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Aurora: Una Belleza Eterna

Aurora: Una Belleza Eterna

Status: En proceso
Genre:Amor eterno / Demonios / Dejar escapar al amor / Amor-odio / Brujas / Leyendas de fantasmas
Popularitas:1.4k
Nilai: 5
nombre de autor: Sebastián Suarez

En las colinas brumosas de Cotswolds, una mansión ancestral guarda secretos que el tiempo no ha logrado enterrar. Allí, entre jardines silenciosos y corredores que susurran recuerdos, una presencia olvidada despierta.

Aurora fue la mujer más hermosa de su época… y se negó a morir. En su desesperación, selló un pacto prohibido, intercambiando su alma por una belleza eterna. Desde entonces, su espectro recorre la tierra, arrastrado por el deseo, el resentimiento y la maldición de una eternidad sin consuelo.

Una novela gótica que entrelaza amor, ambición, engaño y condena, donde la belleza no es un don, sino una trampa… y lo más hermoso puede ser también lo más peligroso.

NovelToon tiene autorización de Sebastián Suarez para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capítulo 21: "La Noche Comienza a Caer"

El aire frente a la mansión tenía un peso distinto, una densidad que no pertenecía a ninguna otra parte del pueblo. Aurora lo sintió apenas detuvo el paso frente a la gran puerta blanca: alta, imponente, con los herrajes gastados por el tiempo y un leve brillo dorado en los bordes. Era como si el mármol mismo contuviera una memoria: risas apagadas, voces perdidas, el eco de noches antiguas que ella había querido olvidar.

El sol se deslizaba entre las ramas de los robles que bordeaban el camino, proyectando sombras finas sobre la fachada. Todo lucía igual, tan perfecto y ordenado como siempre. Y sin embargo, para Aurora, nada lo era. Se quedó quieta, observando los reflejos del mediodía sobre el marco de la puerta, y el corazón comenzó a apretársele despacio, con esa mezcla amarga de nostalgia y miedo.

Habían pasado meses desde la última vez que lo vio. Meses de silencio, de sueños rotos por la culpa, de esa sensación constante de tener una deuda con el destino. Recordar a Lyonel era una herida que latía incluso cuando intentaba ignorarla. En su mente se formó su imagen con una claridad cruel: su sonrisa, su voz grave, la manera en que la miraba como si todo el mundo se detuviera alrededor. Pero ahora, pensó, esa mirada ya no era suya. Lo más doloroso no era imaginarlo distante, sino imaginárselo feliz. Con Eliza.

Esa idea se le clavó como una astilla en el pecho, una punzada que la hizo cerrar los ojos un instante.

—Anna… ¿me escuchaste? —La voz de Florence sonó al principio lejana, suave, pero fue acercándose hasta romper por completo el hilo de sus pensamientos.

Aurora parpadeó, sobresaltada, y giró hacia ella. Florence la miraba con una mezcla de ternura y curiosidad, el cabello rizado caído sobre los hombros y las mejillas rosadas por el frío.

—Sí… —respondió Aurora con una sonrisa leve, forzada, apenas un hilo de voz—. Me perdí en mis pensamientos.

Florence la observó en silencio unos segundos, y luego, con un gesto maternal, alzó la mano y le acarició la mejilla con la yema de los dedos.

—Podemos irnos si te sientes incómoda —dijo en voz baja—. No pasa nada, de verdad.

Aurora asintió despacio, sosteniendo su mirada un instante antes de responder.

—Está bien —susurró, con una sonrisa frágil que parecía a punto de quebrarse—. Estoy bien, Florence.

James, que ya había perdido la paciencia, rompió el momento con su tono despreocupado.

—¿Podemos entrar ya? Me estoy muriendo de hambre.

Florence lo fulminó con la mirada, cruzándose de brazos.

—¿Siempre tienes que arruinar los momentos bonitos? —le reprochó con un suspiro.

James le guiñó un ojo, ladeando la cabeza con esa sonrisa suya que mezclaba descaro y encanto.

—Vamos, sabes que eso es lo que más te gusta de mí —respondió, con voz traviesa.

Florence rodó los ojos y apartó la mirada, aunque el leve rubor en sus mejillas la delató.

Aurora, intentando contener una risa nerviosa, respiró hondo y levantó la mano para tocar la puerta. Dio dos golpes suaves, pero antes de poder hacerlo una tercera vez, esta se abrió lentamente con un crujido elegante.

En el umbral apareció Gerald, el mayordomo. Alto, impecable, con el cabello negro peinado hacia atrás y una postura que hablaba de años de servicio y disciplina.

—Señorita Anna —dijo con una leve inclinación de cabeza—, qué gusto volver a verla. Y bienvenidos sean sus acompañantes. El señor Lyonel y la señorita Eliza los esperan en la sala de estar.

Aurora devolvió el saludo con una cortesía que intentó disimular su nerviosismo.

—Gracias, Gerald —dijo con voz suave.

El mayordomo asintió y se apartó con un gesto preciso, dejándolos pasar.

Los tres cruzaron el umbral, y el silencio solemne del interior los envolvió al instante.

James caminaba con los ojos muy abiertos, incapaz de decidir qué admirar primero: los candelabros de bronce, los tapices con escenas de caza o la escalera que parecía perderse en el piso superior.

—Por todos los cielos… —murmuró sin darse cuenta—. Esto es más grande que la taberna entera del pueblo.

Florence le dio un leve codazo, aunque ella misma estaba igual de impresionada.

—No hagas que parezcamos campesinos —le susurró, aunque sus ojos se perdían en los detalles del techo tallado.

Caminaron tras Gerald hasta la sala principal. Allí, el fuego chispeaba dentro de una chimenea de mármol, y frente a ella, en un sofá de cuero oscuro, estaba Eliza. Miraba las llamas con un gesto sereno, casi melancólico, mientras Lyonel —de pie, junto a una encimera— vertía ron en un vaso de cristal.

Cuando los recién llegados entraron, ambos se giraron. Eliza se levantó de inmediato, una sonrisa cálida iluminándole el rostro.

—¡Anna! —exclamó, corriendo hacia ella. La abrazó con fuerza, casi con alivio—. Te extrañé tanto. ¿Cómo has estado?

Aurora se quedó unos segundos inmóvil antes de corresponder al abrazo.

—He estado bien —respondió, aunque su voz sonó más baja de lo que quiso.

Eliza la miró con fingido reproche.

—Nos tenías olvidados. Ni una carta, ni una visita… —dijo, aunque el tono era más de tristeza que de enojo.

—Lo siento —respondió Aurora, esbozando una sonrisa nerviosa—. Han sido meses… difíciles.

Eliza negó suavemente con la cabeza.

—No te preocupes. No podría enojarme contigo, Anna —dijo con dulzura, antes de soltarla.

Entonces reparó en Florence y James, que esperaban algo incómodos junto a la puerta.

—Y ustedes deben ser los amigos de Anna —dijo, sonriendo con amabilidad—. Es un placer conocerlos.

Lyonel, que había permanecido en silencio, se acercó con su andar tranquilo, sosteniendo tres copas de cristal en una bandeja.

—Bienvenidos —dijo con voz grave, entregando una a cada uno—. Tomen algo para entrar en calor. Esta casa siempre parece demasiado fría al principio.

James aceptó el vaso con torpeza, asintiendo en señal de agradecimiento. Florence hizo una pequeña reverencia con una sonrisa algo coqueta, mientras Aurora apenas rozaba el borde de su copa con los dedos.

Florence fue la primera en romper el silencio, observando con curiosidad la copa que tenía entre las manos.

—Nunca había probado ron —dijo, levantando el vaso hacia la luz del fuego—. Es más oscuro de lo que imaginaba.

Lyonel sonrió con suavidad, acomodándose frente a ellos.

—Depende del tipo —respondió—. Este viene del Caribe. Es fuerte, pero tiene un sabor dulce al final.

James lo olió con cautela, frunciendo el ceño.

—Huele como si me fuera a arder la garganta.

Eliza soltó una risa suave y tomó un sorbo con elegancia.

—Eso es porque no estás acostumbrado. Pero créeme, después del primer trago, se vuelve agradable.

—O después del tercero ya no sientes la lengua —murmuró Florence, provocando una carcajada de Lyonel.

Aurora se permitió una sonrisa breve, mirando la escena. Era extrañamente reconfortante verlos reír, aunque dentro de ella la tensión seguía latiendo, punzante, recordándole lo que tenía que hacer esa noche.

—Entonces, ¿viven en el pueblo? —preguntó Eliza, acomodándose junto a Aurora en el sofá—. No los había visto antes.

Florence asintió.

—Sí, mi familia tiene una florería. Anna ha estado ayudándonos… desde que llegó al pueblo, por supuesto.

Eliza volvió la mirada hacia Aurora.

—¿Ah, sí? —preguntó con un tono de sorpresa genuina—. No me imaginaba verte entre flores, Anna. Siempre pensé que te gustaban más los libros que la tierra.

Aurora rio con suavidad, jugando con el borde de su copa.

—A veces cambiar de entorno ayuda a pensar con claridad. —Hizo una pausa, sin atreverse a mirar a Lyonel—. Además, las flores también tienen algo de sabiduría… solo que hablan más despacio.

—Eso sí es verdad —intervino Florence—. Aunque James no lo entiende, claro. Dice que las flores son solo “plantas bonitas”.

—Y lo son —replicó James, alzando las manos en defensa—. No entiendo por qué tengo que memorizar sus nombres si igual las vendo igual.

—¡Porque no puedes vender lirios diciendo “estas cosas blancas”! —exclamó Florence, dándole un golpecito en el brazo.

Eliza estalló en risa, cubriéndose la boca.

—Tienen razón, Florence. Imagino que no duraría mucho en tu puesto, James.

—No, pero seguro atraería clientas —replicó él, con una sonrisa traviesa.

Lyonel lo miró con cierta diversión contenida.

—Tiene confianza, eso no se le puede negar —dijo, mientras volvía a llenar su copa.

—Demasiada, a veces —añadió Florence, cruzando los brazos, pero sin poder ocultar su sonrisa.

Aurora observó el intercambio con una mezcla de ternura y melancolía. A su alrededor todo se sentía tan normal, tan vivo, que por momentos le costaba recordar el peso de la amenaza que llevaba encima.

Hasta que sintió la mirada de Lyonel.

Él la observaba con esa calma suya, esa mirada que no necesitaba palabras para decir demasiado.

—Anna —dijo al fin, con voz baja pero firme—. Me alegra que hayas vuelto.

Aurora levantó la vista, sorprendida por la sinceridad en su tono.

—Yo también me alegro —respondió, intentando sonar natural.

James, que seguía recorriendo con la mirada los grabados dorados de las paredes, se inclinó hacia adelante, curioso.

—Lyonel… —empezó, girando la copa entre los dedos—, perdona si soy indiscreto, pero siempre me he preguntado cómo tu familia llegó a tener tanto poder en Inglaterra. Todos en el pueblo hablan de los Sinclair, y… bueno, parece que ustedes siempre han estado un paso por encima del resto.

Lyonel apoyó el vaso sobre la mesa con un suave tintineo, pensativo.

—Mi familia… —repitió, casi con un dejo de melancolía—. Los Sinclair siempre fueron buenos negociando. Comercio, tierras, inversiones… todo lo que pudiera multiplicarse en valor con el tiempo. Pero lo que realmente nos mantuvo donde estamos fue otra cosa. —Levantó la vista, mirando la llama de la chimenea como si hablara con ella—. Saber a quién conocer y cuándo hablar. Las conexiones correctas, los pactos precisos. Mi abuelo decía que los Sinclair no conquistaban con espadas, sino con apretones de manos.

James silbó bajito, impresionado.

—Suena… calculador.

Lyonel sonrió, sin humor.

—Lo es. Mi familia tiene un talento natural para medir a las personas, saber qué necesitan y qué pueden ofrecer. Pero eso también tiene un precio. Con el tiempo, uno aprende a leer miradas… y a desconfiar de todas.

Eliza, que hasta entonces había escuchado en silencio, intervino con tono suave.

—No todos son así, James. Lyonel tiene un corazón distinto al de su apellido. —Le lanzó una mirada afectuosa antes de continuar—. Y por eso precisamente la familia lo respeta, aunque no siempre lo comprendan.

Florence, que no había quitado los ojos de la pareja, sonrió con cierta timidez.

—Y tú, Eliza… —preguntó de pronto, movida por la curiosidad—, ¿de dónde vienes tú? Dijeron que no eras de este pueblo.

Eliza se irguió con natural elegancia, cruzando las manos sobre las rodillas.

—Mi historia es menos interesante —dijo con modestia—. Soy hija de la hermana menor del rey.

James dejó la copa en el aire, casi se atraganta.

—¿Del rey? —repitió, incrédulo—. ¿De Inglaterra?

Eliza asintió con serenidad, sin rastro de vanidad.

—Así es. Pero antes de que imaginen coronas o tronos, debo aclarar algo —dijo con una sonrisa ligera—. No soy parte directa de la sucesión. Hay varios por delante de mí, y además soy la menor. —Hizo una breve pausa, bajando la mirada con cierto dejo de ternura.

Florence abrió los ojos como platos.

—Eso es increíble… y tan distinto a lo que uno imagina. Pensé que la realeza vivía rodeada de guardias, protocolos, vestidos caros… y una agenda tan estricta que hasta decidía con quién podían estar.

—Los hay —dijo Eliza con una risa ligera—, pero también hay quienes prefieren una vida más tranquila. Yo tuve suerte de poder elegir. Si fuera una heredera directa… probablemente ni estaría aquí ahora.

James la observó con mezcla de respeto y asombro.

—Entonces, en esta sala tengo al heredero de una de las familias más poderosas del país y a la sobrina del rey. —Se giró hacia Florence—. ¿No te parece que deberíamos haber traído flores más elegantes?

Florence le dio un leve golpe en el brazo.

—Tú cállate. Bastante elegantes son nuestras flores, gracias.

Lyonel soltó una leve carcajada, el sonido grave y cálido llenó la habitación.

—No hace falta reverencias ni adornos aquí —dijo—. Las posiciones sociales se olvidan rápido cuando se comparte una copa.

Eliza asintió, mirándolos con afecto.

—Y cuando se habla con sinceridad. —Luego volvió la mirada a Aurora—. ¿Verdad, Anna?

Aurora, que había escuchado en silencio, apenas esbozó una sonrisa.

—Sí… —dijo con suavidad—. A veces, la sinceridad es lo único que puede igualar a todos.

Por un momento, las palabras quedaron flotando en el aire. Lyonel la miró, y en su mirada había algo que Aurora conocía demasiado bien: una mezcla de curiosidad, nostalgia y una sombra de afecto que no se había desvanecido con el tiempo.

El silencio se rompió con James, que levantó el vaso otra vez.

—Pues brindo por eso —dijo, animado—. Por la sinceridad… y por estar en buena compañía, aunque algunos aquí tengan más apellidos de los que yo pueda pronunciar.

Todos rieron. Eliza levantó su copa, seguida por Florence, Lyonel y finalmente Aurora, que lo hizo con cierta vacilación.

—Por la sinceridad —repitió Lyonel, mirándola.

Aurora asintió, y por un instante, al chocar los vasos, el sonido pareció tener un eco más profundo, como si el destino hubiera brindado también.

Florence fue la primera en romper la tensión.

—¿Y cuántas habitaciones tiene esta mansión? —preguntó, mirando alrededor con fascinación—. Me perdería en un segundo si viviera aquí.

—Demasiadas —respondió Lyonel, riendo—. Hay alas enteras que ni siquiera uso. Gerald dice que los fantasmas tienen más espacio que yo.

—¿Fantasmas? —repitió James, arqueando una ceja.

—Eso dice él —respondió Eliza con una sonrisa—. A veces se oyen pasos por las noches, o puertas que se abren solas. Pero Lyonel no cree en esas cosas.

—¿Y tú? —preguntó Florence, divertida.

Eliza dudó un segundo antes de contestar.

—Digamos que hay cosas que prefiero no intentar entender.

Aurora se tensó ligeramente. Sintió un escalofrío recorrerle la espalda, un presentimiento que la hizo mirar hacia la ventana. La noche comenzaba a caer, y entre los árboles, por un instante, creyó distinguir un resplandor carmesí.

Cerró los ojos.

Lucifer estaba escuchando.

Y ella lo sabía.

Aurora respiró hondo, forzando su mente a apartar cualquier eco de aquella presencia que sabía que aún la observaba desde alguna esquina invisible. Fingió una sonrisa, enfocándose en las voces cálidas que la rodeaban, en los rostros humanos que reían sin saber nada del peso que cargaba.

Lyonel, que había notado su silencio, dio una palmada ligera sobre la mesa baja.

—Vengan —dijo, con ese tono amable que era casi una orden suave—. La cena está lista. Estoy seguro de que Gerald ya se habrá asegurado de que no falte nada.

—¡Por fin! —exclamó James, dejando escapar un suspiro dramático—. Pensé que moriría de hambre antes de que llegara el momento.

Florence le dio un codazo rápido en el costado.

—¡Cállate! —le susurró entre dientes, aunque no pudo evitar sonreír.

—¿Qué? —replicó James con una sonrisa descarada—. Es que esta casa huele demasiado bien como para seguir fingiendo educación.

Eliza soltó una risa breve.

—No te preocupes, James. En esta casa hay más comida de la que Lyonel podría terminar en un mes.

Lyonel alzó las cejas, divertido.

—Eso es cierto. Gerald siempre cocina como si esperáramos a veinte invitados más.

Caminaron hasta el comedor. El largo pasillo, cubierto por retratos antiguos y candelabros encendidos, los llevó a una puerta doble de madera tallada. Al abrirla, una corriente tibia de aromas los envolvió: pan recién horneado, carne asada, hierbas finas y vino especiado.

La mesa era tan larga que las luces de los candelabros parecían flotar en el aire, repitiéndose infinitas en el brillo de los cubiertos de plata. Frente a cada asiento, un plato humeante los esperaba, y en el centro, fuentes colmadas de frutas, verduras y carnes completaban el banquete.

James se detuvo un instante, boquiabierto.

—Por Dios… —murmuró—. Creo que nunca había visto tanta comida junta sin tener que pagar por ella.

—Tú no tienes vergüenza —susurró Florence, aunque sus ojos brillaban con el mismo asombro.

Lyonel le indicó el lugar a cada uno.

—Siéntense, por favor. Esta casa tiene pocas reglas, pero una de ellas es no dejar enfriar la cena.

Aurora se acomodó frente a él. Eliza se sentó a su lado, y enseguida tomó la palabra para romper el silencio que suele preceder a los primeros bocados.

—Entonces, Florence… —dijo con una sonrisa cómplice—, ¿ustedes dos son pareja?

Florence se atragantó ligeramente con un trozo de pan y miró de reojo a James.

—Bueno… sí —respondió, intentando sonar casual.

Eliza se llevó una mano al pecho fingiendo pesar.

—Qué lástima. —Suspiró teatralmente—. Tenía la esperanza de presentarte a uno de los guardias del palacio. Muy apuesto, eso sí, pero parece que llegué tarde.

James levantó la cabeza, fingiendo orgullo.

—Y menos mal que llegaste tarde. Ella está loca por mí.

Florence lo fulminó con la mirada, aunque no pudo evitar reír.

—Por favor. Si alguien está loco aquí, eres tú.

—Claro, loco por ti —respondió él con una sonrisa amplia.

Lyonel alzó su copa con una sonrisa contenida.

—Por la franqueza del caballero.

Eliza lo imitó, con brillo en los ojos.

—Y por la dama, que aún no ha perdido la cordura.

Aurora los observaba, y por un instante, la ligereza del momento le pareció casi mágica. Era como si el aire dentro de la mansión se hubiera vuelto más cálido, más humano.

—¿Y cómo se conocieron? —preguntó Eliza, aún sonriendo mientras cortaba un trozo de carne.

Florence intercambió una mirada con James antes de responder.

—Desde niños —dijo—. Nuestras madres se odiaban cordialmente, pero nos obligaban a vernos en las reuniones del pueblo. Y, no sé cómo, terminamos siendo más amigos de lo que ellas jamás lo fueron.

—Eso suena adorable —dijo Eliza, con los ojos brillantes.

—Adorable no es la palabra —intervino James, sonriendo de medio lado—. Ella solía lanzarme piedras cuando la hacía enojar.

Florence lo miró con falsa indignación.

—¡Eras insoportable!

—Y tú también, pero más linda —replicó él.

Eliza se cubrió la boca riendo.

—¿Y en qué momento se convirtieron en pareja?

Florence bajó la mirada, recordando.

—Cuando teníamos dieciséis. James me engañó diciendo que necesitaba ayuda para recoger flores para su madre. Me llevó hasta una pradera llena de mis favoritas, lilas y rosas blancas… y ahí me pidió que fuera su novia.

Aurora sonrió, conmovida.

—Qué lindo.

James se encogió de hombros, algo sonrojado.

—Fue complicado plantar todas esas flores. Si me decía que no, creo que me habría tirado por el acantilado que había detrás.

Todos estallaron en risa. Incluso Lyonel, que inclinó la cabeza con una sonrisa sincera.

—Mira tú, James… no sabía que eras tan entregado.

En medio de las risas, Aurora levantó la vista. Lyonel la observaba sin decir nada, como si entre ambos quedara una conversación pendiente que el ruido del resto apenas lograba disimular. Fue solo un segundo, pero bastó para que el aire se volviera distinto.

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Anna
Ariadne tenía razón 😢
Anna
Q linda es Ariadne 🥰
sebastian
Pobre Ariadne
sebastian
Pobre Ariadne
Lector de vida
me parece muy interesante la trama, continua así 👌
Carla Vannucci
WOW, me encanto el segundo capítulo, publica el proximo pleaseee
Carla Vannucci
WOW, me encanto el segundo capítulo, publica el proximo pleaseee
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