Ivette Mora es una madre de dos hijos que prefiere pasar su vida sola, el maltrato y desamor que sufrió con el padre de sus hijos dejó huellas en lo más profundo de su ser, en una jugada del destino se cruza con Gustavo Martínez y viven una historia de amor plena. Pero un error hará perder la confianza, allí empezará la difícil tarea de reconquistar a su amor o dejar que todo se pierda.
Una historia de amores y desencuentros.
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Llegaron las vacaciones...
Pasaron los meses y llegó el calor, junto con esto el verano y sus vacaciones esperadas, Gustavo e Ivette tenían todo listo para viajar.
— Amor mañana partimos temprano, llevaré a mi hijo a su trabajo y luego paso por ustedes para irnos, traten de estar listos aproximadamente a las ocho treinta minutos.
— ok Amor— se despidieron en la noche para ir a descansar.
Al día siguiente...
—Hijos a levantarse, pronto pasa Gustavo por nosotros
—Ok mamá, pero igual queríamos dormir un ratito más.
— Es que son horas de viaje y queremos llegar a almorzar allá.
—Ok, respondían somnolientos.
— Igual podrán dormir en el auto.
De pronto llegó Gustavo, su rostro estaba feliz de poder brindarle algo a ellos, amaba a Ivette y por sus hijos tenía un gran cariño, llevaba casi un año con Ivette y varios meses que compartía con hijos.
Ivette se sentía bendecida, desde que conoció a Gustavo su vida cambió mucho, ella tenía muchos problemas y estaba sola en el mundo, él llegó y sin querer se convirtió en un pilar en su vida. Con respecto a sus hijos ella solo pedía respeto mutuo, que Gustavo respete a sus hijos y que sus hijos a Gustavo, pero en el tiempo era más que respeto, ellos se querían, y eso para ella era bendición.
Fueron varias horas de viaje.
Al llegar al hotel los recibió un joven muy simpático —bienvenidos al Hotel. ¿Tiene reserva?
— Sí, son dos habitaciones una matrimonial y una para mis dos hijos.
La hija de Ivette tocó con el codo a su hermano, abriendo sus ojos un poco sorprendida. Él los había tratado como hijos.
Su hijo igual sintió algo especial, ese hombre no solo demostraba querer a u mamá, también con ellos era cariñoso y atento.
Ivette tenía el corazón inflado, no podía haber conocido un mejor hombre que Gustavo, por eso nunca dudaba en decirle cuanto lo amaba y lo feliz que era con él.
Lo primero fue entrar a sus habitaciones, Ivette acompañó a sus hijos hasta la habitación de destino qué estaba justo al lado de la de ellos, desempacaron sus cosas y los dejó un momento para ir a su habitación y acomodarse, acordaron que se irían a almorzar en Treinta minutos más, antes que el bufete del hotel cerrara para los almuerzos. En la habitación de ellos Gustavo ya había desempacado su maleta de viaje y como hacía calor se había dado una ducha ligera para ir a almorzar, ella dijo, quiero entrar a la regadera rápido porque tengo mucho calor. Tomó una toalla y se dirigió al baño, dejó la puerta entre abierta.
Gustavo no pudo evitar admirar su cuerpo desnudo mientras se mojaba con la regadera, susurró — ¡eres hermosa! —
Ella escuchó y se sonrojó, cerro la regadera con su mano tomó la toalla qué había dejado colgada al lado y se envolvió en ella, Gustavo estaba afirmado en la puerta de entrada al baño mirándola con amor.
— Qué pena que debemos ir a almorzar, tengo muchas ganas de ti.
Ella sonrió — tendremos tiempo mi amor para disfrutarnos — se acercó, lo beso y se fue a vestir para ir a almorzar.
Después de almorzar fueron a la playa a caminar, los hijos de Ivette se metieron al mar y disfrutaron de la arena y el sol de ese día hasta quedar exaustos.
Regresaron al hotel, cenaron y se fueron a dormir cansados y felices.
Para Ivette y Gustavo esa era la primera noche que dormirían juntos.