En los barrios tranquilos y misteriosos de Seúl, una chica llamada Jiwoo ha pasado su vida observando desde las sombras. Jiwoo siempre ha sido reservada, pero esconde algo más que timidez. Un incidente oscuro y olvidado en su adolescencia que moldeó su obsesión por los secretos de los demás.
El regreso de Hyunwoo, su vecino de la infancia, despierta en ella una curiosidad peligrosa. Años atrás, Hyunwoo desapareció abruptamente tras un escándalo que sacudió al vecindario, y su reaparición está rodeada de rumores y silencio. Algo en su mirada parece llevar el peso de un pasado más oscuro del que Jiwoo imaginaba.
Guiada por su instinto obsesivo y un deseo inexplicable, Jiwoo comienza a seguirlo, adentrándose en un mundo de crimen, mentiras y un trastorno psicológico que ha permanecido latente en ambos. Mientras Jiwoo se acerca a la verdad, también empieza a descubrir más sobre sí misma, desenterrando recuerdos reprimidos y enfrentando su propia sombra.
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La línea entre la cordura y el abismo
La mañana llegó lenta, como si el día mismo estuviera vacilando entre seguir adelante o sucumbir a la oscuridad que Jiwoo había abrazado. El pueblo estaba más sombrío que nunca. Nadie hablaba de la desaparición de Hyunwoo, como si el terror hubiera sellado sus bocas. La gente evitaba mirarla, como si temiera que el simple hecho de verla podría invocar una maldición.
Jiwoo caminaba por las calles sin rumbo, perdida en un torbellino de pensamientos que la empujaban y la tiraban hacia lugares que no deseaba visitar. La imagen de Hyunwoo, tan vacía, tan distante en el espejo, no dejaba de rondar en su mente. ¿Qué había hecho?
Pero lo peor era que no lo lamentaba. La oscuridad se había apoderado de ella de una manera tan absoluta que, por primera vez en mucho tiempo, la calma la invadía. Era como si la vida misma hubiera dejado de ser importante, y todo lo que quedaba era el deseo de continuar abrazando lo que la había transformado.
A media tarde, cuando el sol comenzaba a declinar, Jiwoo pasó por el parque del pueblo. Su mente estaba tan desconectada que ni siquiera notó la figura que se encontraba sentada en el banco, observándola con una intensidad inquietante.
Era un hombre de unos treinta años, de cabello oscuro y desordenado, con una chaqueta gastada que no pertenecía al pueblo. Su mirada era penetrante, pero al mismo tiempo distante, como si no estuviera realmente allí, como si fuera una sombra que solo existía en su propio mundo.
Cuando Jiwoo pasó frente a él, él se levantó sin prisa y la interceptó con un movimiento lento pero firme.
—Tienes algo en los ojos. —Su voz era profunda, casi como si cada palabra fuera cuidadosamente medida.
Jiwoo lo miró, confusa, pero no sintió miedo. En lugar de eso, una extraña sensación de conocimiento profundo se apoderó de ella. Como si este hombre supiera algo que ni ella misma entendía completamente.
—¿Qué quieres decir? —preguntó, su tono bajo, vacío.
El hombre dio un paso hacia ella, su mirada fija en sus ojos.
—No estás sola en esto. —La frase resonó en sus oídos como un eco lejano—. Tú... ya lo sabes, ¿verdad? El espejo, el colgante, el bosque... Ellos te están mirando. Todo lo que has hecho te ha conducido hasta este punto.
Jiwoo sintió un escalofrío recorrer su espalda. Nadie sabía lo que había hecho, nadie. ¿Cómo podía este extraño hablar de todo eso como si estuviera dentro de su mente?
—¿Quién eres? —preguntó, el desconcierto convirtiéndose en una tensión palpable.
El hombre sonrió con una expresión extraña, como si estuviera divertido por la pregunta.
—Solo alguien que pasó por lo mismo. —Hizo una pausa, mirando al vacío, como si hablara más consigo mismo que con ella—. Pero no te preocupes, Jiwoo. Al final, nadie puede escapar de lo que ya está escrito.
En ese momento, el hombre dio un paso atrás y comenzó a caminar sin prisa. Su figura desapareció rápidamente entre la niebla que comenzaba a formarse, dejando a Jiwoo sola en el parque, completamente atónita.
Al día siguiente, Jiwoo se encontraba de nuevo frente al espejo de la cueva. Había pasado tiempo desde la última vez que estuvo allí, pero la sensación de estar atrapada entre dos mundos no la había dejado. Había algo inquietante en el reflejo, algo que ya no podía ignorar.
Su reflejo no era suyo. Era una versión distorsionada de ella misma, sus ojos vacíos y su sonrisa torcida, como si una parte de ella misma estuviera a punto de perderse para siempre.
—¿Por qué sigo aquí? —se preguntó en voz baja, sin esperar respuesta.
El colgante comenzó a vibrar, un zumbido bajo que resonó en sus huesos, llenándola de una extraña sensación de poder. Pero no era un poder que pudiera controlar. La oscuridad la rodeaba como una niebla espesa, presionando sobre ella, obligándola a sucumbir.
De repente, recordó al extraño del parque. Las palabras que le había dicho, su extraña confianza. No estás sola en esto.
¿Había alguien más como ella? ¿Alguien que también hubiera sido consumido por la oscuridad?
Un profundo enojo se apoderó de Jiwoo. No había tiempo para dudas. No podía detenerse ahora. Había cruzado una línea, y el único camino que quedaba por recorrer era el que la llevaría al final de su propio abismo.
La voz del extraño resonaba en su mente. Al final, nadie puede escapar de lo que ya está escrito.
Jiwoo miró su reflejo nuevamente, esta vez con una sonrisa torcida. Si ese era su destino, entonces lo abrazaría. Y si significaba que debía destruir todo lo que alguna vez amó, lo haría.
Pero, en lo más profundo de su ser, una pregunta surgió.
—¿Estaba realmente en control de sus decisiones, o la oscuridad ya lo había hecho todo por ella?
¿Qué harías si estuvieras en su lugar? ¿Te someterías a lo inevitable, o lucharías hasta perderlo todo para salvarte?
