Cuando el demonio egocéntrico Dashiell termina atrapado en el mundo humano, conoce a Brooke, una estudiante de arte que oculta sus propios secretos. Transformado en un husky que ella rescata, se convertirá en su inesperado protector. Pero, con Noche Buena acercándose y donde la luna se convertirá en carmesí, Dashiell deberá decidir si volver a su mundo o quedarse junto a la humana que ha empezado a significarlo todo.
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LAS MARCAS DEL CORAZÓN (parte 1)
Jamás, en toda mi existencia, alguien había tenido la osadía de echarme de algún lugar. Yo era quien lo hacía. ¿Por qué no habría de hacerlo? Esos bastardos se lo merecían. Pero esta vez... fui yo quien terminó fuera, como si no valiera absolutamente nada.
No la culpo. Cuando vi su mirada, supe que tenía razón. ¿Quién querría a un monstruo a su lado? Está claro que no pertenezco aquí. No pertenezco a este mundo humano.
No tengo derecho a reprocharle nada, así que simplemente me fui. Pero aquí estoy otra vez, observándola como lo hacía al principio, desde las sombras.
Hace frío, un frío que parece devorar la ciudad entera de Lunnen Falls. Aunque, sinceramente, no lo siento. El verdadero frío está dentro de mí, un vacío que no sé cómo llenar. Brooke... Ella no ha hecho mucho desde que ya no estoy a su lado. Me he asegurado de vigilarla, aunque sea de lejos. No porque quiera protegerla, claro, sino... por simple curiosidad. O eso intento decirme.
La nieve cubre cada rincón, y los humanos se han refugiado en sus hogares como las criaturas frágiles que son. Mientras tanto, yo, como siempre… estoy solo. Ese pensamiento me desagrada profundamente. Me incomoda. Es absurdo, ¿no? Yo, el que siempre ha estado por encima de los demás, anhelando compañía. Pero no cualquier compañía... anhelándola a ella.
A veces, la imagino sonriendo, como solía hacerlo. O bailando, con esa torpeza que me hacía rodar los ojos y, al mismo tiempo, me hacía querer quedarme allí para siempre.
Pero ya no sé qué hacer con este vacío. Así que últimamente he estado molestando a Lynne. Bueno, alguien tiene que soportarme. He utilizado el comunicador más veces de las que debería, simplemente para oír una voz que no sea la mía. No quiero levantar sospechas, claro, pero es desesperante. El tiempo parece haberse detenido, como si se burlara de mí, obligándome a quedarme atrapado en este lugar, rodeado de recuerdos que no pedí.
Este día no es diferente. Estoy de nuevo aquí, tratando de sacar algo de conversación con Lynne.
—¿Hay alguna novedad? —pregunto, con ese tono despreocupado que suelo usar para disimular.
Al otro lado del comunicador, escucho un suspiro indignado.
—¿Qué clase de novedad esperas, Dashiell? —responde ella, tan seca como siempre.
—Algo interesante, no sé... Quizá el maestro Serhan tiene noticias para poder largarme de este mundo miserable.
El silencio que sigue no es alentador. Lynne no es exactamente conocida por su paciencia, pero últimamente parece aún más irritada conmigo.
—Estás loco, ya dime de una vez ¿qué has hecho? —pregunta al final, con ese tono que mezcla cansancio y sospecha.
—¿Yo? Absolutamente nada. ¿Qué te hace pensar eso? —replico con una sonrisa que ella no puede ver, pero que seguramente imagina.
La escucho murmurar algo antes de volver a hablar.
—Dashiell, si sigues utilizando el comunicador para estas tonterías, desperdicias tu maná…
—Oh, vamos, Lynne, no seas tan aburrida. Esto es lo más divertido que tengo últimamente. Además, no estoy haciendo nada malo.
—Eso es lo que me preocupa —murmura, y puedo imaginarla frotándose las sienes, como si yo fuera un dolor de cabeza del que no puede deshacerse.
No puedo evitar reír. Su molestia, aunque sea insignificante, me da algo en lo que ocupar mi mente por un rato. Algo que me aleje de ella... de Brooke. Pero incluso así, no funciona.
El comunicador desaparece después de un rato, quedándome solo una vez más. Mis ojos se pierden en la nieve que cae lentamente, cubriendo todo a su paso. ¿Cuánto tiempo más debo soportar esto?
No puedo seguir así. Algo tiene que cambiar. Aunque, siendo honesto, no sé si realmente quiero que lo haga.
Al otro lado, Lynne estaba en su usual entorno, rodeada de pergaminos que parecían multiplicarse cada vez que los revisaba. Siempre tan meticulosa, como si cada pequeño detalle que anotara fuera crucial. La imagino ahí, con ese aire de frustración que tanto le caracteriza, recostándose hacia atrás en la silla como si aquello pudiera aliviar su eterno cansancio.
—¿Qué te está pasando, Dashiell? —murmura para sí misma, con ese tono de curiosidad.
Me conoce demasiado bien. Lo suficiente como para notar que algo está mal conmigo, aunque trate de fingir lo contrario. Una vez que me vio en mi verdadera forma de nuevo, estuvo muy sorprendida. Por supuesto, me preguntó cómo pasó o que es lo que había hecho, pero no respondí. Luego empezó en su mente a hilar las cosas al ver mi comportamiento extraño.
—¿Tristeza? —dijo, como si esa palabra fuera una anomalía en mi existencia.
De inmediato, Lynne comenzó a atar cabos. Ella no necesita que yo le diga mucho para llegar a sus propias conclusiones. Supongo que es una de las razones por las que me irrita tanto... y al mismo tiempo, por las que confío en ella. Tiene esa maldita habilidad para ver más allá de lo evidente y de aconsejarme cuando cometo un error, claro que antes de eso me da una buena golpiza.
Lynne pensó, por un momento, que quizá... me había encariñado con aquella humana de la que le platicaba algunas veces.
Imposible. Ese fue su primer pensamiento, estoy seguro. Pero luego, con cada conversación que tuvimos, con cada intento mío por desviar el tema cuando ella lo mencionaba, Lynne comenzó a convencerse de lo contrario. Se levantó para luego ir guardando cuidadosamente los pergaminos. Finalmente, habló en voz alta, como si estuviera dándome una lección, aunque yo no estuviera ahí para escucharla.
—Un demonio y una humana... —dijo, con un tono que sonaba más a advertencia que a reflexión—. No es posible, Dashiell… y lo sabes…
Se quedó en silencio por un momento, como si estuviera esperando que yo, de alguna manera, respondiera desde la distancia. Pero, por supuesto, no lo hice. No podía hacerlo.
—Debes recapacitar… ¿Acaso estás demente? —concluyó. Y con eso, salió del lugar, dejando atrás la pila interminable de pergaminos y, seguramente, más preguntas de las que había tenido al principio.
¿Encariñarme con una humana? Incluso ahora, esa idea me resulta absurda. Y, sin embargo, no puedo sacármela de la cabeza. ¿Es posible que esté perdiendo el control, que algo tan insignificante como una simple humana haya encontrado la manera de afectar mi existencia?
Esa noche, todo tomó un giro que ni siquiera yo, con mi poder y mi arrogancia, podía prever.
Después de ver que Brooke descansaba, mis pasos me llevaron a aquel hospital. Fue casi instintivo, como si algo tirara de mí hacia allí. El recuerdo de aquella visita con ella, cuando aún usaba la máscara de Sky. Fue la segunda vez que vi a Catalina, su madre, y aunque demore unos minutos buscando su habitación, finalmente la encontré.
Cuando entré, una suave brisa ingresó conmigo. Su madre seguía allí, postrada en esa cama como si el tiempo no hubiera transcurrido desde nuestra última visita. Su rostro, tan similar al de Brooke, me recordó por qué había venido. No lo aceptaría en voz alta, pero ver a Brooke feliz era un pensamiento que, de algún modo, se había arraigado en mi mente.
Recité los hechizos con facilidad, mis palabras resonaban con poder. Mi grimorio brillaba en mis manos, y por primera vez en mucho tiempo, sentí que todo estaba bajo mi control. Mi verdadero poder había regresado. Era un triunfo, una victoria que me llenaba de satisfacción, pero esa sensación fue breve.
Algo salió mal. Muy mal.
El ambiente cambió de inmediato. Una energía oscura, densa y peligrosa, surgió alrededor del cuerpo de su madre. Su origen era un sello, uno que incluso yo no reconocí al principio. Era magia oscura, un hechizo tan poderoso que había mantenido a esa mujer atrapada en un sueño interminable.
—Mierda... —susurré, mi voz teñida de rabia y desafío. Pero no había tiempo para buscar respuestas. Ese sello se transformó en un resplandor oscuro, una entidad casi monstruosa que se abalanzó sobre mí con una ferocidad desmedida.
Mi cuerpo reaccionó de inmediato, canalizando toda la fuerza que poseo. Luché con cada fibra de mi ser, lanzando hechizos que hacían vibrar el aire y resonar las paredes. Pero aquel sello no cedía, su fuerza era abrumadora, y por un instante, creí que todo terminaría allí.
Entonces ocurrió algo inesperado.
Desde lo más profundo de mi ser, una energía comenzó a brotar. Era salvaje, intensa, y al mezclarla con mi propio poder, el Cetro Carmesí se manifestó de nuevo, apareciendo en mi mano con una fuerza que desafiaba toda lógica. Mi mente se llenó de recuerdos de aquella cueva, del cómo fui transportado al mundo humano, entonces supe que ahora era mi única oportunidad.
Con el cetro en una mano y mi grimorio en la otra, dirigí todo mi poder contra aquel sello oscuro. El enfrentamiento fue brutal, pero finalmente, la oscuridad cedió. En cuestión de segundos, desapareció, dejando tras de sí un vacío inquietante.
Antes de que pudiera asimilar mi victoria, el cetro se desvaneció de mis manos, dejando solo la gema carmesí. Esta flotó en el aire, irradiando un brillo cálido que contrastaba con todo lo ocurrido. Incluso se parecía a ese brillo antes de convertirme en Sky. Sin aviso, se posó sobre el corazón de su madre y se fundió en ella, como si hubiera encontrado su verdadero lugar.
La escena me dejó completamente desconcertado. ¿Qué acababa de ocurrir?
¿Por qué el cetro, un arma de inmenso poder, había estado dentro de mí todo este tiempo? ¿Y por qué había elegido a su madre como su recipiente?
Me quedé allí, en silencio, observando su cuerpo inmóvil. No había señales inmediatas de cambio, pero algo me decía que esta noche había marcado el inicio de algo mucho más grande de lo que podía imaginar. Algo que ni siquiera yo, con todo mi poder, era capaz de comprender del todo.