Entonces, una voz grave y peligrosa retumbó desde el pasillo detrás de ellos.
—Retírele la mano.
Ahora.
Era Rhazan.
Y no estaba solo.
Detrás de él venían Kael, Isac y Valen.
Los ojos de Rhazan brillaban con una calma que sabía a furia contenida.
El hombre soltó a Mariel sin opción.
Y por primera vez en mucho tiempo… retrocedió.
Porque no estaba frente a una niña sola.
Estaba frente a una manada.