Mi Omega Mafioso, Tu Aroma Me Lastima

Carter observó con sigilo los ojos violetas de Misha, intentando descifrar qué querían decirle. Había algo en esa mirada que no terminaba de cuadrar no era ira abierta ni calma real, sino una especie de amenaza silenciosa. Misha, sin pronunciar palabra, movió una silla con un gesto elegante para que Carter se sentara. El alfa obedeció, aunque con cierta reticencia y se dejó caer sobre el asiento.

Fue el omega quien, en todo momento, se movió con calma para alcanzar los platos y servir la cena. Sus movimientos eran lentos casi felinos y tan delicados que parecían ensayados. El silencio en la habitación solo hacía más evidente la tensión.

Carter carraspeó, buscando romper esa atmósfera sofocante. La situación lo ponía demasiado nervioso en su cabeza se acumulaban pensamientos paranoicos. Durante meses Misha apenas si lo había mirado y ahora lo tenía sentado justo al frente, en un escenario íntimo y cerrado. ¿Veneno? pensó Carter con un escalofrío. Aquello parecía una trampa.

—Eh… parece deliciosa la cena. ¿La preparaste tú? —preguntó al fin, con la voz algo más alta de lo que pretendía.

Misha levantó la vista y arqueó apenas una ceja.

—Por supuesto que no, tonto —respondió con una sonrisa casual que no llegaba a sus ojos—. Fue Haya quien se encargó de cocinar.

El estómago de Carter se contrajo. Si había sido Haya, la posibilidad de veneno en su plato le pareció incluso más probable. Tragó saliva con dificultad y suspiró profundamente, intentando mantener la compostura.

—Bueno… se ve deliciosa, pero en realidad no tengo mucha hambre. Estoy algo cansado, así que preferiría irme a descansar a mi habitación —dijo, levantándose apenas del asiento.

En ese mismo instante, algo silvó en el aire. Un cuchillo se clavó a escasos centímetros de su oreja izquierda con un chasquido metálico. Carter se giró bruscamente, con los ojos muy abiertos, y vio el mango del arma incrustado en la pared. Dio un salto y exclamó

—¡Intentaste matarme!

Misha empezó a reír, una carcajada profunda que sonó como un latigazo en medio del silencio.

—Si realmente quisiera matarte, gatito, lo habría hecho apenas entraste a esta habitación. —Su sonrisa se volvió más oscura—. He sido muy indulgente contigo, pero parece que sigues siendo muy malcriado. Quizá deba ponerte un collar de obediencia.

Carter apretó los puños.

—¿De qué mierda estás hablando? —preguntó, conteniendo a duras penas la rabia.

Misha dejó el cuchillo a un lado y se inclinó sobre la mesa, apoyando los codos con un aire de depredador paciente.

—Tal y como lo dijo Yuri, has mejorado mucho para no haber recibido instrucción militar desde pequeño, pero sigues siendo un novato inútil. Te puse en mi escuadrón para que no molestes a los adultos. Así puedo criarte, mi dulce gatito. —Su voz adquirió un filo venenoso—. Pero apenas te dejo suelto un momento ya estás buscando un arenero en el culo de otro omega.

Cada palabra caía como plomo. Carter sintió cómo la sangre se le subía a la cabeza.

—¿Estás celoso? —espetó de pronto—. Porque tengo entendido que eres tú quien no quiere hablar conmigo, quien me ha ignorado todo este tiempo desde la última vez que… —vaciló, pero siguió— desde la última vez que me echaste como un perro de tu habitación.

Misha se mordió el labio, pero Carter no lo notó y siguió hablando, liberando por fin el veneno acumulado durante semanas.

—Siempre se han hecho las cosas como tú quieres con mi consentimiento o no. Arrastrarme hasta aquí es prueba de eso también. Si sientes celos, métetelos en el culo, porque estoy cansado de tus cambios de humor. Un día me buscas, me miras como si fuera lo único que importa al siguiente me repudias y me dejas de hablar.

—Carter respiró hondo y continuó, la voz temblándole de rabia—. Y no quiero escuchar esa mierda de que estamos “unidos”, de que es “destino” y de que eres mi dueño. Sí, es cierto que mi cuerpo solo reacciona a tus feromonas y las mías no te hacen nada. Eso solo me hace pensar en todos los alfas con los que te revolcaste hasta volverte inmune. ¿Acaso no es demasiado cínica tu escena de celos lanzando cuchillos? Dima es atractivo, tendría que ser ciego para no notarlo. Pero no he hecho nada, nada por lo que deba sentirme culpable.

Las palabras quedaron flotando en el aire. Carter sintió que había hablado demasiado, pero al mismo tiempo, un alivio amargo le recorría el pecho. Por fin lo había dicho.

El omega se quedó quieto tenía el rostro sereno como una máscara. No se le leía ni una emoción. Sin embargo, cuando comenzó a caminar hacia él cada paso sonaba como una sentencia. Carter sintió un escalofrío recorrerle la espalda... había metido la pata.

—Piensas que soy una zorra, ¿eh? —dijo Misha en voz baja—. Que me he revolcado con muchos alfas… —sonrió sin humor—. No tienes idea de cuántos. Gatito… si tengo que arrancarte los ojos para que entiendas de una puta vez que quien pone las reglas soy yo, lo haré. Lo único que debo dejar intacto es tu verga.

Carter dio un respingo. La voz de Misha sonaba filosa, cargada de ira contenida. Su rostro seguía siendo hermoso, casi angelical, pero esa calma era peor que cualquier grito.

—No me provoques, Carter —continuó el omega, su tono descendiendo hasta un murmullo peligroso—. Quiero tus manos quietas y tu verga bien guardada dentro de tu pantalón. Porque no me temblará la conciencia para cortar tu cuerpo hasta dejarlo útil para una sola cosa, mi propio consolador privado.

Con un movimiento seco, lanzó algo sobre la mesa—. A partir de ahora ocuparás esto.

Carter miró el objeto. Era un collar de mascota, de cuero negro, con un pequeño cascabel en el centro.

—Ni loco voy a usar eso —escupió—. Solo seré el hazmerreír de todos en este maldito lugar. Prefiero que me mates.

El gesto de Misha cambió. Se movió tan rápido que Carter apenas lo vio. El omega arrancó el cuchillo de la pared y, sin dudar, trazó un corte superficial en la mejilla izquierda del alfa. La sangre comenzó a brotar de inmediato.

—¡Estás loco! —exclamó Carter, limpiándose con la mano temblorosa.

Misha lo empujó contra la pared con una fuerza que no parecía posible en un cuerpo tan delgado y, antes de que Carter pudiera reaccionar, le mordió el cuello. No fue una mordida suave, sus dientes se hundieron con brutalidad dejando una marca profunda en la piel. Carter profirió un grito ahogado y llevó la mano al cuello donde la sangre ya manchaba su camisa.

—Si no quieres usar el collar, tendré que marcarte de otra manera —susurró Misha junto a su oído, su aliento caliente contra la piel—. Eres mío, Carter. Y aunque vayas al infierno, seguirás siendo mío.

—Lo soltó con brusquedad y se apartó—. Ahora lárgate. No quiero verte.

Carter se quedó inmóvil unos segundos, con el corazón martillándole en el pecho. El dolor en el cuello ardía, pero lo peor era la mezcla de rabia, humillación y deseo que le recorría el cuerpo. Sin decir nada más, salió del cuarto mascullando maldiciones y dando un portazo que hizo temblar el marco.

En el pasillo, respiró hondo, pero la furia lo hacía temblar. Sí, Misha estaba loco, pero lo que más odiaba era que a pesar de todo su propio cuerpo reaccionara así. La erección en su entrepierna le dolía.

—Maldita sea —masculló, apretando los dientes y caminando con pasos largos, como si pudiera alejarse de la marca, del olor y de todo lo que acababa de pasar.