Nicolle Harrington es una chica recatada y conservadora, sumisa y dócil, o al menos para los hombres de su familia, quienes la tienen en una burbuja, pero fuera de casa es la espía más joven, despiadada y preparada de su organización. Es novia de un coronel llamado Massimo Moretti hace dos años y su amor no puede ser más bonito y perfecto; claro, él solo conoce su parte dulce y tierna.
Una enemiga de su madre regresará para cobrarse con ella mediante una traición que la aleja de su familia tras su supuesta muerte en frente de todos ellos.
Nicolle queda sin memoria durante dos años, sintiéndose perdida, y es encerrada como un animal en un infierno con recuerdos falsos, hasta que conoce a su nuevo amor, un mafioso, Aaron Rizzoli, que la ama como realmente ella es y no ese personaje que supo interpretar.
Su dilema será cuando recupere la memoria y deba elegir a uno de ellos; qué hará la pequeña Nicolle: se quedará con el amor bonito de Alessandro o elegirá la adrenalina de Aaron.
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Sufrimiento familiar
Dolor, llanto, gritos, ira, rabia, decepción, traición, confusión, vacío, perdida, tristeza, depresión y culpa: esos sentimientos rodean a la familia de Nicolle. En la mansión Windsor, Harrington está hundida en la tristeza; es un lugar de desolación. El velorio de la joven Windsor es algo deprimente; el ataúd está en el centro del salón y altos mandos están presentes.
El equipo de la joven hace acto de presencia, y al menos Víbora, Camaleón, Fuego, Sirena, Lobo, Rayo, Titán y León estaban realmente devastados; Halcón, Águila y Fénix eran los traidores… León se acerca al ataúd y se acerca a este junto a víbora y fuego.
—Te juro que buscaré al traidor, ¿qué investigaste, por qué no nos avisaste? —susurró con dolor. Francisco, alias Halcón, se había encargado de llamar a Antonella y le dio la información, pero no se la dio al equipo; para ellos lo que descubrió sombra se lo llevó con ella.
—Amiga… Maldición, no debimos dejarte sola. — Fuego tenía mucha rabia.
—Alguien te vendió y vamos a dar con esa cucaracha —sus ojos botan lágrimas a montones.
La familia de Nicolle estaba regada por todo el salón. Lia, Gia, Adara y sus amigas estaban cerca. Nicholas estaba lejos de todos, abrazando a sus hijos, al igual que Andrew, quien estaba en otro lado de la habitación. Su padre Andrés Harrington lo consolaba. Era verdaderamente triste ver lo que le sucedió a ese núcleo.
Andrés que siempre adoró a su hermana no soportaba verla. Enzo se acercaba a su hermana y madre para darles consuelo.
Massimo tenía las manos rojas de tanto apretar sus puños. Se acercó al ataúd y lloró como nunca.
—¿Por qué, angelito, por qué no me dijiste? —cerraba sus ojos y lágrimas gruesas caían sobre la fotografía de su Nichole; la joven salía sonriendo con ese brillo inocente en sus ojos.
—Yo jamás te hubiese dejado seguir, pero si te hubiese protegido, bebé, te llevaste mi vida contigo. El dolor era inmenso, la rabia también; se sentía traicionado, burlado y estaba derecho.
El entierro fue aún peor: todos levantaron sus armas y despidieron a la joven; en el lugar solo habían miembros de la elite y familiares directos de la joven espía.
Cada uno de sus compañeros habló de ella, de cómo era en el escuadrón; las lágrimas no se hicieron esperar; León observaba a cada uno y los escuchaba.
El hombre que adoraba a Nicolle pudo darse cuenta de algo en la mirada de Francisco y un destello de nerviosismo cruzó la cara de fénix; en cambio la de águila era de satisfacción.
León era tan observador como Águila; una idea retorcida cruzó por su mente y no dijo nada. Eso era demasiado delicado para confiar en alguien.
Nicholas toma la palabra y no puede. El nudo en su garganta no lo deja. El pecho le duele y el alma la tiene desechada.
—Hoy despido a mi hija el pedazo de cielo que fue regalado hace dieciocho años y la tengo que enterrar sin poder ver su rostro —comienza el general de la élite.
—Mi hija dio su vida por su país; murió tratando de hundir a asesinos y malditas bestias degeneradas, mi hija… Era uno de mis más grandes tesoros y me fue arrebatado —Nichokas seguía.
—No puedo comparar este dolor con otro que haya sufrido; hubiese preferido la muerte a que perder a mi niña… Porque se ha llevado mi alma con ella. Escucharlo daba ganas de llorar; todos sabían que esa pequeña era la joya de la corona para su familia.
Lia no fue capaz de hablar; no quería decir nada de su hija, pues no se sentía digna de hacerlo. Cada uno le lanzó una toda mientras la bajaban. Toda su familia rodeó la fosa y de rodillas lanzó su flor y lloró.
Lia y Gia esperaron a que todos se dejaran para poder acercarse. Las mujeres estaban tomadas de las manos, sus llantos eran terribles, sus gritos eran desgarradores; las uñas de Lía se enteraron en la tierra y lanzaba tierra en su ataúd.
—Juro que daré con ese maldito, juro que acabaré con quienes hicieron esto, mi niña… —susurró dolida y suspiró para tragar el nudo que le hacía doler su garganta.
—Te fallé, hija, te pido perdón, jamás debí enseñarte, debí mantenerte en esa burbuja, debí criarte frustrada, pero estarías viva, mi niña. — La mujer ya no podía, Gia también gritaba y nadie se les acercaba. Todos las culpaban y hasta a ellos mismos por confiar en ellas.
Ese día Lia tomó su auto y se fué a toda velocidad. Su esposo la odiaba con mucha razón; su padre también evitaba si quisiera verla; sus hijos, aunque no se lo decían, también la rechazaban, sus hermanos y todos los demás.
La mujer manejó por horas y llegó a un lugar del cual nadie sabía. Allí se veía con su hija y madre; era como un santuario que quedaba a las afueras de Italia. Desde ese día se dedicó a llorar, a tomar y a ahogarse en su miseria.
Gia también decidió alejarse; Nicholas no sabía que su esposa se había ido, puesto que él no había ido a su cabeza. Apagó su teléfono y se quedó en un apartamento que compró para poder pasar su duelo solo.
Nicholas amaba a su esposa, pero el dolor y su traición se le habían unido. Él odiaba los secretos entre ellos y por mucho que quisiera ir con ella no podía.
Los gritos de Nicholas eran desgarradores; todo lo que estaba en el apartamento estaba desechado; ya no le quedaban casos para romper, así que tomaba el trago desde la botella.
—¡Niki! ¡¡Mi amor regresa, maldición! Niki… Nicolle, regresa —la última parte era un susurro de dolor; el hombre no quería vivir.
—Andrew también optó por tomar y desahogarse; la traición de sus tres mujeres le dolía; había perdido a su bebé; para él Nicole era una copa de cristal; jamás se imaginó que era una espía; al menos su madre se acercó a ellos y les confesó que era coronel, pero su bebé no lo hizo. Acaso, tan mal hombre era que no se ganó la confianza de su bebé.
Otro que sufría horrores era Massimo. Había dejado de ir a su trabajo; se había refugiado en los bares; nadie lo sacaba de allí; él no era hombre de tomar y ahora se estaba auto destruyendo. Su fiel amiga y asistente estaba allí, pero él la alejaba. Tenerla cerca para él era traicionar a su angelito, porque ahora lo era de verdad un ángel, el cual se adelantó a su tiempo.