sin darse cuenta, Renata muere en un evento de moda en Paris. al despertarse, se da cuenta que ahora está en el cuerpo de una extra patética que se deja pisotear por la villana. pero no, está vez, Renata protegerá al protagonista de la Miranda, la villana.
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capitulo 22: Antídoto.
El sol comenzaba a descender en el horizonte, tiñendo el cielo de un cálido dorado cuando el duque Alaryc llegó a su casa. Al cruzar el umbral, el eco de sus pasos resonó en los vastos salones. Los sirvientes lo saludaron con una inclinación de cabeza respetuosa, mientras él se despojaba de su abrigo, dejando al descubierto una chaqueta que resaltaba su figura atlética. Miranda, su esposa se adelantó para ir a su alcoba. No sin antes de darle un beso y verlo pronto. Este gesto siempre causa felicidad al duque. Pero antes de que pudiera alcanzar a Miranda para abrazarla, uno de sus criados se acercó con una carta en la mano. El hombre, visiblemente ansioso, le informó que un tal señor Alec Helt había venido a buscarlo. Con aire inquisitivo, Alaryc tomó la carta, deshaciendo cuidadosamente el sello que la sellaba.
Mientras leía, sus ojos se iluminaron con interés. La propuesta era tentadora; una empresa en venta, estratégicamente ubicada en la plaza más concurrida de la capital, a un precio que parecía inmejorable. La carta también mencionaba un encuentro diario, a las cinco de la tarde, para conversar sobre el trato. Alaryc se llevó la mano a la barbilla, pensativo, y al notar la hora en su elegante reloj de bolsillo, se dio cuenta de que apenas eran las cuatro.
Decidido, se encaminó hacia Miranda, que lo miraba con curiosidad desde el retocador.
— tengo que irme un momento, por asuntos de trabajo— le dijo con una voz suave, pero ella frunció el ceño.
— no tan pronto, querido.— replicó ella, levantándose.
Acercándose a él, le tomó la mano y lo miró con esos ojos ámbar. Con un gesto inesperado, lo atrajo hacia sí, envolviéndolo con sus brazos en un cálido abrazo. Era un gesto inusual, un suceso poco cotidiano en su relación, pero que había comenzado a florecer entre ellos.
— ¿Prometes que no te llevarás mucho tiempo?— susurró Miranda mientras lo soltaba y le ofrecía un beso en la mejilla.
Alaryc, sorprendido pero complacido, sonrió ante esa muestra de afecto que tan a menudo había echado de menos. Se inclinó para besarla en los labios, disfrutando de la dulzura de ese momento.
— te prometo que regresaré pronto.
Le aseguró con sinceridad, sintiendo que, aunque los negocios lo llamaban, su lugar estaba junto a ella. Con una última mirada hacia su esposa, el duque se despidió y se dirigió hacia la plaza Jazmín.
Todo esto sentimientos no fuesen posibles sin la manipulación de Miranda. Nada de esto era amor sincero pues su magia ha hecho que él se enamorara de ella de una manera única. Aún así, esa magia, muy pronto podría desaparecer en el ser de Alaryc.
La plaza Jazmín estaba llena de vida. El murmullo de las conversaciones, y el tintinear de las tazas. Entre el bullicio, el duque Alaryc se sentaba en una de las mesas, vestido de forma elegante, pero con un aire de tranquilidad mientras miraba el reloj. Las agujas marcaban las 4:30 y él esperaba con ansias a un misterioso hombre de negocios. Llegó temprano y siempre le ha gustado así.
Alaryc miró a su alrededor, disfrutando de los aromas del café y de los pasteles que apenas se servían a algunas mesas, cuando, de repente, una figura imponente apareció ante él. Era el emperador Dorian, vestido con ropajes que mostraban su estatus imperial.
— Buenas tardes, duque Alaryc. Soy Dorian, emperador del Imperio Heine.
Alaryc se levantó, sorprendido, pero mantuvo la compostura. Nunca había imaginado que este encuentro lo tuviera con alguien tan influyente, pero no podría ser él. Ya que el hombre que lo solicitó fue Alec Helt.
— Un honor, su majestad. Pero... no esperaba encontrarme con usted. ¿Qué lo trae a la Plaza Jazmín?
— lo sé. Y espera a un tal Alec Helt ¿No?. Bueno. Soy yo.
Aquel aristócrata sea asombró de tal manera que olvidó un momento sus modales. En cuanto a Dorian, que adoptó una postura más seria, como si estuviera a punto de compartir información crucial. Alaryc sintió que la atmósfera cambiaba drásticamente.
— no suelo hacer esto. Pero es necesario para no llamar la atención de alguien peligroso.
— ¿De quién?
— de su esposa.— fue directo al grano. No había tiempo para pequeñeces— Miranda, es una criminal.
Las palabras golpearon a Alaryc como un rayo. Alarmado, sintió que el pulso se le aceleraba. Su voz temblaba, entre la preocupación y la indignación.
— ¿Cómo se atreve? ¡Mi esposa es una mujer honorable! No puede hablar así de ella.
Dorian, en un intento por calmar la tensión, hizo un gesto hacia una mesera que pasaba cerca. Dorian tranquilamente le dice.
— permita que le pida un té. Quizás le ayude a calmar su mente. Me disculpo por sonado brusco con una noticia así. Sin embargo, le prometo contarle todo sobre ella para que entienda la situación.
La mesera se acercó a la mesa, y Dorian pidió un té. Alaryc, abrumado por la situación, observó cómo el emperador tomaba control de la conversación. Cuando la mesera trajo la bebida, ella sirvió lentamente y luego le ofreció una taza a Alaryc. Aquella pelirroja se retiro asegurando de que tuviera ambos su té. Ya que era Diana para asegurarse de que el duque se bebería el té con el antídoto. Sería más factible que él se lo beba sin que sepa algo de eso por ahora.
— Necesitará algo para tranquilizarse. Lo que sé de su esposa no es trivial.
Alaryc tomó la taza temblorosamente, por la molestia de que hablen quizás calumnia de Miranda. Sin saber que muy pronto lo entenderá. Llevando el líquido caliente a sus labios. El sabor del té le otorgó una pequeña paz; sin embargo, su mente estaba en ebullición, buscando respuestas y tratando de entender la situación.
— ¿Qué tipo de prueba tiene para hacer tal acusación?
Dorian lo miró fijamente, comprendiendo el desafío en su voz, y se preparó para revelar la impactante verdad que rodeaba a Miranda y los oscuros secretos que esta podría esconder. Desde un inicio, sobre los hechos de Miranda que fluyó en el destino del imperio Heine hasta el incendio que hizo para dañar a su media hermana por la herencia que se robó y que Diana recuperó.
Cada palabra era un cuchillo a su corazón que sorprendentemente se desvanecía por un extraño sentimiento de confusión. Los minutos habían trascurrido rápido. Pasó una hora y a comparación desde que llegó. Alaryc descubría la verdad de Miranda y del porque escapó de su imperio.