Amor, peligro, acción, romance, traiciones y mentiras se suscitan en la vida de dos astronautas cuya misión es salvar al mundo. Un grave peligro acecha a la humanidad: una estación espacial abandonada y sin control corre el riesgo de caer sobre la Tierra y su efecto será devastador tanto como el meteorito que acabó con los dinosaurios. La única manera de salvar al mundo es llegar a esa nave, manejarla y sacarla de la órbita terrestre. Los únicos astronautas que podrían lograr la hazaña y evitar la hecatombe son Nancy y Mike, ambos eran pareja pero ahora están enfrentados y se odian. Un complot, además, de uno de los jefes amenaza a la misión y lo peor de todo es que ambos astronautas deberán enfrentar una lluvia de meteoritos que bombardea a la estación espacial abandonada haciendo que el peligro sobre el planea sea aún mayor. ¿Podrán los dos superar sus diferencias y conseguir salvar a la humanidad de la extinción? No solo eso. Alarmados y aterrados por el inminente fin del mundo, todo el personal de la administración espacial en la Tierra abandonan sus puestos y tan solo quedan unos cuantos científicos que deberán dirigir las maniobras para que Nancy y Mike consigan llegar sanos a salvo a la estación espacial, viviendo toda clase de historias románticas, de odios, envidias y celos. Una novela actual y de mucho suspenso, "Amor y terror en el espacio", experimenta suspenso, romance y humor, todo lo que al lector apasiona.
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Capítulo 22
Tuvimos que remolcar nuestra nave y sacarla de la zona de peligro porque el riesgo de que nos impacte uno de los meteoritos era enorme. Las piedras pasaban a muy corta distancia de nosotros, perdiéndose en el confín del universo. Mike debió salir al espacio para asegurar los remolcadores, desafiando los piedrones gigantes. El más mínimo roce de una de esas rocas lo mandaría fuera de la vía láctea. Yo no quería que se arriesgara de esa manera. Los meteoritos pasaban como abejorros encima de nuestra cabezas.
-Si queremos salvarnos, debemos sacar al Navigator fuera del paso de los meteoritos-, me dijo él mientras yo le ayudaba a ponerse su uniforme espacial, le aseguraba los guantes, las botas, el casco, el oxígeno y el cable que lo sujetaba a la nave.
-Es demasiado peligroso, las rocas parecen balazos disparados por una ametralladora-, estaba yo demasiado aterrada.
-No tenemos otra alternativa o terminaremos como el A vandor, hecho pedazos-, me recordó.
El Odiseya ya había salido de la zona de los meteoritos y estaba a salvo. Dimitar y László estaban en buen recaudo a bastante de distancia de nosotros y demasiado lejos del Investigator que seguía allí como una amenaza sobre la Tierra.
-Si ves que los meteoritos enfilan sobre nosotros, vuelves de inmediato-, le pedí temerosa.
En el radar vi que los artefactos esos venían en línea recta hacia nosotros. Tanto le molestaba a mi enamorado, lo que hacía Dimitar sin embargo, gracias a él, habíamos detectado el peligro. -Ese hombre es un malagradecido-, refunfuñé, refiriéndome a Mike y sus celos tontos con Zhekov.
-Ya estoy en las palancas de navegación, las voy activar para impulsar la nave-, me dijo Mike. Se supone que el Navigator debía permanecer en su posición estudiando la capa de ozono y la atmósfera por los tiempos de los tiempos y ningún científico previó un ataque, de esa índole, de meteoritos enfurecidos. Por ello las palas que movían la estación estaban sujetas, atornilladas y en desuso. Se hicieron pensando en ayudar a otras cápsulas o abordar otras estaciones espaciales, pero jamás se les había activado, en todo ese tiempo que estaba anclado en la nada y por eso lucían enmohecidas.
-Necesito unos minutos-, me pidió Mike, pero tiempo era lo menos que teníamos. Los meteoritos se aproximaban aceleradamente hacia nosotros.
-Es mejor que saquen al Navigator de allí, cuanto antes, Nancy-, se alarmó, también Dimitar. En su radar aparecía el pelotón de rocas espaciales, de todo tamaño, aproximándose amenazantes hacia donde estaba nuestra nave.
-Mike está en el espacio, habilitando las palancas de remolque-, le dije a Dimitar.
-Tendrá que apurarse o esas cosas los harán papilla como el A vandor-, seguía Zhekov muy preocupado.
-Ya oíste, Mike, tendrás visita en breve-, le subrayé temerosa. En mi pantalla también se veían a las rocas espaciales aproximarse como si fueran una plaga de langostas o un pelotón de bólidos en plena competencia de fórmula uno. Ya escuchaba además su zumbido mortal, como vuvuzelas inclementes que remecían el espacio, provocando pánico y miedo, como un redoble de tambores previa a una ejecución o trompetas malignas que anuncian una desgracia, una catástrofe o una gran hecatombe. A mí me aterraban mucho esos susurros porque era como si me estuvieran anunciando mi propia muerte.