Durante siglos, mientras todos duermen, ellos se enfrentan a las criaturas que nacen de la oscuridad. La orden de los exorcistas ha protegido a la humanidad durante siglos.
Desde niño, Alex fue criado lejos de todo el peligro, sus padres quienes pertenecían a los exorcistas decidieron criarlo alejado de todo ese mundo, pero, una noche, tras la confesión de su amiga de la infancia, Alex tiene un encuentro con un arcángel, cuya alma se funciona con la suya para derrotar a un demonio, tras esto, Alex debe de alejarse de todos, para protegerlos y su camino a convertirse en un exorcista no será fácil, pero no se rendirá, pues de él depende, proteger lo que ama.
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"Capítulo 4: La Paz De ReindHart"
Desde el muro del reino, a quinientos metros de distancia, tres figuras presenciaban la escena con ojos desorbitados. Franchesca, Leon y Sakura no podían creer lo que veían. El joven que acababa de llegar a su reino —de quien no sabían prácticamente nada— había derrotado a un demonio de un solo golpe y luego aniquilo a varios monstruos a una distancia imposible… al punto de hacer huir a un demonio de rango A.
—¿Quién es ese chico? —preguntó Leon, con la voz teñida de asombro—. ¿Por qué es tan poderoso? ¿De dónde lo conoces, hermana?
Franchesca, aún con el corazón agitado, tardó en responder.
—No lo conozco realmente… Solo sé que su nombre es Alex. Me contaron que hace pocos días, en las ruinas del cráter donde el arcángel Rei desapareció y Mamon fue detenido, él apareció. Fue el gato Kuro quien lo trajo… Dijo que este joven ayudó a derrotar a Mamon, y que el fuego de Rei ahora habita en su interior.
En el campo, mientras la luna seguía brillando sobre los cuerpos de los monstruos caídos, Temerio y Kuro caminaron lentamente hacia el joven. Alex, aún en pie, comenzaba a tambalearse, exhausto. El fuego que lo envolvía finalmente se disipó. Sus ojos perdieron fuerza, su cuerpo cedió, y cayó hacia adelante, inconsciente por el agotamiento extremo de aquella noche infernal.
Temerio corrió y lo sostuvo justo antes de que tocara el suelo. Kuro se acercó rápidamente, colocando una de sus patas sobre el pecho del joven.
—Está vivo —dijo el gato—. Pero ha dado más de lo que podía. Tiene suerte de que esa alma bendita en su interior lo esté protegiendo.
Temerio respiró con alivio, asintiendo. Miró al cielo por un momento, como agradeciendo al espíritu de Rei por haber traído a este muchacho hasta ellos. Luego, Kuro conjuró un portal plateado frente a ellos. Sin dudar, Temerio cargó a Alex en su espalda, y los tres cruzaron al interior de los muros del reino.
Allí, en el patio de formación, los caballeros que aguardaban organizados al verlos aparecer soltaron un grito de júbilo.
—¡Temerio! ¡Temerio el Exorcista! ¡Viva el Puño de Dios!
Los vítores estallaron, acompañados por aplausos y lágrimas de emoción. Temerio caminaba firme entre la multitud, con el cuerpo desmayado de Alex a cuestas.
Muchos pensaron que había sido el propio sacerdote quien había derrotado a los monstruos, y lo ovacionaban sin saber quién había sido el verdadero héroe. Pero pronto, los tres jóvenes que observaron la batalla se acercaron. Franchesca, aún con el corazón encendido por lo que había presenciado, se adelantó y miró al joven inconsciente.
—Temerio… —dijo con voz apremiante—. Debemos llevarlo al castillo. Allí podrá descansar como merece. Tiene una cama, médicos reales y todo lo que necesite.
Pero antes de que Temerio respondiera, una brisa cálida envolvió el ambiente, y una figura apareció silenciosamente entre la multitud. Era la anciana sacerdotisa Eleonora, su manto blanco ondeando con suavidad.
—No, princesa —dijo con voz tranquila—. Ese joven no necesita camas de oro ni médicos de la corte. Necesita algo más profundo.
Franchesca se volvió, frunciendo el ceño.
—¿Más profundo? ¡Acaba de salvarnos a todos! ¿No merece al menos descansar como un héroe?
Eleonora se acercó sin perder la calma.
—Las comodidades del castillo no curarán las heridas que no se ven. Ese muchacho ha sido tocado por una fuerza que ni tú ni tus médicos entienden. Necesita reposar en un lugar cálido, un hogar… uno que sepa cómo tratar un alma fracturada.
—Pero el castillo es seguro —insistió Franchesca—. Hay guardias, vigilancia constante, y estará bajo cuidado personal.
Eleonora puso una mano gentil sobre su hombro.
—La seguridad no está en los muros, princesa. Está en el amor y la paz que uno encuentra al cerrar los ojos sin miedo. Deja que lo lleve al orfanato… allí podré atenderlo como se debe. He tratado heridas peores… incluso las tuyas, cuando eras pequeña y llorabas por las noches, ¿lo recuerdas?
Franchesca bajó la mirada, con el orgullo quebrado por la razón en las palabras de la anciana.
—Está bien… —murmuró—. Llévalo contigo, Eleonora. Solo… cuídalo, por favor.
—Lo haré —respondió la anciana con una sonrisa serena—. Ese chico será importante para todos nosotros. Pero antes… debe sanar.
Y así, mientras los últimos ecos de la batalla se apagaban entre los muros, Temerio y Eleonora se alejaron con Alex, llevándolo al orfanato, donde la verdadera recuperación apenas comenzaría.
Continuará...
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