Hace dieciocho años, el reino de Eldoria fue consumido por la traición y la guerra. En medio del caos, mientras el Rey Gustavo luchaba una batalla perdida contra su ambiciosa hermanastra, la Reina Roxana se vio obligada a huir. Con el corazón roto y un adiós desgarrador a su amado, confió el futuro de su linaje a tres pequeñas vidas: sus hijas trillizas, recién nacidas y destinadas a heredar el trono.
Hoy, esas princesas viven una existencia humilde y oculta bajo los nombres de Nyx, Ignis y Luna. Tras la reciente pérdida de su madre, estas jóvenes campesinas se enfrentan solas a la dureza de la vida, sin saber que la sangre real corre por sus venas ni que cada una posee un don mágico latente: el control de las Sombras, el Fuego y la luz, respectivamente.
Pero el destino tiene otros planes. La llegada de un misterioso anciano, portador de secretos ancestrales y verdades olvidadas, irrumpirá en sus vidas, desvelando la usurpación de su reino y profecías...
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Cascada de sentimientos desbordados
El regreso a la caverna fue un silencio cargado de reflexiones. La victoria era suya, pero el precio y la naturaleza de su poder habían quedado al descubierto.
Luna, con la mirada aún un poco perdida, se apoyó en Orión, quien la sostenía con firmeza.
—Eso... eso fue increíble— susurró Luna, con su voz temblando ligeramente. —Nunca había sentido algo así. Como si...—
Orión apretó su mano, su mirada está seria como siempre pero ahora con un matiz de asombro. —Lo sé. La oscuridad y la luz... juntas. Es algo que las profecías apenas insinuaban—
Ignis, mientras se sacudía el polvo y la sangre seca de su armadura, observaba a Luna y Orión con una ceja arqueada, pero su atención se desvió hacia Corvus y Nyx.
—Vaya— dijo Ignis, su voz es áspera y sin hostilidad. —Parece que ustedes dos tienen sus propios secretos. Lo que hicieron allá afuera... eso no fue una defensa cualquiera—
Corvus se encogió de hombros, y su mano fue instintivamente hacia su bolsillo donde esta el cristal. —Solo... hicimos lo que teníamos que hacer— Su voz sonaba un poco más apagada de lo normal, como si la energía desatada hubiera mermado algo en él.
Nyx, por su parte, miró fijamente sus manos, esas mismas que se habían entrelazado con las de Corvus. —No sé qué fue eso, Corvus— admitió, en un murmullo. —Pero sentí... sentí que te necesitaba. Y tú estabas ahí—
Corvus la miró, con una mezcla de gratitud y preocupación cruzando su rostro. El crujido en su bolsillo aún resonaba en su mente. —Yo... yo solo sentí que tenía que ayudarte. No sé por qué—
Kaelen, siempre pragmático, intervino: —Sea lo que sea, nos salvó. Pero debemos entenderlo. Especialmente tú, Corvus. Ese poder... no era tuyo en solitario—
Lyra asintió, su mirada penetrante estaba fija en Corvus, escudriñandolo y buscando respuestas en su actuar. —La oscuridad que liberaste, la que se fusionó con Nyx... tiene un origen muy antiguo. Y parece que tú también. No somos ciegos, todos alcanzamos a ver algo de lo que sucedio—
El camino de regreso a la caverna se llenó de estas conversaciones fragmentadas, de miradas furtivas y de la inquietante comprensión de que, en la lucha por sobrevivir, habían desenterrado fuerzas que apenas comenzaban a comprender. La victoria se sentía agridulce, cargada de nuevas preguntas y de la certeza de que el destino de todos estaba cada vez más entrelazado, y guiado por un canto antiguo.
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El olor a roca húmeda y metal caliente se mezclaba con el aura de sus propios poderes recién desatados. Uno a uno, comenzaron a dispersarse, cada uno está lidiando con el peso de lo sucedido a su manera.
Ignis, con su armadura maltrecha pero su porte inquebrantable, gruñó algo sobre la debilidad de las bestias y se dirigió hacia las sombras más profundas de la caverna, buscando el recogimiento roudo que tanto le caracterizaba. Lyra y Kaelen se deslizaron juntos hacia una de las habitaciones más apartadas, sus murmullos y la cercanía de sus pasos sugiriendo una conversación privada y necesaria.
Orión, con una ternura palpable, guió a Luna de la mano hasta su propia habitación, un gesto silencioso de apoyo y consuelo tras la pesadilla vivida.
Nyx, sin embargo, se quedó rezagada, y anclada no por el cansancio, sino por la tormenta en su interior.
El eco de la profecía, de la sensación de la mano de Corvus, de la vergüenza de su propia debilidad, la mantenía inmóvil. Observaba las sombras devorando a sus hermanas, en una migaja de preocupación que se clavaba en su pecho como una daga.
Fue entonces cuando lo sintió.
La sutil perturbación en el aire, y su insistente remordimiento.
Corvus, que se había mantenido en la periferia, ahora se acercaba desde la espalda de Nyx, con sus pasos seguros pero ahora cargados de una tensión inusual.
—¿Estás bien?— su voz, aunque baja, resonó en el silencio que los rodeaba. Había una suavidad en su pregunta que no contrastaba con la crudeza de la batalla que acababan de librar.
Nyx levantó la vista hacia él, sus ojos, antes llenos de terror en medio del combate, ahora albergaban una angustia profunda y autocrítica.
Las lágrimas le picaban en los párpados, amenazando con desbordarse.
—No— su voz se quiebra. —No fui capaz de ayudar. Mirá lo que pasó... y me quedé paralizada. Terminé siendo un desastre. Si no hubiera sido por ti... no sé qué habría pasado—
Antes de que corvus pudiera el formular una respuesta, Nyx continuó, con su voz cargada de una auto-reprochación que erosionaba sus propias bases. —¡Soy la mayor! Se supone que debo proteger a mis hermanas, ¿y qué hice? Solo... miré. Fui un fracaso—
Las palabras, cargadas de dolor y culpa, parecieron golpear a Corvus en las sienes. La energía que había desatado, la que se había mezclado con la de Nyx en ese instante crítico, pareció revivir.
Sin mediar palabra, se acercó más a ella, su mirada es más intensa de lo que suele ser.
Lentamente, y como si fuera un pensamiento ajeno, en un gesto que no controlaba, levantó una mano y posó un dedo suavemente sobre sus labios temblorosos.
—Shh...— susurró, con una vibración profunda que Calló a Nyx al instante. Sus ojos se encontraron, y en ese contacto íntimo, Corvus retiró su dedo con una lentitud deliberada, su aliento cálido rozó la piel de ella. Era un gesto de consuelo, pero el poder que emanaba era casi palpable, es un subtexto de su propia lucha interna.
Luego, sus ojos se desviaron, rastreando algo invisible en la distancia. Su mandíbula se tensó, y una gran batalla pareció librarse en su rostro. Era como si luchara contra un torrente de emociones, contra la urgencia de decir algo más, pero algo que no debía.
Finalmente, logró articular algunas palabras, pero su voz seguia teñida por esa lucha. —Las cosas salieron como debían salir— dijo, y su mirada se volvio a fijarse en la de ella, aunque ahora rehuía la profundidad de sus ojos. Intentaba transmitir calma, pero había una urgencia implacable en sus palabras. —Ve y descansa. Lo harás mejor a la próxima—
Y sin esperar respuesta, sin permitir que Nyx procesara completamente sus palabras o la intensidad del momento compartido, Corvus se dio la vuelta.
No caminó, sino que pareció huir, internándose en la oscuridad de su propia habitación con una velocidad vertiginosa.
Se retiró como una sombra acosada, dejando a Nyx sola en medio de la penumbra de la caverna.
Nyx se quedó inmóvil, viendo cómo el se desvanecía en la entrada de su habitación, sintiendo el vacío repentino que dejaba su apresurada partida.
El sonido de la puerta cerrándose resonó en el silencio, en un eco final de la intensidad que acababa de presenciar y de la conversación que se había cortado abruptamente.
Las lágrimas, ahora imparables, comenzaron a rodar por sus mejillas. Se sentía confundida, y aún abrumada por la fuerza de lo que había sucedido, no entendía que pasaba, porque no puede controlar sus poderes y emociones...