Irina: ¡Esta Villana No Se Dejará Matar!

Al día siguiente, Irina no se levantó como la Dama Blanca. Se miró al espejo y, con una determinación tranquila, tomó las puntas de su cabello blanco como la nieve y las tiñó de un rojo intenso y vibrante, usando pigmentos de flores que había cultivado y preparado en secreto. Era un color de pasión, de advertencia, de fuego. Se colocó una máscara negra y lisa que ocultaba la mitad de su rostro, dejando solo su mirada fría y sus labios firmes visibles. Vistió una túnica negra y una capa larga del mismo color. Ya no era la etérea Dama Blanca. Era un espectro, un aviso. Era la Bruja.

Abrió su escondite y sacó el tesoro que había acumulado durante años, las monedas de sus aventuras en masmorras y la venta de objetos. No era para escapar. Ahora era para reconstruir.

Cuando apareció en el barrio marginal, la reacción fue instantánea. La gente gritó y corrió a esconderse. Su nueva apariencia era aterradora. El rojo en su cabello como sangre, la máscara negra, la capa oscura ondeando. Era la encarnación de sus peores rumores.

"¡Es la bruja! ¡Vinó a acabar con nosotros!", alguien gritó.

Irina no dijo una palabra. Caminó hacia una casa medio derrumbada, cuya familia observaba desde detrás de una ventana rota, aterrorizada. Alzó las manos. Pero en lugar de la luz dorada o verde de la magia curativa, una energía oscura y vibrante, una luz negra que parecía absorber la luz a su alrededor, brotó de sus palmas. La gente contuvo la respiración, esperando una maldición.

En cambio, la luz negra se extendió sobre las paredes agrietadas. Donde tocaba, la madera podrida se regeneraba, enderezándose y fortaleciéndose. Las piedras sueltas se soldaban entre sí. El techo se recompuso. No era una destrucción; era una reconstrucción forzada, un renacimiento a través de una energía que todos asociaban con la muerte.

El silencio fue absoluto. Luego, la puerta de la casa reparada se abrió de par en par y la familia salió, tocando las paredes con incredulidad. No estaban malditos. Estaban a salvo.

Irina no se detuvo. Caminó hacia un callejón lleno de basura y desechos. Con otro gesto, la luz negra envolvió la inmundicia, desintegrándola en polvo que el viento se llevó, dejando el suelo limpio. Se dirigió a un pequeño terreno baldío y yermo. La energía oscura se hundió en la tierra y, ante el asombro de todos, de la tierra negra y fértil brotaron brotes verdes que crecieron a velocidad visible, floreciendo en coloridas y resistentes flores silvestres.

El miedo inicial se transformó en un asombro reverencial. Esta "bruja" no traía pestes; traía hogares, limpieza y vida.

Un niño, más valiente que los adultos, se acercó.

"¿Eres...la Dama Blanca?", preguntó, con voz temblorosa.

La figura enmascarada giró su cabeza hacia él. Una voz, diferente, más grave y con un eco sutil, salió desde detrás de la máscara.

"La Dama Blanca era un ideal.Yo soy la realidad. Un poder, sin color, que elige construir."

Y entonces, algo mágico sucedió. La gente empezó a salir de sus escondites. Ya no con miedo, sino con una chispa de esperanza. Un hombre tomó su martillo y comenzó a clavar una tabla suelta en otra casa. Una mujer empezó a barrer la entrada de su choza. Otros trajeron agua para regar los nuevos brotes.

La Bruja no lo hizo todo. Ella solo mostró el camino. Usó su poder prohibido, su "oscuridad", no para dominar, sino para empoderar. Arregló lo que era imposible para ellos, y les dio el coraje y el ejemplo para arreglar el resto.

Al final del día, el barrio no solo estaba reparado; estaba vivo, unido por una experiencia compartida de renacimiento. La gente ya no veía a una bruja o a una santa. Veían a una fuerza de la naturaleza. Y en sus corazones, nació una lealtad feroz hacia la enigmática figura de cabello rojo y blanco que había convertido su desesperación en esperanza, usando la misma oscuridad de la que tanto habían temido.

Irina se marchó como había llegado, en silencio. Pero su nueva leyenda, la de la Bruja Renacedora, había comenzado. Y esta era mucho más poderosa y aterradora para sus enemigos que cualquier rumor anterior.

Llegar a sus aposentos era, cada noche, un acto de pura voluntad. El uso de la magia negra, o "luz negra" como ahora la veía Irina, no era como canalizar los elementales. Era como mover montañas con la mente; agotaba no solo su mana, sino su misma esencia. Cada casa reconstruida, cada calle limpiada, cada terreno revitalizado, le costaba una fatiga profunda que la hundía en un sueño pesado y reparador. Pero cada mañana, al ver su cabello rojo y blanco en el espejo, una sonrisa de determinación se dibujaba en sus labios. No se rendiría.

Los días se sucedieron en una nueva y poderosa rutina. La figura de la Bruja de Cabello Rojo se volvió un espectáculo esperado en los barrios más necesitados. Donde aparecía, el miedo inicial se transformaba rápidamente en una ovación silenciosa y en una oleada de acción comunitaria. La gente ya no se escondía; salía a su encuentro, señalando lo que más necesitaba reparación. Los niños, al principio tímidos, empezaron a seguirla a una distancia respetuosa, sus ojos llenos de asombro, no de terror.

El rumor ya no era que una bruja aterrorizaba los barrios bajos. El nuevo rumor, mucho más peligroso para los que se beneficiaban de la miseria, era que una Bruja Bondadosa caminaba entre la gente, usando un poder antiguo y temible no para maldecir, sino para sanar la tierra y los hogares. Su leyenda se tejió con hilos de oscuridad y esperanza, una combinación imbatible.

El duque Viktor, naturalmente, se enteró. Los informes ya no hablaban de una hija imprudente, sino de un fenómeno. La angustia y el miedo en su corazón chocaban con el orgullo incontenible y la asombrosa evidencia de que su hija estaba, literalmente, remodelando el reino.

La confrontación ocurrió en su biblioteca. Viktor, con el rostro marcado por la preocupación, mostró a Irina un informe.

"Irina...esto... lo que estás haciendo... es increíble. Pero ese poder... la gente lo llama magia negra."

Irina, aún con las puntas rojas de su cabello visibles bajo su capucha habitual, lo miró con una calma que él no había visto antes.

"Papá",dijo suavemente, "¿recuerdas cuando me pediste que lo ocultara por miedo?"

Él asintió, con pesar. "Sí. Y tal vez me equivoqué. Tal vez al esconderlo, solo alimenté el misterio y el temor."

"El miedo", continuó Irina, acercándose y poniendo una mano sobre la de él, "no está en el poder mismo, sino en lo desconocido. Ellos temían lo que no entendían. Ahora lo ven. Ahora saben que la 'oscuridad' que tanto temían puede reconstruir sus casas y hacer florecer sus campos." Sonrió, un gesto cansado pero luminoso. "Les estoy enseñando que el poder no es bueno o malo. Es la intención lo que le da color. Y mi intención es, y siempre será, proteger nuestro hogar."

Viktor la miró, y por primera vez, el miedo en sus ojos se disipó por completo, reemplazado por un respeto absoluto. Su hija no solo había dominado un poder prohibido; había dominado la narrativa alrededor de él. Había convertido una potencial sentencia de muerte en una herramienta de gobierno y esperanza.

Irina no había ganado solo la batalla contra la corrupción o la pobreza. Había ganado una batalla filosófica mucho más profunda. Le había demostrado al reino, y a sí misma, que las etiquetas de "villana" o "heroína" eran demasiado simples para contener la complejidad de una persona.

La niña que una vez leyó su trágico final en un libro ahora escribía su propio epílogo con cada acto de bondad oscura. Ya no estaba escapando de un destino de villana. Estaba creando un nuevo arquetipo: el de la protectora que no temía usar cualquier herramienta a su disposición, sin importar cuán oscura pareciera, para iluminar el mundo a su manera.

Y el reino, desde los campesinos hasta el duque, estaba aprendiendo a amarla no a pesar de su oscuridad, sino, quizás, precisamente por ella.